De alguna manera extraña en la conceptualización de la crisis humanitaria que actualmente afecta Oriente Medio y Europa el drama de los refugiados tiende a encubrir la proliferación de barreras legales, vallas metálicas, despliegue de ejércitos en las zonas fronterizas y en definitiva endurecimiento y cierre de fronteras en Europa. Para la opinión pública, los […]
De alguna manera extraña en la conceptualización de la crisis humanitaria que actualmente afecta Oriente Medio y Europa el drama de los refugiados tiende a encubrir la proliferación de barreras legales, vallas metálicas, despliegue de ejércitos en las zonas fronterizas y en definitiva endurecimiento y cierre de fronteras en Europa. Para la opinión pública, los refugiados y su sufrimiento atraen toda la atención y las causas de su desplazamiento se sitúan correctamente en sus países de origen. Sin embargo, algunas de estas barreras son causa de tanto malestar y peligro para los refugiados como los bombardeos, las ocupaciones y las batallas que han dejado atrás. Esto es así hasta el punto de que la razón por la que viajan por mar y tierra arriesgando sus vidas con costes muy superiores a lo que costaría un billete de avión es el artículo 26 de la Convención de Schengen y la directiva europea 2001/51/EC que lo complementa obliga a las compañías aéreas a correr con los gastos de repatriación (más una penalización) si transportan gente a quien no se les permite la entrada en el espacio Schengen. De esta manera la Unión Europea rehúye la responsabilidad de decidir quién es un refugiado y la deposita en el personal de facturación de las compañías aéreas.
La erección de vallas metálicas, incluso con concertinas, en las distintas fronteras obliga a los refugiados a buscar nuevas rutas por los países limítrofes. En septiembre de 2015 Grecia construyó una valla con Turquía, como resultado los refugiados empezaron a pasar por Bulgaria hasta que ésta erigió su propia valla. En Noviembre de 2015 Macedonia construyó una valla y en febrero de 2016 una segunda valla para dirigir a los refugiados hacia un paso de frontera. Hungría construyó en un primer momento una valla de 174 km en la frontera con Serbia, y el 16 de octubre cerró los 40 km de frontera con Croacia. Esto obligó a abrir una ruta por Eslovenia. Cada vez que se dificulta el paso de las columnas de refugiados por una frontera se crean aglomeraciones en el resto de pasos de fronteras anteriores. A veces hasta 12.000 personas acampadas en rastrojos o campos de maíz sin ninguna infraestructura como el de Eidomeni en el norte de Grecia que están desalojando ahora. Son estas grandes aglomeraciones las que inundan de imágenes los medios de comunicación. La república checa desplegó su policía en la frontera con Austria en septiembre para impedir que la masa de refugiados que había en Austria intentara llegar a Alemania a través de su territorio. Austria estableció controles y desplegó su ejército a lo largo de la frontera con Hungría. Simultáneamente Hungría desplegó su ejército a lo largo de la frontera y anunció que toda persona que cruzara ilegalmente la frontera se enfrentaría hasta 5 años de cárcel. En septiembre Dinamarca cerró el ferrocarril con Alemania y anunció que introduciría nuevas leyes que permitieran la confiscación de dinero y posesiones de los refugiados para pagar su estancia. Las fronteras cerradas no son patrimonio de Europa Oriental, España también erigió dos vallas en las ciudades africanas de Ceuta y Melilla y el campo de Calais, en Francia, es testimonio de la dificultad de entrar en el Reino Unido. Los países europeos han puesto en marcha todas estas medidas mientras el peso de la crisis humanitaria lo sostienen los países de Oriente Medio.
En algunos países estas medidas han venido acompañadas por manifestaciones como las del presidente checo Miloč Zeman en las que afirmó que la llegada de migrantes traía consigo tres riesgos, enfermedades infecciosas, terrorismo y la creación de nuevos ghettos. En agosto el ministro húngaro Janos Lázár afirmó que Hungria estaba bajo asedio por los traficantes de seres humanos. Otros políticos en distintos países europeas han descrito a los refugiados como una invasión islámica, o han utilizado expresiones similares.
Al tiempo que los flujos transnacionales de capital y de mercancías no reconocen las fronteras, y la globalización erosiona las soberanías Europa está erigiendo todo tipo de barreras legales físicas y mentales contra los sectores más vulnerables del Viejo Mundo. Hasta el último trimestre de 2015 la crisis de refugiados era un flujo hacia Europa con algunos campos terminales como Subotica en Serbia o Calais en Francia, el resto de campos eran de tránsito. Sin embargo, a partir de 2016 la tendencia se invierte hacia la paralización del flujo. Comienzan las segregaciones en ruta, los rechazos, las repatriaciones y Turquía se proyecta como la gran barrera que contendrá a los refugiados.
En un contexto de guerra abierta, de guerra permanente, de desesperación permanente o de destrucción del hábitat las barreras probablemente dificultarán la migración pero no la evitaran ya que las causas que les empujan a abandonar sus países son más poderosas que las barreras y los obstáculos legales, metálicos o marítimos que se encuentran. Al igual que ha ocurrido con el artículo 26 del tratado de Schengen si se consolida el pacto con Turquía, ésta podrá retener a los refugiados durante un tiempo pero en algún momento la crisis volverá a desarrollarse por nuevas rutas y con nuevas criminalizaciones hacia traficantes, migrantes, refugiados o cualquier ‘otro peligroso’. La barrera, más que solución es causante de mayores desgracias con múltiples efectos, psicológicos, ideológicos y culturales.
Cuando la barrera (ya sea legal, de piedra o de alambre) la construye el país de origen, tendemos a pensar que el que lo cruza conquista su libertad, como los que cruzaban el telón de acero o ahora huyen del ISIS. Cuando la construye el país de destino el que la cruza se convierte en un intruso, entra sin derechos y su sola presencia constituye un delito. El peligro que representan con su sola presencia se utiliza para justificar los obstáculos a su entrada como estamos viendo ahora. Cuando el muro se construye en medio de un conflicto, sirve para consolidar territorio y cimentar sentido de pertenencia frente a un enemigo al que se quiere mantener fuera como los muros de defensa militares o los muros de Belfast o Derry, el del Sáhara Occidental o el muro de Palestina. Los tres elementos aparecen enfatizados unas veces u ocultados otras en las representaciones de esta crisis.
La barrera convierte a los refugiados en enemigos, terroristas, delincuentes, o transmisores de enfermedades contagiosas. Reconstruye su identidad como elementos hostiles. Crea un rechazo a su presencia y los aparta en una cuarentena que higieniza la sociedad receptora. Las vallas, los muros, las concertinas, la vigilancia policial, los ejércitos desplegados son un mensaje de poder. Son sinónimos de cerrazón, de soluciones inflexibles y de falta de comprensión. Es también toda una estrategia política de sembrar el miedo instalando una sensación de guerra, y una mentalidad de invasión y asedio y también busca consolidar el liderazgo en las mayorías silenciosas normalizadas en donde el poder se muestra como salvador frente al peligro que acecha.
Es un acto de comunicación no verbal incrustado en la arquitectura, en el paisaje, en las imágenes, en el sentido de legalidad. Es una apuesta por la segregación social en donde una vida de seguridad y de orden se opone al cruce de fronteras internacionales, ideológicas, religiosas, de valores, de sentido común, de etnicidad, de sexo y de género para llevar vidas creativas llenas de aprendizaje, de mestizaje y de libertad.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.