Medidas difusas, palabrerío interminable y, al final, un compromiso escueto de revisar todo el dispositivo migratorio, en junio de 2014, o sea, después de las elecciones europeas.
Un poco más de vacío político dentro del drama euro africano. «Tengo -todos tenemos- en mente las terribles imágenes de Lampedusa y de la embarcación que zozobró en aguas de Malta sólo unos días después. Personalmente, nunca podré olvidar los cientos de féretros, la honda desesperación reflejada en los ojos de los sobrevivientes o las imágenes de los náufragos esforzándose penosamente por alcanzar los buques de salvamento.» Cecilia Malmström, la comisaria de Interior en la Comisión Europea, escribió estas líneas apenas unos días antes de que, el jueves 24 y el viernes 25 de octubre, se celebrara la cumbre de los 28 jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea. La reunión estaba consagrada a la «economía numérica» pero fue desbordada por dos temas: la magnitud del espionaje norteamericano contra líderes europeos y la inmigración. No había un telón de fondo sino un drama inmenso como el de las centenas de personas que mueren intentando atravesar el Mediterráneo desde Africa con destino al Viejo Continente. Al final, Europa naufragó otra vez. Mientras los líderes europeos discutían para no decidir nada, las patrullas marítimas italianas rescataban a cerca de 800 inmigrantes frente a las costas de Sicilia.
La simultaneidad de los hechos no arrancó ni la más lejana iniciativa. Medidas difusas, palabrerío interminable y, al final, un compromiso escueto de revisar todo el dispositivo migratorio, incluido el tema del asilo político, en junio de 2014, o sea, después de las elecciones europeas. «Estamos todos convencidos de que deben adoptarse medidas decididas para evitar que tragedias como ésta vuelvan a ocurrir», dijo el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy. Nadie resumió mejor el cinismo político y la inacción como la intendente de Lampedusa, Giusi Nicolini, presente en la cumbre de Bruselas. Nicolini advirtió que si Europa no adoptaba de forma común una política inmigratoria global, «también Europa naufragará en Lampedusa». Ningún dirigente político se anima, de hecho, a tocar públicamente el tema de la inmigración porque es un campo minado en donde acechan a cada paso la bomba de la extrema derecha y la veloz conquista de las conciencias colectivas europeas que se plasmaron en los últimos años. Las decisiones políticas, socialistas incluidos, y los sondeos de opinión expresan el grado de aprobación que tienen lo que hoy se ha dado en llamar finamente «los discursos populistas». Una encuesta de opinión aparecida en Francia da cuenta a la vez del respaldo que tienen las ideas vehiculizadas por la ultraderecha y de la evolución de las opiniones públicas sobre ese tema. El líder de la derecha sarkozista, Jean-François Copé, propuso que no se otorgara más la nacionalidad francesa de forma automática a los hijos de inmigrantes extranjeros nacidos en Francia. Se trata del sacrosanto «derecho de suelo». El sondeo realizado por la empresa BVA para los diarios Le Parisien/Aujourd’hui en France indica que el 72 por ciento de las personas interrogadas son favorables a esa medida. Los electorados, de manera densa, se corren hacia las tierras de la ultraderecha. Otro sondeo de opinión realizado a principios de mes reveló que el 33 por ciento de los franceses están de acuerdo con que haya un cuerpo político entre el partido de derecha UMP (fue fundado por el presidente Nicolas Sarkozy) y la extrema derecha del Frente Nacional con el fin de gobernar juntos.
Con ese teatro contaminado como medio ambiente, tocar el tema de la inmigración es correr el riesgo de provocar un terremoto electoral. Los estudios de opinión llevados a cabo hace unas dos semanas mostraron que, en Francia, con un 24 por ciento posible de los votos, el Frente Nacional ganaría tanto las elecciones municipales como las europeas de 2014. Peor aún, si ello se concretiza en las urnas, el Frente Nacional se convertiría en el principal partido político de Francia, por encima del gobernante Partido Socialista y de la derecha clásica de la UMP. Allí donde se mire, la crisis de identidad política es fatal y beneficia a los «populismos». En Francia, la expulsión de la adolescente kosovar Leonarda Dibrani y del estudiante Khatchik Kachatryan dejó al descubierto otro aspecto de esta transformación: ni los socialistas en el poder se salvan del imán atractivo de las ideas ultraderechistas. La carrera hacia las urnas no está signada por la identidad política que se defiende, sino por lo que es más oportuno decir o hacer para superar al adversario, y ello sin límite de ética ni moral. El retorno de esa tendencia es nefasto: cuando un partido que está en el poder, y cuyas plataformas políticas y principios están a años luz de la ultraderecha, se pone a jugar con la idea del otro, o sea su adversario histórico, lo único que consigue es darle más legitimidad a su adversario. Cuando era presidente, Nicolas Sarkozy legitimó al Frente Nacional apropiándose de sus ideas, sus sucesores siguieron sus pasos y, ahora que están los socialistas, hay un par de personajes (Manuel Valls, actual ministro de Interior) que imitan el ejemplo. Todos trabajan, en suma, para la extrema derecha. Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional, sabe que, entre la copia y el original, los electores optarán por lo primero. En el seno de la Unión Europea, el tema de la inmigración es tenso y complejo y no existe el suficiente coraje político para abordarlo sin regateos o falsas expresiones de solidaridad. Europa está en la encrucijada del resguardo de sus valores y el desorden de la realidad. Lampedusa es una isla situada en medio del Mediterráneo que cuenta con 6000 habitantes, lo que la convierte en la primera entrada a Europa para los migrantes de Africa. En lo que va del año, 13.000 migrantes y solicitantes de asilo llegaron a Lampedusa a bordo de 140 barcos.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-232211-2013-10-27.html