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Tras los disturbios en el metro de París

Francia, un polvorín subterráneo

Fuentes: Eutsi

Un simple control de billetes degenera en violentos enfrentamientos entre jóvenes, usuarios del metro y policías. La policía francesa, apoyada por los gendarmes y militares que patrullan en permanencia por las principales estaciones de la SNCF*, se enfrentó el martes pasado con gases lacrimógenos, flash balls (pelotas de goma) y perros, a más de 200 […]

Un simple control de billetes degenera en violentos enfrentamientos entre jóvenes, usuarios del metro y policías. La policía francesa, apoyada por los gendarmes y militares que patrullan en permanencia por las principales estaciones de la SNCF*, se enfrentó el martes pasado con gases lacrimógenos, flash balls (pelotas de goma) y perros, a más de 200 jóvenes y usuarios del metro que, al grito de «Fuera Sarkozy» o «Sarko Hijo de puta», desafiaron durante más de seis horas al impresionante y desproporcionado despliegue (más de 300 policías), para protestar contra las violencias policiales que ese día, como cualquier otro, se habían abatido sobre un viajero de origen congolés detenido por no llevar billete. (Foto de la sede de campaña de N. Sarkozy ubicada en el distrito X de París, el lema de su campaña es «Imaginemos la Francia de después»…).

Como consecuencia de las violentas cargas contra los manifestantes, la batalla campal duró unas 8 horas y se saldó con la detención de 13 personas, la destrucción de varios escaparates y el saqueo de una tienda de zapatillas deportivas de la cadena Foot-Locker. Los enfrentamientos obligaron a cerrar el tráfico de líneas de metro, durante varias horas en la Estación del Norte. No fue el caso de la red ferroviaria de larga distancia, ni de la de cercanías que permanecieron operativas. Los hechos ocurrieron por tanto en plena hora punta, en uno de los centros de drenaje más importante de la población que vive en la periferia noroeste de París -una de las zonas más pobladas y desfavorecidas de la banlieue-. A medida que se agravaban los incidentes en la Gare du Nord, la masa de los trabajadores que una y otra vez llegaban a la estación por los trenes interurbanos, se veía por tanto envuelta entre cargas policiales y gases lacrimógenos, en una situación difícilmente comprensible desde fuera y dando lugar a todo tipo de rumores que venían a acrecentar tanto el pánico como la ira contra la policía.

Los motivos de esta batalla subterránea – el lugar de los hechos toma todo su sentido a la luz del polvorín que recorre de manera encubierta y solapada la sociedad francesa – difieren en función de los que la protagonizaron. Según la versión policial, la situación empezó a degenerar cuando un hombre controlado por los revisores y que viajaba sin billete, se dio a la fuga de manera violenta, intentando agredir a uno de los interventores que lo sujetaban. El supuesto infractor, que el Ministerio del Interior se ha apresurado en desacreditar en su intento de justificar la violenta intervención de la policía, es presentado como un hombre de 32 años, fichado por 22 delitos por los que ha sido detenido en 13 ocasiones. Para más inri , este ciudadano congolés, no tendría papeles y se habría introducido ilegalmente en el territorio. Una retahíla de antecedentes difundida a gran escala mediática para tratar de justificar lo injustificable. En realidad, el abogado del incriminado ha revelado hoy en el juicio de comparición inmediata (una de las reformas introducidas por Sarkozy para acrecentar el aparato represivo y debilitar los recursos de la defensa) que se trataba de delitos menores, hurtos de alimentos o de utensilios de cocina dentro de pequeños supermercados. También ha precisado que su cliente residía en Francia legalmente desde los diez años, después de un reagrupamiento familiar. En la versión bastante diferente, de los testigos presentes, la reacción de la muchedumbre que en aquel momento se encontraba en tránsito en la estación, se debe a la violencia con la que este hombre sin billete fue inmovilizado por los revisores y luego arrestado por los gendarmes. Los testimonios publicados en la prensa, como los recogidos la noche del martes durante la revuelta por las cámaras de televisión, confirman esta versión de los hechos y el carácter espontáneo de la protesta. El desvarío de ciertas agencias de información relegadas por la prensa mayoritaria (El País.es en su edición de ayer por ejemplo), que hablan de «jóvenes radicales» y «encapuchados» denotan un discurso preconcebido y una diabolización de la juventud – similares a la cobertura de los incidentes del otoño de 2005 – destinados a desacreditar totalmente este nuevo brote espontáneo de revuelta popular. Al contrario de lo que afirman éstas, lo que llama la atención es que la mayoría de los participantes en la protesta actuaron a rostro descubierto y sin temor a ser filmados por las numerosas cámaras de vigilancia de la estación (que luego sin embargo fueron destrozadas), seguros como estaban de actuar y protestar con la legitimidad que da el sentimiento de injusticia.

Frente a la desmesura de su intervención y a la habitual impunidad con la que las fuerzas del orden actúan, en especial frente a las poblaciones periféricas de la banlieue y desde la intronización del dúo represivo Chirac-Sarkozy en 2002 (Chirac gana en 2002 frente a Le Pen, en parte por haber hecho toda su campaña sobre el tema de la inseguridad ciudadana), no es de extrañar que, fuera el que fuera el motivo que prendió fuego a esta nueva revuelta, las cosas tomaran el cariz que tomaron. No hacen más que ilustrar el clima de tensión que vive el país y la falla que se ha abierto entre la población y la policía desde que Sarkozy llegara al Ministerio del Interior, apostando por la represión a ultranza (hasta los sindicatos de policía se quejan de que se les exija cumplir con cifras de detenciones, sean las que sean, privilegiando la cantidad) en detrimento de la prevención. Hacen eco al acoso y a la estigmatización a los que se ven sometidas en permanencia franjas enteras de la sociedad francesa, en particular las que se encuentran más al margen por sus orígenes inmigrantes o/y sociales. A esto hay evidentemente que añadir las fracturas sociales y urbanas internas a la sociedad francesa que constituyen un caldo de cultivo más que favorable al desarrollo rápido – aunque esporádico – de este tipo de movimiento. No en balde los hechos ocurrieron en la Gare du Nord, nudo gordiano de comunicaciones que pone en relación el norte desfavorecido y marginado de la capital con el centro de la ciudad. La Gare du Nord es a su modo, una de las puertas-fronterizas de la fortaleza social, excluyente de los más pobres, en la que se ha convertido la capital gala. Los revisores – odiados por la mayoría de la población joven de los suburbios-, son percibidos desde ese punto de vista como los guardianes de la frontera y del control social que se mantiene a la fuerza sobre la banlieue, mediante una limitación de las posibilidades de movimiento de sus habitantes, unos movimientos claramente hipotecados por otro lado, por el precio prohibitivo del transporte para muchas de estas categorías (el precio del billete de ida y vuelta del detenido era de 7 euros) que no hace más que reforzar la getoización de los arrabales periféricos. La colaboración de la policía en las tareas de control de billetes ha acelerado también la confusión de los dos cuerpos, haciendo de los torniquetes de validación, una frontera más de la muralla social y discriminativa que separa la capital de su banlieue.

No hay que olvidar tampoco, que la detención de este ciudadano de origen congolés es un ejemplo más de toda la violencia que desata desde hace dos años el estado republicano sobre estas categorías de la población. Víctimas de un permanente acoso, obligadas a esconderse en permanencia, la caza de los sin papeles tiene también repercusiones sobre la población de origen inmigrante, con papeles en regla, o de nacionalidad francesa. Por su aspecto físico, suscitan todo tipo de sospecha no sólo entre los policías responsables de la lucha lanzada por Sarkozy contra los clandestinos sino entre el conjunto de la población. Esta sospecha generalizada está creando un ambiente poco propicio para el desarrollo de la tolerancia y ahonda las fracturas y recelos ya de por sí bastante fuertes entre la población francesa, en particular entre los que no se benefician ni del crecimiento económico, ni de la prosperidad relativas del país, y que achacan la responsabilidad de su desclasificación social y de su proletarización acelerada al chivo expiatorio del emigrante que viene a quitar el trabajo y a aprovecharse de las ayudas sociales. Este electorado próximo a las tesis de la extrema derecha es uno de los protagonistas ocultos del escrutinio del 22 de abril (primera ronda presidencial) e influye de manera preocupante sobre el nivel del discurso político, cada día más bajo y orientado hacia tesis próximas al frente nacional. Más que el evidente cálculo de Sarkozy -que de hecho no oculta en absoluto sus intenciones de captar el voto lepenista – la patética actitud de la candidata socialista, que aboga por la represión de la delincuencia mediante el internamiento de los delincuentes en centros militarizados y defiende sin reírse la idea de que cada ciudadano francés tenga en su casa una bandera del país, muestra hasta donde llega el nivel del temor a que de nuevo se califique el frente nacional para la segunda ronda. Aunque actualmente Le Pen esté valorado «sólo» en un 12 % de las intenciones de voto, la banalización efectiva de su discurso retomado, ya no sólo por tenores de la derecha sino también por algunos soberanistas de la izquierda, es especialmente peligrosa y da cabida a las actitudes más reaccionarias de los votantes frente a los temas de inmigración y de identidad nacional (no en balde Sarkozy ha lanzado la idea de crear un ministerio de la Identidad Nacional y de la Inmigración juntando las dos palabras como si esta última alterara la primera).

Estos hechos reintroducen en todo caso en la campaña el tema, hasta ahora más bien apartado, de la inseguridad. Sarkozy no lo tiene tan fácil ahora como en 2005 ya que la revuelta del martes aparece claramente como una consecuencia de la política que él ha llevado a cabo estos últimos años. Pero no cabe duda de que si este rebrote tuviera prolongaciones de una forma u otra, el candidato de la derecha conservadora y ultra liberal cosecharía los beneficios de una política del miedo, sabiamente orquestrada desde el Ministerio del interior, en cuyos puestos de responsabilidad se encuentran los hombres de confianza del ahora ministro demisionario.

* Desde el famoso plan Vigipirate – instaurado en 1995 con la primera ola de atentados indiscriminados llevados a cabo en el metro de la capital por el GIA argelino – todos los puntos neurálgicos de la capital son controlados por patrullas de militares en uniforme y metralletas al hombro que dan al recién llegado la sensación de que la ciudad está en estado de sitio.

http://www.eutsi.org/kea/content/view/335/38/lang,es/