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Francia: Un radiante día de sol

Fuentes: Sin Permiso

La movilización del 19 de marzo convocada por las ocho organizaciones que componen la Intersindical – en defensa del empleo, el poder adquisitivo, la protección social y los servicios públicos – ha sido un éxito rotundo. Se trata probablemente de una de las más fuertes en los últimos años. Sólo en París se manifestaron unas […]

La movilización del 19 de marzo convocada por las ocho organizaciones que componen la Intersindical – en defensa del empleo, el poder adquisitivo, la protección social y los servicios públicos – ha sido un éxito rotundo. Se trata probablemente de una de las más fuertes en los últimos años. Sólo en París se manifestaron unas 350.000 personas. En más de 200 ciudades la concurrencia fue imponente: 300.000 en Marsella, 100.000 en Toulouse, otros tantos en Nantes y Burdeos, decenas de miles en Lille, Lyon, Grenoble y otros centros urbanos. Los cálculos cifran en 3.000.000 el número de manifestantes, entre un 20 y un 25 por ciento más que en la jornada del 29 de enero.

En París, un radiante día de sol alegró el recorrido de ocho horas entre la Plaza de la República y la de la Nación, pasando por la Bastilla. Al frente, las pancartas de varios metros resumían el contenido del movimiento: «Frente a la crisis, defendamos el empleo, el poder de compra y los servicios públicos», «No a la supresión de empleos y por un aumento general de los salarios y pensiones». A la cabeza del cortejo, los colectivos en defensa de la educación nacional también desplegaron su pancarta con una leyenda: «¿Ahora sí nos ves?», en burlona alusión a Sarkozy, que dijo que con el servicio mínimo obligatorio ya no se verían manifestantes.

Trabajadores de los sectores público y privado, docentes, investigadores, médicos, empleados, todos unidos en la protesta. La ira y el repudio a la política de Sarkozy iban acompañados de una explosión de alegría colectiva. Música, cantos, disfraces, comparsas, bailes, y otras múltiples manifestaciones de protesta, expresaron el rechazo y la oposición al «monarca electivo». Sarkozy concitó críticas, burlas e improperios de todo tipo. Su famoso casse-toi, pauv’con, el insulto que profirió en el Salón de la Agricultura, se transformó en un bumerán contra el presidente. Irreverencia, por cierto, totalmente justificada.

Esta alegría colectiva tiene un significado profundo. El sentimiento de identidad -el «nosotros» contra «ellos»- apareció objetivamente incorporado a la política, a la acción social, sobre todo para miles de jóvenes que participaban por primera vez en una acción de este tipo. Frente a una sociedad atomizada y sometida a la violencia del poder, donde reinan el individualismo y el «sálvese quien pueda», donde la competencia y la despolitización son utilizadas como armas de dominación, esta movilización contrapone el viejo principio de la solidaridad social. Ese sentimiento que es sustento de la consciencia de la propia fuerza y condición para su transformación en fuerza social y política real. No por casualidad la consigna «Resistencia» fue una de las más voceadas, así como las de solidaridad con Guadalupe y con los inmigrantes. Este 19 de marzo soplaba en París y en las ciudades francesas, un aire de «Mayo 68». Ese aire, justamente, que concita el odio – y el temor – de las clases dominantes.

Sarkozy ha logrado, en dos años, pasar del «estado de gracia» a la decadencia. Según las encuestas (con frecuencia favorables al poder) sólo el 35 por ciento de los franceses mantiene su confianza en él, y más del 70 por ciento era partidario de la protesta colectiva. La credibilidad del presidente está cuestionada. No sólo entre los sectores en principio adversos que consiguió atraer durante la campaña electoral del 2007, sino entre los propios. Ha conseguido granjearse la antipatía de casi todos, a excepción de la élite que se beneficia de su política y de sus amigos-lacayos. Durante el gobierno de Jacques Chirac, por ejemplo, lo que había eran luchas puntuales contra el «plan Devaquet», ministro de educación nacional, o contra «el plan Juppé», primer ministro. La presidencia como institución permanecía relativamente al margen. Ahora, todo el fuego va dirigido a Sarkozy. Su presencia mediática permanente, sus discursos, su tono, sus gesticulaciones, sus rictus, sus declaraciones grotescas, su «yo, yo, yo», le están costando caro.

La movilización social se ha radicalizado desde el 29 de enero. El conflicto universitario entra en su séptima semana, y a pesar de las «concesiones» ministeriales, no aparecen signos de freno. Todo lo contrario. La mitad de las universidades siguen paralizadas, otras con acciones diversas. Se multiplican iniciativas inéditas como los «cursos salvajes» en plazas o estaciones ferroviarias. Lugares simbólicos como la Sorbona o el Instituto de Ciencias Políticas, por ejemplo, son centros de acciones regulares. Desde el 16 de marzo, una «Ronda infinita de los obstinados» se reúne en la Plaza de Grève, frente al Hôtel de Ville, donde fue proclamada la Segunda República en 1848. A partir del 23 de marzo, la ronda estará en pie día y noche, bajo la consigna: «La universidad no es una empresa, ni el saber una mercancía».

Al mismo tiempo, la caída salarial y el desempleo masivo han aumentado. No hay día en que alguna empresa cierre o despida a miles de trabajadores que quedan en la calle. Hasta la gigante Total, con 14.000 millones de euros de beneficio en el 2008, ha suprimido 500 empleos recientemente. El Instituto Nacional de Estadística ha anunciado el viernes pasado la pérdida de cerca de 400.000 empleos en el primer trimestre del año. La desocupación pasa así, según las cifras oficiales, al 8,8 por ciento, sin contar a los que están radiados, pues no encuentran ni buscan ya trabajo. La ira social tiene un sustento material muy concreto. En los barrios suburbanos, donde la desocupación llega al 30 por ciento y los problemas sociales subsisten, reina por ahora una calma singular. No hay que descartar, sin embargo, que sea el presagio de una tormenta cercana.

Confiados en el éxito obtenido el 19 de marzo, los sindicatos esperaban una reacción del gobierno. Esta no tardó en llegar. François Fillon, el primer ministro segundón, simplemente dijo que las tres millones de personas que habían salido a la calle no harían cambiar la orientación del gobierno y que ningún plan de reactivación por el consumo sería puesto en marcha. Al mismo tiempo, Sarkozy anunció que mantenía su «escudo fiscal», una medida absurda y provocadora que beneficia a 823 grandes fortunas (que poseen un mínimo de 15,5 millones de euros). A todo ello deben sumarse los miles de millones inyectados a los grandes bancos para paliar la crisis – de la cual son ellos mismos responsables -, al tiempo que el reclamo de aumento de salarios sólo obtiene una respuesta: «las cajas están vacías». No resulta extraño que la marea de rabia y protesta aumente día a día. A veces, como ha ocurrido recientemente, con explosiones de violencia, con empresas ocupadas y patrones secuestrados. Un sentimiento de «ya basta» se ha generalizado en el conjunto de la población. ¿A dónde conducirá todo esto? La cuestión queda planteada.

El fuerte sentimiento unitario de las luchas recientes obliga, incluso a las direcciones más débiles o propensas a la negociación, a seguir en la acción. Esto es muy importante, como es sabido, pues la unidad sindical sigue constituyendo la columna vertebral de los movimientos sociales. En ese sentido, la política del frente único sindical y político tendría que ser un polo aglutinante de las izquierdas. Es el requisito ineluctable para la construcción de una alternativa política. Nada puede hacerse sin tener en cuenta el movimiento real, su potencialidad y sus fuerzas, aunque también sus carencias. El resto, como demuestra una larga experiencia, es pura ilusión.

Las analogías son siempre riesgosas. Me permito, sin embargo, hacer una referencia histórica. Durante la crisis de los años 30 del siglo pasado, entre 1929 y 1933, la política de «clase contra clase» de la Internacional Comunista identificó a la socialdemocracia alemana con el «social-fascismo». Esta política contribuyó a un debilitamiento mutuo de la izquierda y a la desmoralización del movimiento obrero más fuerte de Europa. No fue ésta, es verdad, la única razón de dicho debilitamiento ni cabe atribuir a esta política la responsabilidad exclusiva de todo. Sin embargo, conocemos bien a los «bribones» que salieron ganando en ese trágico año 1933. La época es otra, los peligros diferentes, pero los bribones son siempre los mismos, los testaferros del capitalismo. Es fundamental construir una respuesta política a la movilización social, una respuesta que permita ganar espacios y tiempos, modificar la correlación de fuerzas a favor de las clases subalternas y oprimidas y recrear la esperanza. No sólo en Francia, por supuesto, sino en el conjunto de los países europeos. El «no» a la Europa neoliberal es un polo unificador. En ese sentido, el debate sobre la estrategia y la táctica sigue abierto. Al menos para los que no tenemos «la» solución pero sabemos, en cambio, que «todo es posible y nada es probable», como gusta decir un viejo amigo.- París, 21 de marzo 2009.

Hugo Moreno , miembro del Consejo editorial de Sin Permiso , es docente-investigador en Ciencias Políticas de la Universidad de Paris 8 – «Vincennes à Saint-Denis».