Las fronteras exteriores de la UE. El problema de las fronteras exteriores de la UE comienza a tener una importancia capital, sobre todo a partir de las dos últimas ampliaciones, en las que doce nuevos miembros de Europa del este, entraban a formar parte de la Unión. Cuando el proceso de integración se hallaba en […]
Las fronteras exteriores de la UE.
El problema de las fronteras exteriores de la UE comienza a tener una importancia capital, sobre todo a partir de las dos últimas ampliaciones, en las que doce nuevos miembros de Europa del este, entraban a formar parte de la Unión. Cuando el proceso de integración se hallaba en sus comienzos, no se planteó el problema de «hasta dónde llegaba Europa», pues se trataba de un proceso lento, que tenía lugar en Europa occidental en el marco de la Guerra Fría, como construcción opuesta a la expansión del bloque socialista, y que se preveía largo. Surgen ahora dos cuestiones: los límites de la Unión Europea y la naturaleza de sus fronteras exteriores.
En cuanto a los límites de la Unión, éstos son eminentemente normativos, en tanto que no son características adscritas, es decir, culturales, lingüísticas, religiosas, históricas o geográficas, las que deciden si un estado pertenece o tiene la posibilidad de pertenecer a la Unión, sino una serie de criterios políticos, institucionales y económicos que se exigen a todo Estado candidato a la adhesión. Se trata de los criterios de Copenhague que consisten fundamentalmente en: a) democracia, entendida como instituciones representativas estables, b) economía de mercado, es decir, modo de producción capitalista, y c) capacidad política y económica para asumir las obligaciones que se impongan desde Bruselas. Los límites de la Unión dependen, pues, de estrategias políticas y económicas, y no de un «ethos» europeo, sea del tipo que sea, y digan lo que digan los medios burgueses con pretensiones progresistas.
Por lo que se refiere a la naturaleza de las fronteras exteriores, éstas se caracterizan por la diversidad de ritmos y de modos en que sus diferentes ámbitos se van conformando. La construcción de la Unión está lejos de ser, al menos hoy por hoy, la construcción de un único y gran Estado europeo con unas fronteras estables y bien definidas. Por el contrario, sus fronteras exteriores evolucionan a ritmos diferentes en sus diferentes dimensiones (economía, seguridad, etc.) y tienen más que ver con la gobernanza multinivel que con la soberanía westfaliana [1] . Si bien, desde 1648 y hasta la caída del muro de Berlín, la soberanía territorial era una característica fundamental e indiscutible de los Estados y únicamente de ellos, los procesos de integración regional actuales ponen en entredicho ese esquema centenario. En particular, la Unión Europea, es el proceso más complejo y desarrollado de este tipo; los Estados miembros ceden parte de su soberanía a una instancia superior, la Unión, pero también, y a iniciativa de esta última, a instancias inferiores, como en el caso de las iniciativas INTERREG [2] . Además de ello, la UE cuenta con capacidad para dirigir ciertas políticas de Estados candidatos a la adhesión que aún no son miembros, mientras que al mismo tiempo, ciertos Estados miembros pueden eludir ciertas normas de la UE. Ello hace aún más complejo el entramado europeo. Por último, no conviene olvidar que los Estados mantienen competencias exclusivas en diversos ámbitos, como es el caso de la educación.
En base a esto, se ha argumentado por algunos analistas que vivimos en una Europa-laberinto, en la que la complejidad característica de la sociedad de la información, las nuevas formas de ciudadanía y la interrelación creciente entre todas las partes del mundo que genera la globalización, ha producido estos y otros efectos. Estos mismos analistas, muchos de ellos profesores de nuestras Universidades públicas, son los mismos que defienden la inexistencia de las clases sociales o de relaciones de explotación y dominación entre unos Estados (o conjuntos de Estados) y otros, es decir, niegan el Imperialismo. Sin entrar a rebatir en detalle cada uno de estos peregrinos argumentos, y sin entrar a discutir qué es el Imperialismo y qué tipo de imperialismo representa la UE, el caso es que ésta, desde un punto de vista únicamente geopolítico, muestra claros signos de constituir una fortaleza imperialista. En concreto, y en lo que se refiere a las fronteras exteriores, a través del espacio Schengen.
El Espacio Schengen supone un ámbito geográfico, constituido por los estados firmantes del Acuerdo de Schengen, en el cual desaparecen las fronteras comunes a la circulación de personas y bienes, entre los estados miembros, y, por otro lado, se refuerzan y se coordinan los controles fronterizos en las fronteras exteriores, especialmente en lo que se refiere a inmigración ilegal y seguridad, a través de una política común de inmigración, visados, cooperación policial y fronteriza. Pretende, en definitiva, acabar con los controles fronterizos internos y reforzar los controles externos, convirtiendo Europa en un espacio político-económico lo más compacto y uniforme posible en el interior, y bien diferenciado y protegido del exterior.
La fortaleza y su entorno.
El proceso contradictorio de división del mundo en un Centro imperialista y una Periferia dependiente (o en terminología marxista más clásica, potencias imperialistas y países dependientes), incluye el proceso de construcción de la Unión Europea. El Centro esta compuesto por los territorios-fortaleza de Norteamérica, la UE, Japón y Australia, y entre ellos se dan luchas por la hegemonía mundial, al igual que se dan luchas entre los distintos sectores de la clase capitalista, a pesar de tener un interés común por la dominación de clase. Geográficamente, la UE conforma un Centro regional, a partir del cual se van extendiendo anillos concéntricos de proximidad en lo que a relaciones económicas y políticas se refiere. En éste sentido, existen dos franjas de proximidad con las que la UE mantiene o pretende mantener relaciones privilegiadas; la Europa del este, más allá de los países que ingresaron en las últimas ampliaciones, por un lado, y los países del Mediterráneo sur, por otro.
Como se ha dicho antes, las fronteras de la UE son multidimensionales y se construyen a distintos ritmos según sus ámbitos. Así, hay que establecer una clara diferencia entre las fronteras institucionales, que son las únicas fijas al coincidir con los estados miembros y que marcan la diferencia entre quienes tienen capacidad de decisión en la UE (miembros) y quienes no (no miembros), y, por otro lado, el resto de las fronteras: geopolítica, militar, jurídica, económica y político-cultural, que no se solapan con los estados miembros. Esto hace que una serie de países fuera de UE puedan «disfrutar» de las ventajas de estar dentro de una o más de las fronteras señaladas, pero no dentro de la frontera institucional, para la que tendrían que cumplir los requisitos de Copenhague. Y aquí hay una clara diferencia entre la Europa del este, que se prevé que, tarde o temprano, tenga la posibilidad de formar parte de la UE, y los países del Mediterráneo sur, a los que se mira como ámbito de influencia sin plantearse la posibilidad de que formen parte de la UE, al menos en un principio.
Tenemos por lo tanto, por un lado, una frontera difusa, inclusiva, con la que se pretende expandir la UE o sus políticas y zonas de influencia, y, al mismo tiempo, una frontera rígida, basada en criterios de seguridad, defensa y control fronterizo frente a flujos ilegales, fundamentalmente, inmigrantes. Esta frontera dura está formada por el espacio Schengen (control de las fronteras exteriores), al PESC (Política Exterior y de Seguridad Común) y la OTAN [3] (defensa), dirigida por EE.UU., y que incluye a otros países no europeos. Es una frontera rígida en tanto que, o se está dentro o se está fuera, y no hay posibilidad de acuerdos intermedios. Coincide, más o menos, con la frontera institucional.
La aparente contradicción entre ambos tipos de fronteras se resuelve, si tenemos en cuenta que la UE constituye un Centro de poder, un conjunto de potencias imperialistas que establece las reglas de juego en su área de influencia, la Periferia, comenzando por sus vecinos, sus zonas de influencia más próximas, que a su vez, sirven como zonas tampón de cara a la Periferia exterior: África y Oriente Medio, fundamentalmente. A éste respecto también hay que señalar cómo ha sido y está siendo el proceso de ampliación de la UE: de Oeste a Este, una expansión hecha a base de anillos concéntricos, teniendo en Europa centro-occidental el núcleo duro. Schengen, por ejemplo, se ha ido extendiendo con cada ampliación.
La fortaleza frente a la inmigración.
Existen flujos transnacionales que atraviesan la división Centro-Periferia. Estos flujos atraviesan en mayor o menor medida, con mayores o menores dificultades, las fronteras de la Unión, incluida esa frontera rígida materializada en el espacio Schengen. Uno de esos flujos, es la inmigración, en concreto la inmigración ilegal.
A la hora de hablar de flujos migratorios, hay que ir a las causas que producen éstos movimientos y, si tenemos en cuenta lo anteriormente dicho, vemos que las causas de la inmigración tienen mucho que ver con la conformación de la división entre el Centro y la Periferia. La situación de hambruna, miseria e inestabilidad social y política de la Periferia, viene dada por su calidad de subordinada y eso es lo que genera las migraciones hacia el Centro. Los grandes recursos y riquezas que posee la Periferia no revierten en su propia población, debido al sistema económico mundial, fundamentado en el intercambio desigual, y a las directrices de ajuste estructural y nulo gasto público que instituciones «globales», pero radicadas en el Centro del sistema internacional, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio, imponen a cambio de la «ayuda al desarrollo». Una «ayuda» que es en realidad una inversión de las potencias imperialistas que se realiza a través de la deuda externa contraída por los países dependientes. Una «ayuda» para un «subdesarrollo» del cual llevan años siendo responsables.
En consonancia con esto, la UE tiene una responsabilidad de primer orden en la situación, por ejemplo, de muchos países de África, cuando, por un lado, determinados gobiernos europeos o la propia UE apuntalan en este continente regímenes militares serviles a los intereses occidentales y, por otro lado, la Unión lleva a cabo una política de subsidios agrarios y «dumping» a favor de su propia economía interna, al tiempo que exige a los países de la Periferia que abran sus fronteras al libre mercado, lo que impide que las economías de éstos países, más débiles de entrada, sean capaces de competir con las empresas europeas. Esta es otra estrategia que muestra cómo Europa es una fortaleza imperialista, solo que en el ámbito económico: cerrar la propia economía y exigir a los demás que abran la suya. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de expandir el capitalismo salvaje allí donde sea posible, allí donde puedan encontrarse espacios para la producción y reproducción de plusvalor, ya sea África, Oriente Medio, América Latina o los propios servicios públicos europeos, cada vez más degradados. Esta apertura de los mercados se les exige también, como es sabido, a aquellos países europeos candidatos a la adhesión.
En éste sentido, teorías demagógicas como la del «efecto llamada», no sólo ignoran los condicionantes estructurales de la inmigración, así como la política general de inmigración de la UE, basada en Schengen, sino que al reducir, de manera simplista, todo el problema a una cuestión policial de cada uno de los Estados inducen a la población autóctona a un estado de temor y desconfianza frente al inmigrante, al tiempo que no se evita, ni con las medidas más represivas, que se reduzca ese flujo migratorio [4] . Un flujo que, en última instancia revierte en perjuicio de los países de origen, al descapitalizarlos en lo que a recursos humanos se refiere. No hay que olvidar que gran parte de la inmigración africana procede de sectores sociales que tienen formación cualificada. Es decir, Europa no sólo expolia los recursos materiales de África, sino también toda aquella fuerza de trabajo nativa que es potencialmente un factor de desarrollo económico y social para su propio país. Fuerza de trabajo a la que interesa mantener aquí en situación de ilegalidad, para obtener mayores beneficios de una mayor explotación.
Por otro lado, desde medios de comunicación y las instituciones políticas de los países europeos, existe una facilidad pasmosa para crear alarma sobre la inmigración ilegal y todas las actividades ilegales que giran en torno a ella. Sin embargo no se dice nada de las situaciones y acciones ilegales y alegales que cometen la UE y todos sus estados miembros contra los inmigrantes. Respecto a esto, hay dos casos especialmente sangrantes, el de los Campos de Internamiento y el de las extradiciones ilegales. Existen varios tipos de Campos de Internamiento, de los cuales, la mayoría son campos de reclusión en los que los inmigrantes se hallan hacinados y carecen de los derechos más básicos y de las condiciones sanitarias más elementales. Éstos campos se hayan fundamentalmente en los países de la UE receptores de inmigración, pero también existen en los países «tampón» del Magreb, el Mediterráneo este y la Europa oriental, que hacen las funciones de gendarmes del Imperio, realizando el trabajo sucio de aplicación de una mayor violencia sobre los inmigrantes, a cambio de estar dentro del «selecto club» de los aspirantes a la adhesión o a otro tipo de prebendas. Y por supuesto, su funcionamiento no está regulado ni es de conocimiento público. En cuanto a las extradiciones ilegales, estas consisten en deportar sin más a todo inmigrante en situación de ilegalidad, sin respetar sus derechos (reconocidos en las legislaciones internacionales, europeas y nacionales de cada miembro de la Unión) ni los procedimientos legales oportunos. Esto ocurre casi a diario.
¿Qué hacer?
Llegados a este punto, quienes combatimos el Imperialismo debemos preguntarnos, como hiciera en su día Lenin, ¿qué hacer? Pues mucho, y mucho hay que formarse sobre ello, pues la Izquierda (la de verdad, con mayúsculas, la revolucionaria) en Europa está hoy en pañales y no puede ni de lejos compararse con la de Venezuela o Latinoamérica en general. Pero algunas cosas pueden ir quedando claras:
La primera es que hay que aprender de los procesos reales de cambio revolucionario que están teniendo lugar hoy en el mundo. Y ocurren precisamente en la Periferia, en los países dependientes, de los que la teoría clásica auguraba que seguirían el camino marcado por las potencias imperialistas, donde las contradicciones capitalistas estarían más desarrolladas. La historia ha demostrado que esto no es así. La Izquierda europea y occidental debe apearse del burro, dejar de creerse que está en el Centro del cosmos político, prestar atención a la realidad de los países que hoy lideran el cambio, estudiar sus necesidades y prestarles apoyo, sin condiciones y sin dar lecciones de nada. Y por supuesto, aprender ellos, extraer lo que nos pueda servir de su experiencia para construir la nuestra. De lo contrario nunca saldremos de la espiral de sectarismo y bisoñez en la que estamos. Pretender marcar el camino desde Europa recuerda a las pretensiones de los intelectualoides izquierdistas y pequeño-burgueses que elaboran teorías revolucionarias mágicas y recetas a la carta sin haberse parado ni un minuto para acercarse a los trabajadores y escuchar cuáles son sus demandas, sus necesidades y la percepción que ellos tienen de su situación; recuerda también a la actitud patética de esos hombres que se dicen feministas y defensores de la igualdad, pero para los cuales, lo que digan las feministas les entra por un oído y les sale por el otro y, además, también pretenden decirles a ellas qué hacer y qué no (por no hablar de cómo se asustan con conceptos como el de «discriminación positiva»). La historia de la Izquierda europea y occidental está llena de ejemplos como estos… y ya va siendo hora de suprimirlos. Y cuando se trata de Imperialismo, el sujeto oprimido es la Periferia (póngasele el nombre que se quiera) y es ella quién debe liderar su propia liberación.
La segunda cuestión que debemos ir teniendo clara, metiéndonos de nuevo en materia geopolítica, es que hay que combatir el proyecto europeo. La UE no es democrática ni es viable como marco de transformación social, pues más allá del fraude que implica la fracasada «Constitución europea», nunca ha existido una voluntad popular y democrática a favor de un proceso de unificación de todos los pueblos de Europa. Toda la verborrea sobre proyectos anteriores como el de Napoleón, Carlos V o el Imperio Romano, se cae por su propio peso cuando se echa un vistazo a esos proyectos. Nunca ha habido una conciencia europea hasta bien entrada la era capitalista y siempre como deseo de una parte de las clases dominantes de algunos Estados de Europa. La UE es un bloque imperialista surgido en unas circunstancias históricas concretas, tras la 2º Guerra Mundial y con una motivaciones muy particulares: además de la reconstrucción de Europa tras la guerra, hacer frente a la expansión del socialismo y compensar la pérdida de hegemonía mundial por parte de las potencias europeas, pérdida debida a la descolonización y al encumbramiento de EE.UU. y la URSS como superpotencias. Es un bloque parasitario que constriñe los derechos de los pueblos que conforman su espacio geográfico y expolia a los países dependientes, al tiempo que se blinda en varios sentidos frente a ellos. Ya en 1902 J. A. Hobson, liberal inglés en cuyos trabajos se basó Lenin para desarrollar su teoría del Imperialismo, supo ver que la creación de los «Estados Unidos de Europa», idea muy en boga entre la intelectualidad de la época, sólo serviría para aumentar el sufrimiento y la explotación del resto de la humanidad. Si desde la Izquierda europea, lo que queremos es una Unión libre de pueblos libres, que no tiene por qué coincidir con el continente europeo (podrían ser los pueblos del Mediterráneo, por ejemplo), hay que combatir y desmontar ese mostrenco parasitario que es la UE. Es falso, por otro lado, el argumento según el cual, la UE, por mala que sea, es necesaria para hacer de contrapeso al poder omnímodo de EE.UU. En primer lugar, porque, salvo en cuestiones muy puntuales, no existe tal función de contrapeso desempeñada por la UE. Y en segundo lugar, la experiencia de Cuba, Venezuela y de otros países, pueblos y regiones que se han enfrentado al Imperialismo (yanki o no), nos muestra que es posible y necesario resistir con dignidad.
La tercera y última cuestión se refiere a la clase trabajadora, en concreto a la relación entre la clase trabajadora inmigrante y la nativa. Es necesario que la Izquierda empiece a articular propuestas concretas con respecto a la situación de los trabajadores inmigrantes. La división a la que se ven abocados hoy día estos y los nativos tiene una razón de ser estructural, la obtención de una mayor plusvalía a través de la explotación de una mano de obra mucho más barata que la que puede encontrarse entre la población nativa de los países europeos. El sistema utiliza a la población inmigrante como chivo expiatorio donde focalizar la causa del malestar creciente entre la población nativa (táctica imperialista que no es nueva en absoluto), y esta última, víctima también de la explotación, la desinformación y la desorganización, se deja llevar por aquellos que le presentan una explicación simple y una solución expeditiva: la causa de la falta de trabajo, de los cada vez más bajos salarios, o de la carestía de la vida es la inmigración y, por lo tanto, hay que impedir su afluencia masiva. Este es un discurso absolutamente demagógico, fascista, burdo y desconectado de un análisis sereno del problema, pero es un discurso que cala hondo entre amplios sectores de la población trabajadora europea. Y es así porque está deliberadamente diseñado para atraer ese sector que Lenin llamaba «aristocracia obrera», es decir, lo que la socialdemocracia oportunistamente llama «las clases medias». Unas clases medias cada vez más precarizadas y con mayor temor a perder su posición de relativo privilegio. Por otro lado, también es un discurso capaz de convencer a sectores de trabajadores nativos menos favorecidos, que compiten en algunos casos (muy pocos) por los mismos puestos de trabajo que los inmigrantes. Y mientras la extrema derecha se atrae a todos esos trabajadores que no encuentran un referente de clase, la Izquierda carece de una propuesta concreta para una de las principales cuestiones que determinan la agenda político-social actual, más allá del loable pero estéril «papeles para todos», que es más una máxima moral que algo real sobre lo que desarrollar trabajo político. Tenemos que dejar de esperar que surja una solidaridad de clase de manera espontánea y natural entre trabajadores nativos e inmigrantes, y empezar a señalar a los enemigos comunes y a plantear propuestas concretas que casen con la realidad de los trabajadores y con sus intereses inmediatos. Hay que construir la casa por sus cimientos, no por el tejado. Si no, vamos a tener Imperialismo europeo para largo.
[1] La Paz de Westfalia de octubre de 1648 que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, inauguró un orden internacional basado en el equilibrio de poder entre las potencias y un sistema de Estados territoriales bien definidos y con soberanía indiscutible en su territorio. La gobernanza hace referencia al modo en que en la actualidad esa soberanía no es tan clara y los Estados deben coordinarse con organismos internacionales y otras instancias, muchas veces privadas, para conservar y reproducir el orden internacional.
[2] INTERREG son un conjunto de iniciativas de cooperación regional de la Unión Europea que tienen como objetivo la mayor comunicación e integración entre las regiones limítrofes de los Estados miembros.
[3] La OTAN es la principal institución militar con la que cuenta la UE, a pesar de no ser exclusivamente europea. Es casi una norma, con muy pocas excepciones, el ingreso en la OTAN junto con el ingreso en la UE. El hecho de que la Unión sea un bloque imperialista, no implica que tenga su propio aparato militar; las circunstancias históricas han hecho que, en términos militares, la UE dependa de – coopere con EE.UU. Este es un ejemplo de gobernanza; la soberanía de los Estados europeos así como de la Unión, se haya compartida con agentes exteriores en un ámbito tan importante como el militar.
[4] Los estudios demográficos más recientes prevén una reducción de los flujos migratorios para los próximos años, y todos apuntan a causas endógenas de los países de la Periferia como explicación. El efecto de las políticas de cierre de las fronteras de los países del Centro es insignificante.