En momentos en que desde la Casa Blanca asoma el rostro del fascismo del Siglo XXI como la encarnación de la dictadura emergente de la clase capitalista transnacional, es dado suponer que la conjura mediática contra Venezuela, Cuba y los países del ALBA, intensificará, renovados, sus afanes desestabilizadores como parte de la política imperial de […]
En momentos en que desde la Casa Blanca asoma el rostro del fascismo del Siglo XXI como la encarnación de la dictadura emergente de la clase capitalista transnacional, es dado suponer que la conjura mediática contra Venezuela, Cuba y los países del ALBA, intensificará, renovados, sus afanes desestabilizadores como parte de la política imperial de «cambio de régimen» en los países considerados hostiles por la diplomacia de guerra de Washington.
Como dice Ignacio Ramonet, sin que nos demos cuenta, estamos siendo observados, espiados, controlados y fichados por Estados orwellianos que llevan a cabo una vigilancia clandestina masiva en alianza con aparatos militares de seguridad y las industrias gigantes de la web. Pero además, de manera paralela y complementaria, tiene lugar otra guerra en el espacio simbólico y en los planos cultural e ideológico, que es librada por los medios hegemónicos cartelizados contra los pueblos de Nuestra América, cuando se abre paso la era de la llamada «post verdad» o el arte de la mentira.
Ambos procesos son promovidos por y desde Estados Unidos como hegemón del sistema capitalista. A últimas fechas, Cuba y Venezuela han sido los principales objetivos de un terrorismo mediático que, para imponer imaginarios colectivos con los contenidos y sentidos afines a la ideología dominante, utiliza además medios cibernéticos, audiovisuales y gráficos para manipular y controlar las conciencias.
Ante la llegada de Donald Trump a la Oficina Oval con su gabinete de militares imperialistas, expansionistas territoriales y fanáticos delirantes, es previsible que las guerras irregulares y asimétricas impulsadas por lo que Robert Bunker ha definido como una «insurgencia plutocrática», cobrarán nuevos bríos.
Y si bien existen en la coyuntura contradicciones y confusión en las élites políticas y económicas transnacionales, no cabe duda que con su equipo de mexicanófobos, islamófobos e iranófobos -y con su discurso socialdarwinista, neoautoritario con reminiscencias hitlerianas y de poder desnudo, desprovisto de las máscaras de la era Obama− la administración Trump puede retrotraer al mundo a la época de Las Cruzadas.
Trump dijo hace un par de días que abanderará el «gran resurgir» militar de Estados Unidos con un solo fin: «ganar, ganar». Pero como es bien sabido, las guerras actuales se libran también en el campo mediático bajo la forma de conflictos irregulares.
El Pentágono da una gran importancia a la lucha ideológica en el campo de la información y al papel de los medios de difusión masiva como arma estratégica y política. En ese contexto, más allá de lo que ocurra en la realidad, la narrativa de los medios es clave en la fabricación de una determinada percepción de la población y las audiencias mundiales.
Lo anterior ha sido reforzado en la coyuntura con el neologismo de resonancias orwellianas entronizado por el Diccionario Oxford como palabra del año: la post verdad, un híbrido bastante ambiguo cuyo significado «denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal».
Según un editorial de The Economist, Donald Trump «es el máximo exponente de la política ‘pos verdad’ (…) una confianza en afirmaciones que se ‘sienten verdad’ pero no se apoyan en la realidad». Su victoria electoral habría estado fundada en aseveraciones que «sonaban ciertas», pero que no tenían base fáctica; en verdades a medias basadas en emociones y no en hechos.
Lo que nos conduce al arte de la desinformación. Al uso de la propaganda como una tentativa para ejercer influencia en la opinión y en la conducta de la sociedad, de manera que las personas adopten una opinión y una conducta determinadas; se trata de incitar o provocar emociones, positivas o negativas, para conformar la voluntad de la población, las más de las veces tergiversando o manipulando los hechos a favor de la cultura dominante.
La finalidad del propagandista es modificar la conducta de las personas a través de la persuasión. Es decir, sin parecer forzarlas. Y uno de los principales medios para ejercer influencia en la gente y obtener ese fin, es la mentira. La mentira como arma. En ocasiones como arma de guerra. Pensamos, por ejemplo, en la manipulación ejercida por la administración Bush a raíz del trauma del 11-S, al utilizar la falsa noticia de las armas de destrucción masiva en Irak.
Las poblaciones de los países del ALBA, y en particular las de Cuba y Venezuela, han sido objetivo de tiempo atrás, de campañas constantes de intoxicación desinformativa a través de mensajes e imágenes destinadas a despojarlas de todo referente político e ideológico que no responda a la lógica del imperio. Los medios de difusión masiva bajo control monopólico privado, tanto impresos como electrónicos, son el principal instrumento para la guerra y el terrorismo mediáticos.
Como se señala en la convocatoria al XV Encuentro de la Red en Defensa de la Humanidad titulado «Comunicación emancipatoria o patrias colonizadas», en ese avasallamiento del sentido y de los valores que fundan la cultura de los pueblos de Nuestra América, «el principal objetivo (de Estados Unidos) es aniquilar la esperanza de consolidar un camino alternativo a la dictadura del capital y a su consabida destrucción de la vida y del planeta».
De allí que procesos revolucionarios como el cubano y el venezolano sean sometidos a encarnizadas e inmorales campañas propagandísticas con apoyo de personalidades de la derecha mundial y sus intelectuales orgánicos, como Mariano Rajoy, Felipe Calderón, Mario Vargas Llosa, Jorge G. Castañeda y Enrique Krauze, ahora con apoyo del secretario general de la OEA, Luis Almagro, dirigidas no sólo a desprestigiar los modelos políticos y a sus líderes, sino también a la desestructuración de ambas sociedades y sus bases económicas.
Es ante esos embates de la derecha ultra-reaccionaria y sus patrocinadores en Washington, que un grupo de intelectuales, artistas y dirigentes de movimientos sociales de la Red en Defensa de la Humanidad se reunirán este lunes y martes en la Casa Amarilla, aquí en Caracas, para debatir de manera libre y horizontal acerca de la necesidad de desarrollar nuevos medios creativos, con nuevos contenidos semánticos y renovadas formas para transmitirlos, con la finalidad de romper el cerco mediático desinformativo que intenta asfixiar el espíritu revolucionario y la voluntad de profundizar el cambio radical, contra-hegemónico, que tiene lugar en ambas sociedades.
Frente al cercenamiento de la verdad y el uso de la mentira como arma de guerra de los poderosos, se trata de producir una real y participativa comunicación emancipatoria, que mediante la suma de esfuerzos, talentos y capacidades creativas haga prevalecer la razón revolucionaria sobre el sentido mediático, a partir de una iniciativa que, para que sea fecunda, deberá traducirse en una estrategia local, continental y planetaria.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.