La hospitalidad ha sido siempre un baluarte humano, uno de esos valores ancestrales que durante siglos han constituido el orgullo de pueblos, naciones, comunidades y familias, cuidado como el fuego, quizás porque como éste no «sabe morir», a decir de Martí. Bastaría sólo recordar la Ilíada, la bella y legendaria historia contada por el ciego […]
La hospitalidad ha sido siempre un baluarte humano, uno de esos valores ancestrales que durante siglos han constituido el orgullo de pueblos, naciones, comunidades y familias, cuidado como el fuego, quizás porque como éste no «sabe morir», a decir de Martí.
Bastaría sólo recordar la Ilíada, la bella y legendaria historia contada por el ciego Homero. En aquellos lejanos y épicos tiempos, la hospitalidad constituía un deber sagrado. Así, cuando el joven Telémaco sale sigilosamente de Itaca en busca de su padre, el bravo Ulises, es recibido en Pilos junto a sus compañeros por Néstor y sus hijos, quienes sin preámbulos, les invitan a un suntuoso banquete; sólo después se les preguntará quiénes son…
En la Edad Media los peregrinos cristianos eran recibidos y alimentados en las iglesias y monasterios. En la época de las Cruzadas incluso fue creada una orden, los Templarios, para ofrecerles abrigo en las largas travesías hasta la ciudad sagrada de Jerusalén. Entre los musulmanes el peregrinaje hacia La Meca merecía y merece aún considerable tratamiento.
Por supuesto, no ha estado exenta de contradicciones. Así, en la sociedad esclavista los hombres y mujeres de las tierras conquistadas devenían trofeo de guerra, y terminaban convertidos en esclavos y esclavas. Y es que como todo acto humano su verdadera y real dimensión trasciende los límites de la simple voluntad para estar determinada, en última instancia, por un conjunto de intereses que constituyen el hilo conductor de la historia, intereses diversos; objetivos y subjetivos; materiales y espirituales…
Es el grado de presencia de cada uno de los extremos del insoslayable binomio el que en realidad hará aflorar ó no una genuina hospitalidad, que se encuentra precisamente en el equilibrio; porque cuando los intereses materiales, económicos, comerciales, financieros, y detrás de ellos políticos se convierten en la medida de todas las cosas; cuando el alcanzar y mantener el poder que esto supone deviene razón de ser de la existencia, para lo cual, «el fin justifica los medios», entonces puede suceder que quien toque a la puerta ya no sea un amigo, al que debe ofrecérsele cálida y generosa bienvenida, sino un potencial enemigo, una amenaza, para la cual estas puertas no sólo se encontrarán cerradas sino también fortificadas…, aunque quizás la trasera quede con una ligera abertura, pues ¿quién sabe?, a lo mejor el forastero puede dejar algo.
Entonces la hospitalidad se convierte en hostilidad, acto que va mucho más allá de los visibles cambios de letra que suponen los términos para convertirse en un verdadero flagelo humano, tras el cual puede encerrarse la codicia, la avaricia, el individualismo a ultranza y el egoísmo sin límites, anti-valores capaces de propulsar los más enajenantes y vergonzosos actos.
Al capitalismo como sistema, y con él, al imperialismo, la hospitalidad, la solidaridad, la cooperación fraterna y desinteresada en pos del bien común, les resultan totalmente ajenas. Porque ninguna obra humana cuyo fundamento sea la explotación; el saqueo; la avaricia; la vejación y humillación; el maltrato; el uso de la fuerza brutal para alcanzar los propósitos; el abandono de la mayoría en medio de una desmedida pobreza y la más absoluta de las desesperanzas, podría ser hospitalaria.
Y es que la hospitalidad tiene que ver además con el respeto al derecho ajeno, sobre todo el derecho al desarrollo, a una vida digna, a la justicia y a la paz. Sólo desde estos principios los hombres y mujeres que habitamos el planeta, y sus respectivos pueblos podemos autodenominarnos verdaderamente humanos y por natural extensión, sinceramente hospitalarios y hospitalarias.
Sin embargo, hoy muchos de estos hombres y mujeres, niñas y niños -en este último caso incluso en solitario-, conformando un creciente y maltrecho «ejército» de emigrantes, sin importar los riesgos, se deciden a buscar otras latitudes en búsqueda del más elemental de los derechos, el derecho a la vida, a la supervivencia misma. Inexorablemente, los lugares de destino serán precisamente aquellos donde supuestamente puedan satisfacer su búsqueda: el geopolítico «Norte», atrayente en su riqueza y deslumbrante esplendor.
Un «Norte» que en su devenir histórico ha conocido de las mismas búsquedas, sufriendo, en muchas ocasiones de forma brutal, de los lacerantes efectos de los movimientos migratorios -esencialmente en lo que a desarraigo se refiere-, pero que no obstante, impulsado por la naturaleza salvaje de ese sistema que en algún momento fue revolucionario, ha sido y continúa siendo altamente despiadado con los que, por la misma causa, convierte en «menos favorecidos», los «desposeídos» y «desposeídas» de la tierra.
Paradójicamente, ese rico «Norte», hostil, no acude al llamado que notoriamente escucha, por el contrario cierra sus puertas principales, aunque con una alta dosis de cinismo, entreabre las de servicio, como para que puedan entrar los ciudadanos y las ciudadanas de «segunda», tan necesarios(as) en el desigual e injusto modo de vida burgués. En consecuencia, las migraciones «incontroladas» se convierten en amenazas que las políticas de Estado deben erradicar, ya sea fortificando los espacios fronterizos o expulsando a quienes hayan osado trasgredirlos; mientras, como discordante música de fondo, emite declaraciones y demagógicos discursos de solidaridad y cooperación, con el fin de «contribuir a erradicar las verdaderas causas de las migraciones internacionales», las que además, dice conocer… Así, este también contradictorio «Norte», construye el reino de la hostilidad o el paradigma del desamor.
Visto así, la «Política Común de Emigración» que hoy construye la Unión Europea, notoria parte de ese «Norte», resulta totalmente hostil: detrás de un discurso engañosamente humanista y cooperador dirigido a los empobrecidos y subdesarrollados países grandes emisores de migrantes, de lo que se ocupa realmente es de cerrar y fortalecer fronteras; mientras, ofrece soluciones dirigidas sobre todo a la manifestación y no a la génesis de los angustiosos problemas que constituyen hoy la gran causa de las migraciones internacionales, las que como «efecto bumerang», en la mayoría de los casos contribuye a exacerbar.
Y es que, más allá del retórico discurso a través del cual se expresan las posiciones respecto a la cuestión migratoria en el contexto comunitario europeo, devenida hoy problema, ésta no podrá ser resuelta desde las utilitarias y represivas concepciones sobre las que se construye. Para lograrlo tendrá que dejar de ser la paradoja y el engendro que representa, para convertirse en una respuesta verdaderamente constructiva y humanista a los acuciantes problemas que con su voracidad ha contribuido a generar, o lo que es lo mismo: tendría que disponerse a pagar, de una vez por todas y para siempre, la casi inabarcable y altamente vergonzosa deuda histórica que a lo largo de muchos siglos ha contraído y aún, día a día, contrae con la humanidad; quizás por el sólo hecho de que, como decía Martí, «Hacer justicia es hacérnosla».
MCs. Gloria Teresita Almaguer G., Centro de Estudios Europeos
La Habana, agosto de 2009, «Año del 50 Aniversario del Triunfo de la Revolución»