Comparado con el 50º aniversario de la construcción del Muro de Berlín, el de los hechos en Hoyerswerda no ha tenido demasiado eco mediático en Alemania. Hoyerswerda es un esqueleto en el armario de la conciencia alemana, el reverso de la Reunificación que muchos se esfuerzan por no ver. El nombre del municipio se ha […]
Comparado con el 50º aniversario de la construcción del Muro de Berlín, el de los hechos en Hoyerswerda no ha tenido demasiado eco mediático en Alemania. Hoyerswerda es un esqueleto en el armario de la conciencia alemana, el reverso de la Reunificación que muchos se esfuerzan por no ver. El nombre del municipio se ha convertido, para desgracia de muchos de sus habitantes, en sinónimo del primer pogromo de la Alemania de posguerra.
Antes de la caída del Muro de Berlín, este municipio sajón tenía 71.000 habitantes, presentaba la mayor tasa de natalidad de toda la República Democrática Alemana y era una ciudad atractiva para las familias jóvenes: al norte de la localidad, en la localidad de Spremberg, se encuentra «Schwarze Pumpe», un centro de procesamiento de lignito de 680 hectáreas y una fábrica de cristal que ofrecía trabajo abundante a la población. La caída del Muro de Berlín en 1989 y la desintegración inmediata de la RDA cambió todo eso. Los «paisajes florecientes» prometidos por el canciller Helmut Kohl a los alemanes orientales no aparecieron por ninguna parte; la obsoleta industria de la RDA fue desmantelada; el desempleo, que la burocracia oficial de la RDA había ocultado durante décadas maquillando las cifras, no sólo afloró, sino que aumentó hasta alcanzar porcentajes superiores al 20%; miles de personas se convirtieron en cuestión de meses en parados sin perspectivas y, poco después, en destinatarios de las ayudas sociales del estado; los jóvenes más preparados abandonaron sus ciudades para emigrar a Alemania occidental o incluso al extranjero. Todo esto sucedía en Alemania, un país que, aún hoy, sigue proyectando una engañosa imagen de estabilidad económica, política y social. La demografía de Hoyerswerda dio un giro de ciento ochenta grados: la media de edad de sus ciudadanos envejeció hasta alcanzar los 50 años y, aunque entre 1993 y 1998 se incorporaron a Hoyerswerda varios pueblos aledaños, el municipio sigue perdiendo año tras año población. La oficina de estadística del Land de Sajonia prevé que esta ciudad tenga menos de 30.000 habitantes en el 2020.
El vacío ideológico, la sensación de abandono y el deterioro de las condiciones de vida convirtieron a Hoyerswerda, como al resto de los nuevos estados federados, en terreno abonado para la demagogia de la extrema derecha, que pronto convirtió algunas zonas de la antigua Alemania oriental en sus principales enclaves. El neonazi Partido Nacional-Demócratico Alemán (NPD, por sus siglas originales), presidido por Udo Voigt, un antiguo oficial de la Bundeswehr, obtiene representación parlamentaria en dos de los estados federados más castigados por la reconversión industrial, Mecklemburgo-Pomerania Occidental (6 diputados) y Sajonia (8 diputados), así como numerosos concejales en todos los nuevos estados federados, e incluso en algunos casos, como el del distrito de Lichtenberg en Berlín, supera en votos a partidos consolidados como los verdes o los liberales. Según el Tagesspiegel, el NPD es el partido preferido por el 13% de los jóvenes de Mecklemburg-Pomerania Occidental. [1] La xenofobia se ha convertido -como señalara August Bebel- en «el socialismo de los tontos»: los carteles del NPD se ceban repetidamente en las comunidades turca y polaca en caricaturas fuertemente racistas (un cartel del NPD sajón con el lema «¡Hay que detener a la invasión polaca!» mostraba a los polacos como cuervos rapiñando ayudas sociales) como chivo expiatorio de los males que aquejan al territorio.
Los hechos de Hoyerswerda comenzaron el 17 de septiembre de 1991, cuando un grupo de neonazis agredió a un grupo de vendedores callejeros vietnamitas por la tarde. Cuando la policía intervino para poner fin a la agresión, los neonazis -que entretanto habían tenido tiempo para llamar a sus camaradas y reforzar sus filas- se desplazaron hasta un hotel en el que se alojaban trabajadores mozambiqueños -la RDA ofreció asilo a muchos trabajadores de este país que, gobernado por el socialista FRELIMO (Frente de Liberación de Mozambique), mantuvo una larga guerra civil con el anti-comunista RENAMO (Resistencia Nacional Mozambiqueña), y contaba hasta entonces con el pleno apoyo y la solidaridad de los países del campo socialista, China y varios países no alineados- y rompieron las ventanas a pedradas. En las tres noches siguientes se registraron varias agresiones contra inmigrantes y sus hogares. En la cuarta, el centro para refugiados políticos ardió. A medida que los refugiados salían del centro huyendo de las llamas eran recibidos por grupos de neonazis que los golpeaban, mientras un grupo mucho mayor compuesto por habitantes de Hoyerswerda observaba y aplaudía la escena. Treinta y dos personas resultaron heridas en los disturbios, pero los tribunales alemanes sólo emitieron tres condenas en los procesos judiciales subsiguientes. Los agentes de policía, procedentes en su mayoría de la antigua Volkspolizei de la RDA, estaban mal equipados y mal formados -salvo en algunos países, los agentes de policía del bloque oriental no estaban entrenados correctamente para contener disturbios- y sus colegas occidentales que acudieron a reforzar las unidades de policía asistieron según todos los relatos a éste y otros disturbios con motivaciones racistas como meros espectadores. De hecho, aún hoy es frecuente en Alemania que la policía proteja fuertemente las manifestaciones de la extrema derecha: el pasado domingo una concentración del NPD en Alexanderplatz -una típica provocación fascista que logró que la policía cerrase todos los accesos a la estación, bloqueando el tránsito de viandantes y turistas- reunió a unos 120 neonazis, protegidos por 1.500 policías, lo que arroja la sorprendente cifra de más 12 agentes por cada manifestante. [2]
Casi un año después, en agosto de 1992, se repetían los sucesos en el barrio de Lichtenhagen en Rostock, la capital de Mecklemburgo-Pomerania Occidental. En Lichtenhagen se encuentra alojado, en un Plattenbau de once plantas conocido popularmente por la decoración de su fachada como «la casa de los girasoles» (Sonnenblumenhaus), el Asilo central para refugiados de Mecklemburgo-Pomerania Occidental (ZAst, por sus siglas originales), donde alojan los peticionarios hasta que su solicitud es gestionada por el estado. La desintegración de la RDA dejó al ZAstabandonado a su suerte: la transición de régimen y la falta de funcionarios -entre los depurados, los cesados y las plazas vacantes- hizo que muchas peticiones se acumularan sin solución, contribuyendo al abarrotamiento y las malas condiciones del centro, por lo que los inmigrantes se vieron obligados a acampar en la entrada del edificio. Los disturbios comenzaron poco después de que un grupo de jóvenes fascistas se reuniera la noche del 22 al 23 de agosto delante del edificio -días antes habían acudido ya al lugar en busca de pelea- y comenzasen a arrojar piedras contra los acampados. Cuando éstos buscaron refugio en el interior del edificio, las ventanas se convirtieron en su siguiente objetivo. La policía no tardó en hacer acto de presencia, pero se retiró cuando pareció regresar la calma, lo que fue aprovechado por los neonazis, que ya alcanzaban los 300 en número, para volver a atacar el centro. Rostock pidió aquella misma noche agentes de refuerzo a Hamburgo, Kiel y Lübeck, además de vigilancia con helicópteros, para tratar de contener, sin éxito, la violencia racista.
El 24 de agosto los inmigrantes fueron evacuados del ZAst por la mañana, pero no lo fue el edificio adjunto, donde vivían 115 vietnamitas, porque en él vivían también alemanes, lo que se pensaba que detendría los ataques fascistas. Pero la noche del 24 al 25 de agosto este bloque de viviendas no sólo fue atacado con piedras, sino también con cócteles molotov, por una multitud de entre 400 y 500 neonazis. Después de incendiar las plantas bajas, éstos consiguieron forzar la entrada del edificio y destrozar las viviendas de las primeras plantas. La entrada misma del edificio fue rociada con gasolina e incendiada, mientras un grupo de fascistas hacia guardia en la puerta armado con bates de béisbol y gritando «¡Vamos a por vosotros, os vamos a quemar a todos vivos!» («Wir kriegen Euch alle, jetzt werdet ihr geröstet!«). Los vietnamitas, un equipo de televisión de la ZDF y algunos inquilinos hubieron de subir a la azotea a refugiarse, desde donde llamaron a la policía y los bomberos -que tardaron más de una hora en llegar al lugar- mientras veían sus modestos hogares reducidos a cenizas. La última noche, del 24 al 25 de agosto, se limitó a choques entre los neonazis y policías -ya que el ZAst estaba, aunque vacío, fuertemente vigilado- en los que un blindado de la policía fue incendiado y en los que participaron 2.050 agentes de policía y 2.000 neonazis (cuando los medios de comunicación informaron de los ataques de las noches anteriores, grupos de neonazis de todo el país, sobre todo de Baja Sajonia y Schleswig-Holstein, acudieron a Rostock para participar en los disturbios).
Los disturbios en Rostock sucedidos entre el 22 y el 26 de agosto se saldaron con 204 policías heridos, 370 detenciones y 408 procesos judiciales. Entre los detenidos se encontraban 110 personas de los estados federados occidentales, 217 de Mecklemburgo-Pomerania Occidental (147 de los cuales, de Rostock) y los 37 restantes procedentes de los nuevos estados federados, lo que da una buena medida de la distribución geográfica del neofascismo en Alemania. Uno de los aspectos más aterradores de los disturbios de Rostock es que se calcula que unas 2.000 personas asistieron a estos disturbios como meros observadores que aprobaban, tácitamente, la violencia contra los inmigrantes, una imagen que remitía a la de los ciudadanos alemanes que se asomaban a sus balcones para contemplar los incendios de sinagogas y el destrozo de comercios judíos durante la llamada «noche de los cristales rotos» de 1938. Algunos incluso aplaudieron o gritaron consignas como «¡Alemania para los alemanes!» («Deutschland den Deutschen!«) o «¡Extranjeros fuera!» («Ausländer Raus!»). Los equipos de televisión grabaron a ciudadanos que, ante el edificio atacado, se quejaban de que los inmigrantes no «asimilaban la cultura alemana», «se quedaban con los puestos de trabajo de los alemanes» y «recibían inmediatamente una vivienda, mientras los alemanes tenían que esperar» -exactamente los mismos argumentos que emplean hoy partidos políticos xenófobos como el Partido de la Libertad de Geert Wilders en Holanda o la Plataforma per Catalunya de Josep Anglada en Cataluña, e incluso el PP de Xavier García Albiol en Badalona-. Especialmente recordada es la lamentable imagen, tomada por el fotógrafo Martin Langer, de un habitante de Rostock frente a una casa en llamas, ebrio, vestido con la camiseta de la selección alemana, sandalias y pantalones de chándal (con una visible mancha de orín) y haciendo el saludo fascista, que ofrecía un inmejorable retrato del tipo de desclasados que son la base social, hoy como ayer, del fascismo en Europa. Las imágenes de las casas en llamas de los inmigrantes dieron la vuelta al mundo y fueron motivo de vergüenza para los ciudadanos alemanes, al imprimirse en la prensa internacional en todos los idiomas titulares como «el primer pogromo desde la Alemania nazi». El 29 de noviembre se organizó una manifestación bajo el lema «STOP a los pogromos» en la que participaron 15.000 personas, entre ellas numerosos militantes antifascistas procedentes del resto de estados federados, nuevos y viejos, convirtiéndose en un precedente para la necesitada unidad de acción de la izquierda en la Alemania reunificada y también para futuras acciones de bloqueo, como ocurre anualmente en Dresde o Colonia, cuando la extrema derecha trata de sacar réditos políticos de las conmemoraciones por el bombardeo de estas dos ciudades durante la Segunda Guerra Mundial.
El periodista de la cadena de televisión ZDF Jochen Schmidt, que quedó encerrado en la azotea del edificio la noche del 24 al 25 de agosto, y ganador, junto con el resto de su equipo, del premio del sindicato IG Medien -compartido con Wolfgang Richter, funcionario para la integración de extranjeros en Rostock- y de la Medalla Carl von Ossietzky de la Liga Internacional para los Derechos Humanos de aquel año, se pregunta en su libro Politische Brandstiftung. Warum 1992 in Rostock das Asylbewerbeheim in Flammen aufging (Berlin, Das Neue Berlin, 2002) si los disturbios de Rostock no fueron tolerados por la CDU para empujar al SPD a votar a favor de la modificación de la ley de asilo alemana, endureciéndola. Efectivamente, la extrema derecha consiguió -o fue empleada por los conservadores para- introducir sus temas en la agenda política. Pronto los partidos políticos, también el SPD, comenzaron a hablar del «mal uso del derecho de asilo». Cargos de la CSU declararon en 1992 que «no era normal» que el 70% de refugiados en Europa presentase su solicitud de asilo en Alemania. El SPD, por su parte, votó finalmente en su Congreso extraordinario en Bonn, celebrado los días 16 y 17 de noviembre de 1992, a favor de modificar el derecho de asilo. La modificación del derecho de asilo alemán (artículo 16 de la Ley Fundamental) entró en vigor finalmente el 1 de julio de 1993 y a partir de entonces Alemania concedió solamente el derecho de asilo para los perseguidos políticos, y ello tras un examen. Muchos de los trabajadores emigrados de la RDA hubieron de regresar a sus países tras la nueva ley o aterrorizados por la extrema derecha. El ZAst de Rostock fue clausurado y trasladado a Boizenburg, en la frontera con Baja Sajonia. A pesar de la presión mediática, el NPD salió reforzado ante sus propias bases y presentó estos cambios como fruto de su campaña terrorista, hablando de Mecklemburgo-Pomerania Occidental como una «zona nacional liberada» (national befreite Zone) y «libre de extranjeros» (ausländerfrei). Los sucesos en Hoyerswerda y Rostock se extendieron al menos hasta 1993 por todo el territorio de la recién extinta RDA. Se incendiaron hogares de inmigrantes en Lübeck, Solingen y Mölln -donde murieron tres inmigrantes turcos- y no hubo municipio germano-oriental, por pequeño que fuera, que no tuviera su propia historia de horror.
Aún hoy persiste el racismo, no sólo en su expresión política más elemental. Célebre es el caso de Thilo Sarrazin, ex senador del Partido Socialdemócrata en Berlín, quien se ha convertido, con su libro Deutschland schafft sich ab (Munich, DVA, 2011), en la cara más visible de este nuevo racismo socialmente aceptado, que hoy tiene como principal objetivo en Alemania a la comunidad turca y, en menor grado, africana. Pero nada ejemplifica mejor el fenómeno que el caso de Ibraimo Alberto, del que han dado cuenta la mayoría de medios de comunicación alemanes. Alberto llegó en 1981, con 16 años, desde Mozambique a Berlín Este, donde se formó como carnicero, después vivió como boxeador profesional y finalmente obtuvo su diploma como asistente social. Fijó su residencia junto a su esposa en 1990 en Schwedt, un municipio de 34.000 habitantes en Brandenburgo que ostenta el dudoso récord de tener 2’63 agresiones racistas por cada 100.000 habitantes, el segundo mayor porcentaje de todo el país. A pesar de ser uno de los pocos centros industriales que sobrevivió al desmantelamiento de su tejido industrial, Schwedt ha perdido desde 1989 un tercio de su población y el porcentaje de desempleo es superior al 19%. A lo largo de los noventa la extrema derecha convirtió la ciudad en uno de sus principales feudos en el estado, al punto que el semanario Spiegel la calificó de «una ciudad donde no vivir». Actualmente gobierna en Schwedt una coalición entre el SPD y La Izquierda que tenía a Ibraimo Alberto como consejero en temas de inmigración. Su lucha en el cargo le valió la distinción de Embajador de la paz y la tolerancia, una distinción que le entregó personalmente el entonces ministro del Interior Wolfgang Schäuble. Aunque Schwedt tiene solamente un 2% de inmigrantes, los ataques a la comunidad polaca -a pesar de estar integrada y hablar perfectamente el alemán- y mozambiqueña son frecuentes. Las agresiones de los grupos neonazis, organizados informalmente en las llamadas Freie Kameradschaften, son constantes. Ibraimo Alberto y su familia fueron amenazados de muerte, y reiteradas agresiones físicas y verbales condujeron a su mujer a un tratamiento por depresión. Ibraimo Alberto no lo soportó más y finalmente se vio obligado a trasladar su residencia el pasado mes de junio a Karlsruhe. Algunos habitantes de Schwedt dijeron al marcharse Ibraimo Alberto: «ahí se va el último negro». Otros, los más, se preguntan: «si Alberto no ha podido con ellos, ¿quién podrá?»
Notas
[1] «Wahlen in Mecklenburg-Vorpommern: Wackelt zukünftig das Parteiensystem?», Tagesspiegel, 5 de septiembre de 2011. [2] «Rechtsextremismus: 500 Menschen demonstrieren gegen NPD-Kundgebung am Alex», Tagesspiegel, 11 de septiembre de 2011.
Àngel Ferrero es miembro del Comité de Redacción de Sin Per mi so .