«Divisés d´intérêts, et pour le crime unies«, Voltaire En el momento de su mayor gloria, la ampliación a Europa Central el 1 de mayo del 2004, la Unión Europea parece sumida en una crisis cada vez más grave del proyecto neoliberal de construcción europea. La altísima abstención en las elecciones europeas, en especial en los […]
«Divisés d´intérêts, et pour le crime unies«, Voltaire
En el momento de su mayor gloria, la ampliación a Europa Central el 1 de mayo del 2004, la Unión Europea parece sumida en una crisis cada vez más grave del proyecto neoliberal de construcción europea. La altísima abstención en las elecciones europeas, en especial en los nuevos estados miembros, acentúa una crisis de legitimidad original en el momento mismo de la aprobación del Tratado Constitucional, que hace ley el proyecto neoliberal. Un Tratado que, lejos de superar la «nueva» y la «vieja» Europa, sustituye el «método comunitario» por las «cooperaciones reforzadas» e instaura la división permanente del proyecto de construcción europea entre un núcleo central de estados miembros impulsores de un federalismo antisocial y una periferia sometida a un proceso regulador que solo puede frenar en nombre de las dudosas ventajas de un mercado único liberalizado.
Pocas ilusiones pueden quedar ya sobre la Europa de los ciudadanos cuando estos o dan la espalda al proceso, con marcado abstencionismo político, o aprovechan la ocasión para votar contra sus gobierno en protesta por la aplicación de las contrarreformas económicas y sociales de la Estrategia de Lisboa /1. Prodi tiene razón cuando dice que «muchos europeos consideran que la Unión no esta a la altura de sus expectativas y no ven porque tienen que molestarse en votar». Pero también el presidente del sindicato de la construcción alemán, Klaus Wiesenhügel, al afirmar que «quién baja los impuestos y al mismo tiempo recorta las prestaciones sociales a los más débiles no puede esperar de nosotros la menor aprobación. El problema es que el SPD ha abandonado sus valores básicos».
«Ellos», pero todavía no «Nosotros»
La fronda social europea, iniciada con la huelga del sector público en Francia en 1995, -que ha sumado las manifestaciones del movimiento antiglobalización, huelgas generales sectoriales y generales en numerosos estados miembros y las gigantescas movilizaciones contra la guerra de Iraq- se proyecta ahora de esta manera desigual y combinada. Pero en todos los casos expresa el rechazo del proyecto neoliberal en cualquiera de sus versiones de gestión gubernamental. Es capaz de identificar cada vez más por sus obras quienes son «ellos».
El problema grave al que se enfrenta este movimiento en su conjunto es que no es capaz todavía, por el contrario, de identificar el «nosotros». El proyecto de construcción europea se basó en la Guerra Fría en un pacto social de las oligarquías europeas con la dirección de los sindicatos social-demócratas y demócrata-cristianos y en el mito del «modelo social europeo», que le dio su legitimidad popular frente al recuerdo de las guerras europeas y las miserias políticas y sociales del «socialismo real». Ese pacto social fue roto expresamente por la oligarquía europea en el Tratado de Maastricht en 1991 y sustituido por un proyecto neoliberal, que ha ido tomando cuerpo en Ámsterdam (1997), Niza (2000) y finalmente en el Tratado Constitucional, que lo convierte en ley.
A cambio, la oligarquía ofreció a las direcciones sindicales europeas de la CES, cooptadas en buena medida en los aparatos de estado nacionales y en la propia burocracia de Bruselas, la perspectiva de una creciente comunitarización de las políticas sociales una vez que se hubieran llevado a cabo las reformas estructurales necesarias para asegurar el lugar preeminente de la economía europea en el mercado mundial y recuperar la competitividad perdida frente a EE UU y Japón.
Esta oferta de co-gestión del neoliberalismo, que esta recogida en la Estrategia de Lisboa, mientras tanto erosiona la base misma de los sindicatos, reduce su capacidad de representación, alienta las revueltas y explosiones sectoriales y empieza a acumular tensión dentro de los aparatos sindicales.
Si a ello se suma que el proyecto político de la Europa neoliberal rompe con el derecho de ciudadanía, que constituye el núcleo de la ideología liberal burguesa, y reinstaura un despotismo ilustrado tecnocrático, encarnado en la Comisión y el Consejo Europeo, la crisis de legitimidad popular que se ha expresado con tanta fuerza en estas elecciones europeas es más que comprensible.
Por utilizar la vieja terminología de Lukacs, la «clase en si» trabajadora de la segunda economía mundial -aun la más cohesionada social y políticamente- empieza a poner en duda la ideología dominante, la coherencia del proyecto neoliberal europeo, su compatibilidad con sus intereses inmediatos. Pero todavía es prisionera de su propio imaginario social, forjado en el pacto social de postguerra, aunque ya no sea una experiencia directa, vivida, para las nuevas generaciones, sino algo heredado a través de sus instituciones.
Para identificarse frente a «ellos», para convertirse en «clase para si», los trabajadores y trabajadoras europeos necesitan un proyecto de construcción europea alternativo a nivel político. Si coordinan sus luchas de resistencia pueden frenar temporal o sectorialmente el proyecto neoliberal. Para derrotarlo, necesitan constituir nuevos instrumentos políticos alternativos, con efectos electorales que cambien la correlación de fuerzas, que le permitan identificarse como «nosotros» en el terreno de la representación ciudadana.
Estas elecciones europeas han demostrado que lejos estamos aun de ello. La izquierda alternativa en su conjunto no ha sido capaz de recoger un voto que expresase de una manera independiente, en términos de «clase para si», el largo ciclo de movilizaciones iniciado en 1995, pero especialmente intenso en los tres últimos años. Ese voto se ha expresado masivamente a través de los viejos instrumentos políticos cuando estaban en la oposición, como el PSF o el Olivo, como última advertencia apoyando a los socios menores de las coaliciones socio-liberales, como los Verdes alemanes, o, sobre todo, absteniéndose directamente. Pero también en otros casos, como Reino Unido, los estados nórdicos o Europa Central en un voto «antieuropeo» importante, hegemonizado en la mayoría de los casos por populismos de derechas.
La UE neoliberal en la encrucijada
Hemos analizado en otras ocasiones el carácter estratégico de la encrucijada en la que se encuentra el proyecto de construcción neoliberal de la UE /2. Una encrucijada marcada por la necesidad de dar un salto cualitativo, fundacional, en el proceso de articulación institucional de los intereses de las distintas oligarquías europeas para poder competir en el mercado mundial, integrar a los países de Europa Central, establecer claramente su influencia como potencia regional en las regiones limítrofes y dotarse de una política exterior y de defensa autónoma a ese nivel. Todo ello es esencial en el marco de la competencia inter-imperialista. Para ello necesita que esa articulación de intereses cuente con una legitimidad suficiente. Y esa era la apuesta de la Constitución europea neoliberal.
Sin embargo, las cosas no se han desarrollado de acuerdo con los planes establecidos.
En primer lugar, la recesión económica iniciada en el 2001, se prolonga ya por cuarto año, limitando los márgenes de maniobra de los gobiernos de los estados miembros. Los déficits presupuestarios se han ido acumulando en Alemania, Francia, Italia, Portugal o Grecia -pero también Reino Unido- mientras los gobiernos tanteaban una primera oleada de contrarreformas sociales de la Estrategia de Lisboa. La Comisión, convertida en guardiana de un Pacto de Estabilidad que Prodi consideraba «imbécil», exigía acelerar los ritmos de la reestructuración y recortar los déficits con 21 millones de parados y tasas de crecimiento aun en el 1,5% del PIB. Una Comisión especialmente débil, que acabó de desprestigiarse cuando la mayoría del ECOFIN rechazó sus posibles sanciones e impuso una interpretación «flexible y cíclica» del Pacto, que era lo mismo que congelar su aplicación. Para complicar las cosas, los síntomas de recuperación del segundo trimestre del 2004 se enfrentan ahora con la perspectiva de un aumento sostenido de los precios de la energía, una subida progresiva de los tipos de interés de EE UU y un enfriamiento del crecimiento de la economía china que reduzcan el margen en el mercado mundial de las exportaciones europeas, que habían crecido un 11,9% en el último año. Con una demanda interna mucho más débil, la economía europea puede volver a la recesión sin haber salido realmente de ella en el momento de la fase decisiva de aplicación de la Estrategia de Lisboa.
En segundo lugar, la división entre la «nueva» Europa pro-Atlantista de la Carta de los Ocho y la «vieja» Europa del eje franco-alemán provocada por la guerra de Iraq, lejos de haberse atenuado tras la victoria de Zapatero en las elecciones españolas del 14 de Mayo y la votación conjunta de la resolución 1546 sobre Iraq, ha vuelto a reabrirse en la última fase de las negociaciones del Tratado Constitucional, poniendo de manifiesto su carácter estructural. La división ha bloqueado durante casi un año la toma de decisiones esenciales en el Consejo Europeo. Pero cuando parecía que el eje franco-alemán recuperaba su hegemonía, imponiendo en el G-8 su orientación en Oriente Medio, y a pesar de las crisis políticas internas en Reino Unido, Italia y Polonia, vuelve a surgir la división con más fuerza como dos proyectos distintos de construcción europea: la Europa potencia por un lado, y por otro la Europa limitada al mercado único.
En tercer lugar, los movimientos sociales y políticos de protestas han alcanzado probablemente el punto álgido del ciclo abierto en 1995 con las gigantescas manifestaciones contra la guerra de Iraq el 15 de febrero del 2003 y la oleada de huelgas en Francia en mayo-junio de ese mismo año, acompañado de movilizaciones sindicales importantes en el resto de Europa, como las de IGM y Verdi en Alemania o la reciente huelga de FIAT- Melfi en Italia, por citar solo dos casos en estados miembros clave. La capacidad política de esas movilizaciones y sus efectos electorales pueden llegar a ser muy rápidos o inmediatos, como las concentraciones del 13 de mayo en España frente a las sedes del Partido Popular gobernante, la desafiliación masiva en pocos meses del SPD alemán, o la exigencia de celebración inmediata de elecciones generales en Portugal estos días.
La combinación de esos tres factores, como ha ocurrido en los dos años y medio que han precedido a las elecciones europeas de junio del 2004, han marcado los límites del proyecto neoliberal europeo, provocando su crisis. Es a partir de ellos como hay que interpretar tanto el resultado de las elecciones europeas como la huida hacia delante que supone la aprobación del Tratado Constitucional y la designación de la Comisión Barroso.
Fracaso de las elecciones europeas
Si algo ha estado ausente de las primeras elecciones europeas tras la Ampliación ha sido precisamente el discurso europeo. Las campañas electorales han estado marcadas por la situación política interna de los estados miembros, aunque esta en definitiva no sea sino la manifestación concreta de los tres factores antes descritos.
La falta de un Tratado Constitucional europeo no ha ayudado precisamente a desarrollar una campaña europea. En los primeros esquemas de la Comisión, las elecciones del 2004 hubieran debido manifestar un apoyo explicito de los ciudadanos de los distintos estados miembros a los partidos mayoritarios que apoyaban el Tratado Constitucional, proyectando la imagen de una convergencia de la opinión pública europea en una nueva legitimidad fundacional de una ciudadanía europea. El Parlamento europeo así constituido sería el primero en expresar su mayoría ideológica en la ratificación del Presidente de la Comisión designado por el Consejo Europeo.
El bloqueo de las negociaciones constitucionales por la división entre la «nueva» y la «vieja» Europa ha impedido el desarrollo de una campaña previa masiva en los medios de comunicación, a la que tanto la Comisión como los estados miembros habían previsto asignar cuantiosos recursos. Lo que no ha impedido, sin embargo, reformas en la ley electoral europea en numerosos estados miembros para facilitar el voto a los partidos mayoritarios conservadores y social-demócratas y reducir al mínimo la representación de los partidos más pequeños, y en especial los más críticos con el proceso actual de construcción europea.
Pero desaparecido el contexto europeo de las elecciones y convertidas estas sobre todo en una vía para expresar el voto de protesta contra los gobiernos en el poder, ¿qué interés podían tener estos en impulsar la participación? Por el contrario, la mayoría de los gobiernos de los estados miembros tenían el máximo interés en que la participación fuese lo más baja posible para deslegitimizar el voto de protesta. Y los partidos de oposición en centrar sus campañas en el marco estatal y no en el europeo para hacer más explicito el voto de castigo a sus Gobiernos.
Las únicas excepciones a esta conjuración anti-europea de los partidos más europeistas han sido los Verdes y los partidos anti-europeos, y en menor medida la izquierda alternativa. Los Verdes, por la hegemonía que juega en su seno su partido alemán y Joschka Fischer. Miembro menor del Gobierno de coalición con el SPD, tenía el máximo interés de diferenciarse para no verse arrastrado por el voto de castigo contra la Agenda 2010, dejando a Schröder su defensa, mientras desarrollaba un discurso lo más alejado posible de la realidad alemana, en el terreno de una construcción europea como contrapoder a EE UU. Los partidos anti-europeos populistas, como el Partido de la Independencia británico (UKIP), el Vlaams Blok en Bélgica, la Lista de Junio en Suecia, el Movimiento de Junio en Dinamarca, la ODS checa, la Liga de las Familias o Autodefensa en Polonia necesitaban subrayar con un discurso soberanista muy parecido la extensión y alcance de su crítica y rechazo de la UE.
La izquierda alternativa tenia en principio un interés objetivo en reclamarse del discurso de «Otra Europa es posible» surgido de los Foros Sociales Europeos y de la crítica común al proyecto de Tratado Constitucional neoliberal. Pero no ha sido capaz de articular ese discurso común en positivo y como un modelo de construcción europea alternativo para los trabajadores y los pueblos. Por una parte hay dos fuertes componentes «anti-europeos» en su mismo espacio político a la izquierda de los partidos socio-liberales: los partidos comunistas de ideología más tradicional, como el portugués, el griego o el checo; y la mayoría de la izquierda radical nórdica, que lucha por la salida de sus países de la UE. Por otro lado, los dos instrumentos de política europea de la izquierda alternativa, el Partido de la Izquierda Europea impulsado por Rifundazione y la Conferencia Anticapitalista Europea, han sido en el primer caso un acuerdo de mínimos sin la entidad suficiente para desarrollar un discurso europeo creíble fuera de sus señas de identidad nacionales; o no ha llegado a acumular la masa crítica organizativa necesaria para ello, en el segundo caso, a pesar de un discurso ideológico más cohesionado, como el recogido en su Manifiesto /3.
Con todo, el nivel de abstención alcanzado en estas elecciones europeas es un dato central en si mismo y expresión de hasta que punto es profunda la crisis de legitimidad y el déficit democrático de la UE. La participación en las elecciones europeas descendió de un 63% en 1979 a un 58,5% en 1989, para caer en picado a medida que se afianzaba el proyecto neoliberal europeo con los tratados de Maastricht, Ámsterdam o Niza, pasando del 56,8% en 1994 al 49,8% en 1999 y al 44,6% en las actuales elecciones. Las cifras de abstención son trágicas en los nuevos estados miembros de Europa Central. La media de participación fue del 26%. En Polonia, el mayor de los nuevos estados miembros, solo alcanzó el 20,7% y en Eslovaquia se desplomó hasta el 17%. El Euro, la Estrategia de Lisboa, la Ampliación y la Convención, es decir la herencia de la Comisión Prodi, han supuesto una caída de más de 5% en la participación media europea cuando era más necesaria que nunca la legitimación del proyecto neoliberal europeo.
El voto de castigo a los gobiernos de los estados miembros por sus políticas neoliberales en aplicación de la Estrategia de Lisboa también es impresionante. El SPD obtiene el peor resultado electoral de postguerra, con un 21,4% y la oposición democrata-cristiana le dobla en votos (44,6%). En Francia, la derecha se divide y es derrotada por segunda vez en tres meses por el PSF. El Olivo supera en un 10% a Forza Italia, que depende cada vez más para mantenerse en el gobierno de la Alianza Nazional de Fini. En el Reino Unido, Blair pierde un 5%, los conservadores casi un 8%, mientras que los liberales-demócratas ganan un 5% y sobre todo UKIP un 9%. En Dinamarca, la oposición socialdemócrata barre a los partidos de la coalición gubernamental de derechas. En Suecia, los social-demócratas en el gobierno pierden con respecto a las elecciones generales casi un 14%, lo mismo que ha obtenido la Lista de Junio. En Portugal, el PS supera en más de 11% a los partidos de la coalición de derechas en el Gobierno. En Polonia, la Izquierda Democrática (SLD) en el gobierno ha sido superada por todas y cada una de las formaciones de la derecha o anti-europeas. Y lo mismo ocurre en la República Checa y en Hungría con los social-demócratas, mientras que en Estonia es la oposición social-demócrata la que derrota a la derecha gubernamental.
Por último, el voto euroesceptico, soberanista o populista de derechas, especialmente importante en el Reino Unido, Bélgica, Suecia, Dinamarca y la República Checa , como se ha señalado antes, obtiene una representación de un 10% en el Parlamento Europeo y sus dos grupos parlamentarios, la Unión por la Europa de las Naciones (UEN) y la Europa de las Democracias y las Diferencias (EDD) superan juntos en número de escaños a la Izquierda Unitaria Europea (GUE).
El nuevo Parlamento Europeo, a pesar de su falta de legitimidad, queda claramente escorado a la derecha. El Partido Popular Europeo obtiene 272 escaños y los liberales 66, lo que les deja a solo 29 escaños de la mayoría absoluta en una cámara de 732 diputados. La izquierda socio-liberal, cuenta con 201 escaños social-demócratas y 42 verdes, mientras que la GUE y la Izquierda Nórdica cuentan por el momento con 36 escaños, a la espera de donde se integran algunos de los europarlamentarios de los nuevos estados miembros.
A nivel institucional, a pesar de la abstención, del voto de protesta contra las políticas neoliberales de los gobiernos y del voto euroescéptico, el Parlamento Europeo se convierte en un bastión del proyecto neoliberal europeo. El ligero aumento de poder que le confiere el Tratado Constitucional servirá para reforzar ese apoyo, empezando por la imposición de un conservador como Durao Barroso al frente de la Comisión.
La Cumbre franco-alemana y el Consejo Europeo
Al día siguiente de las elecciones europeas se reunieron en Aix-la-Chapelle/Aachen Chirac y Schröder en una nueva cumbre franco-alemana para acordar su posición en el Consejo Europeo de Bruselas el 17 y 18 de junio, que debería concluir las negociaciones sobre el Tratado Constitucional.
Pero la agenda de la reunión no estuvo dominada ni por el Tratado Constitucional -sobre el que ambas partes alcanzaron un acuerdo hace ya tiempo-, ni sobre política exterior -porque ya habían expresado su posición común respecto a Iraq y Oriente Medio en la Cumbre del G-8 en Sea Island, cinco días antes.
Por el contrario, la cumbre franco-alemana estuvo orientada a como combinar el mantenimiento de las políticas de contrarreforma social, que habían sido rechazadas el día antes por sus votantes, con una nueva política industrial de selección de «campeones industriales» que, de manera independiente de la Estrategia de Lisboa, acelerase el proceso de reestructuración y fusión de las grandes multinacionales europeas y relanzase la demanda interna de bienes de producción ante los negros nubarrones del mercado internacional.
La nueva estrategia de reestructuración desde arriba de los monopolios europeos ha sido diseñada en los últimos meses como una respuesta a la creciente competencia en el mercado mundial con las multinacionales norteamericanas. Los precedentes más claros han sido EADS, la gran firma aeronáutica europea, y el proyecto Galileo. Pero el gobierno francés no pudo evitar un escalofrío cuando Siemens intentó hacerse con el control del negocio de turbinas de Alstom y consiguió bloquear la operación gracias a nuevas ayudas de estado que la Comisión aprobó el 17 de mayo. Como contrapartida, Francia aceptó emprender una política industrial conjunta con Alemania, cuyo primer resultado puede la ser creación de una gran multinacional europea en el sector de la construcción naval con la fusión de las alemanas ThyssenKrupp y HDW y las francesas Thales y DCN.
Las protestas del comisario para el mercado interno, el holandes Bolkestein, una vez cerrado el trato con el comisario para la competencia Monti, solo sirvieron para enfocar la cumbre franco-alemana hacia el segundo punto esencial de su agenda: como asegurar que en la nueva comisión la política económica de la Unión y la política de competencia quedasen en manos del eje franco-alemán, dando forma institucional a una nueva «cooperación reforzada» de carácter estratégico.
En este clima de urgencia y presión para aprobar el Tratado Constitucional tras el fracaso de las elecciones europeas y de constituir una nueva Comisión capaz de hacer frente al cúmulo de tareas estratégicas pendientes, comenzó el Consejo Europeo de Bruselas bajo presidencia irlandesa. Los resultados electorales habían recortado también en gran medida el margen de maniobra de los principales protagonistas, en especial de Tony Blair. Las «lineas rojas» británicas sobre política fiscal, exterior y defensa, la aplicación de la Carta de Derechos Fundamentales y la contribución británica en el presupuesto comunitario eran inamovibles. Pero el eje franco-alemán impuso como motor del proceso de construcción europea tras la ampliación las «cooperaciones reforzadas», que le permitían continuar la integración económica y política del centro de la UE, Eurolandia, frente una periferia sometida al proceso de negociación intergubernamental en el mercado único.
La «vieja» Europa se aseguraba así la hegemonía sobre la «nueva» Europa. Siempre y cuando fuese capaz de asegurar su capacidad de competencia frente a EEUU en el propio mercado europeo /4 y un control institucional de la UE que tenía en gran parte garantizado con el reparto de votos del Tratado de Niza /5, pero que tenía que blindar en el Tratado Constitucional. Por eso exigió para las minorías de bloqueo la coalición de cuatro de los cinco mayores estados miembros de la UE, en la formula de doble mayoría de 55% de estados miembros y 65% de población. Mientras esta entrase en vigor y funcionasen las reglas de Niza, el control de los puestos claves de la Comisión es esencial, así como privar a Reino Unido -una vez reincorporada España al eje franco-alemán- de uno de sus dos aliados, Italia y Polonia. Siendo el segundo especialmente inestable políticamente y dependiente de EE UU, la operación Prodi de centro-izquierda frente a Berlusconi se ha convertido en un objetivo táctico franco-alemán.
La desigual legitimidad de que goza el proyecto europeo en los estados miembros también obliga al eje franco-alemán a una diferencia formal preventiva entre el núcleo y la periferia de la UE sobre la base de las «cooperaciones reforzadas» ya existentes, en especial el Euro. La no ratificación en referéndum del Tratado Constitucional por los países de la periferia -el Reino Unido definido ahora como tal con el resto de la «nueva» Europa-, puede obligar en definitiva a su exclusión del núcleo del proceso de construcción europea, siempre y cuando los estados miembros del núcleo central hagan suyo el nuevo Tratado.
De ahí la importancia de la batalla de los referendums. Reino Unido es el paradigma negativo en este terreno, porque Blair ha sido incapaz de convocar uno con posibilidades de éxito sobre su adhesión al Euro y parece muy difícil que pueda ganar otro sobre el Tratado Constitucional tras los resultados de las elecciones europeas. Pero Francia tiene también problemas por la posición crítica de sectores amplios del PSF, para no hablar de Polonia y otros nuevos estados miembros. Schröder ha anunciado ya que no habrá referendum en Alemania y bastará la ratificación del parlamento.
El borrador de Tratado Constitucional de la Convención fue aprobado en un 90%, pero sin legitimidad ni debate popular y como un manual de funcionamiento de una Europa intergubernamental, que recoge además los acuerdos alcanzados en estos años, es decir la formulación de las políticas neoliberales en forma de reglamentos convertidos en ley. Con una duración de 50 años, según garantizaba Giscard d´Estaing, envuelto en un halo de padre fundador. Pero cualquier ilusión de una fundación constitucional de la UE se evaporaba en una huida hacia delante, a la espera de tiempos mejores, de la oligarquía europea, fiel a su lema de «dos pasos adelante, uno atrás».
La nueva Comisión
El primer ministro irlandés Ahern consiguió cerrar la negociación del Tratado Constitucional en los términos descritos. Pero no pudo llegar a un acuerdo sobre el nuevo presidente de la Comisión y su reparto de carteras. Convertido el Tratado Constitucional en un gran reglamento, era fundamental saber quién iba a interpretarlo en los próximos cinco años, y a favor de quién.
En el Consejo Europeo, la «vieja» y la «nueva» Europa consiguieron bloquearse mutuamente sus candidatos, el primer ministro belga Verhofstadt y el comisario británico Patten. El primero fue acusado, en un juicio de intenciones, de peligroso federalista y partidario sectario de las «cooperaciones reforzadas». El segundo, más objetivamente, de no hablar francés y de no pertenecer a un estado miembro del Euro. El resto de los candidatos prefirieron no probar suerte para evitar caer en la pugna de vetos. Solo Solana encontró apoyo unánime como futuro ministro de asuntos exteriores de la UE, capaz de ejecutar en política exterior saltos mortales hacia delante y hacia atrás a la vez y de criticar «moderadamente» la política exterior de Bush con el acuerdo previo y explicito de Colin Powell.
Por otra parte, ¿quién podía negar al comisario alemán Verheugen, responsable de la ampliación, la vicepresidencia económica de la Comisión, encargado de coordinar no solo el conjunto de las políticas económicas y fiscales en el ECOFIN, sino también la reinterpretación cíclica del Pacto de Estabilidad y dirigir la negociación del nuevo presupuesto comunitario para el 2007-2013? En definitiva, Alemania sigue siendo el contribuyente neto más importante y representa un tercio de toda la economía de la Eurozona.
Pero el Consejo Europeo se levantó sin acuerdo, dejando a la presidencia irlandesa encontrar una formula de consenso en los doce días que le quedaban.
Ahern fue capaz de hacerlo aplicando la formula del mínimo común denominador y buscando un candidato lo suficientemente débil como para que la «nueva» y la «vieja» Europa continuasen su disputa sintiéndose capaces de controlarlo. Al presentar la candidatura de Durao Barroso, primer ministro de Portugal al Consejo Europeo extraordinario del 29 de junio, Ahern se limitó a preguntar si alguien tenía alguna objeción. Y ante el silencio, quedó designado como nuevo Presidente de la Comisión para su ratificación por el Parlamento Europeo el 22 de julio.
Barroso, como un camaleón, es capaz de mimetizarse al medio sin por ello dejar de estar en peligro de extinción. Militante maoísta en su juventud, joven turco de la derecha portuguesa, negociador de los acuerdos de paz en Angola que permitieron sobrevivir la estructura de UNITA, anfitrión de Bush, Blair y Aznar en las Azores sin que su presencia en la foto convirtiese aquello en un cuarteto, Barroso es sobre todo el responsable del hundimiento económico y político de Portugal en los dos últimos años.
Su aplicación estricta del Pacto de Estabilidad ha hecho aumentar la tasa de paro en Portugal del 4% al 7% de la población activa. Bajo la amenaza de que Bruselas cortaría las ayudas estructurales, que representan un 2% del PIB, impuso una política salvaje de reducción del déficit presupuestario, que había alcanzado bajo el anterior gobierno social-demócrata, el 4,2%. La congelación de los salarios públicos, la subida en dos puntos del IVA, el bloqueo de las inversiones públicas hizo caer el PIB en un -1,3%, el peor resultado de la OCDE. Y prometió al Financial Times atarse como un Ulises moderno al mástil de su nave «para resistir a las sirenas que quieren destruirnos con su canto seductor a favor del gasto público y de más burocracia». Para ello decreto una amnistía fiscal, saqueó el excedente del fondo de pensiones de correos y redujo el impuesto sobre sociedades del 38% al 25%, sin poder evitar finalmente que Portugal vuelva superar el 3% de déficit público en el 2004.
Barroso consigue escapar de la crisis económica, social y política anunciada -dejando su gestión a la coalición de derechas PDS-PP tras una grave derrota en las elecciones europeas-, para dirigir una Comisión «fuerte» según sus palabras. Blair, además de su lealtad atlantista, considera con razón que su presencia al frente de la Comisión es una garantía de que el «método comunitario» se bloquee definitivamente, amplificando la ineficacia de Santer y Prodi. Para Chirac, Schröder o Zapatero, la dependencia de Portugal de los fondos estructurales, la política agraria común y la inversión española es una garantía anticipada de su sumisión y comprensión. No se podía haber encontrado un candidato que represente mejor la crisis del proyecto de construcción neoliberal de la UE.
La Europa asimétrica y las «cooperaciones reforzadas» se estructuraran en el seno mismo de la Comisión. Solana gestionará la entrada en sociedad de la UE en la «globalización armada» sin poner en cuestión los intereses geoestratégicos de EE UU. Verheugen, dirigirá la nueva combinación de recorte del gasto social con subvenciones industriales masivas a las nuevas multinacionales europeas. Con Barrot al frente de la cartera comunitaria de competencia, Francia se asegura que sus grandes monopolios industriales hagan la transición, sin enormes sobresaltos, hasta su conversión en multinacionales europeas. Juncker, primer ministro de Luxemburgo, el mayor paraíso fiscal de la UE, será «Mr. Euro», presidente del Eurogrupo, el primer órgano oficial de gestión de las «cooperaciones reforzadas». El núcleo central de la Comisión queda en manos del eje franco-alemán, a cambio de su propia debilidad como institución, mientras el Consejo se convierte en terreno de conflicto permanente entre la «nueva» y la «vieja» Europa, con el mínimo común denominador de la aplicación de la Estrategia de Lisboa y el horizonte prometedor de las «cooperaciones reforzadas».
Las perspectivas para la izquierda alternativa
Los resultados electorales de las fuerzas políticas que se sitúan a la «izquierda de la izquierda» han variado mucho en cada estado miembro. Ello es una demostración más de la falta de proyección política del movimiento antiglobalización que, a través de los Foros Sociales europeos y las grandes manifestaciones de protesta como Barcelona o Génova, si ha tenido una dinámica europea. Algo parecido ha ocurrido con el movimiento anti-guerra, aunque en este caso la diferencia del alcance de las movilizaciones puede explicarse en parte por la división entre la «nueva» y la «vieja» Europa en su apoyo a la guerra de Bush.
Los partidos comunistas, tanto el sector más tradicional y antieuropeo -como el PCP y el KKE griego-, como los que han hecho la experiencia de participar en gobiernos de coalición socio-liberales -como el PCF- aunque ven reducida su representación, consiguen en general unos resultados entre el 5% y el 7%. Mantienen la fidelidad de una base social y un enraizamiento en sectores de la clase obrera que se va erosionando por cuestiones demográficas y de reestructuración de la vieja industria tradicional europea. La excepción es el Partido Comunista de Bohemia y Moravia que, apoyándose en el los bastiones obreros del norte de la República Checa, que sufren una rápida reestructuración, ha sido capaz de alcanzar el 17% y ser la segunda fuerza más votada.
De las tres grandes formaciones pluralistas de izquierda del sur de Europa – Rifondazione, Izquierda Unida y Synaspismos- solo la primera ha aumentado en número de votos (6,1%) y escaños (4), y las otras dos retroceden, sobre todo Izquierda Unida. Lo mismo ocurre con la izquierda ex -comunista y verde en Suecia, pero no en Finlandia o Dinamarca. El Bloco de Esquerdas portugués consigue su primer eurodiputado y Respect en Inglaterra obtiene algunos resultados locales apreciables. En este panorama, los resultados de la coalición LCR-LO (2,6%) suponen un revés de las expectativas depositadas en la izquierda anticapitalista francesa.
Por razones prácticas la mayoría de estas fuerzas se organizarán en la Izquierda Unitaria Europea (GUE). Pero a pesar de la reelección de Francis Wurtz (PCF) como presidente del grupo, los equilibrios internos en el mismo harán muy dificil una proyección política común. El PDS alemán -que aplica en coaliciónes regionales con el SPD una política socio-liberal-, aumenta su peso proporcionalmente en el grupo, aunque tenga ahora el complicado problema táctico de cómo responder al surgimiento de la nueva «Alternativa Electoral Justicia Social y Trabajo». Los partidos comunistas más tradicionales se ven reforzados por un grupo importante de 6 eurodiputados checos. Rifondazione, con 4, a pesar de contar con el apoyó de dos más, español y griego, pierde peso proporcionalmente, lo que reduce su margen de maniobra a la hora de impulsar el Partido de la Izquierda europeo como nuevo sujeto político /6. A este breve panorama hay que añadir que las diferencias estratégicas entre las organizaciones de la izquierda nórdica, que se coordinan en una plataforma propia, y el resto de la izquierda alternativa, en un sentido amplio, se han acrecentado a lo largo de esta campaña, haciendo más difícil el desarrollo de una perspectiva global.
Hay sin embargo puntos sobre el que construir esa perspectiva, aunque con distintas orientaciones estratégicas, como son la oposición al Tratado Constitucional europeo y la campaña por el NO en los referénda de ratificación, el apoyo al movimiento contra la ocupación de Iraq y en solidaridad con el pueblo palestino y las luchas de resistencia contra la Estrategia de Lisboa.
Porque a pesar de unos resultados electorales decepcionantes en relación con el trabajo de la izquierda alternativa en los movimientos sociales desde 1995, todo apunta a que ese movimiento continuará un largo ciclo de acumulación de fuerzas y sectores sindicales cada vez más importantes entrarán en lucha contra las políticas de la Estrategia de Lisboa. Por ello es tan urgente profundizar en los debates estratégicos abiertos, que recorren de manera transversal a toda la «izquierda de la izquierda» a partir de sus propias tradiciones culturales y situación nacional, y darles un contexto europeo.
Los temas de este debate, que será fundamental para armar al conjunto de la izquierda alternativa para resolver los retos que confronta, tienen que ver con el análisis de la situación internacional y la caracterización del actual ciclo de luchas; el balance de la participación de un sector de los partidos comunistas y verdes en los gobiernos socio-liberales bajo hegemonía social-demócrata; la naturaleza y evolución de la social-democracia; la política de frente único en los movimientos sociales, en la construcción de coaliciones plurales a la izquierda de la social-democracia y en relación con los partidos social-demócratas y verdes, en especial cuando están en la oposición; y el problema de la acumulación primitiva de fuerzas de la izquierda revolucionaria para poder intervenir en todos estos campos.
Se trata de un debate que no se puede obviar y que recorre a todas las fuerzas políticas a la izquierda de la social-democracia, e incluso a corrientes de izquierdas en su seno, en distintos niveles de evolución bajo la presión de los movimientos sociales. La izquierda revolucionaria tiene todo el interés de llevar este debate hasta el final, de manera unitaria, sin miedo a los mestizajes y buscando la confluencia en la unidad de acción tanto a nivel de los estados miembros como el europeo.
La Conferencia Anticapitalista Europea ha sido un humilde pero útil foro para empezar a configurar, en el seno de la propia «izquierda de la izquierda», su corriente más radical, en interrelación continua con el resto de las organizaciones de la izquierda alternativa. En su acervo cuenta con una intervención más o menos coordinada en los movimientos sociales europeos, los Foros Sociales y las luchas de resistencia, así como una convergencia programática que ha quedado recogida en una serie de Manifiestos conjuntos. Ese acervo puede ser fundamental en los años que vienen para impedir una división sectaria de los movimientos sociales, sobre todo de los Foros Sociales, y para continuar construyendo paso a paso una perspectiva y una alternativa anticapitalistas europeas al fragor de las luchas que se avecinan. ¿Seremos capaces de ello?
Notas
1/ G. Búster, «La Estrategia de Lisboa de la Europa Neoliberal», Rebelión 10 de junio del 2004
2/ G. Búster, «El futuro de Europa y la izquierda alternativa», Rebelión
3/El Manifiesto anticapitalista adoptado por la VIII Conferencia Anticapitalista Europea puede consultarse en la página web de EUiA,
4/ Como se puso de manifiesto una vez más con ocasión de la Cumbre UE-EE UU a finales de junio en Irlanda, el escenario principal de la competencia inter-imperialista es la misma «economía atlántica». El 50% de los beneficios de las inversiones extranjeras de EE UU en 2003 tuvieron su origen en Europa. Las inversiones europeas en EE UU alcanzaron en el 2002 1 trillón de dólares y suponen dos tercios de toda la inversión extranjera en EE UU. El comercio trans-Atlántico alcanzó su cifra record en 2003, creciendo un 7% y alcanzando los 395.000 millones de dólares.
5/ Según el Tratado de Niza, la mayoría cualificada se obtiene con el apoyo de 13 de los 25 estados miembros, con al menos el 62% de la población y el 72% de los votos en el Consejo. Reino Unido, Italia y Polonia, con el apoyo de un estado miembro pequeño pueden constituir una minoría de bloqueo, de la misma manera que Francia, Alemania, España y Bélgica o Portugal.
6/ François Vercammen, «Les partis communistes et alternatifs fondent le PGE», Inprecor nº 494 (www.inprecor.org) ha hecho un detallado estudio del desarrollo y limitaciones del Partido de la Izquierda Europea promovido por Rifondazione.