Al escribir estas líneas, no se espera que el estimado lector (especialmente del sector educación) piense que la asignatura en mención goza de algún privilegio especial, sea de la Divina Providencia, sea del Oráculo de Delfos o de la loca ocurrencia de quien se dirige a ustedes en este momento. Pero lo cierto es que […]
Al escribir estas líneas, no se espera que el estimado lector (especialmente del sector educación) piense que la asignatura en mención goza de algún privilegio especial, sea de la Divina Providencia, sea del Oráculo de Delfos o de la loca ocurrencia de quien se dirige a ustedes en este momento. Pero lo cierto es que los Estudios Sociales juegan un papel fundamental en el desarrollo cognitivo de los niños y jóvenes que, sumado a la Educación Cívica, se encarga, ya sea de perpetuar las relaciones del sistema o bien, de contestarlas críticamente.
El conocimiento del pasado y la comprensión de las condiciones espaciales en las que se desenvuelve un grupo humano, permiten acceder a un poder particular: el reconocimiento de las posibilidades de transformación del mundo. Esta característica existencial que implica la historicidad y la espacialidad de las relaciones humanas es la llave para establecer el cambio o la perpetuación de las condiciones materiales del individuo. Dicho de otro modo más práctico: el conocimiento de la Historia y la Geografía en especial, sitúan al sujeto del conocimiento en un plano dialéctico, ya sea como transformador de su realidad existencial y de su mundo o bien como reproductor de las características del sistema imperante.
Evidentemente, la escogencia de cualquiera de estas posibilidades se potencializan o se agotan cuando el educador reconoce su propia situación existencial o cuando se mantiene sumido en las relaciones alienantes de desigualdad del sistema. Es decir, el educador tiene una participación fundamental en el proceso de concientización del estudiante o en su deshumanización como sujeto histórico. He aquí la importancia del educador como agente de transformación social. Por ello es necesario que la formación de los educadores pase por una toma de autoconsciencia sobre su función histórica y social. Esto, al menos, es lo esperable.
Desde el plano de la reproducción sistémica, la educación juega un papel medular. Permite que las relaciones de desigualdad se mantengan por medio de una compleja red de situaciones políticas, sociales, económicas y culturales. A través de ellas es que se impregna la ideología del sistema. El educador ha de ser capaz de profundizar en el descubrimiento de estas redes que relacionan la acción pedagógica con las intencionalidades del poder hegemónico, si su meta es el cambio. Por otro lado, desde las posturas de la resistencia, la educación puede ser un instrumento de rebeldía frente a las imposiciones ambiguas y arbitrarias del poder hegemónico. Puede ser el despertar de la consciencia social que desencadenaría la postura crítica ante el contexto histórico, lo que llevaría, a su vez, a cambios más profundos.
El sistema educativo, como reflejo de las contradicciones sociales y sistémicas per se, convive con ambas realidades pues así es la realidad existencial e histórica misma. El problema que encuentra el poder hegemónico se suscita en la «incontinencia» de la resistencia, por ello busca aplacarla. Por otro lado, la necesidad del control por parte del poder, deja cierta maniobrabilidad en su propia esencia reproductora, con el fin de permitir los cambios necesarios en su evolución y adaptabilidad intrínseca, sino también de acceder a los posibles focos desestabilizadores del statu quo.
Si el educador comprometido encuentra las herramientas de la resistencia frente al sistema, asumirá irremediablemente una postura de cambio. Ahora bien, esto solo es posible si el sujeto de la educación (educador en este caso) es capaz de reconocer y asumir su realidad histórica. Esto lleva directamente al rompimiento de un mito: los profesores de Estudios Sociales como mesías contestatarios que pueden acceder, como una revelación, al conocimiento de su propia y compartida opresión. Sin embargo, el conocimiento de la Historia y la Geografía -y las demás Ciencias Sociales- acerca al individuo a la realidad de su existencia, lo pone a dudar y a cuestionar.
Por esta razón, esta asignatura goza del control permanente del Estado. Las imposiciones curriculares no pretenden desestabilizar el sistema, si acaso criticarlo someramente con el fin de completar los vacíos de su contradicción, pero jamás se plantea la acción sobre el mundo. El «currículum oculto» se muestra así de forma clara: perpetuar la desigualdad y la opresión, no develar las vías del ser humano para ser verdaderamente libre. Lo único que pueden hacer educadores y educandos es resistir, sea en silencio, sea abiertamente; pero sin posibilidades claras de generar un cambio.
La política educativa hacia esta asignatura se encamina a establecer lo que puede ser aprendido y a censurar lo que se convierte en una inconveniencia para los objetivos del poder. Es así de simple. Reformar los Estudios Sociales, más allá de su intencionalidad manifiestamente expresada, plantea graves inconvenientes a futuro, sobre el modelo de país y de persona que se desea. Eliminar la historicidad y la espacialidad, implica deshumanizar. Es desarraigar al ser de su entorno, es limitarle sus posibilidades y su naturaleza de transformación utópica. Es más que alienarlo, es prácticamente desaparecerlo como sujeto en el tiempo, para convertirlo en objeto del mercado.
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