«Sé que soy observado más allá de nuestras fronteras. Debo reorientar Europa al camino del crecimiento.» Hollande sobreactúa atribuyéndose capacidades que están lejos de su alcance, después de haber conseguido un primer puesto muy ajustado en la primera vuelta de las elecciones francesas (28,5%, punto y medio por encima del presidente saliente, esperemos que definitivamente, […]
«Sé que soy observado más allá de nuestras fronteras. Debo reorientar Europa al camino del crecimiento.» Hollande sobreactúa atribuyéndose capacidades que están lejos de su alcance, después de haber conseguido un primer puesto muy ajustado en la primera vuelta de las elecciones francesas (28,5%, punto y medio por encima del presidente saliente, esperemos que definitivamente, Sarkozy). Pero es cierto que las elecciones francesas del domingo 22 han sido seguidas con más atención de la habitual, particularmente aquí, en la izquierda, y en la «izquierda alternativa». Eso es lo que justifica esta nota, escrita pensando más en los debates domésticos, que en un análisis en profundidad sobre la situación política francesa, que corresponde hacer desde dentro. Por decirlo todo, también me anima a escribirla que muchos de los principales problemas que suscitan los resultados electorales, especialmente del Frente de Izquierda y del Nuevo Partido Anticapitalista, conectan inmediatamente con los que se plantean en el libro Conversaciones con la izquierda anticapitalista en Europa que está ya en las librerías, y sobre el que me permito esta modesta e indisimulada autopublicidad.
La referencias entrecomilladas corresponden a declaraciones de candidatos y partidos tomadas de la prensa; no he querido atiborrar el texto de notas, y sólo al final incluiré algunos textos de consulta de especial interés.
1. Un primer dato a considerar es la alta participación, cercana al 80%. Frecuentemente se considera que una baja participación electoral es un signo cierto de «deslegitimación» del sistema. ¿Significaría entonces una participación tan considerable una «legitimidad» o «legitimación» de V República francesa? Más bien, el conjunto de los resultados, y particularmente los que corresponden a candidaturas que se dicen, o están, «contra el sistema» (cercano al 35% de los votos) indica lo contrario. El mayor o menor interés de la ciudadanía en participar, o no, en unas elecciones obedece habitualmente a razones más superficiales y aleatorias que la legitimidad del sistema. El llamamiento de Jean Luc Mélenchon a una «VI República», con lo que implica de critica radical al régimen actual, sale de las elecciones no debilitado, sino posiblemente reforzado; quizás se refuerce más aún tras la segunda vuelta y las legislativas de junio en las que se asistirá a un mercado persa de intercambios de apoyos y votos más o menos «contra natura», consecuencia directa del sistema electoral francés, uno de los menos proporcionales del mundo.
2. Es significativo del estado de agotamiento y desorientación de la «socialdemocracia» europea que un político de segunda mano como François Hollande -que debe su puesto a las andanzas de Dominique Strauss-Kahn, el candidato preferido, de lejos, por los «socialistas» franceses hasta hace sólo unos meses- se haya convertido en un modelo de referencia para los PS europeos, al que se aferran para salir del pozo, y en la gran esperanza, incluso al parecer de gobiernos como el del PP, para un cambio de rumbo en la Unión Europea. Pero ni el programa de Hollande, ni las condiciones de la crisis capitalista, también en Francia, permiten tener expectativas razonables en este sentido. El lema económico central del probable futuro presidente es suficientemente significativo: «Dar sentido al rigor» («a la austeridad», diríamos en el lenguaje político de aquí). Más allá de las reformas fiscales y las promesas de creación de empleo, típicas de los programas electorales y que habrá que ver en que quedan cuando Hollande «descubra la herencia recibida», sus objetivos estratégicos en política económica se reducen a tres: -alargar los plazos para llegar al déficit cero hasta el 2017; -establecer a un compromiso con Merkel para reformas, sin duda menores, del Tratado de Estabilidad y para flexibilizar el «rigor» del Banco Central Europeo; -dar seguridad a los «mercados», para lo cual ha viajado ya a la City de Londres y anuncia una próxima reunión con los patronos de las empresas del CAC 40 (equivalente al Ibex 35). Esto explica que su posible victoria no provoque especiales inquietudes en los gabinetes de estudio de los grandes bancos internacionales. Incluso, la defensa de cierta flexibilidad, sobre todo en los ritmos de aplicación de las políticas de ajuste pueden terminar siendo funcionales para el sistema, si se confirman las perspectivas de depresión a medio plazo en países no intervenidos, como España, Italia, e incluso la propia Francia (el periódico en línea Mediapart anuncia un posible «Lehman Brothers francés» en las próximas semanas; por el momento, no revela el nombre del banco amenazado). Pero esto es todo: lo de «reorientar Europa al camino del crecimiento» es pura propaganda electoral. Y hacer de él el abanderado de un nuevo ciclo «socialdemócrata» en la UE es una fábula difundida por quienes, como es el caso del PSOE, no tienen nada que ofrecer por sí mismos.
Es obvio, pero no está de más recordarlo: la política de Hollande es «anti-Sarkozy», no «anti-neoliberal».
3. El dato más notable, y peligroso, de las elecciones ha sido el 18,12% obtenido por el Frente Nacional de Marine Le Pen. Además de sus consecuencias en Francia, encuentra un terreno abonado en muchos países europeos para estimular el avance de la extrema derecha; una relectura de textos que hemos publicado en nuestra revista, como el que señalamos al final, es muy recomendable.
«En Francia no hay más de seis millones de fachas», ha dicho un portavoz del PS. No cuesta trabajo creerlo. La actual extrema derecha europea no es políticamente equivalente a la de los años 30. Pero las diferencias no deben hacer olvidar las semejanzas, y el papel de estas semejanzas en el acopio de votos.
Marine Le Pen lleva en campaña año y medio y ha tenido diversos discursos en torno a una estrategia bien diseñada. El primer objetivo fue lo que llamó «desdiabolizar» al Frente Nacional, es decir, convertirlo en un partido «como los otros», cuyos votantes no tuvieran que esconderse, ni aparecer de espaldas en los reportajes electorales. Sobre todo, se trataba de quitarse de encima la marca «antisemita», que está en los genes del partido fundado por su padre, pero provoca rechazos muy amplios en la sociedad francesa. Así, Marine Le Pen incorporó a su discurso un programa económico basado en el rechazo del euro y la afirmación de un «soberanismo» distante de la UE y radicalmente crítico con sus instituciones.
Los resultados de este discurso no fueron demasiado alentadores en las encuestas electorales, así que en la última etapa de su campaña volvió, esta vez con mucho éxito, al marco político básico de la extrema derecha, con el que se identifica realmente su base social y electoral, es decir: islamofobia (que sustituye ahora con ventaja al antiguo «antisemitismo»); estricto control de la inmigración, por medio, entre otras medidas, de una política nacional de fronteras que anule la aplicación en Francia del Tratado de Schengen; una versión especialmente represiva de la «seguridad ciudadana»; proteccionismo (contra las deslocalizaciones; por la prioridad «nacional» en el empleo y el acceso a la vivienda…).
Más allá de las medidas concretas, la aportación de Marine Le Pen a la política tradicional de su partido, ha estado en reforzar su carácter «popular» («representamos a la Francia pobre» ha dicho, y lamentablemente hay verdad en ello, especialmente en la «Francia profunda» campesina); «antisistema y fuera del sistema» («somos ahora la única verdadera oposición a las elites financieras y a la izquierda ultraliberal, laxa y libertaria», una combinación en la que cada adjetivo cuenta)… Ahora, bajo el impulso del éxito electoral, ha añadido un nuevo objetivo central: «la implosión del sistema político», para situar al Frente Nacional, posiblemente con un nuevo nombre, como fuerza mayoritaria de la derecha francesa.
No es un objetivo inalcanzable, pero tampoco parece al alcance de la mano por vía parlamentaria, y no cabe duda de que ésta ahora la vía del FN y de sus compinches europeos. Marine Le Pen tiene que jugar a fondo a la derrota de Sarkozy, lo cual puede terminar siendo decisivo… para la victoria de Hollande, pero tendrá que negociar con el partido del aún presidente, la UMP, para conseguir su gran objetivo: contar con un grupo parlamentario propio en la Asamblea Nacional que saldrá de las elecciones de junio. Le Pen calcula que puede llegar a la segunda vuelta de esas elecciones con, al menos, cien candidatos (que obtendrían más del 12,5% en la primera vuelta). Pero el carácter ultramayoritario del sistema electoral francés, la puede dejar con cero diputados, que es como está ahora. Para formar grupo necesitaría 15 diputados (la Asamblea Nacional tiene 577) y sólo podría conseguirlos mediante un complicado juego de desistimientos pactados, fundamentalmente con la UMP.
Por último, y aunque no pase de ser una anécdota, la euforia de la noche electoral, llevó a Marine Le Pen a superarse a sí misma en materia de demagogia, dirigida esta vez hacia la izquierda: así llamó a la «resistencia» (el lema compartido de las candidaturas a la izquierda del PS, gritado especialmente a todo pulmón en los mítines masivos de Mélenchon) y a la colaboración con los «soberanistas de izquierda», y por sin esto fuera poco, bajo el slogan que simboliza a Mayo 68: «Ce n´ est qu´un début; continuons le combat». Marine Le Pen no olvida que una parte de su fuerza viene, y a lo que se ve aspira a que siga viniendo, de gente de izquierda «antisistema», decepcionada por sus antiguos partidos.
4. Aunque el resultado obtenido haya estado muy por debajo de las expectativas (11,11% respecto al 16 ó 17% esperado, con la idea de superar a Le Pen, lo que lamentablemente ha quedado lejos de conseguir), el Frente de Izquierdas y su líder Jean-Luc Mélenchon se han convertido en un referente para la izquierda europea, que recuerda al papel que jugó hace unos años Die Linke.
El éxito masivo de la campaña electoral de Mélenchon y su importante votación me parece una muy buena noticia para ese espacio a la izquierda de la «socialdemocracia» que existe en estado magmático en toda Europa. Hay que reconocer que él mismo y el Frente de Izquierdas van a ser la principal referencia política de izquierda de la nueva etapa en Francia y que lo que digan y lo que hagan tendrá una considerable influencia europea. Razón de más para evitar las simplificaciones de la pura exaltación y tratar de analizar su política real, con sus logros y contradicciones.
El primer punto a destacar es el marco político que ha sido, mucho más que el programa concreto, la base de la campaña de Mélenchon. Los lemas principales son conocidos: «¡Tomemos el poder!», «Insurrección cívica», «Revolución por las urnas»… todo ello con un tono «presidencial» («Yo cogeré mi vieja pluma, una hoja de papel y empezaré marcando: el salario mínimo a 1.700 euros. ¡Cuando se es de izquierdas y se llega al poder, hay que aumentar el salario mínimo!») que no es simplemente lenguaje exuberante de campaña. Hay aquí un tema que no termina de estar claro, pero en el que conviene detenerse.
Mélenchon se ha reivindicado de lo que llama el «modelo latino» para definir su proyecto político. Este modelo consistiría en disputarle la hegemonía al PS en el «pueblo de izquierdas», un objetivo que me parece bien planteado y que también forma parte, con un enfoque propio, del Bloco de Esquerda portugués, un partido menos valorado de lo que merece, como se muestra, creo, en el libro publicitado al comienzo de esta nota.
Pero en la concepción de Mélenchon este objetivo se alcanza prioritariamente por procedimientos electorales. De ahí sus ilusiones en disputar ahora la 2ª vuelta a Hollande («Eso sería la culminación del ‘modelo latino», declaró), con la perspectiva de disputarla de nuevo, y ganarla, dentro de cinco años. Es verdad que esto es sólo una interpretación, pero es coherente con la campaña desarrollada. El 11% obtenido compromete seriamente la credibilidad del proyecto a corto plazo, pero es una hipótesis razonable que se mantenga como núcleo del proyecto de Mélenchon.
Las referencias al «modelo latino» (aunque se dice que su contacto direct en este aspecto es Rafael Correa, un mal «modelo»…) dan sentido a analizar la política de Mélenchon no desde el «populismo» -utilizado cada vez como una etiqueta peyorativa banal que se aplica a todo lo que no suene a la ortodoxia dominante-, pero si desde la «razón populista», por utilizar el título del muy recomendable libro de Ernesto Laclau, pionero en una revisión política radical de la lucha por la hegemonía antagonista en nuestra época y el papel del sujeto «pueblo» en ella. Hay también en este punto relecturas recomendables en nuestra revista y un debate muy pertinente, sobre el que me voy a limitar a justificar sumariamente mis reservas. A mi parecer, el Frente de Izquierdas es por ahora estrictamente un movimiento electoral, sometido a los avatares propios de unas elecciones, entre otros, bajar cinco puntos en una semana las expectativas de voto por la presión de un «voto útil» hacia Hollande, voto que no debería pesar excesivamente en elecciones a dos vueltas.
La conversión de ese movimiento electoral en un movimiento sociopolítico es un enorme salto cualitativo, muy problemático cuando es precisamente lo electoral el aspecto predominante de la acción política. Que ese hipotético movimiento sociopolítico culminara en la constitución del sujeto «pueblo» es algo que simplemente no parece tener bases significativas en la actual realidad política francesa. Por supuesto, habrá que prestar atención a los desarrollos futuros de las resistencias a la política de Hollande y, particularmente, de la lucha social y política con el Frente Nacional. Pero por el momento, creo que son más importantes que especulaciones «constituyentes» las características concretas, esperemos que en marcos unitarios, que tomarán esas resistencias y esas luchas, y el nuevo contenido que adquiera a partir de ellas, conceptos que suenan tan bien como «insurrección cívica».
En segundo lugar, el programa concreto del Frente de Izquierdas tiene objetivos y propuestas que responden muy bien a las políticas de ajuste que padecemos, pero también contradicciones y ambigüedades notables que, no sé por qué, no aparecen ni aludidas entre sus partidarios de aquí. Hemos publicado textos en la web que las señalan sin el menor sectarismo, simplemente porque existen y hay que valorarlas precisamente por la importancia adquirida por el Frente. Por ejemplo, en uno de los artículos que publicamos se lee: «Mélenchon denuncia el imperialismo estadounidense, defiende la retirada de la OTAN, pero no es ni antiimperialista ni antimilitarista. Cuando se le pregunta lo que piensa de la actitud de Nicolas Sarkozy en el asunto libio, responde: ‘la política realizada es conforme al interés de Francia -estar ligada con el mundo magrebí’. Cuando Eva Joly propone suprimir el desfile militar del 14 de julio, en el verano de 2011, se enfada declarando que el pueblo francés ‘no tiene que tener vergüenza de (su) ejército, de (su) orgullo nacional’… Aboga incluso por «un desfile militar y ciudadano, para mostrar a las finanzas internacionales que aquí hay un pueblo que no se dejará dominar», y enviar ‘un mensaje a las agencias de notación: aquí no estamos en Grecia». Asímismo, en el balance de las elecciones de Samy Johsua que está en nuestra web leemos: «La referencia omnipresente a ‘La República’ es ambigua en la historia del país, y no es por azar que sea reivindicada también por Sarkozy y tantos otros. Hay en Mélenchon la referencia a 1793 y a La Comuna de París. Pero también el saludo a la «presencia de Francia» en todos los continentes (dicho de otra forma, en las últimas colonias), a la política de Estado a la manera gaullista, a una alianza directa con bellas democracias como China y Rusia, a la venta sin escrúpulos de armas ‘francesas’, al mantenimiento de la disuasión nuclear, mas las tentaciones fluctuantes sobre el proteccionismo». Hay pues mucho que discutir, especialmente, sobre el «soberanismo nacionalista» tal como lo entiende Mélenchon.
Pero esas discusiones no deben enturbiar que el Frente de Izquierdas defiende un programa social antineoliberal radical, sobre el cual las coincidencias con un enfoque anticapitalista son mucho más importantes que los desacuerdos. Por tanto, aunque tenga sentido mantener abierto el debate «antineoliberalismo/anticapitalismo» desde el punto de vista de las orientaciones a medio y largo plazo, este debate probablemente no tenga interés para la gran mayoría de la gente que sufre día a día los estragos de las políticas neoliberales, y que lo que querrían es una acción firme y común contra ellas. Ojalá estas aspiraciones se concreten. Sería una muy buena lección, mas allá de Francia.
Una última cuestión. El Frente de Izquierda es una coalición electoral. Probablemente se mantendrá de algún modo, pero es muy poco probable que a medio plazo se transforme en un partido, un Die Linke francés. Por una parte, las relaciones de fuerzas entre sus componentes son muy desiguales: el PCF dice tener 130.000 militantes, 75.000 con la cotizaciones al día, 1.000 cargos públicos elegidos (entre los cuales, 17 diputados en la Asamblea Nacional) y encabeza el 75 % de las candidaturas para las próximas legislativas. El partido de Mélenchon, Partido de Izquierda, dice tener 10.000 militantes, menos estructurados que los del PCF, y un peso institucional mucho más débil (sólo dos diputados en la Asamblea). Los demás grupos de la coalición tienen apenas unas decenas de militantes.
A estos desequilibrios se suman diferencias políticas ahora no evidentes, pero que podrían pesar en un futuro próximo. Diferencias incluso en las fórmulas: no es lo mismo, aunque suene parecido, llamar a disputarle la hegemonía de la izquierda al PS, que a «cambiar el centro de gravedad de la izquierda», como propone el PCF. Pero sobre todo, no me parece tan clara como piensa Samy Johsua, la posición sobre una eventual alianza de gobierno con Hollande. Mélenchon la rechaza. La posición del PCF es mucho más ambigua; en la noche electoral, uno de sus portavoces dijo: «Si hubiéramos obtenido un 16 o 17% de los votos habría dado lugar a un gran debate». Si todo depende de los votos y no de la valoración del programa de Hollande, podría haber sorpresas después de las legislativas. Aunque ahora, como la política hay que hacerla sobre datos concretos y no sobre hipótesis de intenciones, se pueda considerar que no hay en este aspecto desacuerdos entre el Frente y quienes se oponen a cualquier forma de colaboración gubernamental con el social-liberalismo.
5. Terminaré con unos comentarios sobre los resultados del NPA, que me resultan especialmente difíciles de escribir. Las afinidades cuentan. Pero sobre todo cuenta el conocimiento de las graves dificultades que atraviesa la organización desde mucho antes de las elecciones y la preocupación por el futuro del NPA, porque coincido con Alex Callinicos en que «el colapso del NPA sería un desastre para toda la izquierda revolucionaria internacionalmente».
Poco antes de las elecciones, Philippe Poutou declaró: «Si consigo el 1% eso no nos desmovilizará, pero un resultado apreciable nos situaría en una posición mejor para el futuro.» Ha obtenido el 1,12%, un resultado muy débil, que no mejora por compararlo con los sondeos iniciales que le daban más o menos la mitad. Pero un mal resultado no justifica el tratamiento despectivo que se ha podido leer aquí, en comentarios desde la izquierda sobre la campaña francesa. Más allá de las discusiones que haya que tener sobre la orientación política de la campaña, Poutou ha defendido dignamente un programa anticapitalista en los difíciles escenarios de los debates continuos en los grandes medios de comunicación y en decenas de mítines, desafiando y venciendo ese «desprecio de clase y de casta» que le trató de ridiculizar por ser un «obrero», como denunciaron Philippe Corcuff y Lilian Mathieu en el artículo que publicamos en el nº 121 de VIENTO SUR.
Señalaré dos aspectos que me parecen poco convincentes de la campaña de Poutou, con las reservas de que la opinión se basa en lecturas, no en la experiencia directa, y con el convencimiento de que si no se hubieran producido éstos que me parecen errores, el resultado electoral habría sido muy parecido. Una vez que el NPA decidió presentar una candidatura propia en las condiciones políticas de estas elecciones, en las que el Frente de Izquierdas aparecía como el abanderado de la unidad, la partida estaba jugada y en mi opinión, desde un punto de vista electoral, perdida. Lo que no significa desconocer que la política unitaria, especialmente en elecciones, es quizás la más difícil de las que tiene hoy ante sí la izquierda anticapitalista en toda Europa, y que frecuentemente quien más habla de unidad, no es quien mas trabaja por realizarla.
Coincido con Samy Johsua en uno de los problemas que señala de la campaña Poutou en el artículo ya citado: «Cuando el temor de la crisis paraliza las conciencias, cuando los odios estallan equivocándose a veces de dirección, cuando en todas partes se está a la búsqueda de salidas creíbles y coherentes, la idea de que la preocupación principal sea el rechazo de los ‘políticos profesionales’ no golpea en lo esencial, aunque tenga su legitimidad». La crítica de la «política profesional» es una de las aportaciones importantes del NPA, y particularmente de su anterior portavoz Olivier Besancenot, que enlaza con las mejores tradiciones del movimiento obrero, La Comuna, en primer lugar, de la que tanto se ha hablado por parte del Mélenchon, pero también de Besancenot, en esta campaña. Todo lo que tiene que ver con las limitaciones de salario, de duración de mandatos, los controles sociales de la gestión de los cargos públicos… es no sólo legítimo, sino imprescindible. Pero Poutou lo ha llevado al extremo de lo que ha aparecido como una burla de cualquier responsabilidad política institucional, que puede caer simpática, pero que dudo mucho que se tome en serio para dar respuestas políticas a la durísima situación existente. Por poner un ejemplo: en una entrevista en Canal +, Poutou reacciona simplemente con carcajadas cuando el periodista le recuerda cómo había respondido Besancenot en otro programa a la pregunta: «¿Cuál sería la prioridad de Poutou si fuera elegido?». La respuesta fue: «¡Uff, estaría totalmente en la mierda!». Una reacción que viene a significar lo mismo que su declaración en otro programa, según la cual si saliera elegido se «autodisolvería».
El segundo problema tiene que ver con uno de los puntos fuertes de la campaña del NPA, que ha sido el tema central del discurso de Poutou: la defensa de un «escudo social» que proteja a la gente trabajadora de las ataques del capital, integrado por un conjunto de reivindicaciones sociales. Por supuesto, no hay nada que oponer a esta propuesta y a que tenga un carácter fundamental en el programa electoral. Pero escuchando debates y charlas de Poutou, y de Besancenot, he tenido la impresión de que proponían básicamente un programa reivindicativo de orientación sindicalista revolucionaria, y que los temas propiamente políticos se limitaban a la propaganda anticapitalista. Es cierto que puede verse este tema desde otro punto de vista: cuando en medio de la campaña electoral los trabajadores de Acelor-Mittal se manifestaron en París, ni apareció el Frente de Izquierdas y allí estaba, como debe ser, el NPA. Pero esto no es contradictorio con que en una campaña electoral, y máxime en esta campaña electoral con la creciente amenaza de Le Pen y con Mélenchon poniendo en primer plano temas políticos, el NPA no dio, a mi parecer, la importancia debida a cuestiones con las que se interesaba o identificaba mucha gente de izquierda, que son imprescindibles para crear conciencia política antagonista. En este aspecto, pienso que el discurso de Mélenchon respondió mejor a lo que estaba en juego.
Pero hayan existido o no estos problemas, lo que está claro ahora el objetivo es esa «tercera vuelta social» que proponen y anuncian tanto el Frente de Izquierda como el NPA, tras la 2ª vuelta de las presidenciales el próximo 6 de mayo, día que por cierto coincide con las elecciones generales en Grecia, que podrían tener una influencia en la situación europea más importante que quien termine siendo el presidente de Francia.
A lo largo de la campaña electoral, y especialmente en su última fase, el tono y el enfoque de Poutou ha sido cada vez más claramente unitario hacia la acción común con el Frente de Izquierdas. Es un dato esperanzador que combate el riesgo, siempre presente en las malas políticas unitarias, de basarlas en intentar alimentarse de los errores de aquel a quien se propone la alianza, en vez de considerar que el principal alimento que fortalece a una organización revolucionaria es la movilización social fuerte y unitaria.
Terminaré citando una vez más a Johsua: «En la prosecución de su proyecto fundador, le es preciso trabajar al mismo tiempo en construir una nueva formación con todos los anticapitalistas, desgraciadamente hoy de nuevo demasiado dispersos. Una maldición de la que habrá que librarse algún día. Una nueva formación, pues, en el interior de un amplio bloque unitario, político y social, contra la austeridad tanto de derechas (si a pesar de todo Sarkozy logra ganar) como de izquierdas. Lo que sigue al escrutinio impone este doble reagrupamiento frente a los temas de la resistencia a la crisis capitalista y a la política muy probable de Hollande si es elegido. Puede marcar una inflexión en Europa, mostrar una vía nueva y abrir al fin otras posibilidades que las de la letanía de las derrotas y los retrocesos».
Por mi parte, nada que añadir.
24/4/2012
Miguel Romero es editor de VIENTO SUR
Consultas recomendadas
Artículos
*»El resultado de Philippe Poutou y el porvenir del anticapitalismo»
Samy Johsua
http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=5123
*»Declaración de Philippe Poutou». 22/04/2012
http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=5122
*»Méritos y límites del Frente de Izquierdas». LCR-Bélgica
http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=5010
*»También en Europa: posibilidades populistas en la política europea y española». Íñigo Errejón. VIENTO SUR nº 115. Marzo 2011
http://www.vientosur.info/articulosabiertos/VS115_Errejon_TambienenEuropa.pdf
*»Una Europa en crisis, una extrema derecha en ascenso». Miguel Urbán. VIENTO SUR nº 111. Julio 2010.
http://www.vientosur.info/articulosabiertos/VS111_EuropaenCrisis_Urban.pdf
*Quienes puedan leer en francés encontrarán una documentación excelente sobre los temas tratados en la web http://www.europe-solidaire.org/
Libros
Laclau, E (2005) La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica
Romero, M (edit.) (2012) Conversaciones con la izquierda anticapitalista europea. Madrid: Los libros de VIENTO SUR/La oveja roja.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.