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Italia: el bipartidismo único

Fuentes: La Jornada

Hace unos días se enfrentaron en un debate radiofónico dos relevantes personajes pertenecientes a los principales partidos participantes en la campaña electoral: en Italia se vota para renovar el Parlamento el 13 y 14 de abril. Los participantes fueron Enrico Letta, uno de los subsecretarios de Romano Prodi en el gobierno de centroizquierda en funciones, […]

Hace unos días se enfrentaron en un debate radiofónico dos relevantes personajes pertenecientes a los principales partidos participantes en la campaña electoral: en Italia se vota para renovar el Parlamento el 13 y 14 de abril.

Los participantes fueron Enrico Letta, uno de los subsecretarios de Romano Prodi en el gobierno de centroizquierda en funciones, y Giulio Tremonti, ministro de Economía del régimen de Silvio Berlusconi finalizado en 2006. El primero sostuvo que el mercado debe permanecer abierto por ser el mejor camino para la economía italiana, además de la libre competencia; el segundo lamentó, en cambio, la «competencia desleal» de países como China e India, y anunció que, en caso de ganar Berlusconi los comicios, se adoptará una política proteccionista. Resultó extraño que el representante del Partido Democrático, de centroizquierda, fuese más liberal que el del Pueblo de la Libertad, de centroderecha. Más interesante fue el hecho que Letta sea el probable futuro jefe de una fundación cultural de la cual Tremonti es hoy presidente: el Aspen Institute Italia.

No es seguro que exista un Instituto Aspen-México, pero si así fuese, los mexicanos debieran preocuparse tanto como lo están los italianos. Aspen es una red de dirigentes cuyo presidente mundial, Walter Isaacson, renunció a presidir CNN. De ella forman parte Condoleezza Rice y Henry Kissinger, para dar un par de ejemplos. El año pasado el instituto italiano organizó un debate en conjunto con el principal centro de estudios italianos, el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC, por sus siglas en inglés), el think tank principal de los neoconservadores estadunidenses. Si se recorre el elenco de miembros del Aspen italiano se encontrarán los nombres del presidente de la república en funciones, Giorgio Napolitano, y de dos de sus predecesores; del gobernador del Banco de Italia, Mario Draghi; del director del principal periódico, el Corriere della Sera, Paolo Mieli; de la futura dirigente de la asociación patronal Confindustria, Emma Marcegaglia, y de otros personajes del tipo. Un surtido impresionante de poderes, rigurosamente «bipartisanos»: todos juntos en una fundación cuya única finalidad es «la internacionalización de la ampliación de las posibilidades del mercado político y cultural del país» y el debate de los «problemas, las soluciones actualizadas por la sociedad y los business community«. El método que Aspen practica es del «debate a puertas cerradas, que favorece las relaciones interpersonales».

¿Qué hay de malo en todo esto? Nada ilegal, naturalmente. Se trata sólo de la puesta al día sobre aquello que Antonio Gramsci escribía en los años 30 a propósito del modo cómo las clases dirigentes debaten entre sí y concertan soluciones compartidas. Entonces, pase lo que pase en las elecciones, en realidad se trata de que las clases dirigentes se dividan en «partidos políticos» con diferentes razonamientos, sin que por ello se deba a conciencia dar el apoyo a un determinado partido: sólo se trata de un proyecto de sociedad alternativo al de los adversarios. Por eso, puede suceder que un hombre de centroizquierda sea más liberal que uno de centroderecha. O también puede ocurrir a la inversa, como sucedió en la campaña electoral de 2006, cuando La Unión, el agrupamiento de centroizquierda que reunía a los partidos progresistas, opuso al centroderechista Berlusconi un programa fundamentalmente liberal que, sin embargo, contenía múltiples vertientes acerca de la precariedad del ámbito laboral, orientaciones provenientes de la izquierda y de muchos y variados movimientos sociales italianos. Quizá la breve vida del gobierno Prodi se pueda explicar, más que por la endeblez de su mayoría parlamentaria, por su propio programa. La diferencia con una política monetarista dedicada a disminuir el débito público en nombre de las reglas europeas, y la decisión de finalizarla con una politica laboral y territorial dominada por la competitividad y el «desarrollo», era tal que esta «mayonesa» no podía menos que echarse a perder. De hecho, el día posterior a la caída de Prodi, el postulado como líder del nuevo Partido Democrático (PD), actual alcalde de Roma, Walter Veltroni, anunció que habría «curso legal», desechando la alianza con Refundación Comunista y con los otros partidos de la izquierda (Verdes, Comunistas Italianos e Izquierda Democrática, una pequeña escisión de los ex Demócratas de Izquierda, que luego regresaron para confluir en el PD; lo sé: la geografía política italiana da dolor de cabeza).

Desde el momento de la dimisión hasta ahora han ocurrido dos cosas. Primero: Veltroni ha iniciado una campaña electoral que enfrenta a la de Berlusconi con las mismas armas de éste: el «anuncio» de cada día puede contener tanto la promesa de la abolición de un gravamen como la sorprendente candidatura del líder de los industriales metalmecánicos, en un nuevo experimento acerca de la abolición de «la lucha de clases». En esto Veltroni se muestra más hábil que Berlusconi porque, como es notorio, en una campaña publicitaria una cosa que funciona siempre es la palabra «nuevo». E increíblemente Veltroni y su grupo de ex funcionarios comunistas y de la antigua Democracia Cristiana están consiguiendo aparecer en la prensa «más nuevos» que el «anciano» Berlusconi, que es candidato por cuarta vez desde 1994.

Segunda cosa: el PD, como advierte en su explicación Letta, se presenta como el campeón de la «modernización» del país y del «crecimiento» económico.

Vivimos, por consiguiente, en esta semana, un clima que técnicamente se podría definir como alienado. La recesión estadunidense y mundial; la explosión del precio del petróleo, en fin, los tremendos reyezuelos de la globalización neolibal, arriban como rumores de fondo en titulares de las páginas económicas. Estas formas políticas son un triunfo de los lugares comunes sobre la «flexibilidad» laboral, las «grandes obras» necesarias para el «desarrollo», etcétera.

Uno de estos días Veltroni anunció -tras un amplio crecimiento virtual en la intención de voto- que de acuerdo con los sondeos los dos partidos mayoritarios están finalmente empatados, cuando al comienzo de la campaña electoral Berlusconi estaba adelante por 10 puntos. No se sabe si la afirmación es cierta, pero tampoco es importante. Basándonos en la ley electoral -original del precedente gobierno de Berlusconi y cuyo autor la definió como «una cochinada»-, está pendiente un referendo, que en todo caso se deberá realizar el próximo año y que obligará a cualquiera que sea gobierno (probablemente la centroderecha) a volver rápidamente a las urnas. En este juego de billar electoral está haciéndose una apuesta destinada rápidamente a terminar en el basurero.

Pero, en todo caso existe entre las posibilidades electorales una segura víctima que resultará acabada: la izquierda. Los cuatro partidos que asumen su representación han hecho las cosas a medias con el «partido plural» y la presentación comicial, una cosa llamada Izquierda Arcoiris: han defendido, hasta cierto punto, al último gobierno de Prodi; han aprobado -por esas razones- leyes y orientaciones ofensivas para los movimientos sociales; se confabularon finalmente para presentar candidaturas que amparan únicamente a los grupos dirigentes, mientras el «candidato a premier», Fausto Bertinotti, lleva a cabo una campaña conservadora, defensiva frente a los trabajadores asalariados. El principal argumento que propondrá será: se debe votar porque el riesgo en Italia que atrofia la izquierda política es aquel que ya se ha presentado en Francia y España.

Pero no parece ser ese un argumento muy convincente. En las redes y los movimientos sociales hay una oleada de indiferencia y antipatía de cara a las confrontaciones políticas -aun sobre esa izquierda- que no tiene precedentes. Muchos piensan: no queda más que buscar «otra manera de hacer politica».

* Director de Carta Semanal

Traducción: Ruben Montedónico