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La caldera griega

Fuentes: Viento Sur

Grecia está de nuevo en primer plano de la actualidad internacional: el hecho no tiene ya nada de sorprendente. Esta vez no se trata simplemente de la deuda o de las entregas de la llamada «ayuda» de la Unión Europea y del FMI, sino de las reacciones que esas realidades esconómicas suscitan entre una población […]

Grecia está de nuevo en primer plano de la actualidad internacional: el hecho no tiene ya nada de sorprendente. Esta vez no se trata simplemente de la deuda o de las entregas de la llamada «ayuda» de la Unión Europea y del FMI, sino de las reacciones que esas realidades esconómicas suscitan entre una población traumatizada por un año de «terapia de choque» neoliberal.

En esto también, nada hay de extraño: Grecia tiene una rica tradición de protesta social y de insurrecciones. Resistencia masiva contra la ocupación nazi, luchas contra el feroz Estado policial que sucedió a la guerra civil de 1944-1949, levantamiento de los estudiantes y los trabajadores contra el régimen militar en noviembre de 1973, otros tantos jalones que modelan la memoria popular. En diciembre de 2008, anunciando los movimientos en curso, la juventud de Atenas y de los centros urbanos se rebeló como consecuencia del asesinato de un estudiante de bachiller por la policía, expresando la extensión del malestar social, antes incluso de que estallara la crisis de la deuda.

Los acontecimientos de la semana pasada, y más en particular la movilización en la calle del 15 de junio de 2011, que han hecho vacilar al gobierno, se explican por la conjunción de dos fenómenos. De un lado, una movilización sindical clásica, culminando en una jornada de huelga general de los sectores privado y público convocada por las confederaciones sindicales, burocratizadas pero aún bastante poderosas (afilian a alrededor de un asalariado de cada cuatro). Ciertamente, desde el voto por el Parlamento, el 6 de mayo de 2010, del famoso «memorándum» concluido entre el gobierno griego, la UE, el FMI, el país ha contado con no menos de once jornadas similares, con una participación a menudo importante, pero resultados poco más o menos nulos. Si esta última jornada del 15 de junio fue un éxito impresionante (de fuente sindical, la participación habría oscilado según los sectores entre el 80% y el 100%), y los cortejos imponentes, la razón hay que buscarla del lado de un nuevo actor, que ha entrado en escena el 25 de mayo pasado.

Ese día, como consecuencia de un llamamiento lanzado en facebook, inspirándose en los «indignados» de España, decenas de miles de personas afluyeron a las principales plazas del país y permanecieron en ellas hasta el amanecer. Una multitud heterogénea, mayoritariamente constituida por electores decepcionados de los dos grandes partidos (conservador y socialista) que se alternan en el poder desde hace más de tres decenios, sale por primera vez a la calle para clamar su cólera contra el gobierno y el sistema político.

Las consignas apuntan ante todo al «memorándum» mencionado antes, la «troika» (UE, BCE, FMI) y las medidas de austeridad que pilota y que, en menos de un año, han reducido un cuarto los salarios y las jubilaciones (tradicionalmente las más bajas de Europa occidental después de Portugal), hecho subir la tasa de paro oficial al 16,2% y llevado a la quiebra a hospitales, universidades y servicios públicos básicos.

Poco subrayado hasta recientemente por los medios internacionales, cuando es de una amplitud y un enraizamiento social mucho más significativos que su «primo» español, este «movimiento de las plazas» como se denomina él mismo, es seguramente diferente de las formas anteriores de acción colectiva.

De ahí sin duda algunos malentendidos: este movimiento no puede de forma alguna ser reducido a una protesta moral. Es, al contrario, revelador de una profunda crisis de legitimidad no solo del partido en el poder, sino del sistema político y del estado como tales. Enarbolando banderas griegas, a veces acompañadas de banderas tunecinas, españolas o argentinas, el «pueblo de las plazas» hace secesión y deja estallar su hartazgo frente a la revocación del «contrato social» fundamental entre el Estado y los ciudadanos. Como proclama la banderola central que atraviesa desde hace semanas la plaza central de Atenas, Syntagma, la «plaza de la Constitución»: «No estamos indignados, estamos determinados».

Es en efecto una exigencia de democracia real, combinada a la toma de conciencia de que ésta es incompatible con políticas de demolición social, lo que constituye el motor del movimiento en curso. Todas las tardes, en las plazas de varias decenas de ciudades del país se celebran asambleas populares masivamente seguidas de un tipo inédito de actividades: circulación de la palabra, discusión de las propuestas preparadas por las comisiones de trabajo, decisiones sobre las modalidades y los objetivos de las futuras acciones.

El espacio urbano reconquistado se convierte así en el lugar de la protesta y el símbolo de esta reapropiación popular de la política. A pesar de dejar de lado las afiliaciones partidarias, por temor a manipulaciones y divisiones estériles, los militantes de las formaciones de la izquierda radical afluyen rápidamente. Las concentraciones del fin de semana, particularmente las del 5 de junio, reúnen a varios centenares de miles de manifestantes en todo el país, de ellos cerca de 300.000 en Atenas. Se opera una decantación política: en un ambiente que recuerda el de los Foros Sociales Europeos de su mejor momento, las asambleas llaman a la convergencia con los sindicatos y al cerco del parlamento (en Atenas) y de otros edificios públicos (en provincias) en la perspectiva del voto, previsto para fin de mes, del nuevo paquete de austeridad negociado con la UE. Es exactamente lo que ocurre en la jornada bisagra del 15 de junio, cuando el encuentro de los cortejos sindicales y de los del «pueblo de las plazas» toma aires insurreccionales y se enfrenta a la represión policial, particularmente alrededor del parlamento y de la plaza Syntagma.

Durante largas horas, la mayor confusión se instala en la cúspide del estado. En una capital presa del caos, el primer ministro Georges Papandreu negocia ampliamente con la oposición de derechas la formación de un gobierno de «unión nacional» del que él mismo no formaría parte. Al fin de la noche, ante una opinión y medios estupefactos , anuncia el fracaso de estas tentativas y una sencilla remodelación ministerial (el ministro de Defensa toma el puesto del de Economía).

Pero es demasiado tarde: habiendo él mismo admitido la ilegitimidad de su poder, afectado por nuevas deserciones de diputados de su partido, Papandreu juega contra reloj, esencialmente preocupado por la aprobación a la fuerza del acuerdo realizado con la UE.

Un acuerdo al que una calle revigorizada está más que nunca determinada a hacer -físicamente- barrera. A la crisis social y económica se ha añadido una crisis política generalizada, que no podrá ser resuelta por la convocatoria de elecciones anticipadas. ¿La caldera griega en ebullición se acercaría al momento de su explosión? Las semanas que vienen serán decisivas. Una cosa es segura: la onda de choque que ha salido de este país sacude ya en profundidad el actual edificio europeo.

Stathis Kuvelakis es autor, entre otros, de La France en révolte (Textuel, 2007). Es profesor en el King’s College (Londres).

Publicado en Á l´encontre el 20/06/2011
http://alencontre.org/?p=3084

Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4086