Ponencia presentada en el Coloquio Internacional «Desafíos contemporáneos estratégicos de la Diplomacia de Cumbres: CELAC e Iberoamérica, organizado por la FLACSO (6 y 7 de junio de 2013, La Habana, Cuba)
La creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) planteó la interrogante sobre cuál serían sus implicaciones para el resto de los procesos multilaterales de concertación política, cooperación e integración que coexisten en nuestro continente. Dentro de ella, el tema más controversial -y que en su momento motivó abundantes titulares prensa- tiene que ver con el futuro del Sistema Interamericano, en particular de la OEA.
Es una cuestión latente que en algún momento deberá tener una solución. Pienso que incluso en el deseable escenario de una América Latina y el Caribe mucho más unida que en la actualidad, posiblemente sea conveniente y necesario desarrollar mecanismos institucionales multilaterales con los Estados Unidos, como vía para amortiguar y contener sus tendencias hacia el unilateralismo y el irrespeto del Derecho Internacional, y para discutir en pie de igualdad temas de interés para ambas partes. Pero estas instituciones no deberían tener la misma esencia y principios operacionales del actual Sistema Interamericano, y probablemente tampoco convendría que mantuvieran su sede en Washington, como ocurre hoy con la OEA y su Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El Sistema Interamericano, tal cual se concibe y funciona en la actualidad, es incompatible con el proceso unitario latinoamericano y caribeño.
En un segundo orden, aunque no por ello se trata de un tema menos complejo, está la cuestión de la relación de la CELAC con el conjunto de organismos y foros multilaterales propiamente latinoamericanos y caribeños preexistentes, de los que una buena parte ha estado padeciendo largas crisis existenciales o no muestran los resultados concretos esperados. En este sentido, parece inevitable y necesario que nuestra región se aboque a un proceso de racionalización y redefinición de aquellos mecanismos multilaterales que han perdido relevancia. Debe tenerse en cuenta que muchos de los gobiernos latinoamericanos y caribeños enfrentan serias limitaciones en cuando a su capacidad institucional para atender adecuadamente a los múltiples foros y organismos multilaterales existentes a nivel regional, y los funcionarios de sus cancillerías y otros órganos gubernamentales suelen simultanear dicha atención.
Dentro de este conjunto de organismos habría que diferenciar a aquellos mecanismos subregionales (SICA, CARICOM, MERCOSUR, entre otros) que, con todos sus problemas, mantienen una razón de ser, y aquellos como el SELA, la ALADI y la OLADE, entre muchos otros, que tal vez deberían redefinirse como órganos técnicos de la CELAC, como parte de un proceso de construcción y desarrollo institucional que resulta ineludible si realmente se desea avanzar en el logro de los objetivos estratégicos que se ha planteado esta organización.
La UNASUR es un caso particularmente exitoso y representa una referencia del tipo de desarrollo institucional que se requiere en el marco geográfico más extenso de la CELAC, aunque inevitablemente ello transcurra mediante un proceso más lento.
Por su parte, los países del ALBA-TCP constituyen un factor impulsor de un desarrollo más profundo de la CELAC, dentro del marco de los principios de la flexibilidad, el gradualismo, el respeto a la diversidad y el pluralismo político e ideológico que la sustentan.
Con el ALBA, PETROCARIBE, la UNASUR y la CELAC puede hablarse del surgimiento y desarrollo de un nuevo multilateralismo en América Latina y el Caribe, sobre todo a partir de tres rasgos de gran trascendencia que tienen en común estos procesos: 1) el rescate del principio del pluralismo político y económico, 2) el desarrollo de un sentido de la solidaridad regional no visto desde las luchas por la independencia y 3) la puesta en evidencia de la contradicción entre el proyecto asociativo bolivariano y la concepción panamericanista, que representa el principal factor de complejidad en el actual entramado institucional multilateral de nuestra región.
El gran peligro que acecha a la CELAC es la repetición de las frustraciones que han acompañado históricamente a los diversos mecanismos regionales que la han precedido, en los que ha prevalecido la escasez de resultados prácticos para el desarrollo de nuestros pueblos; los excesos de reuniones, declaraciones, planes de acción y programas de trabajo mayormente incumplidos, la burocratización ineficiente y el anquilosamiento institucional.
El pasado mes de mayo se produjo en la Embajada de Brasil en Buenos Aires un interesante encuentro del ex presidente Lula con intelectuales, políticos y dirigentes sociales. Allí Lula dijo, según el reporte de Martín Granovsky en el diario Página 12, que «sin pensamiento estratégico vamos a perder lo que construimos». También en este encuentro, al igual que ha hecho en ocasiones anteriores, Lula se refirió a la importancia de redefinir una doctrina o teoría de la integración ajustada a los tiempos actuales y a las condiciones y necesidades de América Latina y el Caribe.
Creo que la clave del éxito de la CELAC radica en la identificación de unos pocos objetivos y proyectos estratégicos factibles en el marco geográfico tan extenso y diverso de su membresía, y que a la vez puedan ser de gran impacto para el desarrollo sostenible de nuestros pueblos.
Recientemente el Presidente ecuatoriano Rafael Correa propuso impulsar la integración y la complementariedad mediante compras públicas de conjunto en la región, lo que permitiría reducir costos y desarrollar industrias regionales, poniendo como ejemplo las importantes erogaciones que hacen nuestros países para adquirir medicamentos o insumos agropecuarios.
Este último ejemplo me hizo recordar la desaparecida MULTIFERT, compañía multinacional constituida en el marco del SELA para enfrentar conjuntamente y en mejores condiciones negociadoras la adquisición de fertilizantes, cuestión de creciente sensibilidad estratégica y cuya tendencia hacia la carestía y la escasez impacta negativamente a todos los países latinoamericanos y caribeños. Esta iniciativa no pudo sobrevivir la ola neoliberal de los años 90 y hasta hoy nos hacen creer que se trata de proyectos inviables e innecesarios. Obviamente, cualquier decisión para retomar acciones mancomunadas de esa naturaleza chocaría de frente contra grandes intereses establecidos y actores muy poderosos que siempre buscarán perpetuar la fragmentación y la subordinación de América Latina y el Caribe, pero quizás precisamente se trata del tipo de propuestas que deben ser pensadas, discutidas e impulsadas por la CELAC, so pena de caer en la irrelevancia.
A propósito del Presidente Correa, considero que se trata de uno de los estadistas más preclaros en términos de ese pensamiento estratégico que reclamaba Lula. Espero que nuestra región pueda seguir beneficiándose de su liderazgo incluso después que concluya su recién renovado mandato presidencial. Correa podría ser, por ejemplo, un excelente primer Secretario General de la CELAC, de cuya constitución fue uno de sus más destacados impulsores.
En la Declaración de Caracas (2011) la CELAC fue definida como el mecanismo representativo de concertación política, cooperación e integración de los Estados latinoamericanos y caribeños, y como un espacio común que garantice la unidad e integración de nuestra región. Igualmente se estableció como misión llevar a la realidad el compromiso político de defensa de la unidad y la integración, la cooperación, la complementariedad y la solidaridad.
El desarrollo de la CELAC enfrenta la tensión o el dilema subyacente de cómo lograr que la unidad entre sus miembros prevalezca sobre los diversos intereses políticos y las contradicciones ideológicas. En ese sentido, la sola constitución de este foro fue justamente considerada como un hito histórico en el desarrollo institucional y el fortalecimiento de la identidad de nuestra región, un verdadero milagro político solo posible a partir de la concurrencia de una coyuntura política particularmente favorable y de líderes extraordinarios, de quienes me limito a recordar aquí a Hugo Chávez, ya en ese momento enfermo, coronando brillantemente dicho proceso constitutivo en la Cumbre de Caracas del año 2011.
Este dilema subyacente ha podido ser resuelto hasta el momento sobre la base de los principios del consenso, la flexibilidad y la participación voluntaria en las iniciativas, aunque habrá que evitar que estos principios se conviertan en una receta para el inmovilismo y en un impedimento para el planteamiento de objetivos osados y muy necesarios.
La CELAC ha logrado avanzar ya con bastante visibilidad en su objetivo de actuar como el ente representativo de América Latina y el Caribe en el diálogo con terceros actores tan significativos como China, India, Rusia y la Unión Europa, así como en organismos, foros y procesos multilaterales globales. Es una vertiente del trabajo de la CELAC en la que hay que perseverar, incluso aunque los Estados Unidos no acepten reconocerle esa representatividad, entre otras razones, por la presencia de Cuba, aunque no logrará con eso evitar que la organización se manifieste de manera justa y ejemplar, como lo hizo en su reciente rechazo a la inclusión de Cuba en el listado sobre los supuestos Estados patrocinadores del terrorismo elaborado por los Estados Unidos.
Por otra parte, el proceso de la CELAC necesita trascender cada vez más las oficinas de las Cancillerías y de otros órganos gubernamentales para involucrar al conjunto de nuestras sociedades, estimulando decididamente la participación (e incluso la creación) de actores y movimientos sociales que pueden determinar que el proceso unitario formal se exprese crecientemente en un proceso unitario real.
Como conclusión, considero que es fundamental que la CELAC priorice el logro de determinados resultados prácticos de impacto con la mayor economía de esfuerzos y recursos. Todo esto se puede decir muy fácilmente en un ejercicio académico, pero se trata, sin dudas, de un esfuerzo extremadamente complejo, que requiere de mucha ingeniería política, y en cuyo transcurso son previsibles sucesivos ciclos de avances y retrocesos, como ha ocurrido a la largo de la historia de las relaciones interamericanas. Lo importante será que prevalezca la tendencia unitaria hacia la constitución de una América Latina y el Caribe más unida, justa, poderosa y orgullosa de sí misma.
Roberto M. Yepe Papastamatin. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales «Raúl Roa García» (La Habana, Cuba)
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