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Francia

La crisis social y el fantasma de Robespierre

Fuentes: Sin Permiso

En memoria de Georges Labica (1930-2009) «Parecen escucharse algunos ecos de Mayo 68, así como de 1848, y hasta el fantasma de Robespierre que parece preocupar al presidente Sarkozy. «Cuidado con los franceses, adoraban al rey y después le cortaron la cabeza», ha dicho. Quizá la intuición del político oportunista esté dando en el clavo.»

El presidente Sarkozy continúa su política de demolición de las estructuras económicas, políticas, institucionales del Estado de bienestar que aseguraron la prosperidad en la postguerra. Una tras otra son barridas por las «reformas» -en realidad las contrarreformas- inspiradas por la ideología del neoliberalismo de la derecha conservadora disfrazada con la impostura del reformismo. En poco más de un año, el «monarca electivo» no cesa en sus esfuerzos, inspirados tardíamente por la «revolución conservadora» del thatcherismo y del reaganismo. Paradoja de la situación, justamente en el preciso momento de su derrumbe, cuando aparece evidente el agotamiento del modelo neoliberal. El estado de gracia de Sarkozy se terminó pronto. El año 2009 comenzó con una resistencia social inédita, abarcando los más diversos sectores de la sociedad, movilizados desde abajo por la defensa de conquistas que costaron siglos de luchas en todos los planos.

La huelga general del 29 de enero fue una de sus expresiones. Ese día el país quedó semi-paralizado y alrededor de dos millones de franceses salieron a las calles, en un movimiento que no tenía precedentes desde la lucha contra el «Plan Juppé» (reforma de la seguridad social) en 1995 y contra el Contrato de Primer Empleo (CPE) en 2006  . Al mismo tiempo, el 2 de febrero comenzó la movilización contra la llamada «autonomía universitaria», aplicación de la ley de Reforma Universitaria (LRU) aprobada en agosto 2007. El proyecto de la ministra de la Enseñanza Superior, Valérie Pécresse, modifica el estatuto de los docentes-investigadores y transforma radicalmente la universidad, en la línea de los acuerdos de Bolonia (1999). Estos, bajo el pretexto de la «uniformación europea» de los diplomas, no consisten en otra cosa, como es sabido, que la destrucción de la educación pública, de la universidad y de la investigación. O sea la privatización del saber sometido a la competividad y a las leyes del mercado capitalista. La «excelencia», como dicen sus artífices, cubriendo con cinismo su empresa mercantil.

La resistencia no tardó en tomar cuerpo. Desde el 2 de febrero, asambleas generales en las universidades lanzaron un llamado a la huelga, constituyendo una Coordinadora Nacional (CNU). El 10 de febrero, entre 50 y 100.000 personas se manifestaron en París y otras ciudades. Le siguieron el 26 de febrero (entre 25 y 45.000) y el 5 de marzo (entre 20 y 30.000). El 11 de marzo, desfilaron bajo la consigna «de la maternal a la universidad, no a la reforma» entre 25 y 50.000 manifestantes, esta vez con la presencia de numerosos docentes y estudiantes del secundario. A seis semanas del inicio del conflicto, de 79 universidades metropolitanas, 40 están totalmente paralizadas, el resto en conflicto, algunas cerradas por la administración. Solo una minoría funciona normalmente. Este movimiento, vale recordarlo, acompaña a los que tienen lugar en Grecia, España, Italia, Alemania.

El lamentable discurso de Sarkozy del 22 de febrero, con propósitos insultantes para los investigadores, agravó la situación. Sectores que hasta entonces no eran hostiles a la «reforma», se insurgieron. El presidente de la Sorbona IV, un sitio emblemático, lo dijo con todas las letras: «No se trata de errores tácticos del ministerio. Detrás de todo eso hay un pensamiento organizado: es el más fuerte golpe dado a la escuela de la República desde Vichy.» La resistencia se radicaliza. Ya no se trata solo de modificar el decreto Pécresse de aplicación, sino de anular, como en 1995, le ley. Se extienden las acciones públicas, cursos «salvajes», lecturas en las calles y plazas, actos en las estaciones ferroviarias, y otras múltiples iniciativas. Las «concesiones» del ministerio -la revisión y reescritura de su texto- no han calmado los ánimos. La cuestión es de fondo: no a esta reforma, la universidad y el saber no son una mercancía. La supresión de puestos en la educación primaria y secundaria, sí como otras medidas propuestas por el ministro del ramo, Xavier Darcos, extienden la protesta al conjunto de la educación nacional. Se agrega la situación de los empleados administrativos, pues la reforma pone en cuestión su condición misma de funcionarios públicos.

En esta situación, parecen escucharse algunos ecos de Mayo 68, así como de 1848, y hasta el fantasma de Robespierre que parece preocupar al presidente Sarkozy. «Cuidado con los franceses, adoraban al rey y después le cortaron la cabeza», ha dicho. Quizá la intuición del político oportunista esté dando en el clavo.

En efecto, el «monarca electivo» perdió en poco tiempo su legitimidad. El gobierno está confrontado con una crisis social mayor -agravada por la formidable crisis mundial- que pueden conducir a una crisis política mayor. La ola de huelgas, movilizaciones, protestas, abarca el conjunto de la sociedad. Es la expresión de un profundo malestar y la rabia contenida frente a la caída salarial, la desocupación, la destrucción del código del trabajo, la restricción de las libertades individuales, la afirmación de un Estado más próximo al Estado policial que al de derecho. La ideología represiva y securitaria se generaliza. Hasta el otrora conservador cuerpo de la magistratura manifiesta su preocupación.

El «asunto» de Tarnac es un ejemplo del aumento de la represión. En esa pequeña ciudad fueron arrestados nueve jóvenes en noviembre del 2008, que animaban un café y hacían funcionar una panadería, viviendo en una vieja granja. Con una acción mediatizada (la TV acompañando el allanamiento de la granja), fueron detenidos y acusados de pertenecer a un movimiento «anarco-autónomo» (sic), incriminados como «terroristas» por supuestas perturbaciones en las vías férreas. Sin prueba alguna, las acusaciones públicas de la ministra del Interior Michèle Alliot-Marie; en violación fragante de la presunción de inocencia, se desvirtuaron rápidamente. Los motivos de inculpación llegaron al ridículo: vivir en comunidad y ganarse la simpatía de la población. Para colmo ¡no usaban celulares! Ocho de los jóvenes fueron rápidamente absueltos. Si uno de ellos, Julien Coupac, no siguiera aún entre rejas desde hace tres meses, cualquier honesto ciudadano podría estallar con una gran carcajada. Pero esa es la «sensibilidad» de este gobierno, alineado en la búsqueda de un enemigo invisible. En realidad, se trata de criminalizar toda protesta social. Ese es el fondo. Las «clases laboriosas = clases peligrosas» del siglo XIX se presentan hoy bajo otras formas: los jóvenes rebeldes, marginales, extranjeros, la «ultra-izquierda» (sin mayores precisiones). Es el eterno temor de los tiranos frente a la eventualidad de la revuelta de los oprimidos.

Al mismo tiempo, las previsiones sobre la crisis son alarmantes. En el mes de enero se perdieron 90 mil empleos. La desocupación pasa a más del 8% de la población activa (20% de los jóvenes entre 18 y 25 años, un total de más de dos millones de parados, sin contar con los que ya fueron «borrados»). La ministra de la economía anuncia 300 mil desocupados más para el año corriente. El Indec (Instituto del seguro de paro) avanza la cifra: entre 375.000 y 454.000 para el año 2009. Son datos que ejemplifican la ola destructiva en curso en Europa y en el mundo. No hay día que no se produzca cierres de empresas y supresión de empleos. Las «reformas» sarkozianas agreden al conjunto de la sociedad: la salud, la justicia, la educación, la información, la cultura. La gestión de Sarkozy, sus bufonadas repetidas, la arrogancia, la concentración del poder, el menosprecio por las instituciones, incluídos sus ministros comenzando por el primero, François Fillon, reducido a una sombra, violan las normas y los principios republicanos. La política económica conduce a una catástrofe mayor: todas las señales están al rojo vivo. Las capas populares la sufren en la caída del salario, el deterioro de las condiciones de trabajo y de la calidad de la vida. El sentimiento de injusticia social se extiende. Sarkozy aparece como el presidente de los «ricos», sus amigos, a la bota de las grandes empresas y del capital financiero. La fronda aumenta sin cesar. Continuidad de la gran huelga del 29 de febrero, las centrales sindicales convocan el próximo 19 de marzo a una nueva huelga general, unificando reivindicaciones de todos los sectores.

 Mientras, estallaron los acontecimientos en Guadalupe, Martinica, y más recientemente, en La Reunión. Casi dos meses de huelga general en Guadalupe. Un movimiento radical que puso en el tapete la situación catástrofica de las ex-colonias, los llamados «departamentos del otro lado del mar». A las reivindicaciones económicas legítimas: un aumento salarial de los bajos salarios y la rebaja del costo de productos básicos (40% superiores a los metropolitanos, en tanto la desocupación duplica), se agrega la revuelta por la dignidad. «Guadalupe es nuestra», coreaban los manifestantes. La gran mayoría guarda el recuerdo del fierro al rojo con que se marcaba a sus ancestros en los tres siglos que duró la colonización y esclavaje. La revuelta, pues, no es solo económica, sino social, política y cultural. Los que detentan el poder parecen ignorarlo, pero el viento de la revuelta está en curso. ¿No sabrán que las clases subalternas y oprimidas tienen una memoria imperecedera?

El movimiento social en curso, bajo todas sus formas, se niega a aceptar el retroceso. Resiste a un futuro hipotecado por la crisis. La simultaneidad de los conflictos no es una casualidad. Es un claro síntoma de una crisis social mayor. En un año y medio, la naturaleza del sarkozysmo aparece claramente: es el gobierno más retrógrado y reaccionario que tuvo Francia desde 1945. Si algo faltaba, como cereza de postre, es la decisión de incorporarse al comando de la OTAN, una elección de consecuencias incalculables. En todo caso, el gaullismo fue así definitivamente enterrado. El «rey» también quedó desnudo. El «atlantismo» de Sarkozy no deja de crear resquemores hasta en su propio campo, lo que no es un dato sin importancia.

Que esta crisis encuentre una salida progresista, es otra cosa. Difícil de hacer previsiones en el mundo turbulento que vivimos. Eso dependerá de la correlación de fuerzas sociales, así como de las alternativas políticas. La sociedad francesa está atomizada, golpeada por la crisis, debilitados los sindicatos, soportando los efectos del imperio de la ideología neoliberal. La batalla perdida desde hace 25 años fue esencialmente política y cultural. El movimiento social actual es defensivo. Se trata de defender y salvar las conquistas del pasado. Muy importante, pero queda planteada la cuestión esencial de la alternativa.

La derecha mostró su fracaso, evidente en la coyuntura actual. Pero la izquierda también perdió la brújula. Basta ver el panorama en casi todos los países europeos, en Italia en primer lugar, para no ir más lejos. En Francia, el Partido Socialista se convertió al social-liberalismo. Desacreditado por su gestión gubernamental, sin proyecto alternativo, no ofrece ninguna perspectiva. Figuras como Bernard Kouchner, o Eric Besson, ex-secretario nacional de Economía del PS y ex-consejero de Ségolène Royal, fueron cooptados como ministros de Sarkozy, Dominique Strauss-Kahn nombrado director del FMI, Jack Lang oficia de «emisario especial» en su reciente viaje a Cuba. Son ejemplos de una descomposición política y moral lamentable. Solo resisten abnegadamente algunos militantes que no se resignan a abandonar este barco a la deriva.

El movimiento social no ha encontrado una expresión política conforme a su radicalidad. Para la izquierda republicana y socialista este sigue siendo el principal desafío. La ruptura de Jean-Luc Melanchon y Marc Dolez, senadores socialistas, constituyendo el Partido de Izquierda, parece un signo positivo, en parte inspirada por el Die Linke de Alemania. Una perspectiva alentadora. En alianza con el PCF y otros sectores, que se identificaron con el NO al proyecto de constitución europea en el 2005, se pone en marcha un Frente de Izquierda. Su acción, por ahora, está centrada en la preparación de las elecciones europeas de junio. Pero la perspectiva es mucho más ambiciosa.

Se trata, en definitiva, de construir una corriente de izquierda socialista pluralista, proviniendo de culturas y experiencias políticas diversas, resueltamente diferenciada de la izquierda social-liberal. En todo caso, se podrían sugerir algunas propuestas para enfrentar la crisis. Una de ellas está señalada por el movimiento en Guadalupe y Martinica: aumento de salarios para mantener los niveles y la calidad de la vida. Es un escándalo que el gobierno subvencione a las grandes empresas y al sistema bancario y financiero, responsables fundamentales de la crisis actual, en detrimento de los sectores populares. La movilización sindical en curso y la huelga general del 19 de marzo lo pondrán sobre el tapete. Nada puede hacerse, por cierto, sin una política unitaria y sin la convergencia europea de las luchas sociales. Frente a la dramática onda de desempleo, que recuerda la gran crisis de los años 30 del siglo pasado, no queda otra salida que retomar la ofensiva. ¿No habrá llegado la hora de generalizar, en esta situación de terrible crisis económica, la propuesta de la Renta Básica, entre otras iniciativas, una renta monetaria garantizada e incondicional para toda la población sin otra condición que la de ciudadanía o residencia acreditada? Ese es otro de los desafíos del actual movimiento social. Sin esperar a la ruptura con el capitalismo, defender las conquistas del pasado y afirmar otras nuevas. A fin de cuentas, producir un programa transitorio que unifique los movimientos contra la desigualdad, la injusticia y la explotación.

El Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), reagrupado en torno a la ex-LCR y de Oliver Besancenot, deja pasar esta oportunidad  rechazando todo acuerdo con el Frente de Izquierda, presentándose solo en las elecciones europeas de junio próximo.  Su decisión puede ser un gran error. La figura carismática de Besancenot atrae muchos jóvenes, pero el aislamiento conduce al fracaso. Ahí está el ejemplo de Lutte Ouvrière (LO). Es cierto que la referencia al «trotskismo» actualmente no dice nada, pero su reemplazo por una vaga ideología «guevarista-libertaria -chavista», tampoco, o quizá mucho menos. La intención y la buena voluntad no están en dudas, pero las ilusiones se pagan caras. Esto es lo que ha determinado que la minoría del NPA (16% en el congreso de fundación) ha dado un paso importante. Sin romper con su partido, Christian Piquet y su tendencia «Izquierda Unitaria» han decidido incorporarse al Frente de Izquierda. Esperemos que la dirección del NPA no sea insensible demasiado tiempo.

En todo caso, nada puede hacerse sin acompañar al eje del anticapitalismo, la soberanía popular y la democracia social. El resto está abierto a la discusión. Los viejos principios de libertad, igualdad y fraternidad siguen al orden del día. No por casualidad, la hostilidad y el odio de las clases dominantes y sus testaferros se concentran siempre contra ellos. Pero «La traición de los príncipes», decía Robespierre tiene que conducir al «proceso de los bribones»… Caso contrario, son los bribones que ganan, como casi siempre lo han hecho. Esa es la importancia del actual movimiento social que está en curso en Francia. Ese es tambien el «fantasma» que seguramente impide dormir tranquilos a los que mandan.

Hugo Moreno, miembro del Consejo Editoral de Sin Permiso, es docente-investigador en Ciencias Políticas en la Universidad de París 8.