La cuestión global, no sola internacional, está en la discusión de la región sudamericana en estas horas de cumbre de presidentes del Mercosur reunidos en Montevideo. No es una cuestión de relaciones entre los países, sino de estructura y jerarquía en el orden mundial capitalista. Es que lo que acaba de hacerse evidente a la […]
La cuestión global, no sola internacional, está en la discusión de la región sudamericana en estas horas de cumbre de presidentes del Mercosur reunidos en Montevideo.
No es una cuestión de relaciones entre los países, sino de estructura y jerarquía en el orden mundial capitalista. Es que lo que acaba de hacerse evidente a la sociedad mundial es el papel de EEUU en la orientación del sistema global.
Sea por el espionaje estadounidense o por la agresión imperialista al presidente boliviano producida la semana pasada, el antiimperialismo reaparece como desafío de época. No es nueva la denuncia sobre el carácter imperialista de EEUU y la subordinación europea, sin embargo, en estas horas se transformaron en hechos evidentes.
No todos los gobiernos de la región acuerdan en la calificación de estos acontecimientos, aunque todos los condenan, unos más enfáticamente que otros, es cierto. Esa diferencia está asociada a la mayor subordinación de cada uno de los países integrantes del Mercosur a la política de liberalización empujada por el imperialismo y que se manifiesta en variedad de acuerdos de libre comercio y tratados de defensa de las inversiones externas en convenios bilaterales. Pero también a la subordinación de nuestros países a una institucionalidad gestada por las principales potencias del capitalismo mundial y el gran capital transnacional, caso del FMI, el Banco Mundial, el BID o la OMC.
Dependencia capitalista
El problema es la dependencia de los países sudamericanos respecto del capitalismo hegemónico, y no solo por definiciones más o menos afines a la política exterior de EEUU o Europa. Existe dependencia comercial, sea por exportaciones o por importaciones, en una región que profundiza la dependencia comercial por la venta de productos primarios, el petróleo, el gas, el cobre, la tierra y sus productos a los países hegemónicos del capitalismo global, pero también por la importación de bienes de producción generados bajo licencia de transnacionales originadas en el capitalismo desarrollado. Existe también dependencia tecnológica en toda la línea de producción y servicios, más allá del comercio internacional, en el agro, la industria, el comercio, la banca, el turismo y las comunicaciones. En ese plano se confirma la dependencia financiera reforzada en décadas de liberación al movimiento internacional de capitales, donde la deuda pública es solo una parte, muy importante por cierto, de esa sumisión al régimen del capital.
El orden dependiente en el capitalismo está presente en cada una de nuestras formaciones económicas y sociales. La dependencia es un fenómeno externo e interno a nuestros países. La dominación capitalista en cada uno de nuestros países actúa desde las inversiones externas y la proyección al exterior de capitales originados en nuestros países. A eso sumamos una institucionalidad regional y global subordinada al interés de esos capitales transnacionales sin importar su origen. La dependencia está modelada por la acumulación de capitales, con tendencia a disputar el mercado global. Por eso, más allá de formulaciones políticas más o menos críticas a EEUU o Europa, lo que se necesita analizar en toda la región son los condicionantes estructurales (económicos, políticos, sociales, culturales) y la capacidad para transformarlos. Es una aspiración en las movilizaciones de ayer (los 80´y los 90´) y de hoy, las que gestaron la condición de posibilidad para el cambio político en Sudamérica al comienzo del Siglo XXI. Es algo que no siempre tienen en consideración los gobiernos, limitados en su accionar al campo de «lo posible», lo que supone negociar la subordinación de un rumbo que termina afianzando la dependencia al capitalismo hegemónico.
La reunión de presidentes de países del Mercosur en Montevideo concentró los temas principales de la agenda política y económica, más allá de la declaración final y los avances institucionales que se materialicen, sea la inclusión como miembro pleno de Bolivia, o de Guayana y Surinam como estados asociados, o la pendiente situación paraguaya. No es un dato menor la presidencia pro témpore asumida por Venezuela, ejercida por primera vez desde su inclusión como miembro pleno sin el acuerdo de Paraguay. Pero más allá de las informaciones oficiales y las discusiones explícitas de los funcionarios de gobiernos, los pueblos hablaron con movilizaciones de trabajadores en Chile, Brasil y la Argentina, las que se articulan con demandas extendidas en defensa de la naturaleza y los bienes comunes como acaba de pronunciarse la CTA. Esas manifestaciones populares se hicieron sentir en reuniones simultáneas de los movimientos populares realizadas en Montevideo.
Desafíos
Por lo señalado se nos presentan algunos interrogantes al respecto. ¿Cómo reacciona la región ante la evidente política imperialista de EEUU y Europa? ¿Por qué seguir negociando tratados de libre comercio entre la región y Europa? ¿Por qué continuar en ámbitos como el CIADI en defensa de los inversores extranjeros? En rigor, el desafío pasa por la denuncia de los convenios internacionales que vinculan a nuestros países con una institucionalidad dominada por EEUU y a la que se asocia Europa. Solo como ejemplo mencionemos la presidencia del FMI ejercida por europeos y del BM por estadounidenses. Es una muestra de un orden surgido a fines de la segunda guerra y que no se corresponde con nuestro tiempo. Enfrentar esa institucionalidad supone cambios nacionales articulados regionalmente.
Somos conscientes que ello es obstaculizado por procesos de integración subordinada que empujan las trasnacionales, EEUU y Europa, como fue el ALCA, o el tratado en curso entre la región latinoamericana, especialmente el Mercosur y Europa. Claro que ya dijimos que la dependencia es también un fenómeno interno, que involucra a capitales locales y a los gobiernos de la región, por lo cual, no alcanza con la denuncia por acciones o iniciativas de España, Portugal, Italia, Francia o EEUU, y se impone un accionar conjunto en defensa de la soberanía popular en una perspectiva de integración alternativa. El no al Alca inspira la negativa a los condicionantes internacionales que mencionamos, e inspira la necesaria profundización de caminos enunciados en nuevos procesos de integración, los que se afianzarán en tanto y en cuanto la participación popular movilizada defina los cursos de acción.
No se trata de recordar anteriores batallas, caso del ALCA, sino pensar en sus actualizaciones, tal el caso de la Alianza del Pacífico o los múltiples acuerdos y tratados vigentes para la seguridad jurídica de los inversores transnacionales. Todos ellos conspiran contra cualquier discurso o pretensión de proyecto emancipador. Como siempre, la palabra la tienen los pueblos, en tanto sujetos conscientes que luchan contra la mercantilización de la educación, la salud, la energía, o el transporte, en defensa de los bienes comunes, del salario e ingreso populares, como del vivir bien o buen vivir re-significado de las culturas de los pueblos originario y campesinos de Los Andes. Ahora que Bolivia se incorpora al Mercosur como miembro pleno debemos asumir el desafío de la discusión del orden capitalista vigente y la posibilidad del » vivir bien » para el conjunto de la población.
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