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La desesperación de los católicos de Sri Lanka 15 días después de los atentados

Fuentes: Agencias

Dos semanas después de los sangrientos atentados de Pascua en Sri Lanka, el sacerdote Suranga Warnakulasuriya deambula por la iglesia vacía y cerrada, en la cual por segundo fin de semana consecutivo no oficiará la tradicional misa dominical. «A veces te sientes solo», admite este joven religioso de Negombo, una ciudad a unos 30 km […]

Dos semanas después de los sangrientos atentados de Pascua en Sri Lanka, el sacerdote Suranga Warnakulasuriya deambula por la iglesia vacía y cerrada, en la cual por segundo fin de semana consecutivo no oficiará la tradicional misa dominical. «A veces te sientes solo», admite este joven religioso de Negombo, una ciudad a unos 30 km al norte de la capital Colombo y que fue uno de los lugares donde se perpetraron los ataques yihadistas del 21 de abril.

Por segundo fin de semana consecutivo, la minoría católica de esta isla del sur de Asia no puede asistir a la misa dominical. Las autoridades temen nuevos ataques tras los atentados suicidas, reivindicados por el grupo yihadista Estado Islámico (EI), que causaron 257 muertos en iglesias y hoteles de lujo.

En su lugar, los católicos tienen que contentarse de nuevo con un misa televisada celebrada por el arzobispo de Colombo. «No podemos recibir la eucaristía por televisión, y es lo más importante», se lamenta Shehani Rangana, una practicante de 33 años que perdió a su padre en el ataque de la iglesia de San Sebastián de Negombo.

De casa en casa

Con las iglesias cerradas, a menudo protegidas por militares, los 1,2 millones de católicos esrilanqueses han ido organizándose, mediante redes de solidaridad.

Sin las misas públicas, que además de rituales de culto son lugares de sociabilización, algunos creyentes han creado grupos de oración en sus hogares. Varios sacerdotes celebran misas en casas en círculos reducidos, como pasó en el domicilio de Shehani Rangana, donde una cruz hecha con hojas secas sobresale en la entrada.

El padre Suranga Warnakulasuriya decidió por su parte ir al encuentro de sus feligreses. Con sotana blanca, su recorrido lo lleva a entre 10 y 20 casas por día, donde administra la comunión.

«Me hablan de este ataque. A veces tienen pensamientos de odio, y nosotros los intentamos controlar, convencerlos de no buscar la venganza», explica este sacerdote de 32 años, de rostro juvenil, ordenado en 2015.

En los alrededores de la iglesia de Negombo, destrozada por uno de los kamikazes, en casi todas las casas cuelgan banderas blancas, color de duelo. Cuando la tela es muy grande, significa que un residente de esa vivienda murió en el atentado. Entre ellos, hay muchos: 102 personas fallecieron en la iglesia de San Sebastián, el lugar donde se produjeron más víctimas en la sangrienta Pascua.

Un particular cedió un terreno cercano para que decenas de cuerpos fueran inhumados, ya que el cementerio local no daba abasto.

Iglesia roja

En el sofá de un salón, una niña dibuja bajo la mirada atenta de dos monjas. Una familia del barrio acaba de traerle una bolsa con regalos: lapices de colores, tijeras, muñecas…

Nethudini se encontraba con su madre en la misa de Pascua en San Sebastián. Su madre perdió la vida en la explosión, la niña de nueve años resultó herida. Desde entonces, casi no ha hablado de su madre, no ha llorado.

Su dibujo representa una iglesia toda en rojo.

Como a muchas de las víctimas de los atentados, las autoridades clericales de Sri Lanka asignaron a su familia un equipo de apoyo, formado por un sacerdote, dos monjas y dos voluntarios laicos.

«En función de sus necesidades, el apoyo durará el tiempo que sea necesario. Quizás vendré a verlos dos o tres veces por semana», explica el padre George Anthony Fernando, a cargo del seguimiento de la niña y su familia.

En Negombo, como cada noche, los vecinos salen en familia y encienden candiles en el muro exterior de la iglesia de San Sebastián. Con el rostro afligido, rezan en silencio a la luz de las velas.