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Corea

La dificultad de unificar dos mundos antagónicos

Fuentes: El Salto

Corea es una nación compartida por dos mundos radicalmente opuestos. La península no sólo está dividida por la ‘zona desmilitarizada’, sino por dos cosmovisiones antitéticas. La voluntad de reunificación existe, pero los obstáculos son extraordinarios. El Paralelo 38 norte es únicamente una anécdota geográfica para La Mancha y Extremadura, a las que atraviesa. También para […]

Corea es una nación compartida por dos mundos radicalmente opuestos. La península no sólo está dividida por la ‘zona desmilitarizada’, sino por dos cosmovisiones antitéticas. La voluntad de reunificación existe, pero los obstáculos son extraordinarios.

El Paralelo 38 norte es únicamente una anécdota geográfica para La Mancha y Extremadura, a las que atraviesa. También para las personas de Sicilia, Irán o Uzbekistán, a quienes esta referencia sólo remite al punto concreto de la latitud terrestre en el que se ubican. Para los coreanos, sin embargo, es mucho más. En la península de Corea nombrarlo es evocar la mal llamada zona desmilitarizada, una colosal franja de 238 kilómetros de longitud con un potente contenido simbólico por cuanto separa lo que antaño fue un mismo país. Sesenta y siete años después de su construcción, la frontera intercoreana segmenta en dos partes a una nación dividida en todo lo fundamental: política, economía, cultura, cosmovisión, e incluso lengua.

Este muro fue erigido tras la firma del armisticio de Corea en julio de 1953 entre Estados Unidos y la joven República Popular Democrática de Corea, acuerdo que continúa vigente hasta hoy sin que se haya puesto fin oficialmente a la guerra. Si bien estos kilómetros de asfalto y casetas han cumplido aceptablemente su rol de contención, se ha producido algún intercambio de disparos que se enmarca a la perfección en el clima perenne de «calma tensa».

La guerra de Corea (1950-1953) resultó del gran conflicto bélico del siglo XX: la Segunda Guerra Mundial. Terminada ésta y con Japón derrotado por la vía nuclear, el Imperio del Sol Naciente perdió el dominio de la península, que quedó partida y atravesada por la incipiente Guerra Fría. El pueblo coreano se libró así de la mano de hierro de las fuerzas de ocupación y los dirigentes nipones, responsables de cuarenta años de maltrato y expolio. Estados Unidos y la Unión Soviética quedaron al mando del sur y del norte del país, con gobiernos afines respectivamente, situación que se mantuvo después de la guerra. Eventualmente, la URSS abandonó el territorio quedando Corea del Norte como un Estado independiente. Los estadounidenses, por su parte, dilataron su presencia militar hasta el día de hoy.

Pese a haber recorrido caminos paralelos durante más de setenta años, en el imaginario colectivo de ambas sociedades opera un pancoreanismo abstracto, herencia simbólica de quienes vivieron la separación. Incluso existe un término, Uriminzokkiri (우리 민족끼리), instalado en el vocabulario popular de ambos países, cuyo significado hace referencia a la necesidad de que sean los coreanos quienes marquen los destinos de la nación, sin la injerencia de otro país. Si bien la voluntad de unificar Corea sigue teniendo una considerable difusión, la brecha cultural crece. El sur se occidentaliza a pasos agigantados y sus jóvenes dejan de sentirse interpelados por un proyecto común con sus vecinos norteños.

Corea del Norte: radiografía del retraimiento

El aislamiento de Corea del Norte tiene razones históricas: la península estuvo ocupada desde 1905 por Japón, fue dividida en 1945 por dos superpotencias y hoy existe una guerra oficialmente abierta con el sur y Estados Unidos. La Guerra Fría sigue definiendo su cotidianeidad -y su estética-. Además, siguiendo una suerte de patriotismo cultural implícito en la idea juche ( 주체 ) desarrollada por Kim Il-sung, la producción coreana es preferencial en los medios de comunicación del país.

Es una combinación de cinco factores la que convierte a Corea del Norte en un pueblo tendente al aislacionismo: históricos, por cuanto el país ha estado ininterrumpidamente amenazado por potencias extranjeras durante más de un siglo; económicos, siendo China, por mucho, el principal origen de las importaciones (en 2017, el 94% del total) y estando el gobierno sometido a numerosas sanciones; bélicos, manteniéndose con altibajos una constante tensión con Washington; geopolíticos, ubicándose en un enclave de relevancia en las relaciones entre China y Estados Unidos; y culturales, habiendo sido el mantenimiento de las costumbres y tradiciones coreanas una cuestión de Estado desde la fundación de la República.

El tradicionalismo norcoreano enlaza directamente con el confucianismo, que durante siglos ha impregnado a buena parte de Asia oriental de una moral íntimamente ligada al honor y a la rectitud. Esta firme noción de la ética ayuda a explicar la rigidez cromática del vestuario de los norcoreanos, así como por qué la prostitución y la pornografía no solo están prohibidas por ley, sino que son materialmente inexistentes en Corea del Norte. Cualquier tipo de expresión afectivo-sexual, de hecho, está reservada al ámbito de la intimidad.

Estos sólidos fundamentos morales no son los únicos cimientos de la personalidad identitaria norcoreana, la nación juega también un papel central en un sistema que funciona como una gigantesca cooperativa. La filosofía juche en sí misma fue formulada como una coreanización del leninismo hasta el punto de concebirse al país como una gran familia que decide además dotarse de un nexo de unión: el líder.

El ancla de todo el entramado político, social y cultural de Corea del Norte es el «padre de familia» -hoy, Kim Jong-un-, que asume el rol de conexión simbólica entre las distintas esferas de la sociedad y hace explícita la subordinación del individuo al colectivo. El arraigo de esta concepción familiar del país proporciona un intenso aura alegórico a la figura del Líder Supremo y su desarrollo histórico vertical (primero Kim Il-sung, después su hijo y actualmente su nieto) le envuelve en una mística emotiva que atraviesa a la comunidad.

Pero el consenso alrededor del proyecto juche y del liderazgo no es tan hondo como cabría esperar. Desde la crisis de la última década del siglo XX, la Generación Jangmadang (장마당) viene cuestionando los fundamentos del socialismo coreano. Son jóvenes que crecieron en los años más duros de la historia reciente del país y no se sienten parte de esta mística nacionalista ni de la «gran cooperativa».

Corea del Sur: la profecía de Hobbes

El milagro del río Han hace referencia al crecimiento ininterrumpido de la economía surcoreana desde los años sesenta y al proceso de industrialización que convirtió al país en una potencia tecnológica. El modelo de rápido desarrollo tuvo que ver con unos fuertes vínculos entre políticos, burócratas del Estado y grandes familias del país que sentaron las bases para la economía de los chaebol (재벌) característica de Corea del Sur.

Los chaebol son corporaciones masivas capaces de abarcar un amplio abanico de sectores dominando la industria y la prestación de servicios. Sus íntimos lazos con la burocracia del Estado son el principal motivo de los altos niveles de corrupción institucional en el país y de los numerosos escándalos empresariales. Samsung es un ejemplo paradigmático: produce teléfonos, barcos y fármacos, entre otros. Ofrece servicios de marketing y de seguridad, gestiona varios clubes deportivos e incluso está al frente de un think tank.

En Corea del Sur el hombre sí es un lobo para el hombre. El expansionismo chaebol es una realidad que se apropia a golpe de billete de los escasos espacios que todavía conservan las pequeñas y medianas empresas coreanas. Estas corporaciones, que ocupan la mayor parte del mercado de trabajo, son el objetivo principal de los jóvenes que consiguen superar un sistema educativo hiperexigente, preludio perfecto para un mundo laboral feroz. No por nada el documentalista Julián Varsavsky apodó a los surcoreanos como talibanes del estudio al hablar del Suneung ( 대학수학능력시험 ), una suerte de selectividad que paraliza al país.

La extrema dificultad para formar una familia, acceder a la vivienda o conciliar los ritmos de estudio y laborales con un hipotético noviazgo hace que buena parte de los jóvenes surcoreanos sientan un considerable desapego por el país. Esta situación explica en gran medida por qué el suicidio es la primera causa de muerte en todas las franjas de edad por debajo de los 40 años.

Los altos niveles de depresión y estrés contrastan con una industria cultural pujante. Si bien el Gangnam Style fue el primer boom surcoreano que consiguió propagarse en Europa, el k-pop venía creciendo desde 2010 y hoy es una realidad en los consumos musicales de la juventud europea, latinoamericana e incluso norcoreana. Los iconos pop de la República de Corea compiten con los estadounidenses mientras bandas como EXO se erigen como la segunda gran exportación del país por detrás de la innovación tecnológica.

No obstante, el tradicionalismo de los nacidos antes de la década de los ochenta, con una concepción de la ética y la intimidad similar a la de los norcoreanos, da pie a una considerable brecha generacional. Mientras los «mayores» surcoreanos abrazan el recato y el cuidado del honor típicos de la península, los jóvenes experimentan con su estética y pugnan por marcar el rumbo de lo mainstream en occidente.

Esta apertura del país por medio de la vía cultural no resta importancia a la política institucional, marcada por los primeros totalitarismos tras la guerra y las altas tasas de corrupción en las últimas décadas que dejan un país desconfiante de los partidos y los burócratas. Evidentemente, el rol ejercido por el Presidente de la República es en lo simbólico más reducido que el del Líder Supremo norcoreano, pero se le presupone un rol de ejemplaridad propio de los liderazgos en Asia Oriental. La política surcoreana está también atravesada por el conflicto nacional y, si bien existe un amplio consenso en la necesidad de normalizar las relaciones con el norte, el proyecto político de la reunificación no tiene tanto peso como en sus vecinos.

Una nación, dos mundos

La frontera intercoreana separa dos universos opuestos. Al norte, planificación técnica estatal con nula influencia del sector privado más allá de una minúscula y localizada economía sumergida. Al sur, un corporativismo pujante en el mercado internacional y que fomenta la competitividad individual hacia dentro. Un sistema político de bloque único frente a una democracia de audiencia.

Quizá uno de los pocos puntos en común entre Corea del Sur y Corea del Norte es el contraste que existe en ambos países entre unas ciudades altamente tecnologizadas en comparación a un mundo rural atrasado y débilmente desarrollado. Este proceso de crecimiento desigual entre las ciudades punteras y la periferia rural es común en casi todos los países del mundo, pero en Corea es especialmente nítido. Daegu, Seúl, Pyongyang o Kaesong son profundamente más ricas y productivas y el Estado llega a ellas de un modo inimaginable en las ciudades y pueblos del interior.

Otro lugar de encuentro es la lengua. No obstante, el coreano -Hangugeo (한국어) en el sur; Chosŏnmal (조선말) en el norte- ha estado sometido a dos presiones: una centrípeta y otra centrífuga. No puede hablarse de dos lenguas diferentes, pero sí se discute la existencia de un cierto elemento dialectal.

La separación de más de siete décadas que ha dado pie a estas divergencias tiene dos lecturas contrarias, pero la evidencia es que la mayoría de los coreanos que hoy viven no tienen referencias directas de una Corea unificada. Únicamente los relatos de generaciones anteriores y las narraciones oficiales -que difieren en lo fundamental- dotan de sentido a la península.

La disimilitud entre una y otra explicación se refleja en dos ideas distintas de lo que tiene que significar la nación coreana. En el norte, una Corea unida es el proyecto político por antonomasia y la reunificación es la aspiración suma, el cúlmen de la liberación patriótica que diseñó Kim Il-sung. En el sur, el espectro de opinión abarca posturas que van desde una apuesta efectiva por la reunificación hasta la aceptación de Corea del Sur y Corea del Norte como dos naciones distintas cuyo máximo anhelo compartido debe ser la cooperación.

La reunificación, por otro lado, no solo depende de la voluntad. Los obstáculos van mucho más allá de las diferencias socioculturales. Los intereses geopolíticos de Estados Unidos chocan con ésta, pues difícilmente en una Corea unificada podría conservar sus bases militares. La potestad simbólica de la familia Kim no puede pasarse por alto, tampoco la enorme distancia en el desarrollo tecnológico y de infraestructuras entre el sur y el norte, marcadamente superior a la existente en 1990 entre la República Federal Alemana y la RDA. Factores políticos, culturales, económicos, históricos, simbólicos, geopolíticos e incluso logísticos hacen de la reunificación coreana uno de los grandes retos políticos del siglo XXI.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/asia/corea-dificultad-unificar-dos-mundos-antagonicos