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La Europa de Nicolas Sarkozy y la izquierda

Fuentes: Rebelión

  Europa es un continente de derechas. Desde los mellizos antisemitas Kaczynski -de los cuales se habla demasiado poco- al berlusconismo mediático que no es sólo italiano; desde las ultraderechas que llegan al poder a las derechas tradicionales que nunca lo dejaron, hasta el crepúsculo del blairismo en Gran Bretaña, que hará sitio a otro derrumbe hacia […]

 
Europa es un continente de derechas. Desde los mellizos antisemitas Kaczynski -de los cuales se habla demasiado poco- al berlusconismo mediático que no es sólo italiano; desde las ultraderechas que llegan al poder a las derechas tradicionales que nunca lo dejaron, hasta el crepúsculo del blairismo en Gran Bretaña, que hará sitio a otro derrumbe hacia el conservadurismo.
Europa es de derechas especialmente en sus inmensas clases medias, cada día menos sólidas culturalmente, volcadas en un bienestar consumista y conformista, que consideran un derecho privado, pero cada vez más espantadas por la misma insostentabilidad de este bienestar en el presente y en el futuro. Seguridad quieren y más inseguridad les traerá la derecha, para que pidan todavía más seguridad volviendo a votar a la misma derecha. Son masas inmensas, preocupadas por el porvenir de los hijos, que el sistema rindió descartables, pero incapaces, sobre todo a causa de un generalizado empobrecimiento cultural, de volar alto. Es así fácil para ellas individualizar el enemigo en el Otro, especialmente el inmigrante, e incapaces -estructuralmente- de ver otros mundos posibles. Son masas inmensas incapaces de concebir el bienestar como valor colectivo. Masas inmensas, hoy sí, plenamente atomizadas.

El triunfo de ‘Sarko’, el que liquidó el problema de las periferias llamando «escorias» a sus habitantes, es decir, sacrificándolos a la bronca de sus electores, es la liquidación definitiva -desde la derecha- del gaullismo. Es el fin de aquel fenómeno radical-conservador que unió a Francia derrotando a Vichy, sacándola de la carnicería argelina, ganándole la pulseada al 68 y contribuyendo a mantener -desde la derecha, pero dialécticamente- a Francia fuera del más crudo invierno neoliberal. Es otro pedazo del siglo XX que termina, fuera de los bizantinismos de los centro-algo. Termina superado por un Sarkozy que, orgullosamente, se define de derechas.

El triunfo de ‘Sarko’ es también el triunfo póstumo de Donald Rumsfeld. La «vieja Europa» franco-alemana, que hace apenas cuatro años supo sustraerse a la carnicería iraquí, hoy ya no existe. Si hoy los Estados Unidos llamaran a las armas, el soldado Angela Merkel y el soldado Nicolas Sarkozy responderían. Hay que alegrarse de que Sarko triunfe cuando también George Bush llegó a su crepúsculo.

La Europa de las clases medias, menos cultas y más asustadas -a menudo artificialmente con continuas campañas mediáticas sobre inmigración y microcriminalidad- hace estructural el derrumbe a la derecha. Lo demuestra más de una década en la cual las izquierdas políticas siguieron moviéndose hacia el centro. No es sólo Tony Blair, el niño mimado de Margaret Thatcher. Desde el Partido Democrático en Italia hasta el intento -indispensable- de la digna Ségolène Royal por aliarse con el centrista François Bayrou, al liberalismo económico sin frenos de Zapatero en España, apenas enmascarado por el progresismo social, al hecho que la SPD alemana se encuentra muy a gusto con gobernar con la DC. Tienen razón; no se puede prescindir de los números. Si se quedan a la izquierda son puramente testimoniales. Pero si gobiernan con el centro no pueden hacer una política de izquierda. Y así la izquierda, centro-izquierda, cada vez más centro, si quiere gobernar se ve obligada a darle al público -los electores- lo que quieren: derecha. Y si, paradójicamente, los electores volvieran a la izquierda, ya encontrarían este espacio vacío, vaciado por políticos post-ideológicos.

Parece un callejón sin salida, pero el mismo Nicolas Sarkozy nos ofrece una: «Sepulten el 68». Transfórmenlo en un evento glorioso para guardarlo en la Historia, como la Comuna de París. Cuarenta años después, hay que jubilar a líderes y lideritos de esta temporada, su embarazoso eurocentrismo ideológico, y mirar a un mundo del cual Europa es cada vez más periferia. Esto pasa a través de un largo trabajo de toma de conciencia, sobre participación, precariedad, bienes comunes en una sociedad que tiene buenas razones para estar asustada.

Tenemos frente a nosotros desafíos epocales. El mundo dibujado en Bretton Woods está muriendo y, con él, el predominio del dólar. ¿Qué harán el euro y Europa? Aquellas izquierdas que celebraron el fracaso de la Constitución europea, que deja la Unión Europea sin herramientas para gobernar lo existente, no tienen respuestas. Está el cambio climático y dos otros desafíos decisivos. El primero es el de la integración de los inmigrantes y de la sociedad multirracial. Hay países, como Italia, que están al borde de un pogromo. El segundo desafió es el de la comunicación. El control mediático por parte de unos pocos grupos liberales está vaciando la democracia misma de todo sentido, desinformando sistemáticamente a los electores. Hoy es la derecha la única que va a dar respuestas a los miedos de las masas. Y no nos van a gustar.

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