«Argus era un monstruo de la mitología griega que tenía 100 ojos, y siempre estaba vigilando; la mitad de los ojos permanecían abiertos mientras dormía. Y no deja de ser significativo que Argus sea también el nombre elegido por la Comisión Europea para el proyecto de ‘sistema generalizado de alerta rápida para seguridad’ (…) en […]
«Argus era un monstruo de la mitología griega que tenía 100 ojos, y siempre estaba vigilando; la mitad de los ojos permanecían abiertos mientras dormía. Y no deja de ser significativo que Argus sea también el nombre elegido por la Comisión Europea para el proyecto de ‘sistema generalizado de alerta rápida para seguridad’ (…) en caso de «acto terrorista». Este Gran Hermano europeo, no es sino la culminación de todo un proceso de legitimación de la represión y la limitación o supresión de los derechos fundamentales de los ciudadanos europeos»
Endika Zulueta, «La Constitución de la Europa policial»
«Mientras Estados Unidos acoge una migración ‘de calidad’, desde hace años, nosotros aceptamos recibir en nuestro país aquellos que nadie más quiere en el mundo (…) La policía está para detener delincuentes (…) son trabajadores sociales».
Nicolas Sarkozy, Ministro del Interior de Francia
«Francia es una guarra. No olvides follarla hasta el agotamiento. Debes tratarla como si fuera una zorra, tío»
Rap juvenil de las periferias metropolitanas francesas
Los ciudadanos franceses y holandeses no votan lo que deben
A pesar de toda la presión del grueso de la clase política, de los poderes económicos y financieros, y especialmente del conjunto de las elites mediáticas a favor del Sí a la Constitución Europea, la ciudadanía francesa votó No (casi el 55%), en el referéndum de finales de mayo. Días después los ciudadanos holandeses volvían a expresarse de una forma aún más contundente contra la Constitución (cerca del 62%), bajo unas circunstancias similares por parte de las estructuras de poder. El terremoto que ello provocó a escala comunitaria fue mayúsculo. Dos de los países fundadores de la Unión habían rechazado la nueva Carta Magna «europea», acudiendo de forma significativa a las urnas. Y Chirac, el principal impulsor de la «Europa» política (y militar), que recoge la Constitución, aparecía como el gran responsable de la debacle. La Constitución quedaba herida de muerte, la imagen de «Europa» destrozada, y de paso la clase política estatal seriamente desautorizada. Pero ¿cuáles fueron las razones fundamentales de ese rechazo ciudadano? de esa rebelión popular contra las elites. Los distintos ámbitos de poder (estupefactos) enseguida manifestaron, de forma displicente, que la gente no había comprendido lo que se votaba.
Sin embargo, los ciudadanos sabían bastante bien lo que estaba en juego. Más que en otras consultas electorales de la democracia representativa. El debate y movilización de la sociedad civil francesa había sido sencillamente impresionante, tanto a nivel de calle, como en el ciberespacio (Internet), y no pudieron ser contrarrestados desde las estructuras de poder. En Francia el rechazo principal provino de lo que se podrían denominar tesis de «izquierda», según las encuestas, aunque también hubo por supuesto un No de «derechas». El No no era antieuropeo (a pesar de la manida imagen del «Fontanero polaco»), sino que tenía un importante contenido social, aunque eso sí, no se quería más «Europa» (sobre todo esta «Europa»). Al igual que el No holandés, que reflejaba el miedo de la ciudadanía a perder soberanía estatal, y la ausencia de información (fiable) acerca de la Constitución (Mott F., 2005). En ambos casos, la UE se percibe más como un factor de inseguridad que de protección frente a las dinámicas desestabilizadoras de la «globalización» neoliberal. Es más, se concibe como uno de los elementos principales, junto con el euro (especialmente en Holanda), de la inseguridad creciente de dichas sociedades, cuya percepción se ve agudizada por una ampliación al Este llevada a cabo de forma que amenaza el Estado social y el mercado laboral. Y el Estado-nación se contempla (todavía, y a pesar de todo) como la última barrera de contención frente al nuevo capitalismo global, y al neoliberalismo made in Bruselas. Además, la Constitución Europea no se vislumbraba como un producto de un demos europeo, inexistente, sino que la ciudadanía (especialmente en Francia) se ha vuelto consciente de que el único sujeto constituyente a escala comunitaria son las fuerzas del dinero, y los poderes políticos (comunitarios y estatales) que las acompañan. Todo ello ha hecho que el mito de «Europa» haya terminado finalmente por estallar, después de muchos años de progresivo y profundo deterioro. Pero eso sí, tanto franceses como holandeses, de acuerdo a las encuestas, pensaban que su No permitiría renegociar un texto más social y equilibrado, en términos de soberanía (EL PAÍS, 16-6-2005).
Blair se venga del eje franco-alemán, y hace finalmente descarrilar la Constitución
El fiasco constitucional francés y holandés incide en toda la UE, especialmente en los países que se preparaban para acometer sus consultas populares (otros ocho o nueve más) [2] . Todas las encuestas señalaban un fuerte auge del rechazo a la Carta Magna, justo después de dichos acontecimientos. El fantasma del No, como un tsunami incontrolable, recorre «Europa». Y de la indiferencia ciudadana en ascenso hacia la Unión, se pasa a una actitud de rechazo a la misma. En esas circunstancias los distintos gobiernos implicados se empiezan a mostrar crecientemente reticentes a convocar los futuros referendos, pues saben que no solo saldrá muy probablemente triunfante el No, sino que la marea del rechazo se llevará también por delante su frágil legitimidad. La aprobación de la Constitución ya no es solo un problema comunitario, sino un problema de política interior de los Estados que se habían visto animados (o condicionados) a convocar la ratificación ciudadana.
Y antes de que la Unión pueda tomar una decisión colectiva sobre qué hacer con la Constitución, en la cumbre de junio, Blair se la sirve en bandeja. Gran Bretaña toma la decisión de desconvocar su referéndum de forma unilateral, sin esperar al Consejo Europeo, y desatendiendo las peticiones de la Comisión de retrasarla. A resultas de ello, Dinamarca avanza también (antes del Consejo, tras Gran Bretaña) que contempla la paralización de la consulta. La suerte pues está echada. El Consejo Europeo, a pesar de los llamamientos de la Comisión y el Parlamento a continuar el proceso de ratificación, con el apoyo de España y Alemania que no quieren dar por muerta la Constitución, decide darse un tiempo de reflexión (un año) para ver qué hacer, retrasando todo el proceso; pues como dijo el presidente del Consejo, Juncker, «Francia y Holanda no pueden darnos una respuesta adecuada antes de 2007″ (la cursiva es nuestra). Es decir, después de sus elecciones respectivas. Chirac, mientras tanto, ve los toros desde la barrera, pues claramente había quedado fuera de juego. A continuación, todos los países con consultas populares pendientes deciden suspender sus referendos. La desbandada es total. Sólo Luxemburgo duda, pero finalmente convoca el referéndum, y lo gana in extremis, a pesar del abultado voto afirmativo que en principio se preveía. Ello tiene un cierto valor simbólico, a pesar de su reducido tamaño poblacional, pues permite trasmitir la idea de que la aprobación de la Constitución continúa (formalmente), aunque con un alto en el camino. Pero el editorial del The Economist (4-6-2005) dejaba muy claro cuál era la situación, al sentenciar: «La Europa que murió» (y al subtitular: «Y la nueva que debe pervivir»).
Pero Blair (ayudado por los contribuyentes netos Suecia y Holanda) hace mucho más que intentar acabar con la Constitución: impide la aprobación del presupuesto comunitario para el periodo 2007-2013, con el fin de procurar abrir una nueva etapa de la Unión, que le permita arrimar el ascua a su sardina. Las razones son su negativa a negociar el llamado «Cheque Británico», y su cuestionamiento de la estructura (y dimensión) del presupuesto, abogando destinar los gastos agrícolas comunitarios hacia la Investigación y Desarrollo (de la que se beneficiará también el Reino Unido), para que la Unión pueda competir mejor a escala mundial. La crisis es absoluta. Juncker, presidente de turno del Consejo, comenta irónicamente al término del encuentro: «vamos a hacernos esa foto que antes se llamaba de familia». Blair sale triunfante de la cumbre, y en un ejercicio inaudito de cinismo afirma que hay que escuchar lo que han dicho los ciudadanos, y que hay que volver a conectar a «Europa» con las necesidades de la población. Y eso pasa por «desburocratizar» la UE, promover en la Unión el modelo económico y social británico, y acometer una profunda transformación del presupuesto comunitario. Blair llega a exclamar, entre risas, criticando a Chirac: «!Decir que la agricultura representa el futuro de Europa!». Todo un torpedo en la línea de flotación de la PAC, defendida por Francia. Sin embargo, el resentimiento es también profundo en los países del Este, sus socios de la «Nueva Europa», pues ven con temor la posible pérdida de fondos comunitarios.
De cualquier forma, Blair se ofrece a ayudar a acometer una reorientación del «proyecto europeo», durante la próxima presidencia británica de la Unión, en la línea de más «Europa mercado» y menos «Europa política» (y militar -autónoma-). Son sus tesis de siempre, y también las de Bush, que ve con alborozo el rechazo de la Constitución Europea en Francia y Holanda, y la situación de parálisis creada en la Unión. Blair asesta un golpe brutal a la «Europa» de Chirac y Schroeder, pasándoles de paso factura por su falta de apoyo en su día en el Consejo de Seguridad en la guerra contra Irak. Y, por otro lado, el fracaso de la Constitución recae sobre Chirac, su más firme defensor. La imagen de la «Europa» superpotencia en embrión sale hecha añicos, el euro se resiente de forma sensible, y el futuro de «Europa» recae (momentáneamente) en manos de Londres. El zorro se queda cuidando el gallinero. Además, Blair piensa que el tiempo juega a su favor, pues la crisis de la Constitución posterga la creación del Ministro de Asuntos Exteriores de la UE, que siempre vio con reparos, para no perder autonomía diplomática propia, y sus vínculos estrechos con EEUU. Aparte de que la paralización de la Constitución congela la creación de una presidencia estable del Consejo, que restaría protagonismo a los Estados miembros, la cesión de mayores competencias de éstos a la Comisión, así como la reducción del derecho de veto. Por otro lado, en el semestre de su presidencia espera contar con el apoyo de Angela Merkel, posible nueva canciller alemana en las próximas elecciones, y con el afianzamiento y aliento (desde ya) de Sarkozy, potencial presidente francés en 2007, debido a la división interna (tras el referéndum) en las filas socialistas. Ambos son más atlantistas que Schroeder y, sobre todo, que Chirac, y más orientados al libre mercado sin restricciones.
El 7-J y Ceuta y Melilla, redefinen prioridades (y consensos) de la Unión
El exultante Blair prepara por todo lo alto a continuación la cumbre del G-8 en Escocia, con una campaña mediática mundial concienzudamente elaborada para «paliar» la deuda de África [3] . Bono, Geldof, Madonna… y ocho macroconciertos globales en las principales ciudades del planeta (bajo el lema de «Live Aid Africa») le ayudan en esa labor de marketing y manipulación política. Y la elección de Londres como ciudad olímpica en 2012, el 6 de julio en Singapur, en dura pugna con el París de Chirac, dispara aún más su proyección internacional, pues él es uno de sus principales artífices. Blair triunfa (entonces) en todos los terrenos. Todo ello le permite remontar su imagen tocada tras su escuálido triunfo electoral previo, que había puesto en tela de juicio su propia continuidad; y le posibilita apartar de la agenda política (durante un tiempo) el espinoso asunto de la guerra contra Irak, que le había erosionado. Pero al día siguiente, el 7-J, las bombas en el centro de Londres, le ponen el drama (y el desastre) de la invasión angloestadounidense de la antigua Babilonia, en mitad de la cumbre del G-8, y toda su magia se evapora de nuevo. Y con ella, la pretendida imagen benefactora a escala global de los grandes del mundo occidental (Japón incluido). La cruda realidad, como el cartero, llama otra vez a la puerta. Y seguramente llamará bastantes más veces, si la situación en Irak profundiza su deterioro, como está sucediendo.
Los atentados de Londres, junto con los de Madrid, ponen en evidencia que los seguidores de la Yihad han decidido llevar la Guerra Santa contra Occidente a los corazones de «Europa»: sus metrópolis; y en especial, parece, a las de los principales Estados protagonistas de la coalición internacional en la guerra de ocupación iraquí. Pero en esta ocasión los autores de los atentados han resultado ser ciudadanos británicos, provenientes de barrios marginales de mayoría musulmana, descendientes en segunda o tercera generación de inmigrantes de sus antiguas colonias. La respuesta británica, y comunitaria, no se hizo esperar, y el Reino Unido ha endurecido aún más su ya de por sí restrictiva legislación antiterrorista, contemplando hasta privar de nacionalidad a los sospechosos de «terrorismo» de los barrios «sensibles». Y en esta cruzada «antiterrorista», Blair sabe que goza de un considerable apoyo del ciudadano medio, asustado por el miedo al «otro» (especialmente árabe y musulmán) que propagan los medios. En este sentido, el premier británico no ha dudado en proponer un cambio en la propia Convención Europea de Derechos Humanos, pues las garantías de las libertades ciudadanas, puede entorpecer, según él, la lucha contra el «terror». Todo vale en la lucha «antiterrorista». Y de paso se logra también reforzar el control e intervención sobre posibles disidencias [4] . El país que fue el primero en el mundo en legislar los derechos de Habeas Corpus [5] , ha sido recientemente uno de los primeros en eliminarlos al calor del 11-S, creando una especie de Guantánamo en plena «Europa de los derechos humanos y las libertades», y ahora se apresta a ir aún más allá, en nombre de la seguridad de sus ciudadanos, arrastrando tras de sí (sin resistencias) al conjunto de la Unión. No hay problemas para coordinarse en materia «antiterrorista» (contemplada en la Constitución). El mantra que se repite es que si queremos sentirnos «seguros», tenemos que ceder espacios de libertad, y todo ello eliminando los débiles controles democráticos existentes. Francia, con la nueva ley de seguridad Sarkozy, compite también en el terreno securitario con Gran Bretaña. Esta dura ley permite el uso generalizado de la videovigilancia, la ampliación de las escuchas telefónicas, el acceso irrestricto policial a datos de los ciudadanos, etc. Todo en nombre de la «seguridad ciudadana».
La aproximación multicultural a las relaciones con otras comunidades étnicas en los países de la UE, que habían ensayado principalmente Gran Bretaña y Holanda, está saltando por los aires. Y se está evolucionando hacia una estrategia fuertemente represiva en especial contra el «otro» no comunitario, sobre todo aquel proveniente del mundo islámico. Todo ello va a hacer difícilmente viable la Alianza de Civilizaciones que «Europa» (siguiendo la estela de Zapatero) dice de boquilla defender, y que Gran Bretaña retóricamente, en principio, también apoya para cultivar su imagen internacional, intentando endulzar de esta forma su papel en Irak. Y este endurecimiento y acoso al «otro» islámico incide asimismo en la decisión de iniciar las negociaciones para el ingreso de Turquía, que ya fue muy complicado de abordar en su día. Las posturas contrarias a un ingreso de «pleno derecho» (devaluado, de acuerdo a las duras condiciones de ingreso impuestas) se ven reforzadas por el nuevo contexto, y por el (frágil) ascenso de Merkel como cancillera de la RFA; cuya posición se ve «moderada» (en este terreno) por su pacto de coalición con el SPD. Sin embargo, Gran Bretaña se muestra claramente partidaria, al igual que los grandes intereses económicos, financieros y geoestratégicos. Pero es Austria la que se resiste hasta el último momento, y no da su brazo a torcer hasta que finalmente consigue que se inicien también las negociaciones de ingreso para Croacia, antiguo espacio dependiente del imperio austro-húngaro. A pesar de que este país no está cumpliendo las condiciones impuestas por el Tribunal de la Haya, para poner a su disposición a los criminales de guerra responsables de las limpiezas étnicas de los noventa. La realpolitik y los intereses económicos se imponen, en detrimento de los «valores» que dice defender la UE.
Pero esta hipocresía ha alcanzado quizás su grado máximo con ocasión de los acontecimientos que han tenido lugar a principios del otoño en Ceuta y Melilla, que han permitido ejemplificar a la perfección cómo se comporta la UE, y sus Estados miembros, en relación al «otro» no comunitario, y sobre todo respecto a aquellos «sin papeles» que intentan acceder de forma desesperada al espacio comunitario huyendo de la miseria. Y en el caso de África, de una miseria generada durante siglos por el dominio colonial europeo occidental, que se ha visto agudizada por el nuevo capitalismo global y las políticas que ha desarrollado la UE, principal actor internacional en ese ámbito. La frontera de Ceuta y Melilla, la frontera Sur más avanzada de la UE, es la frontera más desigual del mundo (Moré, 2005). Mucho más que la frontera entre México y EEUU. Su petición de que Marruecos respetara los derechos humanos con los subsaharianos que España rechazaba contundentemente a palos, y en algunos momentos a tiros (con la inestimable ayuda de Rabat), sonaba a chiste; junto con las lágrimas de cocodrilo que España y los responsables de la UE vertían ante el hecho de que Marruecos abandonase a los expulsados en pleno desierto del Sahara. El «problema» era que estas imágenes brutales salían en televisión, y empañaban la imagen que la UE (y España) intenta(n) proyectar de sí misma(s) a escala global.
Los tiempos están cambiando muy rápidamente, pero no en la dirección que señalaba la famosa canción de Bob Dylan, sino hacia formas de dominio fuerte, crecientemente autoritarias, lindando con el (neo)fascismo. Y no sólo en los EEUU de Bush en el escenario post-11-S, sino en la propia «Europa» (con cárceles secretas de la CIA en Polonia y Rumania, y aviones de ésta que hacen escala en aeropuertos comunitarios para llevar presos hacia la tortura), que parece que no aprendió de lo que aconteció en su suelo hace ahora más de sesenta años. Esa siniestra etapa de su Historia. La cita de Sarkozy que se recoge al principio de este texto indica muy bien cuáles son los nuevos «judíos», cómo se les criminaliza, se les acosa diariamente, se les caza en redadas allí donde viven, se almacena a los «ilegales» como ganado en los campos de concentración internos (de la propia UE) y externos (en los países perimetrales a la Unión), se les expulsa, y sobre todo se les utiliza (mediáticamente) en las estrategias políticas para llegar al poder. A la presidencia de la República. Sarkozy tiene la potente herramienta a mano del Ministerio del Interior para desarrollar esta repugnante labor, de la que no dispone directamente Villepin (el otro potencial contendiente). La «Tolerancia Cero» vende bien la imagen de líder fuerte que agradece (gran) parte del electorado en tiempos de enorme inseguridad. Y refuerza su frágil autoestima al poder descargar todos sus miedos y temores sobre el «otro» no comunitario, el inmigrante «culpable», el que viene a robarnos nuestra prosperidad. Lo «nuestro». Y hasta sobre el «otro» francés (devaluado), magrebí o subsahariano, y sus descendientes. Francia, la cuna de los Derechos del Hombre y del Ciudadano camina de esta forma paulatinamente hacia el Estado penal y policial, de tinte racista, haciendo que se vaya interiorizando por el cuerpo social esta nueva «normalidad».
La política migratoria se gestiona de forma cada vez más coordinada a escala de la Unión, aunque también a distintas «velocidades». Y avanza sin Constitución, aunque ésta significase un paso decisivo en este terreno. Pero el endurecimiento de la política de inmigración, y de las relaciones de los Estados de la UE con los «no comunitarios» pretende mucho más que reprimir a los «otros». O dejar clara la brutal brecha que en cuanto a «derechos» de ciudadanía hay entre los de «dentro» (y entre ellos mismos) y los de «fuera». Es una estrategia pensada para cercenar solidaridades entre los de «abajo» (comunitarios y no comunitarios [6] ), al tiempo que se intenta aglutinar a las clases medias «autóctonas» en torno a las estrategias del poder, intentando quebrar así la rebelión ciudadana que se ha manifestado en torno al No. Y asimismo se busca romper los lazos entre las propias comunidades inmigrantes, y dentro de ellas entre los «instalados» y aquellos menos integrados y recién llegados. Toda una estrategia de fomento de la «guerra civil molecular». Pero va aún más allá. Se intenta asimismo abaratar al máximo la gestión de esa fuerza de trabajo (criminalizando su asociación-sindicalización), que opera en general en los trabajos más duros y precarios; lo que va ayudar igualmente a quebrar el mercado laboral formal autóctono, y va a permitir incrementar los niveles de competitividad comunitarios. La inmigración (en especial femenina) va a posibilitar hacerse cargo igualmente, de forma económica, a las clases medias, de las tareas de cuidados domésticas que conlleva el desmantelamiento del Estado del Bienestar; en un momento en que la familia nuclear tradicional (en crisis) ya no puede hacerse cargo de ellas de la misma forma, sobre todo las mujeres. Todo ello se justifica bajo el lema «gestionar la emigración para que la UE mejore su competitividad mundial» (Sapir, 2005)
Y el Mercado va. La UE en el nuevo capitalismo global.
La «Europa» política (y militar) ha quedado por el momento paralizada, pero el Mercado (con mayúsculas) está más activo que nunca. El aparato productivo y de servicios «europeo» y mundial no hace sino ampliarse y, sobre todo, reestructurarse a velocidad de vértigo, impulsado desde la esfera financiera por fusiones y adquisiciones de capitales especulativos que no respetan ninguna patria. Y menos las fronteras internas de los Estados de la Unión, o sus propios límites exteriores. Aunque, eso sí, utilicen el poder de sus Estados en el escenario internacional, las propias instituciones comunitarias, y su capacidad de negociación a escala global (en la OMC, p.e.), o su potencia monetaria (el euro), para incrementar su capacidad de proyección interna, en el Mercado Único, y externa, a nivel planetario. Y para debatir cómo aprovechar las «oportunidades» de esta «globalización» salvaje del capital, y domesticar sus «amenazas», es decir, cómo intentar cabalgar al tigre, se reunió en Hampton Court el Consejo Europeo bajo la batuta de Blair, acompañada por la de Barroso. Sin ánimo de lograr acuerdos concretos, sino tan sólo de discutir acerca de cómo reorientar el «proyecto europeo» en el proceloso mar de la «globalización». De acuerdo, eso sí, con los intereses de los principales grupos económicos y financieros europeos. La patronal UNICE, y otros lobbys de presión comunitarios, estaban encantados. Esto es, el Consejo se reunía para debatir fundamentalmente de la dimensión económica (y financiera) de la UE en el mundo. Más tarde, habrá que hincarle el diente, otra vez, a la dimensión política (y militar) de la futura Unión (¿superpotencia global?), y ver cómo se desatasca la parálisis a la que se ha llegado en este terreno. Si es que hay acuerdo sobre lo primero (probablemente, aunque no sin tensiones), y luego, sobre lo segundo (bastante más difícil).
La base de la discusión era el nuevo informe Sapir (2005), que plantea descarnadamente, aunque con una retórica «medida», que la UE para afrontar de forma exitosa los retos de la «globalización» tiene que reformar (profundamente) sus mercados laborales y su modelo social; sobre todo el grueso del área del euro, es decir, los países continentales y mediterráneos, que son los más «ineficientes» y poco adaptados («modernizados») para competir a escala global. El informe resalta que los otros modelos sociales (el anglosajón y el nórdico; pues los del Este ni se mencionan [7] ) son los más flexibles y preparados para afrontar las «oportunidades» de la «globalización», aunque tienen que seguir profundizando en sus reformas estructurales. Si se falla en esto, según el informe, no solo se impedirá a «Europa» acceder a las «ventajas» de la «globalización», sino que pueden ponerse en cuestión dos de sus políticas cruciales: el Mercado Único y el Euro. Esta es la condición sine qua non para volver a impulsar el crecimiento y la acumulación, pero tiene que verse también acompañada de políticas comunitarias y estatales que ayuden a una reorientación de la UE en el escenario de la «globalización». Una «globalización» en la que irrumpen con especial fuerza nuevas potencias emergentes como China (en el ámbito de la producción industrial) e India (en el sector servicios), y en bastante menor medida Brasil.
En este nuevo contexto mundial la Unión se debe concentrar en desarrollar todo su potencial en el sector servicios (70% del PIB comunitario), en el que todavía no operan adecuadamente las reglas del Mercado Único, y que continúa gravemente fragmentado y poco integrado. Todo ello de acuerdo con Sapir. De ahí la necesidad de la contestada Directiva Bolkestein, pieza crucial de la llamada Agenda de Lisboa. En este sentido, se deben aprovechar las posibilidades que brinda la ampliación a 25 (27, a partir de 2007) para reestructurar (internamente) y proyectar en condiciones más competitivas a escala mundial sus empresas industriales, desarrollando sobre todo aquellas de mayor componente tecnológico, a través de fuertes inversiones en I+D+i. Y sobre todo desarrollar las empresas del sector servicios, de dimensión comunitaria, abriendo progresivamente los nuevos mercados del Agua, la Educación, la Sanidad y las Pensiones. Hasta ahora prioritariamente en el ámbito estatal. En este sentido, se vuelve clave el complejo universidades-empresas-protección intelectual, y la reorientación del gasto público, comunitario y estatal, hacia estos objetivos y la creación de grandes infraestructuras (de transporte, energía y telecomunicaciones). Es preciso, se dice, conseguir Universidades que puedan competir con EEUU, y lograr no solo empresas y fuerza laboral cualificadas y competitivas, sino que el territorio lo sea igualmente. En el nuevo escenario global, los países emergentes van a necesitar, se argumenta, de la tecnología, los bienes y los servicios europeos, sobre todo de la llamada new economy. Hace falta pues flexibilidad (una de las palabras mágicas) para apostar por el futuro. Y la urgencia mayor de reformas y reestructuraciones se plantea en la llamada «Vieja Europa» (de acuerdo con la terminología de Rumsfeld). Si estas reformas no se acometen, el crecimiento no despuntará, y se resalta que la «Unión Monetaria (el euro) puede no sobrevivir a un periodo prolongado de dificultad económica». El riesgo, pues, puede ser mayúsculo, ya que el desplome económico que ello supondría puede conllevar un auge del nacionalismo agresivo y el fin, tal vez, del «proyecto europeo». De hecho, se menciona, el descontento hacia el euro ha sido creciente en el último periodo, especialmente en las zonas más afectadas por el estancamiento económico. No hay alternativa (There Is No Alternative, como diría Margaret Thatcher).
En Hampton Court, en el palacio de Enrique VIII, uno de los primeros euroescépticos, que rompió con la Iglesia de Roma, los 30 líderes europeos (27 primeros ministros y jefes de Estado de la Unión, los presidentes de la Comisión y del Parlamento Europeo, más Javier Solana, representante de la PESC), todos hombres, abordaron también otras cuestiones. Se planteó la conveniencia de crear un Fondo de Ajuste a la Globalización, a instancias del presidente Barroso, como respuesta a las críticas lanzadas por Chirac a la Comisión, por su pasividad ante la crisis provocada en Francia por la reestructuración-deslocalización de Hewlet-Packard. De esta forma, la Comisión podría disponer de un instrumento para mejorar su imagen en caso de importantes conflictos laborales, acallando con dinero las protestas de más impacto ante ajustes necesarios del mercado, y facilitando así las grandes reestructuraciones. Pero los potenciales contribuyentes netos al mismo, entre ellos Alemania y Suecia, hicieron valer su oposición. Tony Blair planteó curiosamente, en contra de anteriores pronunciamientos, la necesidad de contar también con una política energética común, a escala comunitaria. Tal vez la agudización de las crisis energética que puede suponer un escenario futuro de peak oil [8] , el agotamiento en los próximos años de los yacimientos del Mar del Norte, y la complicada situación en Irak, le han hecho valorar la necesidad de responder a esos retos, de creciente escasez y encarecimiento del crudo, de forma conjunta, con sus socios comunitarios.
Pero Chirac, en un texto publicado en los principales medios europeos justo antes de la cumbre, recalcó, saliendo así de las catacumbas en que se encontraba sepultado por el No a la Constitución, que el mercado, y menos el Mercado Único, no puede funcionar sin una dimensión política (y militar). Máxime en la actual etapa que parece que ha entrado el capitalismo global tras el 11-S, de crecientes rivalidades entre bloques capitalistas: de «globalización armada», y grave dependencia de recursos externos que garanticen el crecimiento. Y muy en concreto, de combustibles fósiles. De esta forma, manifestaba: «Una Europa unida y bien agrupada tiene masa crítica suficiente para medirse con los gigantes mundiales» (Chirac, 2005). Sin embargo, continuaba, mientras no sea posible construirla (debido a la parálisis de la Constitución), «será preciso aprovechar (en toda su potencia) los tratados existentes, para garantizar la gobernabilidad económica, la seguridad interior, y la acción exterior y de defensa de la Unión». Y se declaraba abierto, mientras tanto, a impulsar «grupos de países pioneros» en dichos ámbitos, abiertos por supuesto a todos los que quisieran participar en los mismos; remachando que especialmente los miembros de la eurozona, deben profundizar en su integración política, económica y social. Es curioso como parece que se plantea impulsar de cualquier modo la Agencia Europea de Armamentos, prevista en la Constitución, a pesar de que ésta esté en vía muerta, por el interés principalmente de Francia, Alemania y, en este caso, también, Gran Bretaña (los grandes del sector), apoyados igualmente por España e Italia (el resto de los actores principales). Su importancia en los procesos de I+D+i, es decisiva.
Mientras tanto, será preciso impulsar el Mercado, sin trabas, o con las menores posibles, y es de lo que se ha tratado en Hampton Court, y lo que también ha venido haciendo el presidente de la Comisión, Barroso, que ha hablado y actuado para flexibilizar y «desburocratizar» la Unión, con el fin de impulsar el crecimiento. Barroso ha planteado la necesidad de aligerar la legislación comunitaria. Curiosamente, en los aspectos sociales y medioambientales. «Rigideces» innecesarias que impiden impulsar el crecimiento (y la acumulación). Sólo así, nos dice, podrá «Europa» volver a conectar con sus ciudadanos. Al tiempo que la Unión se apresta también para aprobar la directiva de la jornada flexible de 48 horas semanales [9] . La lucha por las 40 horas semanales del movimiento obrero de principios del siglo XX, que provocó enormes conflictos en su día, y hasta muertos, ha pasado a mejor vida, y no digamos la de las 35 horas que se alcanzaron en cierta medida en Francia y Alemania a finales del siglo pasado. Hoy los vientos soplan en otra dirección, incluso en la del paulatino fin de la negociación colectiva, cada día con menor peso específico, y hasta del propio derecho laboral. Del mismo modo la UE, en manos de la Comisión, negocia la desregulación del comercio internacional en el marco de la OMC, y con distintos bloques o espacios comerciales planetarios (MERCOSUR, América Latina, Área de Libre Comercio del Mediterráneo, APEC -Pacífico-, etc). Todo ello va a suponer un mayor desmantelamiento de la agricultura europea, sobre todo de lo poco que queda de pequeña producción campesina tradicional (el sector a sacrificar, principalmente en el Este), una fuerte reestructuración-deslocalización (interna y externa) del sector industrial, y la apertura a la lógica del mercado (privatización) de los servicios públicos (agua, sanidad, educación y pensiones), a través del AGCS (Acuerdo General del Comercio de Servicios). Estas cuestiones (y otras más) se recogían en la parte III de la Constitución, pero ante su paralización, existen otras vías para impulsarlas. Como se está haciendo.
La dificultad de desbloquear el marasmo constitucional, y caminar hacia un nuevo consenso
La creación de la «Europa» política (y militar), en el formato definido por la Constitución Europea, quedó paralizada con el freno y dilatación de su ratificación, y no está para nada claro cómo seguirá el proceso, si es que llega a ponerse en marcha otra vez. Muchas cosas han cambiado desde junio de 2005, cuando se toma la decisión de abrir un periodo de reflexión y postergar la ratificación un año, y no será hasta el final de la presidencia austriaca, en junio de 2006, cuando se decidida finalmente qué hacer. Pero puede haber aún más retrasos. Todo está abierto. En estos meses las tesis de Blair acerca de la futura «Europa» han prosperado, el panorama político ha cambiado (ascenso condicionado de Merkel en Alemania, cambio «euroescéptico» -y aún más atlantista- de presidencia y gobierno en Polonia, paulatina consolidación -hasta ahora- de Sarkozy como futuro presidenciable en Francia, etc), alterando los consensos alcanzados en la Constitución, y reduciéndose considerablemente el número de Estados que abogan por la consolidación de un poder «europeo» autónomo (claro) frente a EEUU. Ya de por sí desdibujado en la Constitución, debido a las llamadas «líneas rojas» de Blair, pero en cualquier caso definido.
La situación creada es enormemente compleja. El Tratado Constitucional ha sido (o va a ser) aprobado por quince Estados (dos de ellos por referéndum, España y Luxemburgo), rechazado por dos (Francia y Holanda), y en ocho más está pendiente de ratificación con consultas populares prometidas o contempladas. Los defensores del mismo hacen una lectura (política) interesada de estos resultados, que no se sustenta, y dicen que la Constitución ha sido ya ratificada por la mayoría de los Estados y los ciudadanos de la Unión (51%), proporción que se elevaría al 60% de la población en el caso de la Eurozona (Barón, 2005). La manipulación de los datos en cuanto a población es evidente (la «parte», la extrapolan al todo). Si la ratificación, como parece, en el escenario más favorable, se retrasa hasta 2007, tendría que ser ampliada a otros dos nuevos Estados: Rumania y Bulgaria, miembros de la UE para entonces. En este escenario, Francia sobre todo, por su importancia política, y en menor medida Holanda, tras las elecciones respectivas, tendrían que tomar la decisión de aprobar la Constitución, con toda seguridad sin referendos de por medio. No parece que pueda entrar en funcionamiento la nueva Carta Magna con el rechazo de Francia. «Europa» no puede avanzar sin Francia. Francia no puede ser uno de los países que quede sin ratificar formalmente la Constitución, aunque ésta permite que un reducido número de Estados (cinco, el 20%) no la ratifique para entrar formalmente en vigor. Pero, en este caso, el coste político para el nuevo presidente francés sería muy considerable. En Holanda también, aunque podría llegar a ser uno de los cinco recalcitrantes. Luego ya se vería. Pero quedarían por ver los resultados de los referendos prometidos, cuyo resultado se antoja cada vez más negativo, aparte del rechazo de los Estados a convocarlos. No parece pues un escenario muy factible. Aparte de que se levantarán muchas voces institucionales de aquí a entonces, como de hecho está ocurriendo ya, para decir que ha cambiado el marco en que se tomaron los acuerdos que se plasmaron en la Constitución. Y que ésta es papel mojado, máxime tras el rechazo francés y holandés. Si bien el nuevo gobierno de coalición alemán en su programa plantea la defensa de la Constitución Europea.
Lo más probable es que se vuelva a renegociar el Tratado Constitucional, para adaptarlo al nuevo mapa político y a las nuevas relaciones de fuerzas existentes. Eso sí, esa renegociación se haría a partir del acuerdo constitucional actual, que además goza del apoyo de la patronal «europea», UNICE, y de importantes lobbys de presión como la ERT (European Roundtable of Industrialists). Además, fue aprobado en su día por todos los gobiernos de la Unión. Y tal vez se pode la palabra Constitución en el nuevo texto. Por otro lado, es lo que es, un Tratado, como se ha dicho por activa y por pasiva. Todo ello se hará por supuesto sin tener para nada en cuenta las exigencias ciudadanas. No hay ni voluntad política ni lugar para ello. Sería enfrentarse a la lógica del sacrosanto mercado. Y crearía además una crisis de confianza en los parqués bursátiles y respecto al euro. Pero esa renegociación será una vez más tremendamente compleja, más que la anterior, pues ahora se deberá renegociar a 25, y no a 15, como pasó con la Constitución; con tendencias centrípetas en ascenso, con poca voluntad de avanzar en la integración política supraestatal, y mucho menos (parece) de crear un poder político-militar autónomo de EEUU. Además, se evidenciará el intento de los países del Este, y en concreto de Polonia, de volver a recuperar (o ampliar) su capacidad de voto en la «Europa a distintas velocidades» que se perfila. El nuevo presidente polaco, Kacynski, ya ha reivindicado la capacidad de voto que le confería Niza, y que reducía de forma importante la Constitución. Lo cual va a derivar en una «Europa» más difícilmente gobernable, de acuerdo con la voluntad de las grandes potencias (con tensiones a su vez entre ellas).
El tema que se aventura más complejo de renegociar será la amplitud y el ritmo de las futuras ampliaciones de la UE. Ese puede ser el gran caballo de batalla, junto con el tipo de relación transatlántica a establecer. El Parlamento Europeo parece que va a aprobar próximamente una resolución condicionando cualquier futura ampliación a la aprobación previa de la Constitución (un guiño a favor de ésta). Y la oposición dentro del Consejo Europeo a futuras ampliaciones es creciente, por la dificultad que implica para la gobernabilidad de la Unión. La «Europa» a 35 miembros o más (con los Estados de la exYugoslavia, y hasta Ucrania y Bielorrusia, llegado el caso), con más de 600 millones de habitantes, que se vaticinaba hasta hace poco, dirigida eso sí por un «férreo» núcleo central, está en el alero. Y éste era un deseo de los poderes económicos y financieros «europeos», aunque dificultase la «profundización» política de la Unión, y un objetivo bastante claro para poder influir en el mapa geopolítico del nuevo capitalismo global, pues el tamaño (en este caso) sí que importa.
El resultado de esta tarea hercúlea se intentará legitimar, una vez logrado (si es que se alcanza), a través muy probablemente de acuerdos exclusivamente parlamentarios. Aquí se han acabado ya casi con toda seguridad los referendos. Se ha aprendido la lección de lo acontecido en Francia y en Holanda. Además, el hecho de que sea un nuevo texto (o una cierta poda del actual) puede allanar la «legitimación» de su aprobación parlamentaria en ambos países. Pero no nos engañemos, el déficit global de legitimidad, de apoyo social, que puede tener un texto aprobado en esas condiciones, después de lo sucedido, y con las demandas sociales orilladas, puede ser muy alto. Y la gobernabilidad de una «Europa» de esas características, altamente compleja y conflictiva. Ya la actual UE a 25 es un espacio enormemente desigual, con profundas diferencias socio-políticas y de derechos de ciudadanía. La divergencia económica y de renta entre sus países miembros es mucho mayor que la que se puede encontrar en EEUU, una sociedad tremendamente desigual. Los nuevos miembros del Este estarán fuera hasta 2010 del espacio Schengen, y sus ciudadanos por tanto no gozan de la libertad de movimientos de los del resto de la Unión. Y el salto en cuanto a derechos sociales y laborales entre la antigua UE a 15 y los nuevos países miembros es atroz (Lecourieux, 2005). Pero la «igualación» que provocará el funcionamiento de la futura UE va a ser una nivelación a la baja para amplios sectores sociales de la UE a 15, un limitado ascenso económico de una pequeña parte de las sociedades del Este, y una gran presión migratoria de estos países hacia los primeros (en especial hacia sus grandes conurbaciones), que ya se está dando; así como un crecimiento de las principales metrópolis en los nuevos países miembros, y un abandono de su mundo rural, incrementando sus diferencias regionales internas. Y todo ello dentro de un contexto en el que los desequilibrios con los espacios perimetrales a dicha UE se acrecentarán aún más, por la propia dinámica del mercado mundial, intensificándose las presiones migratorias, y haciendo crecientemente inmanejable (y altamente costoso) el control de las fronteras del Sur y de la inmensa frontera del Este de la Unión.
No es pues de extrañar que nos encaminemos cada vez más hacia formas de gobernabilidad y dominio fuertes, que se preparan soterradamente en la trastienda. No es posible quizás otra opción, si se quieren mantener las riendas dentro de esta loca dinámica. Y sobre todo, esa opción se puede volver aún más perentoria si se recrudece de repente, el entorno económico global, como consecuencia tal vez del estallido de la burbuja financiero especulativa internacional en el sector inmobiliario (la mayor burbuja especulativa de la historia del capitalismo, según The Economist -18-6-2005-, con muchas posibilidades de explotar); o si se profundiza la crisis del dólar, o quizás las dos al mismo tiempo, al verse obligada la Reserva Federal a elevar los tipos de interés para apuntalar la divisa hegemónica mundial, y financiar los desequilibrios estadounidenses [10] ; o si se agrava la crisis de la hegemonía estadounidense, como resultado de la guerra de ocupación iraquí; o todas al mismo tiempo, aderezadas (e incentivadas) además, por un alza brusca del crudo. El resultado muy probablemente sería una depresión-deflación mundial de consecuencias imprevisibles, junto con un recrudecimiento de las rivalidades intercapitalistas. En este escenario, para nada descartable, y que no podemos desarrollar aquí (ver Fdez Durán, 2004), la ausencia de autonomía propia de la UE respecto de EEUU, y el abrazo del oso al que puede verse sometida, sería fatal para el propio proyecto de poder «europeo» (que no es, ni debe ser, el nuestro), pues puede verse arrastrada por esta vorágine, de la que también es responsable. En estas circunstancias la Unión Europea (o una parte de ella) puede verse tentada a construirse político-militarmente, de forma brusca y claramente autoritaria, para garantizar su propia supervivencia en el escenario global, lo que agravará las tensiones internas de todo tipo, haciendo muy difícil su gobernabilidad.
¿Un proyecto «neocon» para la nueva «Europa»? Nuevas gobernabilidades en gestación
Pero antes se ensayan, a pesar de todo, todo tipo de formas de poder blando, de persuasión ciudadana, y en definitiva de comunicación, de marketing político, para hacer tragar suavemente a la sociedad civil los planes de las estructuras de poder, y legitimarse. Se habla de que es preciso «comunicar ‘Europa’ mejor a los ciudadanos». A este respecto, la nueva Comisión ha creado una vicepresidencia con este fin, la que desempeña la comisaria Margret Walström, a cargo también de las relaciones institucionales. Y Walström ha planteado que ante el fracaso en la ratificación de la Constitución, la Comisión no tenía ningún Plan B (lo que probablemente sea cierto, pues cabría hablar mejor quizás de diversos planes b, con minúscula), y que va a desarrollar (lo está haciendo ya) un Plan D, de fomento del flujo «democrático» (MOTT F., 2005). Esto es, según ella, comunicar los planes de «Europa» mejor a los ciudadanos, despertando dentro de ellos la necesidad de su consolidación política (y militar), ante los nuevos retos globales, al tiempo que se propone también «escucharlos» (en grupos especialmente diseñados al respecto) durante este periodo de reflexión. Para luego, «conjuntamente», elaborar una reorientación del «proyecto europeo» que haga a la UE más «atractiva» a sus ciudadanos, para que la sientan como «propia». Este Plan D se está implementando especialmente en todos aquellos países pendientes de ratificar la Constitución, y asimismo en Holanda. En Francia parece que la Comisión no se atreve a hacerlo, por no suscitar un mayor rechazo, y porque tal vez Chirac para nada lo desea, ni lo permite.
Asimismo, desde distintas instancias comunitarias y think-tanks «europeístas» se acompaña esta campaña de «diálogo» con los ciudadanos, proponiendo incluso un «Pacto» con los mismos (Torreblanca, 2005). Y todo ello se complementa con volver a activar la participación «europeísta» de los principales actores «institucionalizados» de la sociedad civil europea (CES y grandes ONG’s europeas de distintos ámbitos [11] ), puesta ya en funcionamiento con ocasión de la aprobación del documento de la Constitución, y de la campaña a favor de su ratificación (Act4Europe). Pero últimamente se empiezan a evidenciar ciertas grietas en estos apoyos hasta ahora incondicionales, que estaban auspiciados por considerables flujos monetarios desde Bruselas. La tramitación de la Directiva Bolkestein está contando con la oposición de la CES (Confederación Europea de Sindicatos), y las propuestas del nuevo informe Sapir han recrudecido este rechazo. La CES sabe que las reformas que promueven significarían a medio plazo su fin como estructura de mediación, y es por eso que se opone a ellas, especialmente por el auge de la contestación en su seno a las mismas. Lo mismo está ocurriendo con las grandes ONG’s ambientalistas, que han denunciado la Directiva Bolkestein por la desregulación ambiental que supondrá al promover la deslocalización y la cláusula del «país de origen» (los países del Este tiene un plazo de 10 años para adaptar su legislación a la normativa ambiental comunitaria, y en ese plazo ésta se prevé que se oriente claramente a la baja, pues se está haciendo ya). Y el Lobby Europeo de Mujeres se empieza a inquietar ante el protagonismo que empieza a adquirir el «dialogo civil» de la Comisión con las Iglesias, y el reforzamiento de los mecanismos de dominio patriarcal que puede suponer el afianzamiento de los planteamientos de la Nueva Derecha, a la que nos referiremos a continuación. El resto de las grandes ONG’s en otros ámbitos (culturales, de derechos humanos, de desarrollo) se ve también condicionado en su apoyo, hasta ahora en gran medida irrestricto a las políticas de Bruselas, por el hecho de la creciente rebelión ciudadana contra la UE (No francés y holandés), y por el endurecimiento de la política de la Unión en todos los terrenos. Además, en el «dialogo civil» promovido por la Comisión cobra un progresivo protagonismo la relación directa, sin tapujos, con los grandes lobbys empresariales, como principales representantes de la «sociedad civil» para Bruselas; en esta creciente deriva hacia los planteamientos neoliberales de hacer de la sociedad una «sociedad de propietarios y accionistas», de acuerdo con la formulación realizada en el último congreso del partido (neo)laborista británico por Gordon Brown, el superministro económico de Blair, y futuro sucesor del mismo, quizás en esta misma legislatura.
Pero la terapia de choque del libre mercado sin restricciones ya aplicada en su día en el Este (tras la quiebra del socialismo real, con el señuelo de la integración en Occidente y en concreto en la Unión), es preciso aplicarla ahora a la UE a 15, y especialmente a la Eurozona, como apunta el nuevo informe Sapir. Y ese electroshock, esa brutal devaluación del Estado social y de gran parte de su fuerza de trabajo, no se hará sin sudor y sin lágrimas. En ese espacio existe (todavía) una fuerte oposición social a esa devaluación salvaje, evidenciada claramente en Francia y Holanda, y asimismo en Alemania en las últimas elecciones (a pesar de que el mercado demandaba «más madera»), y el grado de organización de la verdadera sociedad civil en la UE-15 es sustancialmente mayor que en los nuevos países miembros del Este. Así pues, dicha devaluación no se podrá realizar probablemente sin una imposición autoritaria, por mucha ingeniería comunicativa y social que se intente desarrollar. Y es por eso que empiezan a proliferar diferentes Think Tanks de pensamiento neoconservador a escala comunitaria, y especialmente en Bruselas, para promover nuevas formulas (duras) de gobernabilidad político-social. Muchas de las cuales, en mayor o menor grado, ya se están ensayando por diferentes gobiernos de la Unión. Se podrían agrupar dichos Think Tanks bajo el epígrafe: «Radicales del Libre Mercado» (Free Market Radikals), como de hecho se autodenominan algunos de ellos. Entre ellos resaltan: el European Enterprise Institute (con fuertes relaciones con el American Enterprise Institute, ligado a la Administración Bush), el Center for a New Europe, la Stockholm Network, y el Internacional Policy Network (CEO, 2005). Igualmente, Aznar, junto con neoconservadores republicanos de EEUU, ha lanzado la Fundación para una Europa Fuerte, que promueve además una intensa relación transatlántica; aparte de la labor de zapa incendiaria que impulsa desde la FAES, arrastrando (sin resistencias) al PP por esa senda.
El pensamiento neoconservador potencia una imagen del individuo propietario y consumista desvinculado de cualquier trama social de obligaciones, responsabilidades y cuidados; promueve un agresivo nacional-liberalismo apelando a las identidades nacionales en crisis por la «globalización» y la inmigración; resalta la decadencia imparable de la izquierda para dar respuesta efectivas a los perdedores «autóctonos» por las dinámicas del nuevo capitalismo global, fomentando populismos derechistas y racistas; plantea la necesidad de impulsar la «ley y el orden» y la «tolerancia cero», ante el auge de la delincuencia y el caos reinante; criminaliza a los pobres, indigentes y especialmente al «otro» de este estado de cosas; y socava cada día más el funcionamiento de las instituciones democráticas, así como denuncia hasta al propio sistema de partidos, utilizando de forma descarada la industrialización de la mentira, si es preciso, que lo es. Y en el caso español e italiano anima al enfrentamiento territorial dentro del Estado para auparse al poder, o permanecer en el mismo. Es un discurso perverso, pero inteligente, que tiene una amplia incidencia en importantes sectores integrados «autóctonos», y asimismo en sectores sociales frágiles que sufren el impacto de las sacudidas del libre mercado, y que necesitan desarrollar la autoestima y culpar a alguien, al «otro» (en sentido amplio), de su situación. Y este discurso autoritario incorpora también, en diferentes dosis, la necesidad de reformulación (endureciéndolas) de las relaciones de dominio patriarcal (reforzamiento de la familia tradicional, de la supeditación de la mujer al hombre, de los niños y jóvenes a los padres); el pensamiento homofóbico y contra la libertad sexual (es decir, contra gays, lesbianas, transexuales, queers); y el pensamiento religioso, pues la Iglesia (aparte de por supuesto las mujeres) cuidará del individuo solitario, junto con el mercado, satisfaciendo además sus necesidades espirituales, y no el Estado (Fdez Savater, 2005).
Pero ya se están viendo los propios límites de la imposición de las formas de dominio autoritario neoconservador en el propio EEUU, su cuna, en donde el desastre de la guerra y de la ocupación iraquí están haciendo resurgir el Síndrome de Vietnam, y en donde el desastre del Katrina se ha llevado en gran medida por delante el discurso securitario de Bush, pues éste es incapaz de garantizar la seguridad de su propia población ante las catástrofes naturales. Así pues, cabe aventurar la gran dificultad para imponer estas formas en el espacio «europeo», a no ser que se haga de una manera claramente autoritaria, si es preciso, en cuyo caso cabría pensar igualmente que tendrían dificultad para mantenerse. Los límites político-sociales a los planes de Sarkozy de arramplar con la «chusma», la «escoria», limpiando con la manguera policial las explosivas periferias metropolitanas («banlieus»), se han hecho evidentes. El reciente incendio (literal) incontrolado de resistencias que ha suscitado con su gestión de hierro (racista) el candidato a presidente en los barrios «sensibles», no sólo de París, sino de más de trescientas ciudades francesas, y su tremenda repercusión política (y económica), ha obligado a recular a este aprendiz de Bush, y ha forzado al Estado francés a declarar el Estado de emergencia en muchos de sus departamentos. Algo difícilmente inimaginable antes de la rebelión de las periferias.
Arde París, arde Francia… y puede arder «Europa»
A Sarkozy se le ha ido la mano (dura), y ha provocado un verdadero estallido juvenil de los marginados de esta sociedad de consumo, haciendo explotar todo el odio y la humillación acumulados en los guetos metropolitanos. Espacios donde se ceba el paro, la precariedad extrema y la desestructuración familiar. Se ha generado pues una auténtica guerrilla urbana espontánea, de violencia inusitada protagonizada por jóvenes (varones) resentidos que se autoconvocan a través de Internet, y que destrozan en muchos casos sus propias barriadas. No sólo coches, sino también sus propios servicios públicos. Un torbellino nihilista. Esta rebelión ha llegado a afectar hasta al euro, y amenaza con repercutir en el turismo, sector trascendental de la economía francesa. La imagen internacional de Francia ha quedado seriamente dañada, y ha destrozado no solo el señuelo de la capacidad de integración y homogeneización social de la gran Nación laica republicana (que condena el comunitarismo religioso, sobre todo islámico -ley del contra el velo-), sino que ha terminado por sepultar la imagen idílica de «Europa» y de su «Alianza de Civilizaciones». La «tolerancia cero» y la «guerra civil molecular» que ha auspiciado Sarkozy le ha estallado en la cara, y amenaza con desbordar las fronteras de Francia (de hecho, se ha extendido de forma incipiente a Bélgica, Holanda, Alemania y Grecia); y puede servir quizás de «ejemplo» a seguir por jóvenes de muchas periferias metropolitanas de otras ciudades de la UE, donde se almacenan los ciudadanos autóctonos «de color» y entre 20 y 30 millones de «no comunitarios», sin derechos y con un futuro muy incierto para sus cachorros. Pero, ojo, esta rebelión no tiene fronteras étnicas precisas, alcanzando también a jóvenes con pedigrí nacional, pero sin ilusión y sin futuro. Y las solidaridades internas que genera desbordan los límites entre comunidades que desde el poder se han querido auspiciar para impulsar la «guerra de todos contra todos», entre los de «abajo», y se proyecta ya también claramente hacia «arriba». Sin embargo, esta rebelión margina a las mujeres, especialmente a las jóvenes, reforzando el machismo [12] , y a los mayores, que no encuentran un espacio propio para poder expresar sus reivindicaciones. En definitiva, esta protesta es asimismo la punta del iceberg de una crisis urbana mucho más profunda, de una explosión del desorden (Fdez Durán, 1993-6), de una ingobernabilidad antagonista y no antagonista, que se está incubando con diferentes expresiones en las metrópolis de todo el mundo.
Chirac, y el gobierno francés, se han visto obligados a volver a impulsar en esas periferias metropolitanas los planes de «paz social subvencionada», que había suprimido el anterior gobierno Raffarin como parte de su programa neoliberal. Se ha puesto en funcionamiento otra vez un servicio civil voluntario para jóvenes en paro, y una mejora de las condiciones urbanas de esos barrios; es decir, una política social que implicará un incremento considerable del gasto público. En contra de las exigencias del mercado, de las recomendaciones del informe Sapir y del Pacto de Estabilidad. A Francia le va a salir cara, al menos en el corto plazo, la revuelta juvenil promovida por la chulería de Sarkozy. Pero a pesar de todo, parece que la imagen de líder duro del Ministro del Interior, logra captar en gran medida el apoyo del ciudadano medio «autóctono» asustado por la dimensión de la protesta. Y se ve con buenos ojos por buena parte de la población la posibilidad de retirar hasta la ciudadanía, y expulsar del país (no está claro a donde), al que no respete las leyes securitarias de la República. Sin embargo, Francia, el Estado de la Unión con mayor porcentaje de población inmigrante, especialmente de origen musulmán, está abriendo la caja de pandora con estas medidas de «tolerancia cero», lo que puede encender la mecha de nuevos estallidos sociales metropolitanos en el medio plazo. No solo en el Hexágono, sino en toda la Unión, pues la UE va a necesitar en el futuro de una población no comunitaria en ascenso, para hacer frente a su declive demográfico. Y dicha inmigración tendrá que provenir, se quiera o no se quiera, en gran medida del mundo islámico y del África subsahariana. La más estigmatizada por la colonialidad del poder. Esto es, de sus entornos geográficos más cercanos, aparte de la que pueda llegar del resto de los países del Este, de Latinoamérica o de Asia, en principio más «integrable». Todo lo cual puede derivar en un escenario de «Guerra de Civilizaciones» en las metropolis de la Unión.
Así pues, el tipo de gobernabilidad «neocon» sobre todo este polvorín social no se podrá imponer, seguramente, a no ser que se quiera recurrir a fórmulas ya abiertamente totalitarias, como en otros periodos de la historia del siglo XX, por el momento todavía impensables e inejecutables, en el presente orden de cosas. De cualquier forma, el auge de los totalitarismos vino precedido en su día de un fuerte descrédito de las democracias liberales, y en la actualidad se puede estar gestando poco a poco un caldo de cultivo similar. Es preciso pues estar atentos y aprender de la historia, aunque las circunstancias sean (aún) muy distintas. Y algo así se está haciendo desde la contestación ciudadana, desde las resistencias al «proyecto europeo», aunque quizás hasta ahora no se ha dedicado la debida atención a las derivas crecientemente racistas, autoritarias, militaristas, neoimperialistas y neopatriarcales del mismo.
Las resistencias a la UE se organizan poco a poco, camino del Foro Social Europeo… y más allá del mismo
Con posterioridad al No francés y holandés, estamos asistiendo a una reactivación y reagrupamiento de una parte importante de la contestación al «proyecto europeo» a escala comunitaria, no sólo para tratar de impulsar las resistencias al mismo, sino orientada también en gran medida a preparar el Foro Social Europeo (FSE) de Grecia, en abril de 2006. Este año el FSE parece que pondrá un especial énfasis en el debate respecto al futuro de la Unión, como no podría ser de otra forma. Hasta ahora ese debate había estado en buena medida ausente del FSE, quizás por la presencia (y los intentos de implicar más activamente) a la CES (Confederación Europea de Sindicatos), claramente «europeísta». Llaman la atención las declaraciones de los últimos años de la Asamblea de Movimientos Sociales del FSE. En la de París no se contenía una denuncia explícita a la Constitución Europea, cuando ésta ya estaba en la calle, y en la de Londres no se abogaba claramente por el No [13] . Y eso se debe, muy probablemente, a los frenos que imponía la CES, y a la dificultad de comprensión de parte de la vieja izquierda comunista europea, y de la «nueva» (Negri), respecto del carácter y orientación de la UE, y su papel en el nuevo capitalismo global.
Las críticas, debates y propuestas de movilización en el seno del FSE han estado dirigidas principalmente contra otros actores de la «globalización» (FMI, OMC, BM y EEUU), así como contra las políticas de «guerra global permanente» de la Administración Bush, en concreto contra la guerra de ocupación en Irak, y contra el neoliberalismo en general. Pero «Europa» (como proyecto) ha estado en buena medida, como decimos, fuera de la agenda del FSE. Esto va a dejar de ser así, al menos en la próxima edición en Grecia, lo cual es enormemente positivo. Hace falta un profundo debate en el seno de los movimientos sociales acerca de hacia dónde va «Europa». Sobre todo cuando desde hace años crece la oposición interna (parcial) de la extrema derecha hacia el «proyecto europeo», sin que existan discursos críticos potentes y articulados contra la UE de carácter emancipador y liberador, generadores de sentido acerca de lo que está ocurriendo en «Europa», y qué repercusión mundial tiene. Es hora ya de desarrollarlos a partir de la multiplicidad de resistencias al «proyecto europeo» (internas y externas), de la diversidad de reflexiones antagonistas existentes, y de la variedad de prácticas moleculares de transformación político-social en marcha.
La propuesta más elaborada hasta ahora ha sido la de los ATTAC europeos, concretada en su plan ABC, tras el No francés (ATTAC, 2005). ATTAC plantea que para caminar hacia otra «Europa posible» es preciso partir de la actual UE, reformándola en profundidad, para ir más allá de ella, después. El plan se concreta en tres etapas. A: Acciones y movilizaciones desde ya contra las políticas neoliberales europeas y por una reorientación de las mismas (freno a la Directiva Bolkestein y a la Directiva de Tiempo de Trabajo, paralización de la privatización ferroviaria, no al AGCS, control del BCE, incremento de los fondos estructurales -en especial hacia el Este-, control de los paraísos fiscales, armonización fiscal en la Unión, freno de la Agenda de Lisboa, incremento al 0,7% del PIB en la Ayuda al exterior y fin del apoyo a la ocupación de Irak). B: Democratización verdadera de las instituciones comunitarias (el problema es si ello es factible). Y C: Empezar a caminar hacia «Otra Europa Posible», iniciando el debate acerca de cómo hacerlo, en abril, en el FSE. El grupo político de la Izquierda Europea del Parlamento Europeo (que agrupa a los partidos provenientes de la antigua izquierda comunista) también propone, en teoría, una reforma en profundidad de la actual UE, pero sus planteamientos son mucho más difusos, o menos precisos, por las diferencias existentes en su seno. En especial, entre los partidos de los países nórdicos y el resto.
Dentro de éstos últimos, en donde existe también una diversidad de planteamientos, destaca la postura más activa de Refundazione Comunista, con considerables vínculos con los movimientos sociales italianos. Refundazione, junto con los Comités Unitarios por el No (a la Constitución) en Francia, ponen más el énfasis en impulsar una Carta Europea de Derechos Sociales, Democráticos y Ambientales, que permitan empezar a diseñar otra «Europa posible». Y en el encuentro de dimensión comunitaria que se impulsó por parte de los Comités en junio de este año, tras el No, se propugnaba que esa demanda pasaba por la necesidad de Refundar otra «Europa». Otra «Europa» social, democrática, pacifista, antipatriarcal, ecológica, de solidaridad con los pueblos, etc. En el seno del movimiento por el No en Francia han proliferado (además del PCF) diversos grupos de la izquierda radical (en su mayoría trotskistas), aparte de por supuesto mucha gente de «izquierdas» en general sin adscripción política concreta, aunque parte de ella se vincule con tendencias libertarias, anarquistas o autónomas.
En este mes de noviembre está previsto un encuentro en Roma de estas dos grandes tendencias (reformistas y refundacionistas) para preparar el debate en torno a «Otra Europa es Posible») en el FSE de Grecia. Y asimismo, en este mismo mes, diferentes movimientos sindicales de gran parte de la UE, que operan fuera de la CES, tienen previsto también analizar cómo coordinarán sus planteamientos y sus luchas contra las políticas neoliberales de la Unión. La reunión será en Florencia, pues estos sectores tienen un especial relieve en Italia. Y muchos de ellos estarán también en la cita del FSE en Grecia. Hasta ahora, las críticas formuladas desde estas grandes tendencias a la UE, han versado principalmente en torno al carácter neoliberal del «proyecto europeo», que se ha ido agravando en los últimos tiempos (desde el Mercado Único y Maastricht, y especialmente a partir de la Agenda de Lisboa y la Constitución Europea), y su repercusión interna, especialmente en la antigua UE a 15 (donde esta contestación es mayor). Así como se ha resaltado la falta de democracia interna en la Unión, y especialmente en la elaboración de la Constitución, en donde para nada se ha dado un verdadero proceso constituyente (¿podría haber sido de otro modo?). Pero ha quedado mucho más desdibujada la denuncia a la «Europa» fortaleza y securitaria, así como a la existencia de dos tipos de ciudadanía dentro de la Unión (comunitarios y no comunitarios), o hasta tres o cuatro, según hemos manifestado más arriba; la censura de la «Europa» a distintas velocidades y su impacto en los países miembros del Este (donde la oposición social creciente está muy poco articulada); y mucho más podríamos decir acerca de la débil reflexión crítica sobre la «Europa» superpotencia y neoimperialista en construcción, su creciente dimensión militar, y su papel e impacto a escala global. Y, en general, podríamos afirmar que la puesta en cuestión del impacto ecológico (interno y externo) del «proyecto europeo» tiene un carácter residual en estos discursos, por no decir la reflexión sobre su inviabilidad a medio y largo plazo.
Esta reflexión crítica más amplia y profunda del modelo productivo y de sociedad en el que se inserta el «proyecto europeo», como una pieza más, muy importante, del nuevo capitalismo global, anida de una forma quizás deslavazada y no estructurada en general, formalmente, en una gran diversidad de pequeños grupos y colectivos, que operan en mayor o menor medida en red, y que podríamos situar dentro de un ámbito difuso que se reclama heredero principalmente de las corrientes anarquistas, libertarias, autónomas, okupas o zapatistas. Todos ellos con un importante componente de solidaridad internacional. Muchos de los cuales no estarán presentes en el FSE, en Grecia, por la prioridad que dan al trabajo y al enraizamiento en lo local. Dentro de este magma complejo predominan las posturas que podríamos denominar de Deconstruir «Europa» (y los Estados-nación), y hasta de promover el decrecimiento económico y el freno de los procesos de concentración urbana, propiciando un mayor equilibrio con el mundo rural. Para ello se propone impulsar formas democráticas desde los ámbitos más locales, creando comunidad, reconstruyendo los lazos sociales y recuperando los espacios públicos fagocitados por el mercado (y el Estado); así como reforzar la sociedad civil como forma de crear contrapoder político. Es decir, un tipo de poder político de la sociedad más allá (o, mejor dicho, más acá) del Estado, y por supuesto de las instituciones comunitarias. Sus planteamientos cabría situarlos en la necesidad de transformar el nuevo capitalismo global (y por lo tanto «Europa») desde abajo, alterando así las relaciones de poder, y propiciando una democracia verdaderamente participativa. Es decir, un camino para cambiar el mundo sin tomar el poder, pues esta última vía la Historia la ha demostrado vana.
Las nuevas dinámicas del capitalismo global, impulsadas principalmente por los grandes poderes económicos y especialmente financieros, se están imponiendo primordialmente de arriba a abajo. Esto es especialmente cierto en el caso de la UE. Pero hoy en día múltiples voces liberadoras que propugnan la reforma en profundidad, la refundación o la deconstrucción de «Europa» están convergiendo poco a poco, desde abajo, no sin tensiones, a escala continental, para resistir estas tendencias del poder e intentar quitarle ya las últimas hojas de parra al Emperador, que se está quedando desnudo. En definitiva, para demostrar que el poder se sustenta sobre la nada. Es preciso, por tanto, profundizar un debate necesario sobre el futuro del «proyecto europeo», con el fin de incrementar las resistencias al mismo a escala comunitaria, y poder confluir con procesos similares que se están dando a nivel mundial, por el papel cada día más impactante y agresivo de la UE en las Periferias Sur y Este. Al tiempo que abrimos también una reflexión profunda sobre las causas de estallidos sociales como los que hemos visto en las últimas semanas en Francia, así como las vías para enfrentar desde los movimientos de transformación social estos conflictos contradictorios, intentando transformar la ingobernabilidad en un nuevo antagonismo liberador y emancipador, en base a la no violencia activa y la desobediencia civil. Esta será la única forma de poder frenar y transformar la deriva competitiva, asocial, racista, destructora, policial, militarista y patriarcal de este modelo «europeo» (y mundial) basado en la necesidad de crecimiento y acumulación constante. Un modelo que supedita la sociedad, la naturaleza y el globo entero al poder del dinero, y que nos conduce al caos y a la barbarie. Sólo así podremos caminar hacia otro mundo posible.
Madrid, noviembre, 2005
Bibliografía
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[1] Este texto formará parte de un libro colectivo que saldrá próximamente en Dinamarca sobre la situación actual y el futuro de la Unión Europea, así como de sus resistencias; y aparecerá también como epílogo de la futura edición en inglés del libro «La compleja construcción de la ‘Europa’ superpotencia», publicado por el autor en Virus en mayo de 2005. Agradezco los comentarios de Chusa Lamarca, Luis González, Tom Kucharz y Nino Trillo.
[2] Tan solo en España se había convocado previamente una consulta popular, que había salido ganadora (77% de Síes), pero con una muy baja tasa de participación (42%). Sólo uno de cada tres ciudadanos se había decantado pues por el Sí.
[3] Una deuda de todo punto impagable para los países subsaharianos, que se reduce tan sólo en parte, pero a cambio de poner sus territorios y recursos en manos de la voracidad del capital occidental.
[4] La actual definición de «terrorismo» es muy laxa, es un cajón de sastre que permite incluir en su ámbito prácticamente cualquier disidencia fuera de los estrechos cauces institucionales existentes. Lo cual tiene consecuencias jurídicas muy graves, y está siendo la causa de un amplio y creciente abuso policial.
[5] Derecho a comparecer ante un tribunal, y a tener asistencia letrada, ante una detención ilegal.
[6] Y dentro de los primeros, entre los del Este y los del Oeste, así como dentro de éstos, entre los autóctonos con pedigrí y los «sobrevenidos» y sus descendientes; y en lo que se refiere a los segundos, entre los «legales» y los «ilegales».
[7] Parece que no existen, lo cual es en gran medida cierto. Pero en cualquier caso llama la atención.
[8] Momento a partir del cual no será posible incrementar más la extracción mundial de crudo, sobrepasando la demanda a la capacidad de oferta. A partir de ese momento, el precio del petróleo aumentará, previsiblemente, de forma constante e irreversible.
[9] Esa directiva permite llegar a trabajar hasta 13 horas diarias semanales, porque su cómputo se hace en periodos de cuatro meses, pudiendo hacer frente las empresas a puntas de trabajo sin pagar horas extra (Gobin, 2005).
[10] El propio BCE ya ha avisado de que va a empezar también a elevar los tipos de interés, después de cinco años de bajada, según él para luchar contra la inflación; y también para apuntalar al euro (añadiríamos nosotros), trasmitiendo una señal de fortaleza y ortodoxia a los mercados, ante las «dificultades» de cumplir el Pacto de Estabilidad por los grandes países del euro, debido a las reacciones sociales que encuentran los gobiernos respectivos, y ante las dificultades políticas en general en la UE.
[11] Sociales (tipo Cáritas), de Desarrollo, de Derechos Humanos, Ambientalistas (Greenpeace, WWF, etc), Culturales y de Mujeres (European Women Lobby Group) (www.act4europe.org).
[12] Y nuevos mecanismos de opresión patriarcal de las mujeres, como analiza muy bien Fadela Amara (2004).
[13] En la declaración de Londres, aunque se criticaba el contenido de la Constitución, no se definía directamente por el No, tan sólo se pedía que los ciudadanos europeos debían ser consultados.
Ramón Fernández Durán es miembro de Ecologistas en Acción