I Desde hace ya algunos años Guatemala, al igual que todos los países de la región latinoamericana, se encuentra virtualmente bombardeada por innumerables grupos religiosos de denominación evangélica. El fenómeno merece una especial mención, dado que comporta ribetes de orden más sociopolíticos que específicamente religiosos. Ya en la década de los ’60 del pasado siglo […]
I
Desde hace ya algunos años Guatemala, al igual que todos los países de la región latinoamericana, se encuentra virtualmente bombardeada por innumerables grupos religiosos de denominación evangélica. El fenómeno merece una especial mención, dado que comporta ribetes de orden más sociopolíticos que específicamente religiosos.
Ya en la década de los ’60 del pasado siglo había comenzado este proceso, pero desde el advenimiento al poder político en los Estados Unidos de América de Ronald Reagan y el ala ultra conservadora de los republicanos hacia los años ’80, se agiganta convirtiéndose en una estrategia política claramente definida. De hecho aparece mencionado como un mecanismo a implementar en los Documentos de Santa Fe I y II, base ideológica de este proyecto de derecha del poder estadounidense. Surge casi como una contrapropuesta ante el avance de la Teología de la Liberación de la Iglesia Católica y su compromiso social a través de la opción por los pobres.
Las iglesias evangélicas tradicionales (adventista, bautista, presbiteriana, etc.) tienen ya una larga historia en Guatemala de, al menos, un siglo. Por lo pronto, y en más de una ocasión, han desarrollado actitudes pastorales de mayor compromiso social que la Iglesia Católica. Esto, seguramente, atendiendo a sus orígenes históricos, proviniendo de sociedades más liberales y muchas veces enfrentadas a la curia romana. Su incidencia cuantitativa en la población, de todos modos, ha sido relativamente modesta, sin haberse propuesto nunca una «cruzada» para captar feligresía.
Ahora bien: la proliferación de los grupos evangélicos que ha tenido lugar en estas últimas tres décadas llama la atención por varios motivos. Ante todo -asumiendo una actitud de respeto hacia cualquier expresión religiosa, no importa cuál sea- lo más importante a remarcar es que este movimiento, justamente, no constituye una expresión religiosa.
Toda esta corriente surgió -fríamente pensada como estrategia de manejo y control social- para cumplir con un cometido no espiritual. Es una forma de desconectar, neutralizar las preocupaciones terrenales más concretas, y eventualmente las respuestas que se le puedan dar. Poniendo el énfasis en una cuestionable espiritualidad casi enardecida y apelando a una moralina simplificante, estas iniciativas se mueven hábilmente llenando vacíos en los sectores más humildes y desprotegidos de las sociedades más pobres.
Es claro que actúan según un mapeo de potenciales zonas conflictivas: aparecen y se desarrollan en los países y en las regiones más pobres, donde menor presencia estatal se verifica, y donde es más altamente probable que pueden darse reacciones a esas situaciones estructurales de injusticia y postergación. Actúan, en ese sentido, como claras y sopesadas estrategias contrainsurgentes. Paños de agua fría, mecanismos de contención, colchones suavizadores, podría llamárseles.
En una sociedad como la guatemalteca, con más de la mitad de su población por debajo de la línea de la pobreza que establece Naciones Unidas y lejísimo de poder cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio, debatiéndose entre tanta miseria y falta de salida para sus grandes mayorías, a los sectores que se benefician de esa situación y pretenden perpetuarse sin que se dé ningún cambio estructural, estas iglesias fundamentalistas le vienen como anillo al dedo. Así como también le son totalmente funcionales a los planes geoestratégicos de la potencia del Norte que nos toma como su virtual «patio trasero». Para la política hemisférica de Washington todo lo que sea contestatario, foco de rebeldía, una voz que se levanta en contra de algo, etc., es potencialmente peligroso, pues podría poner en tela de juicio el statu quo. Por ello, sin dudas, esos movimientos presuntamente religiosos o espirituales terminan yendo más allá de ello para pasar a ser movimientos políticos. Incluso, movimientos políticos con sustento y respuestas económicas. Y lo más trágico del asunto: sin que quienes los engrosan lo sepan ni lo sientan como tal.
En otros términos, son instrumentos para sectores de poder que no desean el más mínimo cambio. Hay iglesias históricas a las que les preocupa las causas de la pobreza (por ejemplo: muchas denominaciones evangélicas tradicionales), pero justamente esas iglesias no crecen. La pobreza, por cierto, no es un designo divino; por el contrario, tiene causas muy concretas: son las injusticias de nuestras sociedades, la violación sistemática a los derechos humanos, la explotación lisa y llanamente, amparada muchas veces en el racismo que atraviesa a la sociedad guatemalteca de cabo a rabo. Pero a la población -léase «la feligresía»– no se le permite ver todo esto, y más bien se la induce sólo a resolver sus problemas personales puntuales en su espacio inmediato, nunca con perspectiva de futuro ni con un criterio de comunidad, de colectividad. Se busca así que la » salvación » sea individual sin importar a costa de qué. En tal sentido, el mensaje de estos grupos neopentecostales pasa a ser una respuesta política, social y económica antes que un genuino planteamiento religioso-espiritual.
El discurso con que se presentan es sencillo, esquemático, rápidamente asimilable. En realidad no hay precisamente un mensaje teológico o espiritual en su tejido; antes bien proponen una visión casi maniquea de la realidad, basada en una peligrosa y cuestionable simplificación moralista de las cosas: «buenos» y «malos». El demonio juega un papel de trascendental importancia en su lógica. Se mueven como sectas, apelando a un fanatismo, a un fundamentalismo intolerante que, a veces, puede sorprender.
Desde la experiencia guatemalteca podríamos encontrarle distintas explicaciones a este complejo fenómeno. Por un lado, las ciencias sociales nos indican que las religiones son un producto construido, un reflejo de las crisis económicas, políticas, sociales y culturales de quienes las practican. Es decir: las religiones las realizan personas con nombre y apellido, con necesidades, que tienen un lugar concreto en la vida, que sufren, que en muchas ocasiones no encuentran salidas a los grandes problemas de la vida. Por fuera de la discusión si los dioses -independientemente que puedan ser una construcción humana, una » proyección » diría el psicoanálisis- existen o no (eso es una aporía sin solución en términos discursivos; hay más de 3,000 dioses registrados. ¿De cuál de ellos hablamos?), las religiones sí son terrenales, bien terrenales. Son, en definitiva, instituciones basadas en el ejercicio de poderes. «Las religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes», dijo un teólogo de monta como el italiano Giordano Bruno -lo cual, valga aclarar, le valió la hoguera- (En Seperiza Pasquali, 2004) . O, siendo más cáusticos: «La religión existe desde que el primer hipócrita encontró al primer imbécil» (En Eskubi Arroyo, 2008 ), según escribió el iluminista y agnóstico Voltaire.
II
Una sociedad pobre, con mucha marginación, con fuertes problemas de seguridad ciudadana, con marcada discriminación étnica, tal como es la cruda realidad en Guatemala, se refleja en el ejercicio de la religión que practica. La gente siempre necesita alguna explicación a las realidades que le toca vivir, y las religiones vienen a cumplir esa misión (explican lo inexplicable, podría decirse). Sirven como una guía hacia el futuro. Más aún en una sociedad conflictiva, atravesada por la desigualdad y la violencia, la población necesita consumir bienes religiosos que le ayuden a sobrevivir, a soportar tanto sufrimiento. Otra alternativa es el alcohol, por lo que cobra sentido lo dicho en su momento por el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias: «En este país sólo borracho se puede vivir» . En ese orden de cosas no podríamos acercarnos al fenómeno del neopentecostalismo sólo negándolo o alabándolo, sino que debemos entender qué significa como expresión social.
Por otro lado hay que destacar que las religiones tienen su propio discurso, su propia forma de organizarse, su propia práctica. Por tanto, existen religiones institucionalizadas, jerarquizadas; y eso, de alguna manera también influye en la dinámica de las sociedades. En América Latina la religión más estructurada es la Iglesia Católica Romana, que está presente por estas tierras desde el momento mismo del inicio de la Conquista. De hecho, la derrota de los pueblos originarios a manos europeas a inicios del siglo XVI tiene como una de sus aristas principales la conquista espiritual, la evangelización forzada. En tal sentido, la Iglesia Católica tiene una larga historia, una sólida estructura, un discurso homogéneo que se ha impuesto ya largamente en las «mentes» y los «corazones» . Su influencia en la vida de los países es muy visible, en las distintas manifestaciones sociales, en las políticas de los gobiernos, en la moral cotidiana. Sus valores son aceptados por todos. Si bien se declara el laicismo por parte del Estado, la religiosidad católica domina ampliamente el panorama cultural. En su mayoría la población de nuestro continente sigue siendo católica romana por toda una tradición de siglos. Cuando aparecen todas estas expresiones neopentecostales, aparece una disputa de espacios con la Iglesia Católica; definitivamente se trata de luchas de poderes bien terrenales por espacios concretos de influencia. Si las religiones tocan lo espiritual, definitivamente las iglesias se ocupan de poderes muy terrenales, defendidos a capa y espada.
Aunque todas estas nuevas religiones no son las oficiales, constituyen una oferta válida, cada vez más asimilada y presente en la cotidianeidad normal. En ciertas regiones -curiosamente los lugares más explosivos: el campo, conde décadas atrás actuaba el movimiento revolucionario armado, y en las barriadas populares de las ciudades, siempre los posibles focos de conflictividad social- son una alternativa que se les ofrece a los católicos (curiosamente también: siempre los sectores pobres). Los nuevos cultos evangélicos hablan de una democratización de acceso a la Biblia, contrariamente a como pasa en la Iglesia Católica, donde sólo el clero está en condiciones de acceder y explicar el texto bíblico. Como la gente necesita, o al menos aprovecha casi como bálsamo, un acceso directo a lo divino, por esa necesidad de búsqueda de respuestas ante la crudeza de la vida, esa oferta neopentecostal tiene mucha aceptación. Dado que la gente común, a través de esos nuevos cultos, puede acceder a los textos sagrados de modo directo, eso trae cada vez más seguidores. Es gente que busca acercarse a lo sacro como explicación de su vida, de su futuro. Si la Iglesia Católica niega el contacto directo con todo ese campo, estas nuevas expresiones neopentecostales lo permiten, lo favorecen y estimulan. Por tanto, enormes cantidades de población van volcándose hacia ellas como alternativa. Por otro lado, también facilita ese paso el hecho que ahí no hay un clero tan impenetrable como en la Iglesia Romana. Las nuevas iglesias no exigen una gran formación teológica para sus pastores (de hecho, muchos son semi-analfabetas y conocen muy superficialmente el texto bíblico, más allá de rigurosas hermenéuticas forjadas en años de seminario ascético); cualquier persona de pueblo que se pone al frente de un grupo, sin estudios bíblicos profundos, sin estudiar hebreo, latín ni griego, puede hacerse pastor con facilidad.
La inmensa mayoría de la población no busca explicaciones especialmente sofisticadas, exégesis complejas con traducciones directas del arameo, sino respuestas concretas a sus necesidades diarias. Y esas iglesias sin dudas, a su modo, las ofrecen. Por eso las poblaciones, en muy buena medida, se van sintiendo identificadas con esa oferta, con un pastor del pueblo que habla su mismo idioma. De ahí el crecimiento enorme de todo este fenómeno en nuestros países latinoamericanos. No está de más recordar que la Iglesia Romana ha resentido esta significativa merma de feligreses, y también de sacerdotes (¿cuántos jóvenes están dispuestos hoy al celibato?); de ahí que ha ido tomando formas propias de las iglesias neopentecostales, para volver más accesible y cotidiano el credo -la misa en latín y con el sacerdote de espaldas a la gente ya quedaron en la historia, y sin dudas no volverán. Por el contrario, no es nada improbable que el Vaticano termine por incluir a la mujer en el oficio religioso, y que incluso revise la abstinencia sexual de sus pastores-).
Guste o no (la izquierda política, por ejemplo, mira absorta este crecimiento exponencial de seguidores neoevangélicos y este muy bien realizado trabajo de hormiga en los sectores populares), hasta ahora el neopentecostalismo se ha identificado con los sectores pobres de la sociedad. Eso es algo muy importante que tienen estos grupos: de la noche a la mañana confieren reconocimiento, autorrealización a las personas que comienzan a profesar esos cultos. Lo hacen sentir alguien importante, lo sacan del anonimato. Inclusive -dato nada despreciable- constituyen un muy poderoso instrumento para sacar del alcoholismo a gran cantidad de varones, logro que la población femenina no deja de reconocer y valorar grandemente. Todo eso pesa mucho en una sociedad como la guatemalteca donde hay tanta marginación, tanta miseria y exclusión social. Con gente tan golpeada que necesita tanto un apoyo, es fácil que esa oferta religiosa se expanda y crezca entre los sectores más humildes.
Y más aún: sabido es que en los peores años del eufemísticamente llamado Conflicto Armado Interno (mejor designado como guerra interna), mucha población de las áreas rurales, fundamentalmente del Altiplano donde se dieron las peores masacres, vio en estas nuevas iglesias un salvoconducto que les permitió sobrevivir. En otros términos: por distintos motivos enormes masas de población históricamente excluida se volcó a los nacientes cultos como válvula de escape, como huida de realidades crudísimas (¿qué son las drogas, cualquier droga, sino eso: escapatorias, evasivos, anestesias ante grandes dolores?).
III
Pero también se da el fenómeno entre la clase media alta y alta. Ahí se acerca gente de «éxito». Es decir: todas estas iglesias ofrecen los caminos para la autorrealización y el éxito personal, por tanto dan algo que la gente entiende mucho más, que necesita mucho más que lo que ofrece la Iglesia Católica. De ahí que tengan tantos seguidores. Esas recetas son prácticas, resuelven, ayudan. O al menos, así lo siente la gente. A la población más excluida, la hace sentir que vale. Y a la gente de clase media y alta le posibilita realmente, en algunos casos al menos, tener éxito empresarial con sus iglesias. Surgen así, entonces, las llamadas mega-iglesias.
Por cierto, existe una desarrollada teología de la prosperidad. Por todo esto, estas expresiones tienen una gran demanda en nuestros países latinoamericanos, tienen un terreno fértil para crecer y expandirse. Cosa que no se da tanto en los países ricos del Norte, donde la población tiene más resueltos los diversos aspectos de la vida. Ahí tienen más arraigo las iglesias protestantes históricas, o el catolicismo (por cierto, también a la baja). Si es cierto que se trata de estrategias de dominación pensadas en las usinas ideológicas de los poderes imperiales en tanto mecanismos de control social, es obvio que esta gente sabe lo que hace. ¡Y lo hace muy bien!
Otro factor que debe tenerse en cuenta para analizar todo este fenómeno nos hace ver que la gente ya no encuentra respuesta satisfactoria en las instituciones religiosas tradicionales, por lo que busca nuevas expresiones. La población ya está aburrida de tanto sacramentalismo, de tanta formalidad, por eso busca nuevas opciones alternativas (¿convence a muchos hoy el llamado a la abstinencia sexual hasta el casamiento? ¿Realmente se apega a la realidad social del país el llamado a la no-realización del aborto siendo Guatemala uno de los países de Latinoamérica con mayor porcentaje de esa práctica, siempre en términos de ilegalidad? (Barillas, 2012). Eso no significa que ya no haya más espiritualidad, sino que lo que sucede es que la gente quiere una relación distinta con lo espiritual, más personal, más directa. Por eso lo encuentra más en estos grupos neopentecostales, así como también se siente más identificada con las nuevas expresiones de la Iglesia Católica, tal como son los grupos carismáticos (un remedo ¿mercadológico? de los cultos neoevangélicos). Todo esto explica el auge de estas nuevas iglesias en una América Latina, y en particular una Guatemala con la guerra interna más cruenta de la región -200,000 muertos, 45,000 desaparecidos, impunidad campante y persistente- que ha perdido las utopías políticas de años atrás, que no tiene referentes, que tiene como meta un llamado moralista y apocalíptico para «parar de sufrir», pero sin mayores alternativas más allá de ese grito de desesperación . Ante todo eso, la gente quiere predictibilidad, saber qué va a pasar, saber adónde va.
Ahora bien, la pregunta que se abre, y que no deja de provocar sorpresa, se refiere al porqué de su tan amplia aceptación, infinitamente mayor que la de cualquier propuesta política de izquierda. No cabe ninguna duda que en estos alrededor de 30 años en los cuales estos movimientos evangélicos fundamentalistas vienen desarrollándose, su crecimiento ha sido gigantesco. Tanto que en muchas ocasiones están a la par -y en algunos casos superan- el poder de convocatoria de la tradicional Iglesia Católica (toda una institución en Latinoamérica, y sin dudas también en Guatemala, con cinco siglos de presencia y actor principalísimo en esta historia).
Obviamente su oferta llena un vacío; de otra manera -como es el caso de otras propuestas religiosas existentes: mormones, testigos de Jehová, islamismo, budismo- no encontrarían el eco que efectivamente tienen.
Actualmente, quizá ante la falta de propuestas políticas globales alternativas, ante el descrédito acrecentado día a día de los partidos tradicionales, estas sectas ocupan un lugar cada vez más preponderante en la vida social de los sectores pobres, tanto en Latinoamérica como en lo que puede constatarse en Guatemala. En realidad no solucionan ningún aspecto práctico/concreto en la vida de millones de pobladores del área. Pero insuflan una fuerza espiritual que permite seguir soportando las penurias («¿opio de los pueblos?») Nunca más oportunas las palabras de un ideólogo estadounidense, padre intelectual de los Documentos de Santa Fe que mencionáramos, y arquitecto de las políticas contrainsurgentes de Washington, el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinsky: «En la sociedad actual, el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón » (Brzezinsky, 1968).
Los grupos de poder saben lo que hacen, sin dudas; y por algo han delineado estas nuevas religiones, hechas a la medida de las necesidades de las sociedades donde proliferan. Si alguien maneja todo esto, es el planteamiento neoliberal. Es decir: la competencia, el individualismo, la idea que las personas valen en tanto consumen, y cuanto más consumen más valen. Todo eso lo transmiten de manera funcional, bien organizada y presentada estas nuevas expresiones religiosas. La Iglesia Católica, luego del Concilio Vaticano II, dio un gran vuelco en su posición tradicional comenzando a tomar partido por los excluidos con su llamada «opción preferencial por los pobres». La Teología de la Liberación fue la expresión acabada de todo ese movimiento en el seno de la Iglesia, de esa nueva ideología y posición para la vida pastoral. Por eso surgen como respuesta beligerante esos documentos de Santa Fe, con la clara intención de frenar ese avance hacia lo popular. Es así que aparecen estas nuevas iglesias, para restarle presencia e influencia a la Iglesia Católica por medio de una estrategia de distracción con estos cultos, desorganizando, desmovilizando a la gente, buscando insensibilizar en relación a las causas de la pobreza. Igualmente oportunas también las palabras ya citadas de Giordano Bruno y de Voltaire; ¿podría acaso caber alguna duda respecto a las intuiciones de estos finos pensadores?
Buscaron, y buscan hoy día, despolitizar totalmente a las personas, quitan todas las responsabilidades cívicas poniendo el énfasis exclusivamente en cuestiones divinas despreocupándose de las cosas terrenales, de los problemas económicos y políticos. En su prédica insisten siempre en que la política es mala, no sirve, por lo que hay que dejar todo eso en manos de políticos profesionales que son los que supuestamente saben del tema. Ello es congruente con la idea de debilitar y achicar los Estados nacionales. Ahí aparece entonces toda la prédica neoliberal, de una manera bien presentada, engañosa, disfrazada de discurso religioso. Ese es el pensamiento real que se esconde detrás de todo este neopentecostalismo. En definitiva: se busca mantener el privilegio de unos pocos a partir de la pobreza de las grandes mayorías, haciendo que la gente no advierta todo ello, quedándose simplemente con la idea que las injusticias «son voluntad de dios». En otras palabras: para tener «éxito» en la vida hay que seguir a estas nuevas iglesias, las injusticias no existen y el «triunfo» es siempre producto de un proyecto individual de autosuperación. Ese es el mensaje que se pasa veladamente. Los que se preocupan por las injusticias terrenales no sirven, son «perdedores», están «pasados de moda». Con estas nuevas iglesias se logra hacer que la gente no piense en el mediano ni en el largo plazo; se logra hacer interesar al público sólo en lo inmediato. En otros términos, suena muy parecido a la psicología del adicto: resolver las cosas aquí y ahora, como pura descarga puntual, sin medicaciones, sin proyecto a largo plazo, sin historia. ¿No funcionan de la misma manera los medios masivos de comunicación? Curiosa coincidencia. Basta revisar lo apuntado por un intelectual orgánico al sistema como el recién citado Brzezinsky.
Los cultos neopentecostales no son ingenuos, saben a dónde apuntan y qué proyecto conllevan. No hay dudas que hay manos invisibles en su puesta en marcha. Y a esto se podría agregar algo más: ahí está ligado también el tema del narcotráfico, otro de los grandes poderes paralelos, no sólo en nuestro país sino en la arquitectura global del actual «sistema-mundo», como diría Wallerstein.
En Guatemala hay cerca de 20 mega-iglesias. Estos grandes templos fabulosos, siempre construidos con la más alta tecnología y pagados al más estricto contado, estricto dinero efectivo, abre interrogantes. ¿Quiénes están detrás de todas estas iniciativas? Da para reflexionar, sin dudas. ¿Podría pensarse, eventualmente, en lavado de dinero? Estamos hablando de construcciones de muchos millones de dólares. Debe estarse alerta ante estos mecanismos; hay que sensibilizarse ante estas manipulaciones: aquí hay manos invisibles que utilizan tendenciosamente, con agendas ocultas bien precisas, un supuesto mensaje religioso. Ahí no sólo hay religión, o más aún, ahí no hay nada de religión: hay otros intereses políticos e ideológicos de grupos que no quieren que cambien sus privilegios.
No hay dudas que millones de seres humanos encuentran en estas prácticas un alivio -independientemente que podamos leerlo como engañoso, tergiversador, maquiavélico si se quiere, en tanto sabemos la agenda oculta que lo alienta-. El desafío que se abre para un discurso (y una práctica) comprometidos -digámoslo así, aunque pueda sonar ostentoso- con la verdad, o con un cambio, con una transformación social, es: ¿qué hacer ante esta avalancha de » fe » ? ¿De qué manera oponerle alternativas válidas, coherentes? El desafío de buscar esos caminos está abierto. Valga el presente escrito como una provocación en esa dirección.
Bibliografía
Barillas, B. (2012) El Aborto en la ciudad de Guatemala, un problema social y religioso. Tesis doctoral. Guatemala: Universidad Panamericana, Facultad de Teología.
Bossi, F. Documentos de Santa Fe I, II y IV. Versión electrónica en español disponible en: http://www.oocities.org/proyectoemancipacion/documentossantafe/documentos_santa_fe.htm.
Brzezinsky, Z. (1968) The Technetronic Society, en Encounter, Vol. XXX, N°. 1.
Colussi, M., Rocha, J.L. y Muñoz, P. (2011) Medios de comunicación y procesos políticos en un mundo global. Guatemala: Universidad Rafael Landívar, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
Dussel, E. (1995) Resistencia y esperanza. San José: CEHILA.
Eskubi Arroyo, J.M. (2008) Aportaciones al debate religioso. Disponible en versión electrónica en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62938
Jaimes Martínez, R. (2012) El neopentecostalismo como objeto de investigación y categoría analítica. En Revista Mexicana de Sociología, Vol. 74, N°. 4. Versión electrónica disponible en:
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032012000400005
Martínez Okrassa, C. (2006) Apuntes de historia de la iglesia desde las víctimas de Centro América. Guatemala: Carlos Martínez Okrassa.
Seperiza Pasquali, I. (2004) Sobre Giordano Bruno. Disponible en versión electrónica en: http://mm2002.vtrbandaancha.net/soli8.html
Similox, V. (2010) El crecimiento de las iglesias Evangélicas en Guatemala: Una mirada Socio-religiosa. Guatemala: Concejo Ecuménico Cristiano de Guatemala.
* Aparecido originalmente en la Revista «Análisis de la Realidad Nacional», N° 55, del Instituto de Problemas Naciones de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
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