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Resultados electorales:

La feroz ceguera del Perú oficial

Fuentes: Por la libre

No son usuales en la historia los casos de divorcios extremos entre los actores llamados a administrar la realidad y su visión de ésta. Quizás el más emblemático es el de la Revolución Francesa, donde nos quedó un extraordinario testimonio simbólico de este divorcio: el Diario de vida del rey francés, que en la misma […]

No son usuales en la historia los casos de divorcios extremos entre los actores llamados a administrar la realidad y su visión de ésta. Quizás el más emblemático es el de la Revolución Francesa, donde nos quedó un extraordinario testimonio simbólico de este divorcio: el Diario de vida del rey francés, que en la misma fecha en que las turbas populares atacaban y destruían la Bastilla, desencadenando el proceso que cambiaría el mundo para siempre (cortándole la cabeza a él y su familia de paso), escribía escueta pero significativamente: «No pasa nada» .

El Perú oficial post electoral de estas horas y días vive, casi hasta la esquizofrenia, este divorcio. Cuando aún no se conocen los resultados finales ni, sobre todo, quién de los dos candidatos (Lourdes Flores de la derecha o Alan García del APRA, ambos empatados transitoriamente hasta ahora alrededor del 23 y 24%) pasará a segunda vuelta con Ollanta Humala (ganador relativo transitoriamente con alrededor del 28% y 30% de los votos), y como si no hubiesen aprendido nada de una realidad que se mueve y fuertemente, el gobierno y la derecha atrincherada en la candidatura de Lourdes Flores y la manipulación desembozada de todos los medios de comunicación masivos, muestran una feroz, terrible y mortalmente terca ceguera. Como en las novelas de George Orwell, en que el poder oficial ponía nombres opuestos a lo que ocurría en la realidad, analistas, periodistas y políticos de derecha y gobierno, sacan cuentas alegres, se muestran explícitamente «vencedores» sobre un «populacho» cholo y minoritario («apenas un 30%», repiten), que «se deja engañar», que «no quiere la libertad», en el mejor de los casos, que «vota con el hígado», que «es pura irracionalidad», porque «todavía» no les llegan los beneficios del «progreso alcanzado».

Nada o poco importa que el presidente Toledo, administrador del neoliberalismo, termine su mandato con 90% de rechazo, que sus partidos (Perú Posible y el Frente Independiente Moralizador) estén apenas a la expectativa de seguir existiendo, pues bordean la valla electoral del 4% de los votos (que de no ser superada deja sin existencia a estos partidos). Nada o poco, que los programas de Ollanta y el APRA coinciden plenamente en el rechazo a la política y la constitución neoliberales heredadas de la dictadura de Fujimori, en el rescate y exigencia de los derechos laborales mínimos, en el desarrollo endógeno y la redistribución social, ni que ambos hayan obtenido las mayores bancadas parlamentarias (en el caso de Ollanta se le daban minorías parlamentarias en todas las encuestas) y dos de las más altas votaciones, al punto de ser tal vez todavía los protagonistas de la segunda vuelta. Nada o poco que la derecha haya mostrado ante el país todo su cara fascista, montando un ataque al estilo de las guardias de asalto nazi contra Ollanta y su esposa al momento de votar, peor aún, que sus programas televisivos como «La ventana indiscreta» repitan las imágenes de la agresión con comentarios festivos y justificadores. Nada o poco, en fin, que las votaciones de Ollanta y APRA sean superiores al 50% o 60% en las zonas rurales como Arequipa, Ayacucho, Cuzco, etc. Y que la derecha concentre casi toda su votación en Lima y otros muy pocos lugares, mostrando que la ya sabida fractura entre estos dos mundos encuentra y muestra ahora objetiva expresión y reclamo político. Poco o nada que esa derecha obtenga su votación incorporando a regañadientes (forzada por el electorado), en su discurso algunas propuestas de sus contendores en este sentido (como la revisión de los contratos a trasnacionales, cierto énfasis en programas sociales del estado para los más pobres y medidas saneadoras de la corrupción flagrante en el ejecutivo y legislativo).

La actitud de la derecha puede resumirse esencialmente en el símbolo de un limeño bien nacido, acomodado, frotándose las manos y diciendo: «no era tanto el peligro, ese 30% de Ollanta (el «cuco», el diablo) no era tanto, es una minoría, nada más», «la mayoría (supuestamente ellos, la derecha, con el APRA) apoya al sistema, a la democracia», «son ignorantes, no entienden de economía ni de política, llenos de puro odio y rechazo, engañados, etc.». «Ahora nos basta profundizar (si es que esto es posible) en segunda vuelta la satanización de Ollanta, forzar al APRA a apoyarnos (traicionando su programa, votado por la gente) y ya, aquí no ha pasado nada, sorteamos la tormenta y seguimos progresando y creciendo, manejando bien el país, que somos los únicos que sabemos».

Prisioneros de las propias imágenes que han creado (Ollanta anti demócrata y nosotros, la derecha defensores de la democracia), no ven ni quieren ver de ninguna manera la imagen de la realidad, evidente en los resultados electorales: que las mayorías del país están hartas del neoliberalismo que sólo favorece escandalosamente a unos pocos, que frente a ello poco les importa una «libertad de expresión» (bandera de la derecha) que saben muy bien, y lo ven todos los días, ejercen descarada y burlonamente los pocos privilegiados dueños de los medios masivos de comunicación y su corte de empleados (con honrosas excepciones, como Guillermo Giacosa, periodista argentino, y César Hildebrandt, despedido de canal 2 por mostrarse independiente). Entre las más diversas interpretaciones extravagantes, cabe a este respecto una que es crucial y que tampoco se ve ni se dice: otro de los grandes perdedores de esta justa electoral, son los medios de comunicación masivos, cuya parcialidad desembozada hacia la derecha de Flores y encono sin recato contra Ollanta y Alan García muestra lapidarios resultados para su credibilidad (75% de los votos muestra que no fueron creídos) y -lo que es peor aún para el futuro del país- de la supuesta y reiterada «libertad de expresión» que ellos mismos, de hecho, a la vez banderean y desprestigian.

En suma, la refundación institucional y la redistribución económica son un sentir y un reclamo impostergable, que, ciertamente, aún las mayorías apuestan a que se haga en consenso y por vía institucional. Pero se engañan y ciegan quienes pretenden (como otrora el rey francés), de hecho, en su actitud y discurso, que «no ha pasado nada», arriesgando temerariamente a dilapidar esta moderación institucional del anhelo de cambio de las mayorías, con consecuencias previsibles pero insospechadas para la estabilidad social y la gobernabilidad política del país.

Como era previsible, el fujimorismo, en boca de varios de sus representantes, adelanta públicamente su apoyo a Lourdes Flores, más aún, contra Ollanta Humala, en una eventual segunda vuelta (en clara contradicción de las acusaciones a éste de estar coludido con el fujimontesinismo); lo mismo ocurre con otros sectores y candidaturas derrotadas como la de Panigua. La izquierda, cuya insignificancia e impotencia política ha quedado de manifiesto (sus 4 ó 5 candidaturas suman con suerte alrededor de un 3%, similar o más bajo incluso que el repudiado gobierno), enfrenta el reto de abandonar mezquindades personales y de grupo, así como prejuicios y teoricismos, para dejar de estar por fuera de los anhelos de transformación social «realmente existentes» de la mayoría y cambiar con decisión su «burbuja subcultural» para entrar con una nueva mirada y actitud en la vorágine, no siempre «ideal», del presente.

La clave sin duda estará en el rol del APRA, sea o no su candidato parte de la segunda vuelta. En la consecuencia con el programa antineoliberal (refundacional y de redistribución económica), que les valió el apoyo de la gente y en la capacidad de buscar las alianzas para su realización (lo mismo vale para UPP de Ollanta Humala), se jugará buena parte del futuro derrotero de este país, cuyas mayorías despiertan del largo sueño embrutecedor del neoliberalismo dictatorial y buscan decidida, aunque por ahora consensuada e institucionalmente, el urgente, justo y necesario cambio de un Perú oficial que ferozmente no los ve ni los considera.