¿Cómo se relacionan los procesos políticos de América Latina y el Caribe con los mecanismos de acumulación global, la dinámica de poder internacional y las resistencias populares ante la exclusión capitalista? Para terminar, «por ahora», el ciclo de reflexiones en torno a esta pregunta fundamental [1], quiero esbozar algunas tesis de discusión para divisar posibles […]
¿Cómo se relacionan los procesos políticos de América Latina y el Caribe con los mecanismos de acumulación global, la dinámica de poder internacional y las resistencias populares ante la exclusión capitalista? Para terminar, «por ahora», el ciclo de reflexiones en torno a esta pregunta fundamental [1], quiero esbozar algunas tesis de discusión para divisar posibles escenarios que permitan salir al paso a las polarizaciones teóricas y políticas innecesarias que dividen las fuerzas de la izquierda, desdibujando el proyecto de transformación conjunto que encarnan sus diversas expresiones. La construcción de nuestra unidad política pasa también por el debate sincero, abierto y crítico, con argumentos e ideas, enfrentando tensiones y contradicciones que sólo podrán resolverse en la praxis misma. Como dicen por ahí, la derecha la «tiene fácil», porque sus intereses mezquinos nunca varían; por su parte la izquierda debe mantener los mismos objetivos históricos, pero con diversas tácticas y estratégicas particularizadas que responden a diversas visiones. El reto está en la conjugación de éstas en los puntos fundamentales para el avance analógico hacia aquellos objetivos, y no en la fragmentación según las opciones individuales. «¡Unidad, unidad, o la anarquía os devorará!», sabías palabras del Libertador.
El período de hegemonía del modelo neoliberal a nivel mundial en la actualidad se encuentra en pleno proceso de consolidación. Esto implica que las vinculaciones con los procesos de acumulación global ejercen una atracción sobre los procesos nacionales que no pueden evadirse con esquemas de control legales. Con lo cual, antes de existir gobiernos puramente neoliberales o posneoliberales, existe más bien una disputa entre fuerzas, no siempre definidas, que conllevan un conflicto permanente entre las clases nacionales e internacionales, pero el terreno de esta disputa continúa siendo el terreno de acumulación capitalista signado por el modelo neoliberal. Este conflicto alcanza el ejercicio del poder en los gobiernos llamados de izquierda que ocupan una parte del Estado, pero también el metabolismo de las bases sociales, con lo cual, las dinámicas de lucha anti-neoliberal arriban a nuevas confrontaciones a lo interno de las mismas fuerzas de la izquierda, expresadas en tensiones entre los modos de redistribución de la renta, los mecanismos de acumulación que sostienen dicha redistribución y la permanencia de los procesos políticos a nivel gubernamental vía elecciones. La agudización de dichas tensiones no significa ni un «fin de ciclo» o un «retroceso», tampoco la incomprensión del momento histórico por parte de las corrientes «ultraradicales». Implica, sí, un auge de las confrontaciones hacia tensiones entre la desarticulación de la base organizada, el movimiento de las correlaciones de fuerzas y el mantenimiento de la unidad en la corrección de los errores cometidos para la actualización de las estrategias.
En la actualidad, los gobiernos latinoamericanos en general lograron una estabilización del capitalismo en la región, pero con signos políticos distintos que causan disputas en la dirección que se debe seguir. Para los gobiernos conservadores, se trata de una estabilización mediante la gobernabilidad , es decir, la represión sistemática a través de métodos legales o ilegales con diversos niveles de violencia, que permiten la máxima acumulación de capitales con las menores trabas sociales posibles. Para los gobiernos de izquierda y centro-izquierda, se trata de apalancar la estabilidad política como espacio necesario para la construcción de nuevas alternativas. Dicha estabilidad es necesaria como margen de acción que permita avanzar en dirección a transformaciones más radicales, pero implica una tensión permanente con el mismo modelo capitalista en que se basa, así como el asedio continuado de las clases económicas dominantes en alianza con el imperialismo estadounidense.
El actual orden global está signado aún por la hegemonía imperialista de Estados Unidos, única potencia que tiene alcance mundial a nivel financiero, político, cultural y militar de manera simultánea. La crisis global del capitalismo está lejos de implicar un desplome del sistema o de su centro imperialista; la acumulación global viene siendo apuntalada por los nuevos ejes de acumulación en el pacífico y euroasia, pero dichos ejes aún no cuentan con la capacidad de subordinar y controlar la totalidad del metabolismo social mundial, por lo que la funcionalidad de Estados Unidos continúa siendo determinante.
El sistema internacional en la actualidad está organizado en base a la permanente desestabilización de la periferia como control necesario para la estabilidad de los centros de acumulación. Ello demuestra la poca probabilidad de una confrontación abierta entre las grandes potencias y el imperialismo estadounidense en sus propios territorios, pero conlleva a la confrontación con otras fuerzas en la periferia. En la actualidad, Oriente Medio es la principal zona de conflicto de la periferia; sin olvidar la sangrante África subsahariana. Estas confrontaciones en la periferia toman diversas expresiones y no son «evitadas» por algún otro polo de poder, sino negociadas entre las potencias mundiales cuando se tensan sus intereses estratégicos. América Latina y el Caribe se divisa como una zona que, por su dimensión geoestratégica, en las próximas décadas estará en el centro de los conflictos periféricos, cuya intensidad no disminuirá sino, por el contrario, aumentará en el mediano y largo plazo histórico.
Los procesos políticos de izquierda que tienen una base material en el extractivismo, aunque requieran mantener esta base por un período de tiempo prolongado, deben reconocer que los límites de dicho modelo impedirán la consolidación del proyecto emancipatorio que ellos adelantan desde los gobiernos. Los límites del extractivismo atentan contra los mismos logros que hace posible en determinado momento. Es decir, pese a que este modelo permite una redistribución social de la renta hacia sectores más excluidos, con la recuperación previa de la soberanía política del Estado-Nación, no elimina la polarización inherente al capitalismo y, tarde o temprano, su dinámica encuentra un tope en la misma redistribución y las necesidades de la población que no puede suplir. En este sentido, dicho período no puede ser concebido a manera de «etapismo» porque, pese a la posible necesidad en un momento dado, no constituye el paso previo hacia otra forma de acumulación no mercantil, sino la condición propia de la dependencia económica del región con respecto a los centros de acumulación. Por ello, la necesidad de articular desde la base social construida en base a la redistribución de las rentas, nuevos mecanismos de producción, organización y control de los valores de uso no mercantilizados es el principal reto histórico de dichos procesos.
Podría enumerar muchas otras tesis, pero consider o que lo expuesto en estas tres entregas me permite entrar en la primera ronda de debates. Por cierto, en vísperas de un nuevo año del asesinato del Che, valdría la pena recuperar la discusión que él impulsó en torno a la posibilidad de establecer un control planificado de la producción de valores de uso suprimiendo las categorías mercantiles. Allí, considero, hay unas cuantas claves para los problemas actuales.
¡Hasta la victoria siempre!
Notas:
[1] Véase las partes I y II en: http://rebelion.org/noticia.php?id=203617 y http://rebelion.org/noticia.php?id=203845
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.