La crisis europea presenta, en su estado actual, una de las consecuencias más significativas en términos políticos y sociales: el rebrote de los discursos identitarios que conforman una estrategia directa para la captación ideológica de la población. Es un recurso añejo que se actualiza desde la extrema derecha europea quien encontró en la agitación social, […]
La crisis europea presenta, en su estado actual, una de las consecuencias más significativas en términos políticos y sociales: el rebrote de los discursos identitarios que conforman una estrategia directa para la captación ideológica de la población. Es un recurso añejo que se actualiza desde la extrema derecha europea quien encontró en la agitación social, producida por la debacle económica, el fermento propicio para sus metas políticas. Las huellas de la crisis no sólo se observan en las tasas de desempleo o en los ajustes y el recorte de derechos, también se manifiesta en la emergencia por reafirmar las identidades nacionales, consideras en peligro por los flujos migratorios.
La identidad es un concepto polisémico. Ese carácter implica la posibilidad de reinterpretarlo y establecerlo bajo parámetros diversos y, en ocasiones, contradictorios. El psicólogo social Henri Tajfel ha sido uno de los fundadores de la teoría de la identidad social. Sus estudios se focalizan en la construcción de un sentimiento de pertenencia a nivel grupal o social que excede la singularidad de la persona. Su aporte coloca al prejuicio en el centro del análisis sobre la constitución del «nosotros» y la clasificación de los «otros». La doctora en Psicología Olga Lasaga Millet auguraba, hace sólo algunos años, sobre la identidad europea: «Si se consigue generar en la ciudadanía un sentimiento de identidad, es decir que ser europeo se convierta en una referencia para cada individuo, se coadyuvará a que prospere una Europa social, fuerte y solidaria que garantice el bienestar y la prosperidad de su población.» Las continuas reafirmaciones por preservar las identidades nacionales «amenazadas» refutan la profecía de la psicóloga. El «otro» es constituido por diferentes movimientos políticos no sólo como lo diferente sino como lo peligroso, como el enemigo que atenta contra la unidad nacional.
No es necesario realizar una revisión profunda por la historia moderna de los estados nacionales para corroborar las múltiples atrocidades que buscaron refugio legitimador en la cuestión de la identidad. Los influjos del positivismo durante el siglo XIX y sus resabios en la primera mitad del siglo XX garantizaron un sustento científico- ideológico para jerarquizar las «razas» humanas. El continente europeo fue testigo privilegiado de los conflictos entre naciones que tuvieron su desenlace en los campos de batalla. En coyunturas belicosas la categoría de «enemigo» se utiliza ligada a la cuestión de la supervivencia. La construcción de su figura -elaborada siempre a partir de una identidad diferente, sea religiosa, política o étnica- se sustenta en la disposición combativa de ese «otro» que comparte el código de luchar hasta el final. Empero, cuando la guerra no forma parte de la escena presente, el referente para la amenaza y el peligro debe reconocerse en otra parte. La Europa contemporánea ha designado como enemigo a los inmigrantes que provienen no sólo de otros continentes sino de los países más pobres de la Unión. Sus itinerarios deshacen los caminos de un pasado de imperio y conquista a fuerza de sangre y fuego. Este «enemigo» ya no viste de soldado ni porta armamentos de vanguardia a diferencia de los ejércitos de las potencias europeas, sino que se moviliza en pos de modificar sus condiciones de vida.
El escenario político europeo presenta varios indicadores que permiten alertar sobre el avance de la extrema derecha. España, Grecia, Italia, Alemania, Francia, son algunos de los países en los cuales se produjeron movilizaciones a partir de distintas agrupaciones políticas que desarrollan una retórica filo-fascista. Es interesante observar los argumentos y las estrategias discursivas que pronuncian para construir una explicación de la crisis que omita o matice la responsabilidad del sistema capitalista en su conjunto. El Frente Nacional Francés, con Mariane Le Pen en la dirección, es un penoso ejemplo de la estigmatización que sufren los inmigrantes desde esos sectores políticos. Para el histórico partido francés, que viene celebrando un incremento importante en su poder de convocatoria, la causa principal de la crisis radica en la «invasión» proveniente de los países africanos y de los denominados «países árabes». El desempleo, el déficit, la inseguridad y demás consecuencias que pueden reconocerse como endémicas al funcionamiento del sistema se simplifican y caracterizan en la figura de los inmigrantes.
El historiador polaco Witold Kula esperaba que las experiencias del pasado adviertan lo que no hay que hacer, y no lo que debe hacerse. La advertencia parece no ser escuchada en el continente europeo. El alegato de la identidad intensifica una efervescencia que no sólo se legitima desde la defensa y la exaltación de lo «propio» sino que se va solidificando a partir de la exclusión, rechazo, y -en algunos casos- odio del enemigo construido. La violencia simbólica, que se práctica desde los discursos políticos, en ocasiones se torna física. La nacionalidad y el amor a la patria se confunden con intransigencia y exclusión de la diversidad. La combustión social que provoca la crisis busca responsables. Los partidos de ultraderecha europeos ya los identificaron.
1 Profesor Magister en Historia ( UNTREF / CONICET)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.