Traducido por John Brown
Los últimos años, en las ciencias sociales, ha venido a suceder al «giro lingüístico», lo que se denomina el «giro afectivo»: los investigadores toman hoy más en cuenta la acción de factores que hasta ahora se consideraban indiferentes para la acción colectiva, y se clasificaban en el «espacio privado» o en el «mundo interior» quedando sometidos a la competencia de los psicólogos.
(También) desde este punto de vista constituye la sociedad griega un auténtico e injustamente ignorado «filón», propicio para poner a prueba y desarrollar este tipo de teorías.
Uno de los numerosos ejemplos de esta posibilidad es el sentimiento de culpabilidad.
Uno de los interrogantes que se han planteado en la Grecia del período post-FMI es lo que podríamos llamar la cuestión de la «afonía (o la inacción) de las masas». Habida cuenta de la amplitud de las medidas que se han adoptado y se van a adoptar, la reacción parece desproporcionadamente pequeña. La gente parece confundida, desorientada, no consigue cristalizar en ninguna salida positiva y dar forma a su rabia, su impotencia y su miedo.
Esto se debe a que el desarrollo de prácticas reivindicativas, al menos como las hemos conocido hasta ahora, tenía como condición un sentimiento de injusticia, una convicción por parte del que protesta de que es una víctima inocente y de la culpabilidad de algún otro sujeto claramente localizable. En el caso actual, esta condición se ve obstaculizada por la sensación difusa de que también nosotros tenemos la culpa de esta desagradable situación.
Esta confusión constituye hasta cierto punto el resultado de una manipulación deliberada: los autodenomidandos «salvadores de la economía y del país» conocen perfectamente los efectos disolventes de la culpabilidad y procuran explotarlos en su propio beneficio. La expresión de Pángalos «todos nos hemos aprovechado», bajo el pretexto de una «autocrítica» que no cuesta nada (pues admite lo que ya todos saben), realiza una generalización de la culpabilidad y hace que todos -cada uno en concreto- carguen con ella.
En este mismo sentido se plantea la siguiente pregunta retórica, formulada con ocasión de la movilización de los contractuales del Ministerio de Cultura :
«Es realmente obsceno que el Estado deje sin sueldo a sus empleados durante veintidós meses. ¿Se ha preguntado, sin embargo Nea Dimokratia (el partido de la derecha ndt.) por qué alguien acepta trabajar sin que le paguen durante veintidós meses y a qué aspira esta persona?»1.
Lo que aquí es «realmente obsceno» es una aún más remilgada y siniestra utilización de la culpabilidad: el que unos trabajadores den pruebas -como se les ha pedido- de paciencia y moderación en la reivindicación de sus sueldos atrasados, se blande como prueba de que tienen «trapos sucios», alguna culpa secreta que ocultar, de modo que hasta puede que no les debamos los sueldos (como se sabe, en la mayoría de las lenguas indoeuropeas, la palabra deuda designa tanto la deuda financiera, como la obligación moral). Poco importa que aquello a lo que «aspiran» no sea a un placer pecaminoso, sino a que se cumpla una obligación contractual del Estado griego.
Más allá de la (actual) manipulación, sin embargo, la inacción de la multitud no sólo es el resultado de un lavado de cerebro. Si la gente no se sintiese en absoluto cómplice, ningún ministro y ningún medio de comunicación podría hacer que se sintiese de otra manera. Ahora bien, para salir de la parálisis no basta la afirmación voluntarista de una absoluta inocencia, la cual a su vez puede resultar de tipo psicótico y expresar el «estilo político de la paranoia»2. La posición de la gente, en particular en las últimas elecciones, mostró que no es particularmente útil que nos apoyemos en el mito de la simplicidad y la transparencia de los deseos: quienes creyeron poder dirigir «el mundo del trabajo» llamándolo a defender su salario y la soberanía nacional comprobaron que eran pocos los que los seguían.
Tenemos que hacer por consiguiente una distinción entre los dos sentidos del término «(co)culpabilidad»: podemos pensar en un sentido más «neutro» de la culpabilidad, o más bien, más ambiguo, que corresponde simplemente a su derivación etimológica del verbo ενέχομαι (en griego: ser culpable en el sentido de «estar implicado» o «envuelto» en algo. ndt.). Por consiguiente esto significa que soy parte, participo, estoy implicado, no soy extraño al problema, sino que mis deseos tienen que ver con todo este follón.
Para pensar en cualquier tipo de reacción o de transformación, hemos de aceptar esta implicación. No hagamos que no sabemos, no cedamos en nuestro deseo -ni en nuestra ambivalencia-, sigamos siéndole fieles y exploremos formas alternativas de perseguirlo, sin dejarnos «avasallar» por quienes nos acusan sólo de tenerlo.
Lo que está en juego de manera decisiva durante el próximo periodo es la invención de una toma de responsabilidades que no sea culpa ni autoacusación, sino contemplación de nuestro deseo, esto es de nuestra potencia; que no nos haga inactivos, sino que abra líneas de fuga.
NOTAS
1. Stéfanos Kasimatis, «La toma de la Acrópolis y la posición de Nea Dimokratia.», Kathimerini 19-10-10.
2. Massimo Recalcati, «Lo stile politico della paranoia. Note psicanalitiche sull’invidia della vita«(El estilo político de la paranoia. Notas psicoanalíticas sobre la envidia de la vida), (artículo) Forme di vita, 5 (2004), Derive Approdi, Roma.
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