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La injusticia y el desorden à la française

Fuentes: Gara

Parece, y no es la primera vez ni será la última, que todos, o casi, se ponen de acuerdo en aquella aseveración que se puede leer en el viejo Goethe: «Yo prefiero la injusticia al desorden». Tal afirmación ha solido tomarse como vara para medir, y distinguir claro, entre derechas e izquierdas: así, de derechas […]

Parece, y no es la primera vez ni será la última, que todos, o casi, se ponen de acuerdo en aquella aseveración que se puede leer en el viejo Goethe: «Yo prefiero la injusticia al desorden». Tal afirmación ha solido tomarse como vara para medir, y distinguir claro, entre derechas e izquierdas: así, de derechas serían quienes anteponen el orden a la justicia, mientras que, al contrario, de izquierdas serían aquellos que priman la justicia sobre el orden. Así las cosas, parece como que el vocabulario no diese de sí en lo que hace a la clasificación clásica de lo político, pues todos se han unido en defensa de la République (¡eso sí!), dejando como siempre la solución de las causas ad calendas graecas, o endilgando el muerto a los ciudadanos que han de mirar con mejor cara a los negros u otros morenos, o han de alquilar sus pisos a dichas gentes… estas son las medidas sociales pendientes desde hace más de una veintena de años que el elegante Dominique de Villepin hace pivotar sobre cuestiones relacionadas con la gueule (la jeta). Diré de pasada que hace una docena de años que se publicó una ejemplar obra, bajo la dirección del representante de una postura de la «gauche de la gauche» Pierre Bourdieu, en la que se dejaba la voz a los diferentes protagonistas de «La misère du monde», entre ellos a algunos habitantes de varios barrios de ZUP y HLM, en donde se veía a las claras el completo abandono de tales zonas, la agobiante presencia de los CRS y el absoluto desinterés de las administraciones supuestamente responsables.

Mas volviendo a la actualidad, Nicolas Sarkozy, perteneciente a la gente guapa de Neuilly o cercanías (que esos sí que son guetos para ricos!), y ministro de interior del Hexágono, en una de sus habituales bravuconadas que le han hecho ser conocido como el fou (loco), afirma enfurecido y cabreado que va a poner orden en los guetos de los pobres, vous savez des marginaux!, y pone a una peña de chulescos flics a cuadrillar los barrios potencialmente conflictivos, la banlieue; escapando de una persecución policial dos jóvenes resultan electrocutados… el ambiente se calienta, y Sarkozy ­como bombero que trata de apagar los incendios con gasolina­ lo alimenta más al llamar, a quienes toman las calles para protestar por los abusos policiales, entre otras cosas, chusma («c´est tous des racailles!»), luego, en su celo, la police lanza una granada a una mezquita… y luego ya de todos es sabido que el fuego prende los coches de los quartiers marginales del Hexágono. La solución, además de más policía, va a residir en poner en vigor una ley del año 1955, y dictada a la sazón para ser puesta en marcha en Argelia. Por cierto, se ha de recordar el papel jugado por el celebrado François Mitterand ­en aquel tiempo ocupando responsabilidades gubernamentales en el ramo de Interior­ en la declaración de guerra a tal provincia francesa (DOM-TOM, de más allá del mar, claro). Así pues, los barrios ocupados por los franceses de segunda(«de los condenados de la tierra» hablaba Franz Fanon), se ven convertidos en víctimas de leyes colonialistas, mientras que las leyes acerca de la dignificación de las viviendas, por ejemplo, a pesar de haber sido votadas, y aceptadas, hace cinco años por el parlamento, todavía no ha sido puesta en funcionamiento en la mayoría de los lugares en los que había de haberse puesto, obligando a las comunas a que al menos un 20% de las viviendas fueran sociales y puestas a disposición de los habitantes de tales comunas previstas por la ley SRU (solidaridad y renovación urbana).

Luego aparecen las encuestas (¡qué va a decir la prensa de orden! ­¿y cuál no lo es?­. Encuestas realizadas por «Le Parisien» o «Le Figaro») y subrayan que la mayoría de los ciudadanos del Estado francés están de acuerdo con la actuación de Sarkozy y con las posteriores medidas de toques de queda y otras gaitas quedonas. Pues bueno, ¿será que la locura represiva del ministro de la policía se contagia convirtiendo tal anomalía en la locura ordinaria como apacible estado de normalidad?

En medio de la unanimidad ­de la prensa, de los partidos, y según cuentan los anteriores de la ciudadanía entera­ casi conseguida en pos del orden, como principio esencial de lo político, en medio de la semántica guerrera («racaille», «arabe de service», «canailles», «voyous», «populace»…) del ministro del bâton, y otros, resuena en mis oídos ­salvando absolutamente las distancias tanto de época como del carácter de las luchas en presencia, y ello a pesar de que las dos palabras, comuna y comunitarismo, tienen una raíz común­ aquella respuesta enfervorizada de los communards que disfrutaban, por unos efímeros momentos de la fastuosidad de aquellas paredes, hechas con su sudor, del salón del Trono, del palacio de las Tullerías, coreando con furia ante los insultos del poder… C´est la canaille, eh! bien, j´en suis! Vamos… que yo también soy un canalla. –