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La lucha contra el olvido de los refugiados en Grecia

Fuentes: Saltamos

Ali sube al autobús, se sienta, comienza a hacer bromas a sus amigos a través de la ventana. Éstos le saludan desde la acera. Ali hace muecas y se ríe con la excitación de un niño que viaja de excursión por primera vez. Pero Ali lleva muchos kilómetros a sus espaldas desde que hace más […]

Ali sube al autobús, se sienta, comienza a hacer bromas a sus amigos a través de la ventana. Éstos le saludan desde la acera. Ali hace muecas y se ríe con la excitación de un niño que viaja de excursión por primera vez. Pero Ali lleva muchos kilómetros a sus espaldas desde que hace más de un año salió de Alepo. Está excitado porque, por fin, se va de Grecia.

En pocos minutos, los cinco autobuses de la Organización Internacional para las Migraciones que salen hoy desde la plaza Omonia les llevarán al aeropuerto para viajar a Alemania. Son parte del 7% de reubicaciones que ha cumplido la Unión Europea desde octubre de 2015.

En la acera, sus amigos sonríen y le saludan mil veces. Ellos no viajan hoy; volverán al campo de refugiados Skaramangas. A esperar, como llevan esperando desde que el 23 de febrero de 2015 el Gobierno austríaco decidió cerrar la frontera entre Grecia y la Antigua República Yugoslava de Macedonia.

«En Skaramangas hace frío y la comida es horrible. Me alegro de que Ali se vaya de esa mierda. Nos hemos hecho muy amigos estos meses pero no sé si lo volveré a ver. Yo no voy a ir a Alemania, aún no sé a qué país me enviarán, pero no está entre mis primeras opciones», cuenta Mohamed mientras muestra las fotos que tiene junto a Ali en Instagram. Mohamed quiere trabajar de fotógrafo de mayor. Es kurdo-sirio nacido en Afrin y, aunque lleva un año en Grecia, aún no ha pasado la entrevista que permite ser incluido en el programa de reubicaciones que gestiona la OIM. Seguirá esperando en un campo de refugiados, como 62.590 personas más.

De esas 62.590 personas, aproximadamente un tercio ni siquiera pueden inscribirse en el programa de reubicaciones. Las personas de nacionalidad afgana están excluidas de él. La mayoría de los países de la UE considera que los afganos no son refugiados, sino «inmigrantes». Grecia sí los reconoce como refugiados, por eso pueden vivir en los campos, pero allí tienen la sensación de que están en peores condiciones que los sirios: viven en los campos donde las tiendas de campaña no han sido sustituidas por barracones con electricidad, calefacción y aire acondicionado.

Ésta es una de las razones por las que, a principios de febrero, 200 afganos iniciaron una huelga de hambre en Elinikó, el campo de refugiados compuesto por los estadios de hockey y béisbol de las olimpiadas de 2004 y el aeropuerto antiguo de Atenas. En Elinikó viven 1.300 personas. La mayoría, en tiendas de campaña instaladas por ACNUR. Otros, en las gradas de los estadios o las antiguas sala de espera de la terminal.

«Al menos, mientras estemos en huelga de hambre no tenemos que tragar esta comida asquerosa que nos dan cada día», decía Nasir, uno de los que comenzaron la huelga de hambre. La protesta finalizó tras una reunión con el ministro para las Migraciones, Yannis Mouzalas. El ministro les prometió acelerar el proceso de instalación de barracones. Para que puedan dejar de dormir en tiendas que se inundan cada vez que llueve.

Este año el invierno en Grecia ha sido extraordinariamente duro. No se recordaba una ola de frío tan intensa, nevadas tan copiosas y tantos días de temperaturas bajo cero desde 1964. Varios refugiados murieron congelados tratando de cruzar la frontera terrestre de Turquía y Grecia. Dos, debido a hipotermias tras atravesar el río Embros. Un cuerpo fue hallado bajo la nieve cuando ésta empezó a derretirse. En la parte búlgara de la frontera con Grecia murieron siete personas congeladas. Al otro lado de la frontera de la Antigua República Yugoslava de Macedonia varias niñas fueron atendidas con congelaciones severas en los pies tras andar varias horas por la nieve sin calzado adecuado.

Nadie había pensado que podía llegar un invierno tan duro y nadie había previsto qué hacer con las personas que viven en los campos de refugiados. Tras las primeras nevadas de diciembre sólo un campamento fue evacuado; estaba situado en las faldas del monte Olimpo y varias tiendas se hundieron por el peso de una nevada de medio metro. Sus habitantes, 300 yazidíes, fueron alojados en un hotel.

Las nevadas de enero fueron mucho más fuertes. Los campos en los que hay barracones con calefacción las soportaron con resignación. Pero en los campos de tiendas de campaña se extendieron las neumonías, la gripe, los catarros y otras enfermedades infecciosas. En Lesbos y en Samos cuatro refugiados murieron por inhalar monóxido de carbono por calentar sus tiendas de campaña con braseros.

Uno de los primeros campos en los que las tiendas fueron sustituidas por barracones fue Ritsona. Los barracones los pagó la Media Luna de Emiratos Árabes Unidos pero estuvieron vacíos dos meses mientras el Sultán Al-Ali organizaba su inauguración. Un día los refugiados se cansaron de esperar la inauguración y se plantaron ante el director del campo: «O nos abrís los barracones, o los quemamos». Se los abrieron.

El Sultán Al-Ali convocó la inauguración a finales de noviembre. Coches de lujo, periodistas venidos del Golfo Pérsico y medios europeos en la entrada del campo ante la mirada atónita de los refugiados. «Emiratos Árabes Unidos seguirá ayudando a nuestros hermanos sirios», declaró solemne el sultán. El problema es que los barracones que había ido a inaugurar estaban habitados desde hacía semanas. Así que inauguraron un centro médico.

La Media Luna emiratí erigió una gran carpa que señalizó como hospital de campaña. El día de la inauguración, decenas de emiratíes entraban y salían de la carpa con atuendo sanitario. La carpa duró lo que duró la visita del sultán.

Ahora, en su lugar, hay una explanada de gravilla en la que juegan los niños y niñas de campamento. Una enfermera de la Cruz Roja española -la organización sanitaria más numerosa en Ritsona- que prefiere no dar su nombre relata que cuando los emiratíes erigieron la carpa les avisaron de que sólo sería para un par de días, por lo que era mejor no contar con ella. «Pero al menos pusieron la gravilla, que es lo único que queda».

La gravilla es un bien preciado en Ritsona. Hasta que no esparcieron grava por las calles del campamento, cada vez que llovía se convertían en un lodazal que a sus habitantes les recordaba los peores días de Idomeni. Los niños correteaban por el barro y los viejos se quedaban en las tiendas porque eran incapaces de andar. Hasta finales de enero de 2016 no finalizaron de poner gravilla. En enero han nacido tres bebés en Ritsona.

Además de grava y barracones, en los campos comienzan a florecer pequeños negocios de subsistencia. Barberos, puestos de falafel, venta de cigarrillos, cocinas… Suponen una mejor calidad de vida para quien los regenta -no sólo por el dinero sino por la posibilidad de hacer algo durante el día- y para quien los usa.

Pero muchos tienen miedo de lo que suponen estos cambios. Edificaciones mejores, carreteras en proceso de asfaltarse, negocios y nacimientos… Son el embrión del pueblo en la que se convertirán poco a poco los campos de refugiados. Y entonces, sin darse cuenta, serán campos de refugiados como los de los palestinos en Oriente Medio: soluciones temporales que se convirtieron en ciudades donde ya han nacido tres generaciones olvidadas por el resto del mundo.

Fuente: http://saltamos.net/refugiados-en-grecia-la-lucha-contra-el-olvido/