Traducido para Rebelión por Liliana Piastra
Desde Níger casi 10.000 africanos huyen hacia nuestras costas. La guerra por el uranio y la alianza Gadafi-Sarkozy favorecen a los traficantes. Y así los acuerdos entre Italia y Libia se convierten en una burla. En exclusiva, la película-encuesta ‘En la vía de Agadez’.
Mapa y vídeos del uranio y los inmigrantes
Visto desde Agadez, el último abrazo entre el primer ministro Silvio Berlusconi y el coronel Muamar el Gadafi es una burla. En esta espléndida ciudad de barro rojo en medio del Sahara, en Níger, el acuerdo sobre inmigración ratificado en Trípoli el 2 de marzo pasado ya es papel mojado. Desde Agadez los camiones y los todoterrenos cargados hasta arriba de emigrantes africanos que tienen la esperanza de llegar a Lampedusa, a Italia o a Europa han reanudado sus viajes hacia Libia. El tráfico se ha retomado como en los tiempos del oro. Bajo la mirada indiferente y a menudo interesada del ejército libio, que controla la pista de rocas y arena en la frontera de Tumu, en el silencio del desierto.
Gadafi, al sur del Sahara, hoy no es más que un ejecutor de decisiones que se toman en París. Para detener o ralentizar la marcha de los clandestinos hacia su futuro, lo que más bien debería hacer Berlusconi es pedir que intervenga el presidente francés Nikolas Sarkozy: porque la ruta para los traficantes de hombres se ha vuelto a reabrir, justamente gracias a la guerra de los tuareg. Una guerra por el uranio que libra Francia en la región de Agadez (véase cronología en la página 36). Desde noviembre de 2008 miles de personas han pasado por la ciudad roja hacia el norte. Con un récord de salidas entre enero y febrero: son casi 10.000 los chicos y chicas que huyen de África occidental. A partir del verano que viene sabremos si esta generación de veinteañeros ha encontrado trabajo en Libia o saldrá en los telediarios en las pateras a la deriva por el Mediterráneo. Su objetivo, dicen, es llegar a Italia o a alguna otra parte de Europa.
El 24 de febrero Berlusconi se reunió con Sarkozy, pero no le habló de inmigración, sino de la vuelta a la energía nuclear en Italia. Y de contratos por valor de miles de millones de euros desde hoy hasta 2030 a favor de París. Areva, el coloso estatal de la energía nuclear francesa, necesita nuevos clientes, porque, a partir de 2012, la sociedad podrá disponer de tanto uranio que, para amortizar una inversión inicial de 1.200 millones de euros, tiene que encontrar enseguida a alguien dispuesto a comprárselo. De lo contrario, corre el riesgo de pagar cara la crisis financiera por la que está pasando. Pero todo ese uranio aún no ha llegado a Francia. Por ahora esté en Níger, cerca de Agadez, en Imouraren, bajo al arena, en el mega-yacimiento que empezará a producir dentro de tres años, el segundo del mundo, después del de McArthur River, en Canadá.
Lo que Sarkozy no le ha dicho a Berlusconi en su visita a Roma del 24 de febrero es que en Níger Francia ha jugado sucio. Como solía hacer en África en tiempos del general Charles de Gaulle. Y sólo al final Areva ha logrado arrancarle a Canadá y a China la concesión del mega-yacimiento de Imouraren. Pero Sarkozy tampoco le ha contado a Berlusconi que los tuareg, respaldados por los 007 franceses en los juegos de la guerra, se han puesto otra vez a traficar con los emigrantes que quieren desembarcar en Italia. En el fondo, sigue tratándose de energía y fuerza laboral destinadas a alimentar la economía europea. La diferencia es que los minerales de uraninita transformados en sales de uranio viajan protegidos hasta las plantas de enriquecimiento de Francia, mientras que a los emigrantes se les somete a todo tipo de vejaciones y el 12 por ciento muere antes de llegar a Europa.
Uno de los testigos de este juego sucio francés es italiano, un comerciante de Turín, T. P., 50 años, detenido por inmigración clandestina en Níger. Vivía en Agadez, pasó algunos meses en el desierto con los guerreros tuareg y, cuando quiso dejar Níger, acabó en comisaría. La policía le apretó las tuercas y, como él tenía el permiso de residencia caducado, tuvo que contar todo lo que sabía a cambio de su liberación. Al final le expulsaron, declarándole ciudadano no grato. Los puntos en común entre la vía de los clandestinos y la del uranio hay que contarlos justamente desde Agadez, donde el comerciante turinés había abierto una tienda y a donde ahora llegan miles de jóvenes africanos con la certeza de sobrevivir al desierto que les espera.
La ciudad-monumento al atardecer se tiñe de rojo, pero no parece una comunidad sitiada, ni en guerra. Aparte los pastores nómadas tamashek que acampan en las calles del centro, evitando las pistas con sus minas y emboscadas. En la carretera asfaltada, ante la autogare, la estación a la que llegan los autobuses y de la que parten los camiones del desierto, los negocios van viento en popa. Hay cientos de puestos en ambos lados de la calle, y venden de todo, desde zapatos usados hasta barras de pan recién horneadas, bolsitas de dátiles y galletas, latas de leche en polvo, bidones de aceite recubiertos de cartón y de cáñamo y reciclados como bidones de agua. Pasan carretas empujadas a mano. Personas por doquier. Es el mercado de los pobres. El punto de avituallamiento de todo el que espera para irse e intenta gastar lo menos posible. Porque cada día de espera es un pequeño bocado a los 250 euros necesarios para cruzar el Sahara hasta Libia. Y, para quien ya cuenta con ellos, a los 1.500 euros que piden los traficantes libios de Al Zuwara para jugarse la vida hasta Lampedusa. Los emigrantes que se han detenido en Agadez comen lo menos posible para no comprometer el pequeño capital necesario para el viaje. A menudo tan sólo gari, una masa energética hecha con raíces de tapioca.
Pero esta calle también es un mercado para ricos. Es la contradicción de toda guerra. Cerca de la mezquita, un comerciante vende coches plateados importados o pasados de contrabando desde Nigeria. Y la fila de tiendas que hay bajo los soportales, una decena de locales antes abandonados e invadidos por la arena, ahora están limpios. No tienen rótulos, ni carteles publicitarios colgados en los escaparates, pero son agencias de viajes. Broker, passeur, mediadores. Se hacen cargo de los emigrantes que llegan desde Nigeria, Ghana, Liberia, Benin, Mali. Y en los últimos meses, por primera vez, también desde Senegal. La edad de esta generación en fuga va desde los 14 hasta los 30 años. Tienen un proyecto, una idea, un sueño que realizar. Son los hermanos y las hermanas menores de los emigrantes que han pasado por Agadez entre 2003 y 2005. Saben que sus brazos se aferrarán sin duda a un trabajo. Las noticias de boca a oído y la experiencia de los que han sobrevivido cuentan que es duro, pero que algo se encuentra. Los clandestinos como motor insustituible de la riqueza sumergida, sobre todo en Italia, donde la producción en negro exenta del pago de impuestos representa el 23 por ciento del PIB.
En el patio de la autogare cientos de personas esperan a que pase también este día. Una posición de soldados, con una ametralladora pesada montada en un todoterreno, vigila la entrada. Bien mirado, hay soldados por todas partes. Mejor será no entrar. En Agadez hoy está prohibido hacer preguntas, hacer fotos, grabar vídeos. Puede suceder que te vean o te escuchen los espías de paisano o cualquiera que quiera congraciarse con la gendarmería a cambio de un soplo. A finales de febrero el presidente de Níger, Mamadou Tandja, volvió a declarar el estado de alerta, proclamado el 25 de agosto de 2007 como respuesta a los ataques de los tuareg. En la región de Agadez la democracia se ha suspendido y la administración se le ha confiado al ejército. Algunos periodistas locales y franceses acabaron en la cárcel hace unos meses. Se arresta automáticamente a quien investigue en la ciudad o en el desierto. Los extranjeros, si no son emigrantes a punto de partir o técnicos de minas, deben mantenerse alejados. Y, si pasan, han de asumir su riesgo.
La tensión se hace patente ya en el puesto de bloqueo fuera de la ciudad. Un oficial, siempre con gran amabilidad, quiere quedarse el pasaporte. «Esta es la frontera», dice: «Es como si Agadez en estos momentos no estuviera en Níger. Aquí mandamos nosotros». Pero dejar el pasaporte en manos de los militares significa correr el riesgo de perderlo y tener que afrontar luego la incógnita de la burocracia de guerra. El oficial acepta llegar a un compromiso: «Bueno, pues hagamos así, esta tarde un inspector de policía irá a interrogarle al hotel». Los militares están recogiendo ante su pequeña oficina a los emigrantes en tránsito. Bajan de los autocares, de los minibuses, de los camiones. Hoy, igual que cuando llega cualquier otro convoy, son más de 400. Permanecen sentados encima del montón de sacos, lonas y cajas. Tienen que pagar diez dólares por cabeza como derecho de tránsito. Y quien no tiene los documentos en regla, 20 dólares. Ya aquí la inmigración hacia Europa es un negocio.
Sólo hay una manera de llegar a Agadez. Hay que unirse a los convoys escoltados por el ejército. Parten un día sí y otro no desde Zinder, 431 kilómetros de desierto hacia el sur, todo a lo largo del camino de los clandestinos. Un viaje de una jornada. En pleno Sahara las dunas rosas ya han cubierto la nueva carretera asfaltada. Los chicos de los camiones tienen que bajar. Echan a andar. Las grandes ruedas, libres de peso, superan las olas de arena a toda mecha. Algún chófer ralentiza, pero no se para. Y a sus pasajeros les toca correr para no quedarse en tierra, para no acabar abandonados aun antes de realizar la parte más difícil del viaje. Los soldados escoltan al convoy en sus todoterrenos Toyota provistos de ametralladoras. Dicen que corremos el riesgo de sufrir un ataque de los guerrilleros tuareg o de los bandidos. Pero, sobre todo, pasando por aquí sin formar parte de los convoys, el verdadero peligro es que sean ellos mismos quienes acaben disparándonos. El ejército tiene órdenes de disparar sin avisar. Ya ha pasado. Algunos emigrantes han resultado muertos junto con los chóferes en el desierto del Teneré, aun antes de que los militares pudieran identificarlos. Para llegar a Italia habían pagado el viaje equivocado.
«Con la crisis que tenéis en Europa ¿dónde pensáis meter a todos estos inmigrantes?», sonríe un traficante tuareg de Agadez. Como es lógico no quiere que se le grabe ni que se le retrate: «Desde noviembre pasado es como si Libia hubiese dado vía libre. Ahora que han elegido a Gadafi presidente de la Unión africana, está claro que no puede decirles a sus conciudadanos africanos que se den media vuelta. Hemos sabido que Italia invertirá en Libia 5.000 millones de dólares. Harán obras, habrá trabajo. Necesitarán mano de obra y nosotros se la traeremos. Si luego algunos quieren seguir viaje a Europa, nos parecerá normal. Gracias a la inmigración clandestina hasta se podría firmar la paz. Es el único punto en el que el ejército de Níger, el de Libia, los rebeldes tuareg y nosotros los tuareg que no tenemos nada que ver con la rebelión estamos de acuerdo».
El pacto bajo cuerda funciona desde noviembre de 2008. El problema ahora es la falta de camiones. «Estamos esperando a que nos lleguen de Nigeria. Tenemos más gente dispuesta a irse que medios para llevarlos «, nos cuenta otro broker en Agadez: «En noviembre los rebeldes tuareg amigos de Francia, los militares libios y nigerinos y los traficantes de todo el Sahara han llegado a un acuerdo: todos se hacen los tontos y cada cual cobra la parte que le corresponde. Los chóferes tuareg decían que, al no tener trabajo por culpa de la guerra, se iban a sumar a la rebelión. Así ahora el ejército de Níger escolta a los camiones hasta Dirkou. Los libios cierran un ojo. Y los tuareg tienen trabajo. La limitación es que también para Dirkou hay que desplazarse en convoys. Si no se forma parte de un convoy los militares disparan sin previo aviso y además está el peligro de las minas». Los convoyes del viernes 13 de marzo y del martes 17 de marzo son gigantescos: una fila de decenas de todoterrenos y 60 camiones cargados de mercancías, cigarrillos de contrabando y emigrantes. Hay minas
anticarro por todas partes. En septiembre, a 40 kilómetros de la frontera con Libia, una explosión improvisa bajo las ruedas de un camión mató a cinco pasajeros, entre ellos a un chico de 19 años. Pero el negocio merece el riesgo: 10.000 emigrantes por 250 euros representan una recaudación de 2 millones y medio.
Dirkou en estos días es un oasis que no sabe cómo alimentar a sus huéspedes en tránsito. Hay más extranjeros que residentes: más de 5.000 sobre 3.000. Un lugareño cuenta por teléfono que no hay bastante comida para todos y que se ha producido una epidemia de meningitis. Al menos 15 emigrantes han muerto de hambre y de sed en los últimos días, los chóferes de los camiones han visto sus cadáveres al sur de Tumu, la frontera con Libia. Puede que los hayan abandonado los traficantes, puede que decidieran seguir a pie.
La fuga de África es también un drama en las ciudades, donde las generaciones más instruidas se disuelven a lo largo de la ruta del desierto. Justo en estos días una delegación del ministerio de Educación de Nigeria ha ido a Agadez a pedir a las autoridades que no dejen pasar a los menores de 15 años nigerianos. La pesadilla son los traficantes de sueños que abordan a los chicos menores de edad delante de los colegios: no venden droga, sino un futuro imposible. «Los broker mandan a sus emisarios a apostarse delante de las escuelas nigerianas», explica un funcionario: «Les cuentan que llegar a Italia es fácil. Pero, ya en viaje, a los chicos les quitan el dinero. Y las chicas tienen que prostituirse para pagarse el resto del trayecto». Irin, la agencia de análisis de la oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU, ha recogido testimonios de camiones atacados por bandidos en la ruta a Dirkou y de adolescentes raptadas que han desaparecido en el desierto.
Todo esto, desde finales de 2005 hasta el otoño de 2008, se había parado. El ejército de Níger había bloqueado el tráfico de clandestinos a lo largo de la pista de los esclavos: 1.500 kilómetros de desierto que cruzan el Teneré y, superado el oasis de Dirkou, suben hasta Libia, la ruta que tuvo su pico máximo de emigrantes y de cadáveres en 2003, con 15.000 pasajes al mes. Todo esto no se habría repetido si la guerra teledirigida de los tuareg no hubiera desestabilizado la región. A finales de 2006 Agadez sigue siendo una ciudad abierta al mundo y llena de turistas. Pero son meses en los que el coste del petróleo corre. Y el precio del uranio también. El presidente Mamadou Tandja y el gobierno deciden que Níger finalmente puede apostar por el recurso estratégico que tanto abunda en la región de Agadez. Las concesiones para buscar minerales de uraninita, cofinita y pechblenda se ofrecen al mejor postor. La diplomacia francesa refunfuña. París siempre ha tenido el monopolio del uranio en Níger. Así lo establece, ya desde 1961, el Acuerdo de defensa firmado entre ambos países, en plena dominación colonial. El coloso Areva pide para él los primeros 35 permisos para buscar minerales. Tandja resiste y otorga 15 concesiones a sociedades canadienses, siete a Australia, seis a Sudáfrica, y únicamente cuatro a Francia, tres a India y dos a China y Rusia. Queda aún pendiente la explotación del yacimiento de Imouraren, cerca de Agadez: una cantidad de uranio extraíble de 5 toneladas al año durante 35 años, que hace que Níger pase del cuarto al segundo puesto entre los países exportadores. Lo cual, por sí solo, equivale a toda la producción mundial de Areva.
El ataque a la posición del ejército en el oasis de Iferouane, al norte de Agadez, el 8 de febrero de 2007, es una acción a sangre fría. Un plan que recuerda la muerte de los diez soldados franceses masacrados el 19 de agosto de 2008 en Afganistán. Desde ese día de febrero, en los alrededores de Agadez mueren padres de familia y chicos que visten el uniforme a cambio de una soldada. Pero detrás del asalto de Iferouane no están los talibanes de Al Qaeda. Hay un grupo minoritario de tuareg que hasta aquel día era desconocido. Se hacen llamar Mnj, Movimiento de los nigerinos por la justicia, que en cuestión de pocas semanas recibe armas y municiones de Libia. Pronto se une a ellos el capitán Mohamed Ajidar, comandante de un pelotón del Fnis, la Fuerza nigerina de intervención y seguridad, una unidad del ejército formada por tuareg. El comandante Ajidar conoce de cerca los intereses franceses en la región. Siete meses antes Areva le ha confiado la vigilancia de tres áreas de concesión. Y le ha ingresado en su cuenta personal 56 millones de francos africanos, 85.365 euros, un capital por estos pagos. Pero ¿por qué tanto dinero? Suficiente para que el gobierno sospeche y en pocos días expulse de Níger al ex coronel Gilles de Namur, responsable por cuenta de Areva de la seguridad del mega-yacimiento de Imouraren. Una coincidencia: de Namur es agregado militar en la embajada francesa en Niamey durante la primera revuelta tuareg abiertamente respaldada por París. El Mnj causa otras muertes. Y el gobierno ordena que se arreste y expulse al director general de Areva Níger, Dominique Pin. Otra coincidencia más: en los años 90, mientras de Namur trabaja en la embajada de Niamey, Pin forma parte de la sección África del Eliseo, donde el presidente François Mitterrand tiene una consejera que se abrirá camino en la industria estratégica. La consejera es Anne Lauvergeon, actual administradora delegada de Areva. Pero los entresijos más delicados sobre la presunta benevolencia entre la sociedad estatal de París y los nuevos rebeldes tuareg los revela sin quererlo el comerciante de Turín interrogado en una cámara de seguridad en Niamey. Cuenta que el vicepresidente del movimiento tuareg, Asharif Mohamed-Almoctar, que moriría en combate en el verano de 2008, suele llamar a menudo a Francia con uno de los dos teléfonos móviles robados el 20 de abril de 2007 en las obras que Areva tiene en el megayacimiento de Imouraren.
Lo que sorprende a la policía de Niamey, según fuentes de la investigación, es que meses después, a finales de 2007 y en plena guerra, Areva siga renovando el crédito de los dos teléfonos robados por los tuareg. Un misterio curioso jamás esclarecido. Al igual que sigue siendo una novela policíaca la reivindicación por parte de Al Qaeda del secuestro, aún en curso en el Sahara, del enviado de la ONU a Níger: el ex embajador de Canadá en Roma, Robert Fowler, monsieur Afrique en la política extranjera de Ottawa, raptado el 14 de diciembre al norte de la capital con el también canadiense Louis Guay y el chófer nigerino Soumana Mounkaila. Según los periódicos de Canadá, el país que se ha llevado el mayor número de concesiones de uranio de Níger, Fowler y Guay se dedicaban a las minas al margen del mandato de la ONU. Mouadibou Sisse, 19 años, de Bamako, Mali, ni siquiera puede imaginarse el juego de estrategia que se está jugando en la cabeza de esta tierra en el primer puesto de las clasificaciones de pobreza. Espera el autobús para Agadez en la estación de Niamey. Quiere llegar a Italia para pasar a España. Ya le han expulsado una vez de Madrid. Pero no se rinde.
(26 de marzo de 2009)
http://espresso.repubblica.it/dettaglio/la-nuova-ondata/2076172/