Contrariamente a la llamada restauración del neoliberalismo, los pueblos de la Patria Grande se radicalizan cada vez más en la lucha a favor de la continuidad del progresismo y frente a los regímenes conservadores instaurados en la región que se extiende desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia. El denominado «fin de ciclo» […]
Contrariamente a la llamada restauración del neoliberalismo, los pueblos de la Patria Grande se radicalizan cada vez más en la lucha a favor de la continuidad del progresismo y frente a los regímenes conservadores instaurados en la región que se extiende desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia.
El denominado «fin de ciclo» revolucionario en América Latina es en la actualidad más que un hecho una frase acuñada y reiterada por una derecha, alentada y financiada por Estados Unidos, que carece de futuro porque su propósito es truncar la verdadera independencia, la soñada paz y la anhelada unidad en América Latina y el Caribe.
El plan de Washington de restablecer regímenes neoliberales en Nuestra América a través de golpes de Estado reciclados o el sistemático engaño en campañas electorales, sufrió un primer e importante revés en los comicios celebrados el pasado 6 de noviembre en Nicaragua, donde volvió a triunfar con amplio margen el histórico Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y su candidato, el presidente Daniel Ortega.
La victoria del FSLN nicaragüense constituyó un aliento para los movimientos sociales y revolucionarios en la Patria Grande, tras la arremetida orquestada por la Casa Blanca en complot con su siempre empleada oligarquía regional, la cual en menos de un año había logrado hacerse del poder en Argentina y Brasil, al igual que con anterioridad ocurrió en Honduras y Paraguay.
Estados Unidos se ha esmerado a fondo en materializar un efecto dominó que dé al traste, uno por uno, con los ejecutivos populares en Latinoamérica, lo que no ha conseguido pese a su desesperado empeño.
Luego de la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada, en Argentina, la administración norteamericana de Barack Obama aceleró su plan desestabilizador contra Venezuela, Brasil, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, entre otras naciones, sin poder cumplir su objetivo.
En Venezuela, no obstante persistir con guerras de todo tipo para destronar al presidente Nicolás Maduro, la Revolución Bolivariana se ha radicalizado y permanece viva, como ocurre con las de Bolivia, de Evo Morales, y Ecuador, de Rafael Correa.
Por el contrario, en Argentina y Brasil se intensifican el rechazo al gobernante Mauricio Macri y al mandatario de facto Michel Temer, quienes son desaprobados por la mayoría de los habitantes en sus respectivos países.
Macri y Temer han empobrecido en tiempo record a sus conciudadanos con la aplicación de viejas y fracasadas recetas neoliberales, al tiempo que han desatado una feroz represión policial y política, en flagrante violación de los más elementales derechos humanos.
Lejos de detener a los movimientos sociales, sindicatos, estudiantes, campesinos y formaciones de izquierda, las actuaciones de los gobernantes argentino y brasileño fomentan la unidad, organización y movilización de las fuerzas populares en América Latina.
Tanto Macri como Temer se están cavando su propia tumba, similar a aquellos que desean cercenar una vez más los acuerdos de paz en Colombia, y con esa intención hasta asesinan a dirigentes sociales.
Nuestra América ya escogió su sendero, el de la independencia definitiva, la integración de sus pueblos y la paz, por lo que mandatarios temporales al servicio del imperio norteamericano no podrán desviarle de ese camino sagrado aunque le sean interpuestos obstáculos diversos.
La Patria Grande tiene su suerte echada: La de la victoria final del progresismo.
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