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Los ingenieros han concebido y fabricado una maquinaria que son incapaces de manejar en caso de accidente grave

La peligrosa impostura nuclear

Fuentes: Le Monde

Traducido del francés para Rebelión por Carmen García Flores


La información empieza a salir a la luz: en la central nuclear de Fukushima, la piscina del reactor 4, llena de centenares de toneladas de combustibles muy radioactivos, encaramada a 30 metros sobre un edificio en ruinas, provista de un improvisado circuito de enfriamiento, amenaza a la humanidad con una catástrofe peor aún que la de Chernóbil. Una catástrofe que se añade a la de marzo de 2011 en Fukushima: 3 reactores abiertos que vierten su contenido mortal por tierra, mar y aire.

Los ingenieros de la nuclear no saben qué hacer frente a todos estos problemas. Han clamado tanto que la seguridad en la nuclear era, es y será total que, cuando la gran catástrofe ha sucedido, nadie tenía una solución que proponer. Tal es la aterradora realidad que revela Fukushima. A Chernóbil se le había atribuido la incompetencia técnica de los soviéticos. Imposible servirse de nuevo de la misma fábula política.

Si usamos su razonamiento, no queda más que una sola conclusión: la incompetencia de los ingenieros de la nuclear. En caso de avería del circuito de refrigeración, si el calentamiento del reactor alcanza un umbral de no retorno, escapa del control y origina un magma fusionando radionucleidos de metal fundido y de cemento disuelto muy tóxico e incontrolable.

La verdad, planteada por Three Miles Island, Chernóbil y Fukushima, es que una vez que el umbral ha sido superado, los ingenieros son incapaces. Ellos han concebido y fabricado una máquina nuclear pero ignoran qué hacer en caso de accidente grave, es decir «fuera de su alcance». Son unos presuntuosos ignorantes, fingen saber pero no saben. Los petroleros saben apagar un pozo de petróleo encendido, los mineros saben buscar a sus compañeros atrapados en un túnel a centenares de metros bajo tierra. Ellos no, porque ellos han decretado que no habría jamás accidentes graves.

En su dominio, ellos son más incompetentes que los obreros de un garaje. Si es necesario cambiar el cilindro de un motor, estos obreros saben cómo hacerlo: la tecnología existe. Si la cuba de un reactor nuclear se abre y si el combustible sale al exterior, los «nuclearistas» no saben qué hay que hacer. Se objetará que una central nuclear es más compleja que un coche. Cierto, pero es también más peligrosa. Los ingenieros de las nucleares deberían ser al menos tan competentes en su propio dominio como los que se ocupan de la reparación de los motores de los coches averiados: este no es el caso.

Aquí el hecho fundamental es alarmante e incuestionable: las radionucleares sobrepasan las capacidades tecnocientíficas de los mejores ingenieros del mundo. Su maestría es parcial y se vuelve nula en caso de accidente fuera de su alcance, allí donde se espera una mayor competencia: tal es la realidad, la incuestionable realidad. Como si los ingenieros y los especialistas fuesen un adivino con su bola de cristal. ¿La contaminación nuclear? Sin peligro, afirman, cuando no saben nada. ¿El estado del reactor destruido bajo el sarcófago de Chernóbil? Estabilizado, claman los que no saben nada. ¿La polución nuclear en el Océano Pacífico? Diluida, sostienen los que no saben nada.

¿Los efectos de los radionucleidos diseminados por el medio ambiente para las futuras generaciones? Ninguno, claman los que no saben nada. ¿El estado de las regiones prohibidas alrededor de Chernóbil y Fukushima? En absoluto nocivas para la salud, tanto hoy como en decenios, proclaman los que no saben nada. ¿Para quién serán nocivas las radiaciones? Solamente para los tristes, adelantan los que no saben nada. Son adivinos. El arte de las nucleares es el arte de la adivinación. Es decir, un engaño.

Las nucleares, que se anuncian como lo más puntero del saber tecnocientífico, ahora se presentan como una suerte de religión del saber absoluto, se revelan con una extremada flaqueza, no por la debilidad humana sino por la falta del saber tecnocientífico. Cualquiera que sea la causa contingente de la superación del umbral de no-retorno (atentado terrorista, inundación, seísmo), la incapacidad de reparar y de controlar la diseminación de radionucleidos manifiesta una laguna en el saber que amenaza la evidencia de la propia modernidad. Los modernos pretendían haber roto con los conductos mágicos. La nuclear es la experiencia de una brutal herida narcisista en la armadura del saber con la que se cubre el hombre moderno: un sufrimiento aún mayor porque es su propia invención quien lo coloca en un lugar de vulnerabilidad máxima.

En efecto, el rechazo de considerar la posibilidad real de un accidente no previsto, tiene como consecuencia la negligencia práctica y la indisponibilidad de poner los medios técnicos adecuados para estas situaciones imprevistas. Estos medios no existen, y nadie sabe si se pueden fabricar. Quizá un reactor «excursionista» sea incontrolable o irrecuperable.

Yo no lo sé, y ningún «nuclearista» lo sabe; pero es seguro que nadie lo sabrá jamás si no se intentan fabricar los instrumentos técnicos. Ahora bien, la afirmación de la infalibilidad impide su concepción. Sin duda abrir esta leonera implicará reconocer una peligrosidad hasta ahora acallada y programar costes adicionales para evitarla. La infalibilidad de los papas de la nuclear tiene muchas ventajas: apagar las conciencias e incrementar los beneficios, al menos mientras todo vaya bien; el mayor inconveniente es el de no exponer ningún recurso a estos riesgos extremos.

Todo saber científico o tecnológico es por definición incompleto y susceptible de modificación. Afirmar la infalibilidad de un saber tecnocientífico o comportarse como si esta infalibilidad fuera adquirida, es ignorar la naturaleza del saber y confundirlo con una religión secular que destierra la duda y niega el fracaso. De ahí el efecto psicótico de sus discursos (infalibles y ciertos) y sus prácticas (chapuceras y falsas). A todo observador le afecta esta contradicción y más aún su negación. Cada uno es conminado, por un lado, a reconocerles una ciencia y una técnica consumadas y, por otro, a callar a pesar de la constatación de su fracaso. En resumen, lo nuclear vuelve loco. Pero esto no es más que un aspecto de nuestra condición nuclear. Contaminados de todos los países, ¡uníos!

Jean-Jacques Delfour es profesor de filosofía en CPGE y antiguo alumno del ENS de Saint Cloud.

Fuente: http://www.lemonde.fr/idees/article/2012/09/07/la-dangereuse-imposture-nucleaire_1757119_3232.html