El Gobierno resaltó la presencia de los «encapuchados» para evocar un «atentado contra la democracia». ¿De qué democracia nos están hablando?, replicaron los manifestantes
Después del asesinato en Atenas del joven de 15 años, Alexis Grigoropulos, por un policía, el 6 de diciembre último, estudiantes de secundaria y universitarios, al grito de » Estado asesino!’; invadieron las calles de varias ciudades de Grecia. Estas manifestaciones espontáneas, coordinadas mediante teléfonos móviles, mensajes de texto o correos electrónicos, dieron lugar, durante varios días, a una explosión de rabia inusitada y a violentos encontronazos con las fuerzas del orden. Mientras se tambaleaba el gabinete de Kostas Karamanlis, los demás Gobiernos europeos temían que el desorden se extendiera a sus propias sociedades.
Amigo, bienvenido al campo de las luchas sociales. A partir de ahora debes protegerte a ti mismo y también debes proteger tus luchas». Esto es lo que respondió el decano de la vida política griega, el octogenario Leónidas Kyrkos, personaje clave de la izquierda, a la pregunta «¿Qué le diría usted a los jóvenes que se amotinan?».
Esta rebelión tiene como origen múltiples factores, entre los cuales la represión policial es sólo la más inmediata: de hecho. Alexis no fue la primera víctima, aunque sí la más joven. El terreno fértil que ha favorecido el amotinamiento es, claro, la crisis económica que golpea duramente a Grecia incluso antes de que la tormenta mundial hiciera sentir sus efectos en octubre y noviembre pasados A eso se suma una crisis política profunda, a la vez sistémica y moral que, provocada por la ausencia de transparencia en la acción de los partidos y de los dirigentes políticos, ha derivado en una grave falta de confianza hacia todas las instituciones del Estado.
El asesinato de Alexis no fue en absoluto un «error»: su nombre se agrega a la larga lista de asesinatos y torturas impunes cometidos por miembros de las fuerzas del orden contra manifestantes o inmigrantes. En efecto, en 1985, otro joven de quince años, Michel Kaltezas, fue asesinado por un policía, que luego fue absuelto por un sistema judicial con más agujeros que un colador. Las fuerzas del orden atenienses no actúan de manera distinta a como lo hacen sus homólogas de otros países de Europa. Pero en Grecia, las heridas de la dictadura de los coroneles (1967-1974) siguen abiertas El inconsciente colectivo no ha olvidado esa noche que duró siete años: esta sociedad no perdona tan fácilmente como otras.
Esa es una de las grandes diferencias con los acontecimientos de los suburbios franceses en 2005, que le permitieron al futuro presidente Nicolas Sarkozy, entonces ministro del Interior, sacar las castañas del fuego sosteniendo un seductor discurso sobre «la ley y el orden». Los griegos, en cambio, forman un frente unido contra la represión, que hace oscilar los fundamentos del Gobierno de derechas de Kostas Karamanlis.
A la cabeza de la alianza amotinada se encuentra una generación muy lejos de ser adulta. Y con razón. La vida cotidiana de los estudiantes de secundaria se caracteriza por una escolarización intensiva, cuyo objetivo principal consiste en conseguir matricularse en la Universidad.
La selección es severa; los jóvenes se preparan desde los 12 años. Pero luego de obtener sus diplomas, los felices elegidos descubren la realidad de la vida después de la Facultad: en el mejor de los casos, un empleo precario de 700 euros al mes.
En Grecia existe, desde hace mucho tiempo, esta «generación de 700 euros». Algunos de sus miembros se agrupan en una asociación llamada precisamente «Generación 700», o «G700», que se esfuerza por hacer oír su voz y por ofrecer servicios jurídicos gratuitos. Porque incluso los que tienen la «suerte» de cobrar esos 700 euros trabajan con contratos extremadamente precarios. Hasta el contrato eventual (por servicio determinado o por circunstancias de la producción) es aquí una excepción, ya que da lugar a la seguridad social, a un mes de aguinaldo, a indemnizaciones en caso de despido, etc. En cambio, los «subcontratistas», frecuentes hasta en los servicios públicos, están fuera del derecho ordinario del trabajo. Más que de «trabajo precario», se habla en Grecia de «alquiler» de trabajadores.
Para denunciar esa violencia cometida a diario contra su generación los jóvenes se han amotinado brutalmente. «Los índices de evaluación de la situación económica actual y de las expectativas futuras de los ciudadanos han bajado a un nivel récord -observa Stratos Fanaras, presidente ejecutivo del Instituto de Estudios Estadísticos MetronAnalysis-. La gente está muy decepcionada y no espera que la situación mejore. Y esto ocurre con independencia de la clase social, de su nivel de educación o de su sexo. La propia Fundación de Estudios Económicos e Industriales, que publica un informe mensual desde 1981, constata también un nivel excepcionalmente bajo del índice del clima económico.»
En este ambiente angustioso, las personas comunes no disponen de los instrumentos necesarios para analizar la situación. Pero la violencia policial los saca de la pasividad, y ayuda a definir los bandos. Habitualmente desorientados, «perciben el asesinato como algo que se inscribe claramente en una lógica maniquea -prosigue Fanaras-. Esta tragedia les permite volver a distinguir el mal del bien y, por lo tanto, tomar partido».
Pero este compromiso no tiene verdaderamente relación con la política, porque el sistema y los partidos están totalmente desacreditados ante los jóvenes. Tres familias políticas dominan la escena griega desde los años 1950. Los dos grandes partidos -la Nueva Democracia (derecha) y Pasok (socialistas se reparten el poder. En cuanto al Partido Comunista (KKE, llamado «del exterior»), su tradición estalinista (1) le impide aparecer como una fuerza en condiciones de ofrecer soluciones alternativas.
CORRUPCIÓN, SOBORNOS, NEPOTISMO
Syrizaa, en cambio, una coalición de los movimientos de la izquierda comprometida provenientes principalmente del Partido Comunista llamado «del interior», que fue creada en 1968, sabe comunicarse mejor con los jóvenes. Eso explica su espectacular incremento de popularidad: aunque sólo obtuvo un modesto 5,04% de los sufragios en las elecciones legislativas de septiembre de 2007, seis meses más tarde las encuestas le asignaban un 13% de intención de voto. La elección de un hombre joven, de 33 años, Alexis Tsipras, para presidir la Coalición de la Izquierda y el Progreso, el componente principal de Syriza, contribuyó ampliamente a este ascenso. Sus tomas de posición originales sobre los problemas actuales, pero también sus «golpes mediáticos» (como la elección de una joven inmigrante para acompañarlo a la gran recepción del Presidente) le ganaron los favores de una parte de la juventud. Incluso después de su «normalización» en las encuestas de opinión, Syriza ostenta hoy un 8%, muy por delante del KKE, incapaz de comprender este enorme cambio.
Esta rivalidad por la supremacía en el seno de la izquierda impulsó a los comunistas a aprobar al Gobierno de la Nueva Democracia y de la Alarma Popular Ortodoxa (LAOS, extrema derecha) (2) cuando éstos denunciaron públicamente a Syriza como «un refugio de pendencieros». Les hacía falta un chivo expiatorio para desviar la opinión del debate sobre las verdaderas causas de la crisis. En lo que se refiere al socialdemócrata Pasok, prefiere callarse, con la esperanza de volver al poder más pronto de lo previsto.
El Gobierno tiene una gran responsabilidad. Elegidos por primera vez en 2004, prometiendo instaurar la transparencia, el primer ministro Kostas Karamanlis y su equipo están enredados en escándalos más graves que los de sus predecesores: sobornos, lujos, nepotismo, corrupción; nada falta. El último de la lista tiene que ver con una venta ilegal de tierras de propiedad de la nación a los monjes del Monte Athos, cuyos responsables siguen sin conocerse. Por lo tanto, los jóvenes tienen razón cuando consideran que, en Grecia donde reina la corrupción, nadie corre el riesgo de ser castigado.
Con el rostro oculto por un pañuelo o una capucha -se les llama, de hecho, «los encapuchados»- los manifestantes más radicales gustan de encontrarse en la plaza Exarjia, en el centro de Atenas, el lugar donde Alexis perdió la vida. La policía sueña con vengarse de ellos, sobre todo porque este «Greenwich Village» a la griega está situado al lado de la Escuela Politécnica; sitio emblemático donde, en 1973, la juventud ya libró una batalla decisiva contra la dictadura. Allí los enfrentamientos entre anarquistas y fuerzas del orden poseen una vieja tradición.
Las imágenes difundidas por las televisiones del mundo mostraban sobre todo los fuegos que habían encendido estos grupos. Sin embargo, el espectador advertido habrá notado diferencias notables con relación al espectáculo habitual. En primer lugar, las multitudes de «vándalos» eran mucho más densas que en otros lugares. Además, no operaban sólo en Atenas, sino también en una pléyade de ciudades. Y, por añadidura, la violencia urbana, provocada por la actitud policial, se prolongó durante bastantes días. Lo que significa que, en esta ocasión, una gran masa de jóvenes participó en la revuelta, muchos de los cuales no habían tenido hasta ese momento ningún contacto con el anarquismo -que fue indudablemente la opción política que lideró esta movilización-. Detrás de las barricadas erigidas en todas partes se encontraban incluso adolescentes de 13 y 14 años.
El Gobierno resaltó la presencia de los «encapuchados» para evocar un «atentado contra la democracia». ¿De qué democracia nos están hablando?, replicaron los manifestantes. Indudablemente, los estudiantes de secundaria y primaria respondieron a la represión atacando los puestos de policía con piedras. Otros, es verdad, participaron en la destrucción de sucursales de bancos. Pero el Gobierno, unos días antes, indiferente al hecho de que centenares de miles de griegos se hundieran en la miseria, les había ofrecido a esos bancos un hermoso paquete de 28.000 millones de euros. Y simultáneamente, esos mismos bancos delegaban en despiadadas empresas privadas de cobro la recuperación por todos los medios de los pequeños créditos, insultando, amenazando y confiscando…
Sin embargo, aunque parezca sorprendente, la cólera de los jóvenes, a menudo violenta, no está politizada. En realidad, no debiera extrañar ¿puede ocurrir de otra manera cuando los propios partidos, con excepción de la extrema izquierda, hacen oídos sordos a las exigencias del movimiento?
«Ni diálogo abierto, ni siquiera un mensaje recibido, ninguna conclusión extraída. Como si se tratara de esperar que los jóvenes se cansen de `romper» para que la revuelta llegue a su fin». señala el analista Stravos Fanaras. Para él, muchos manifestantes vuelven tal vez a sus casas… hasta la próxima provocación-pretexto. Otros integrarán el semillero de los grupos violentos. «Eso ya ocurrió después del asesinato de Michel Kaltezas», confirma el ex periodista Alexandre Yiotis, un viejo anarco-comunista, antaño activista en este tipo de movimientos en Francia, España y Grecia. Y agrega: «Engrosaron especialmente las filas de la organización terrorista 17 de Noviembre». Ya retirado de la acción, de todas maneras Yiotis observa que la mayoría de las banderas agitadas en las manifestaciones unían el rojo y el negro.
En la propaganda oficial transmitida por los medios de comunicación, sobre todo la televisión, hay dos elementos que sorprenden. Primero, el papel de los inmigrantes en los acontecimientos. Se dijo que el pillaje de los negocios incendiados había sido hecho por «inmigrantes hambrientos». La televisión incluso señaló que, en Asia, «era una práctica corriente: manifestar, romper, robar». Se negaban a admitir que los «elementos violentos» fueran antes que nada puros griegos, autóctonos, sublevados contra un sistema político corrupto y desgastado. Y si algunos gitanos rumanos habían tomado parte en las revueltas, fue sobre todo para vengar a los suyos, víctimas olvidadas de la represión policial ordinaria…
Multitudes hambrientas -de griegos, principalmente- se entregaron al pillaje. «Un fenómeno nuevo -observa un estudiante-. Antes, en las manifestaciones, estudiantes y sindicatos iban a la cabeza, luego desfilaban los partidos políticos, con Syriza a la cola. Después venían los anarquistas y, cuando el clima se calentaba, se metían en las filas de Syriza… y todo el mundo era molido a palos. Ahora, después de los anarquistas, va un último bloque: el de los hambrientos. Inmigrantes, toxicómanos, okupas, sin techo, desesperados; saben que en las manifestaciones encuentran comida».
Segundo invento del poder y de los medios de comunicación: «ciudadanos encolerizados» se habrían organizado para defender la ley y rechazar a los saqueadores. Sucedió lo contrario: trataron de expulsar… ¡a la policía antidisturbios! Pequeños comerciantes gritaban a los uniformados que se fueran, mientras algunas personas que pasaban se arrojaban sobre ellos para liberar a los escolares detenidos. Conscientes de que no era posible mantener a los chicos en la casa, padres y abuelos salieron con ellos a la calle para protegerlos… y manifestar también su ira. El mundo al revés…
¿Será un movimiento duradero? «Dado que la crisis económica mundial llegará pronto, que una gran parte de la juventud seguirá siendo marginada, que la situación de la educación no mejorará, y que no veremos pronto el final de la corrupción política, el fuego seguirá nutriendo el incendio», señala el periodista y analista político Dimitris Tsiodras.
Y ya no se trata sólo de Grecia. El movimiento ha logrado «exportarse» o, más simplemente, ha convergido con otros. Por una buena razón: el hecho de que esta generación sea la primera, desde la Segunda Guerra Mundial, que no espera vivir mejor que sus padres no constituye un fenómeno exclusivamente griego, bien lejos de eso…
Notas
1)Hasta el punto de ubicar la muerte de la Unión Soviética en 1956, año del XX° Congreso del Partido Comunista Soviético, teatro del informe secreto de Nikita Kruchev y del inicio de la desestalinización.
2) Con este partido racista y antisemita la extrema derecha volvió al Parlamento en 2007, por primera vez desde 1974.
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