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La resistencia antinazi: Asunto de grandes señores

Fuentes: Rebelión

Una académica de origen alemán residente en Francia brinda una investigación acerca de la resistencia antihitleriana alemana en la que destaca la valoración elogiosa de las corrientes conservadoras y cierto desapego hacia las expresiones de la izquierda.

Bárbara Koehn.

La resistencia alemana contra Hitler. 1933-1945

Madrid. Alianza Editorial.

375 páginas.

Esta obra se ocupa de una dimensión de la lucha antifascista librada precisamente en las entrañas del monstruo. En el territorio dominado por cuerpos represivos dotados de la más siniestra eficacia, con recursos amplísimos a su disposición y respaldados por tribunales amañados que prodigaban penas de muerte ante casi cualquier acto de rebeldía.

Mientras la resistencia francesa y, en un poco menor medida, la italiana, han ocupado amplios espacios en la historiografía, la literatura, el cine y la televisión, lo ocurrido en tierras germanas es mucho menos conocido. Incluso es frecuente encontrarse con la desacertada creencia de que nada podía moverse en el infierno totalitario regido por Adolph Hitler. Y por tanto casi no hubo expresiones resistentes.

El discreto encanto de los conservadores.

Un primer reconocimiento que cabe para este libro es el de que echa luz sobre los movimientos de resistencia antihitlerianos. Millares de militantes que se jugaron la piel para intentar detener las acciones criminales del nazismo, con todas las probabilidades en contra. A lo largo de 12 años, de diversas modalidades de lucha, con componentes sociales e ideológicos muy diversos.

Los integrantes de las iniciativas resistentes no lograron sus objetivos y la Alemania nazi quedó abocada a la derrota catastrófica, con el Führer al frente casi hasta el último día de la guerra. Lo que no priva de interés historiográfico y político a las múltiples organizaciones e individualidades que hicieron el intento de dar fin a la tiranía, o al menos de oponerse a algunos de sus designios.

Más allá del interés señalado de su objeto y el valor informativo de una obra destinada a un público amplio, cabe hacer al trabajo de Koehn objeciones importantes.

Toda la dedicación de la autora trasunta una preferencia por los sectores que impulsaron la oposición al nazismo desde posiciones conservadoras, que en muchos casos coincidían con profundas convicciones religiosas. Con un origen social en que primaba la extracción elitista, incluida en algunos casos la procedencia de lo más rancio de la aristocracia terrateniente prusiana.

Esa predilección se da en primer lugar por la distribución y organización de los contenidos del libro. La autora dedica sendos capítulos a la resistencia de las iglesias; a la de genérico signo conservador, a la conjuración cívico militar que tuvo su punto culminante el 20 de julio de 1944, y a los proyectos para Alemania después del nazismo que produjeron ideólogos de la derecha orientados contra Hitler. También incluye un breve tratamiento de las acciones de los judíos frente al ataque nazi.

Por fuera de esos incisos, hay otro dedicado a la resistencia en el extranjero, en el que se brinda extenso tratamiento a las acciones de los oficiales de la wehrmacht prisioneros de los soviéticos y se despacha con menor minuciosidad a las variadas manifestaciones de los intelectuales y militantes expatriados. Un capítulo dedicado a la disconformidad juvenil se centra asimismo en los grupos de inspiración religiosa, no en los de izquierda.

La acción de los grupos socialdemócratas y comunistas, y de las organizaciones sindicales a ellos vinculadas, es abordada en sólo una treintena de páginas bajo el título “la resistencia de los obreros”. La actuación  de organizaciones de justificado renombre, como la llamada “Orquesta roja”, de fuerte presencia comunista, que actuaba en el interior de Alemania, y la SOPADE socialdemócrata, que lo hacía desde el exilio, no ocupan a la autora, con discutibles explicaciones para ello.

La opción temática de la historiadora sería más atendible si su elección hubiera sido circunscribirse a las variantes antinazis situadas más bien a la derecha. De hecho, su protagonismo en una asociación de memoria que lleva al 20 de julio de 1944 en su denominación, pone de manifiesto que esa es su especialidad.

Tal como en otro caso, el español, hizo Javier Tusell en La oposición democrática al franquismo. Allí se ocupó sólo de las corrientes a las que identificó como “democráticas”, excluyendo así el foco de atención habitual en el Partido Comunista y sus organizaciones colaterales.

Koehn en cambio toma el camino menos claro de incluir a las izquierdas, pero relegándolas desde el espacio que les asigna. Y un tratamiento algo displicente a propósito de sus objetivos y los actos a través de los que intentaron llevarlos a efecto.

De burgueses, terratenientes y obispos.

La mirada de la historiadora es más que benévola hacia eclesiásticos, empresarios, militares, funcionarios e intelectuales que enfrentaron a Hitler desde coordenadas afines al pensamiento tradicional alemán. El denominador común es presentarlos como desinteresados e inspirados en elevados valores nacionales, éticos y religiosos.

A eso se le añade que la autora tiende a identificarse con las creencias y las acciones del Segundo Imperio alemán. Y en particular con la obra gubernamental del canciller Otto von Bismarck. Al que presenta como un equilibrado estadista. Dotado de fuertes preocupaciones sociales y tempranamente preocupado por la unidad europea. Y pasa por completo al costado de los rasgos autoritarios, represivos e imperialistas de su gobierno y el de sus sucesores bajo el reinado de Guillermo II.

La república de Weimar es apenas señalada como un interludio convulso e ineficaz. Males atribuidos al pasar por la autora a un diseño institucional deficiente, por ser ajeno a los precedentes germánicos.

A partir de esa admiración por la Alemania imperial, justifica plenamente las visiones que se opusieron a Hitler desde las alturas sociales y la derecha del arco político. Lo hace desde miradas más cercanas a la de los junkers nacionalistas que respaldaron al imperio, que a las de los obreros socialistas e internacionalistas que lo combatieron.

En aras del sustento a sus defendidos, Koehn no ahorra esfuerzos. Las oposiciones más radicales son condenadas por atraer más represión y víctimas que resultados positivos. La pasividad, parece decirnos la autora, puede ser un valor. A la hora de ocuparse de las figuras religiosas no se priva de justificar incluso al papa Pío XII, al que exhibe como portador de una forma “prudente” pero clara de denuncia de los crímenes del nazismo.

Las extendidas condenas al silencio cómplice o las ambigüedades inexcusables de ese pontífice no arredran a la autora. Algo más mesurado es su tratamiento de las iglesias protestantes y católica actuantes en Alemania, aunque alberga ciertos reparos en torno a las variantes más radicalizadas en su oposición. Y esgrime justificaciones al hecho de que a menudo sólo defendieran a sus fieles y no al pueblo en general, judíos incluidos.

En ese y otros ejemplos, la profesora se enzarza en breves polémicas contra autores que han puesto en duda la consecuencia ideológica antinazi o la firmeza en las actitudes críticas de quienes experimentaron el nazismo desde las alturas sociales e institucionales. El destacado historiador Hans Mommsen resulta en ese campo uno de sus blancos favoritos. Lo acusa de un posicionamiento “ideologizado”, tal vez autoasignándose “objetividad”.

Nobleza y patriotismo frente a advenedizos fanatizados.

El libro podría haberse titulado “La aristocracia y la burguesía alemanas contra Hitler”. Tal denominación hubiera hecho más transparente la intención de fondo de la autora: Eximir a las clases dominantes teutonas de la instigación o la complicidad en los actos del hitlerismo.

Sin desarrollarla con amplitud, Koehn converge en la línea más banalizadora y exculpatoria de caracterización del nazismo: Apenas una banda de gángsters y arribistas, comandados por un loco de ideas extrañas a toda la historia nacional. Y sin ninguna inscripción de clase, salvo un “plebeyismo” de contornos imprecisos.

De la culpabilidad de la dirigencia alemana apenas resta en el libro la imprudencia de quienes lo elevaron al puesto de canciller con la errónea confianza en poder subordinarlo a las fuerzas conservadoras.

Hasta el presidente, mariscal Paul von Hindenburg, que coexistió con el Führer hasta su muerte sin mayores objeciones, es rescatado como una influencia “moderadora”, lamentablemente frustrada por su fallecimiento.

A contrario sensu los más variados representantes de la propiedad y el poder tradicionales son exaltados como portadores de una visión pura y altruista, que se asentaría en los antecedentes de larga data de las elites alemanas.

Nada las haría partícipes de las tropelías de un plebeyo ignorante como Hitler, al que habrían combatido en cuanto tuvieron oportunidad, con verdadero derroche de valentía. E inspirados por el ideal de una Alemania más justa y democrática, sin caer en la “demagogia” izquierdista.

El prolongado silencio frente al régimen de muchos “resistentes” tardíos, acompañado por el usufructo de altos cargos en las burocracias civiles y militares, no detiene a la autora en su afán vindicador. Nada habría allí de cálculo egoísta y resguardo de privilegios, sino prudencia, trabajo de zapa y espera de la oportunidad adecuada.

Desde ya los exime de cualquier sospecha, que ataca en otros historiadores, de que los opositores postreros respaldaron al nazismo durante la mayor parte de su vigencia y sólo se apartaron cuando la catástrofe se dejó ver como cercana e inevitable.

Para Koehn es casi un detalle que el movimiento opositor más vasto, el de julio de 1944, se desató precisamente  cuando sólo a los fanáticos podían caberle dudas de que el hundimiento del Tercer Reich sólo era cuestión de tiempo.

Los militares partícipes serían dechados de patriotismo, profundo espíritu cristiano, sentido del honor castrense y aristocrático espíritu de cuerpo, Y por sobre todo querían exterminar a un tirano ignominioso. Y salvar a su patria de desmoronarse a merced del espíritu vengativo de los “aliados”, creyentes por entonces en la “culpa colectiva” alemana.

El operativo implícito respecto al juicio acerca de las fuerzas armadas germánicas es transparente: Los ínclitos entorchados, en su mayoría, no tendrían ninguna afinidad con el nazismo, y menos aún alguna participación en atrocidades y asesinatos en masa. Sólo las hordas de “don nadies” de la Gestapo o las SS serían responsables de los crímenes contra la humanidad.

Los altos oficiales y otros dignatarios, en cambio, quedan en el juicio de la autora libres de responsabilidades e inscriptos en la prosapia espiritual de Kant y Beethoven. Y del venerado señor de Bismarck, por supuesto.

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A despecho de los reparos que venimos reseñando, cabe reiterar la admisión de que el libro contiene abundante y precisa información, potencialmente útil para quienes no somos expertos en la historia alemana contemporánea.

Lo que no quita que el modo de argumentar en torno a esa información constituya un cabal ejemplo de lo que puede ocurrir cuando se trata de eludir a toda costa el encuadre del proceso que se estudia en los términos del conflicto social.

Se produce una consecuencia habitual, que es la de traslucir un claro alineamiento con las clases dominantes, enaltecidas a despecho de cualquier prueba en contrario. Aquí presentadas como víctimas privilegiadas de una banda de “locos criminales” en nada vinculados a sus intereses e inspiraciones.

Frente a esa mirada sesgada, todo vínculo entre capitalismo y nazismo es soslayado, y el “totalitarismo” remitido a las sombras de la intrínseca maldad humana, perversión que se ahonda cuando anida en almas incultas cercanas al “populacho”.

La de Bárbara Koehn está, como tantas otras producciones académicas, teñida de elecciones ideológicas, incluso militantes, que no se admiten como tales y se refugian en la autoatribución de un rigor intelectual que niegan a sus contradictores.

 La orientación del libro que nos ocupa hace desear una historia diferente de la lucha de los alemanes contra Hitler. Una que asigne el lugar debido a quienes entendían sus combates como parte de la lucha mundial por el socialismo y la libertad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.