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La revolucion posmaterialista

Fuentes: Rebelión

Una opinión que me ha llamado la atención al comienzo del levantamiento violento de los «yihadciber» franceses estriba en que los ciudadanos de las ciudades ricas se preguntaban: «¿Pero por qué protestan de este modo, qué les pasa?». Pues sólo hallo una respuesta: el Estado, las universidades, los medios de comunicación, los sindicatos de viejo […]

Una opinión que me ha llamado la atención al comienzo del levantamiento violento de los «yihadciber» franceses estriba en que los ciudadanos de las ciudades ricas se preguntaban: «¿Pero por qué protestan de este modo, qué les pasa?». Pues sólo hallo una respuesta: el Estado, las universidades, los medios de comunicación, los sindicatos de viejo cuño, los partidos políticos, la jerarquía vertical y las corporaciones burocráticas tal como las entendíamos hasta ahora ya no representan a la mayoría de la ciudadanía mundial, ni sirven como intermediarios entre la sociedad civil y los centros de poder.

Es decir, la tormenta de rabia que ha incendiado de luz y fuego las áreas metropolitanas de Francia se debe a que el sistema político global, con sede en el centro de las grandes capitales de Occidente, se ha desquebrajado y ya no aguanta la presión demográfica de subsaharianos, árabes, indios, latinoamericanos y autóctonos que aspiran a vivir como los ciudadanos burgueses de las urbes desarrolladas. Todos quieren vivir más de 75 años; no morirse a los 40, como en África, o a los 60, como en Guatemala, o a los 68, como en los suburbios de París, Londres o New york…

En realidad, asistimos al preludio de la primera «revolución posmaterialista» que, en breve, puede sacudir a todo el planeta. De hecho, en esos mismo puntos donde se ubica la elite económica, comienza a producirse un desplazamiento hacia fuera de una parte de la juventud bien formada, con estudios y crítica con el sistema, pero que no puede vivir ahí por el precio de la vivienda y porque se siente explotada laboralmente.

¿Qué pasará cuando los ciudadanos se vean empujados hacia las áreas metropolitanas, como ya sucede, y levanten la voz al romperse la frontera entre el centro y la miseria? ¿Las autoridades declararán el toque de queda y convertirán las ciudades en un «gran hermano» mundial -panóptico de Foucault- para controlar el pensamiento, la crítica y los actos de protesta como si viviésemos en una cárcel planetaria al servicio de una minoría opulenta?

La globalización de la economía ha servido para que los ricos sean más ricos, pero también para que los rechazados de las áreas de poder aprendan a utilizar las nuevas tecnologías y de este modo utilicen nuevas formas de subversión. Por ejemplo, ¿qué pasaría si en la red virtual aparece la convocatoria de una «jornada de lucha»en toda Europa, sin jefes, porque en la red no hay jefes, sólo la confluencia de muchos ciudadanos airados con el neoliberalismo? ¿Están los estados preparados para neutralizar miles de disturbios a la vez el mismo día?

No olvidemos que en Europa los jóvenes de las ciudades y las áreas metropolitanas han crecido con una cierta seguridad económica, educación, sanidad y prestaciones sociales. Son posmaterialistas. Sus aspiraciones humanas, aparte de un empleo digno, van más allá de valores materiales, como la participación política horizontal sin tanta jerarquía ni burocracia, la democracia cosmopolita, la ecología, la diversidad sexual, igualdad de género…Sin embargo, si de pronto ven que ni siquiera pueden aspirar a un empleo digno, como tuvieron sus padres, se frustrarán y surgirán «identidades de resistencia» en el nombre del territorio urbano, en forma de bandas, de urbaterroristas o, simplemente, de desesperados.

Los dirigentes políticos han fracasado a escala mundial con respecto a las relaciones internacionales de los estados. Los grandes del mundo han intentado imponer un modelo político y económico que no satisface a todos. Han promovido guerras por petróleo. Les da igual que en los países del Tercer Mundo trabajen niños de ocho años para las multinacionales. La consecuencia directa es que hoy muchos ciudadanos de oriente y occidente, aunque no lo reconozcan públicamente, ven a Al Quaeda con simpatía, no por los principios religiosos que defiende Ben Laden, sino porque pone en jaque al sistema capitalista.

Quizá los políticos debieran tomar nota de esto, pues en las ciudades se empieza a notar un hartazgo entre los jóvenes cuya respuesta ya la hemos visto en Francia. El modelo burocrático y corporativo de los partidos, los sindicatos, la universidad… ya no representa a los jóvenes, por mucho que los medios de comunicación traten de edulcorar los problemas locales o globales. Y si no, ¿por qué los airados franceses no reconocen a ningún intermediario social, educativo o político.