Es triste ver de nuevo cómo la clase media urbana se burla del pueblo raso, en Guatemala se vive a diario la tragicomedia de la doble moral. En primera instancia agenciándose el nombre de «Pueblo» en las recientes manifestaciones contra la corrupción para llamar la atención y no mostrar desde el principio lo desteñida que […]
Es triste ver de nuevo cómo la clase media urbana se burla del pueblo raso, en Guatemala se vive a diario la tragicomedia de la doble moral. En primera instancia agenciándose el nombre de «Pueblo» en las recientes manifestaciones contra la corrupción para llamar la atención y no mostrar desde el principio lo desteñida que está. Sabe perfectamente que el término «Pueblo» es de honra y bizarría, quiso entonces aparentar tenerlas para pavonearse entre carteles y mantas, entre banderas patrias y gritos y bullaranga.
Esa clase media urbana que discrimina a los que no son letrados, ni tienen carro, ni loción fina, ni conocen de reglas de etiqueta; esa misma es la que se salió a manifestar para ir a broncearse y ahorrarse el viaje a la playa (porque también es garra) y de paso tomarse cantidad de fotografías para presumirlas en las redes sociales y con esto aparentar consecuencia: siempre, como siempre aparentar…
Hay años luz de distancia entre los clasemedieros y los campesinos, los obreros y los proletarios. Hay años luz en humanidad, en osadía, en esa consecuencia de pararse de frente y encarar lo que se venga, mientras unos aparentan los otros son. Mientras unos corren a esconderse los otros ponen el pecho. Mientras unos reculan los otros acuerpan. No, para la consecuencia humana no se necesitan cartones de universidad, ni vestir ropa de marca, mucho menos hacer activismo plástico en redes sociales para ganar adeptos.
Gran aprendizaje nos han dejado estas manifestaciones contra la corrupción, jamás el pueblo raso debe fiarse de la clase media porque ésta tarde o temprano pega la puñalada por la espalda.
Quien los hubiera visto en las manifestaciones bien emocionados, lloraban, cantaban, celebraban, aclamaban un despertar patrio, se tiraban al suelo a revolcarse entrados en trance, se jactaban de ser la generación del cambio, de que se habían metido con la generación equivocada, de que ellos sí harían la primavera guatemalteca, de que esto y que lo otro y que aquí y que allá y que no sé qué y que no sé cuánto. Tuvieron el arrojo de descalificar las manifestaciones y los bloqueos que hacían los campesinos, tachándolos de haraganes y de incultos, de montañeros incivilizados que les echaban a perder (por tremendos arrestos) la atención internacional que se habían ganado los urbanos. Los reprimió la policía y la clase media urbana no fue digna de indignarse.
De pronto lo inimaginable fue ver a las universidades unidas, por ahí las privadas cargando carteles de mártires de la patria, solo los utilizaron para aparentar consecuencia y no declarase abiertamente estudiantes de porcelana. Se vio a «intelecuales» (lo pongo entre comillas porque los intelectuales de verdad nunca dicen que lo son y mucho menos hacen jactancia de su intelecto, lo otro es oportunismo barato) a «poetas,» «músicos,» «deportistas,» salió el chucho y el coche a manifestar, bien perfumados eso sí para no transpirar el tufo de la incongruencia y echarse color de rajones.
Se crearon convergencias, colectivos, organizaciones estudiantiles, se dieron conferencias, algunos se creían que andaban dictando cátedra y hasta citaban a Jacobo Árbenz, pero no hablaban por supuesto de la Reforma Agraria porque eso incluye al pueblo raso, a quien usa caites de suela de llanta, a quien andan descalzo. En el extranjero los oportunistas que se creen dirigentes políticos, defensores de migrantes, guatemaltecos ilustrados y pescozudos se dieron a la tarea de inventarse dos o tres oraciones y de enviar comunicados a medios internacionales con el afán de figurar. Colgarse en últimas instancias de la desgracia del pueblo raso. Letrados clasemedieros tenían que ser.
Dieron entrevistas y unos de mustios pasaron a ser héroes nacionales, se autoproclamaban héroes nacionales, por supuesto con todo el buen colmillo del oportunismo. Las fotos que les tomaron y que salieron en los periódicos impresos hoy las tienen pegadas en las paredes de las salas de sus casas, como muestra de que según ellos hicieron historia. Salir a manifestar es una obligación ciudadana no tiene nada de extraordinario. Salir a asolearse tampoco, ahí están los campesinos, los vendedores ambulantes, los recogedores de basura, los albañiles y ellos no andan haciendo jactancia de eso, mucho menos tienen el lujo de comprarse un bronceador. Las cosas como son.
Después de aquella tragicomedia que duró meses, cada sábado pachanguero de manifestaciones, estos urbanos le hicieron creer al ciudadano rural que transformarían el país, que ahora sí una Guatemala nueva, que ahora sí el despertar definitivo. Una vez más el pueblo raso acuerpó, como lo ha hecho desde siglos; siempre fiel, siempre humano, siempre consecuente y también se unió a las manifestaciones a pesar de que esto representaba para él quedarse sin comer una semana ya que lo que gastaba en pasaje de los departamentos a la capital era sin lugar a dudas con el que compraría su conqué. Este enorme esfuerzo es incapaz de verlo el clasemediero letrado urbano; siempre arrogante, siempre señor y catrín.
A la clase media le lava el cerebro ese clan usurero que conforma el CACIF y por ende los medios corporativos de grandes vuelos así como esos pequeños que se dicen ser progresistas pero que al final le lamen los zapatos a los tiranos porque haciéndolo se acreditan un buen hueso en espacio, masa amorfa que los idolatra, contactos de medios internacionales de ultraderecha que les abren las puertas y les echan aires y todo esto que les permite lucirse a costillas del sufrimiento de los marginados. A esa clase media les meten el miedo con supositorios, en verbo de docentes universitarios en universidades privadas, en la vergüenza de los traidores en la Universidad de San Carlos de Guatemala, en jerga de hipócritas, en reuniones de entacuchados.
Distante a esta clan de ingratos se encuentra el campesino explotado y marginado, el obrero que tiene la espalda curtida de tanto trabajar de sol a sol, el proletario siempre fiel. Esa clase media que hoy abarrota los centros de votaciones siempre es la que traiciona, la que se aprovecha, la que se luce, la que desahucia. Esa clase media urbana que araña la burguesía es la que solo piensan en sí misma, es la que desconoce la solidaridad, el abrazo hermano, la mirada honesta.
Esa clase media hipócrita que se lució en las portadas de los periódicos del mundo es la que hoy sale a votar, a dar lo más por lo menos. A pegarle la puñalada por la espalda a quienes sí lucharon y sueñan con que Guatemala cambie para bien. A esos que hoy están solos, a esos a los que la parvada de la muchedumbre los desconoce por fieles, por consecuentes, por tener identidad y Memoria Histórica.
Hoy salen a votar esos estudiantes catrines que se decían ser «Pueblo» esos intelectuales de escritorio, jactanciosos y pedantes. Esas masas amorfas que van para donde las arrean.
Que el mundo sepa que quienes entregan hoy al país nuevamente en manos de los traidores no es el campesino, ni el obrero ni el proletario; es la clase media que ni por tener perchas de cartones de universidad logra tener un solo glóbulo de sangre roja y de dignidad. ¿No es que les habían robado todo que hasta terminaron quitándoles el miedo? Que el mundo sepa que el pueblo raso se organizó, que luchó, que hasta el último instante ha estado fiel. Que el mundo sepa que es la clase media pretenciosa la que hoy pone en las urnas a la Guatemala de gente trabajadora, honesta y mancillada.
Que el mundo sepa que los de los arrestos fueron, son y serán siempre: los campesinos, los obreros y los proletarios. Lo demás, lo demás es oportunismo e inconsecuencia clasemediera.
Al principio de toda esta farsa me preguntaron que por qué no creía en la consecuencia de estas manifestaciones y por qué no las respaldaba con mi letra, sí lo hice, sí las apoyé y sí también siempre dejé claro que quería equivocarme, que quería que me demostraran que esa clase media sí tenía arrestos, de nuevo me equivoqué. Porque el pueblo raso estuvo listo para ir con todo a este cambio, la que se rajó coyona fue la clase media, aguacata. Estuvieron a un paso de hacer historia y de ir por lo grande pero ya no dependía de ir a asolearse los sábados, ni de carteles, ni de fotos en las redes sociales. Dependía algo mucho más grande que solo el pueblo raso tiene. Dicho y hecho: «solo el pueblo defiende al pueblo.»
Que el mundo sepa que un cartón de universidad, que alardear de intelectualidad, que la pretensión, que el arribismo no sirven de nada para sacar adelante a un país. Para sacar adelante a un país se necesitan arrestos.
Loor a los campesinos, a los obreros y a los proletarios de mi Guatemala herida.
Para la próxima ya sabemos que la que recula es la clase media emperifollada. Hoy Guatemala duele más que nunca, hoy su herida sangra, hoy llora, hoy mi Guatemala rasa se siente traicionada, ha sido traicionada.
Abrazo desde esta lejanía a quienes fueron siempre honestos durante este proceso, que confiaron, que hablaron claro, que siguen de pie y hombro con hombro hasta las últimas instancias de esta farsa electoral. Como siempre no generalizo, de todos los sectores vimos gente comprometida, y es la que sigue fiel. También en esa clase media rastrera hay gente honesta, muy poca esa sí.
Hoy es el velorio y sepelio de la que pudo haber sido una Guatemala renaciente y con esperanza, gracias a los ruines. Pero seguimos, aquí no se rinde nadie porque solo el pueblo defiende al pueblo.
@ilkaolivacorado
Blog de la autora: http://cronicasdeunainquilina.com/
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