No. No se trata de la atractiva novela de Mario Benedetti, escrita a fines de los años 50, y en la que un burócrata uruguayo pronto a jubilarse -Martín Santomé- se enamora de una simpática compañera de trabajo, que pronto se le muere.
No. Se trata más bien de este extraño “pacto” suscrito entre bancadas del gobierno y de la oposición, y que -por lo menos- sorprendió al país la pasada noche del miércoles, mientras el mundo esperaba -con el alma en un hilo- el inicio de la “guerra” de Biden, en Ucrania, que nunca llegaría. Antes de ella, todos auguraban una nueva confrontación entre Ejecutivo y Legislativo en una etapa crucial en la vida peruana.
De pronto, un abrazo afectuoso –la resaca de San Valentín, la llamó Perú 21- envolvió a los actores aficionados del Palacio Legislativo y entonces pudimos enterarnos que se había iniciado -así se llama- “una tregua”, entre los contendientes del escenario político nacional.
Esta, a diferencia del relato del excelente escritor montevideano, será breve y carece de contenido. Refleja, apenas, una voluntad gestual. En otras palabras, es un acuerdo puntual que no conduce a ningún puerto. Para el Gabinete Torres, es tan solo el preludio de un debate que tendrá lugar por “la confianza” que difícilmente será negada.
Y para las bancadas de la oposición, una manera de “hacer tiempo” y recuperar el aliento después del susto que les generó la edición de “Hildebrandt en sus trece”, que puso en evidencia, y sacó a luz, sus citas clandestinas –y golpistas- y las aireó al sol en el fragor de este verano ardiente.
El Consejo de Ministros no puede sonreír satisfecho porque su amenaza principal no proviene de las agresivas gargantas de sus detractores constantes; sino de la mirada consternada de sus propios seguidores, que no comprenden cómo el gobierno se golpea a sí mismo renunciando a sus mejores armas.
No se entiende, en efecto, cómo, por ejemplo, prescinde de Hernando Cevallos en Salud y Gisela Ortiz en Cultura; para entregarle esas posiciones a dos figurines que usarán la Camiseta para la foto, pero que perderán los goles como Cuevita en el Mundial pasado.
Una suma de complacencias y de concesiones, más que de voluntades, resulta así el “equipo” que nos presenta Aníbal Torres para competir en este extraño campeonato en el que lo único que se busca es no perecer en la contienda. Pero la “oposición” no luce más cuerda. Y es que se muestra atada a su propia tela, como una araña venenosa que se enreda sin querer, y casi sin darse cuenta.
A falta de un discurso que justifique preocupaciones razonables, sus portavoces recurren a un manido anti comunismo que ya no resulta rentable. Por eso lo llenan de palabras vacías y de adjetivos torpes. Y es que son conscientes que carece de esencia y que no expresa contenido alguno.
La “movida” -alentada sin duda por la titular del Legislativo- muestra el miedo de Mari Carmen Alva ante la denuncia constitucional presentada contra ella por la ministra de Trabajo. Algo, que no esperaba, acostumbrada como estaba a los apenas gruñidos de unos, y denuestos de otros.
El giro de los acontecimientos, sin embargo, dejó sus palabras a los virulentos seguidores de Willax TV. Desconcertada, la Leiva enmudeció en cámaras; pero Beto Ortiz y Phillip Butters vomitaron denuestos de grueso calibre. Para ambos, “la tregua” no fue una novela, sino la expresión de una torpeza infinita de una Oposición sin rumbo, ni valores.
En este extremo, la razón no dejaba de asistirles; pero les generaba una ira infinita. Ellos preferían discursos tronantes, como los de Donald Trump; y amenazas sibilinas, como las de Joe Biden hablando de Ucrania. Pero les mordía el alma ver a Maricarmen envolviendo tiernamente en sus brazos al arisco Waldemar Cerrón.
Este último, probablemente no recordó lo que dijera Javier Diez Canseco en el 2012: “cuando yo acuso a alguien de delincuente, en público; no me abrazo con él, en privado”. Política de principios, llaman a eso.
Y en lo que se refiere al común de los peruanos, este sorpresivo abrazo parlamentario apenas si forma parte del anecdotario de nuestra política criolla, llena de incoherencias y veleidades; y no ofrece nada más que un nuevo cúmulo de falsedades.
De por medio queda lo que veremos por delante: ¿se investigarán las movidas golpistas accionadas en el hotel Miraflorino? ¿Se dirá algo acerca de la Fundación alemana adscrita al Partido Liberal Democrático que hoy gobierna ese país? ¿Qué habría ocurrido si la fundación no hubiese sido alemana, sino venezolana, y los parlamentarios invitados hubiesen sido de Perú Libre y Juntos por el Perú? ¿Cuál habría sido, en ese extremo, el discurso de Rafael López Aliaga y el de los otros cancerberos del Imperio? ¿Cómo quedarán las “interpretaciones auténticas” de la Constitución pergeñadas por las bancadas para facilitar la vacancia del Presidente Castillo y cómo las variantes destinadas a consolidar el Poder Parlamentario en detrimento de las funciones del Ejecutivo?
Se trata, sin duda, de interrogantes prontas a despejar. Pero su trama será más compleja y enredada que las fantasías de la Casa Blanca referidas a la Guerra de Ucrania.
En la calle, el pueblo desfila con una sola consigna: “Ni olvido, ni perdón”, y Castillo -despistado- busca al gato para que sea despensero: pide a la OEA ¡investigar la corrupción!
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