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Italia

La unidad de la izquierda y la refundación de la representación política

Fuentes: Sin Permiso

Hace unas semanas, un grupo de independientes italianos, entre los que se encontraban personalidades como Luigi Ferrajoli, Rossana Rossanda, Pietro Ingrao, Pino Ferraris o Danilo Zolo, realizaron un llamamiento para la constitución de una «lista única de izquierda» para las elecciones europeas. El pasado sábado 7 de marzo, en Florencia, tuvo lugar una Asamblea en la que participaron representantes de distintas fuerzas políticas de izquierda para discutir el contenido del llamamiento. A continuación, reproducimos el discurso introductorio pronunciado por el jurista Luigi Ferrajoli.

1. Sólo querría decir unas pocas palabras sobre el sentido y el por qué de nuestro llamamiento a una lista única de la izquierda para las próximas elecciones europeas. Un llamamiento que ha recogido más de 2.000 adhesiones y que procura apelar a la sensatez, a la razón y, al mismo tiempo, al sentido de responsabilidad de las cúpulas de los partidos de los que depende el futuro de la izquierda.

Actualmente, los grupos dirigentes de los diversos partidos de la izquierda están abocados a la presentación de por los menos dos listas. Sin embargo, consideramos un deber insistir en las razones de nuestro llamamiento. Se trata de razones muy simples. La primera: a resultas de la barrera del 4%, la izquierda a la izquierda del Partido democrático corre el riesgo de ser derrotada y de desaparecer, víctima de sus divisiones, de sus rivalidades internas y del cansancio y la desconfianza que estas divisiones han generado en su electorado. La segunda: este es un riesgo que no se puede correr -que el país no puede darse el lujo de correr- ya que la presencia institucional de una representación política de izquierdas es hoy más necesaria que nunca para defender la democracia de la deriva autoritaria, iliberal, antisocial y anticonstitucional en curso.

Asistimos, de hecho, al desmantelamiento lento pero progresivo de la democracia italiana, arrastrada al punto más bajo de la historia de la República. Los pasos dados en esta dirección son inequívocos y convergentes: la involución populista de nuestro sistema político y la creciente confusión y concentración de poderes -políticos, económicos y mediáticos- en manos del presidente del consejo; los conflictos de intereses, o mejor, la primacía de los intereses privados sobre los públicos en la cúspide del Estado; los ataques del presidente del consejo a la constitución republicana, sus manifestaciones de desprecio ante los límites y controles legales y sus agresiones a la magistratura y al resto de poderes del Estado; las leyes ad personam y las orientadas a debilitar la actuación de la jurisdicción frente a los delitos de los poderosos. Y más aún: las campañas racistas contra los romaníes y extranjeros; las leyes que introducen las patrullas ciudadanas y las que privan de hecho a los migrantes de los derechos elementales a la salud, al alojamiento y a la reagrupación familiar, así como las pulsiones racistas que estas medidas alimentan; el vergonzoso espectáculo desplegado en torno al drama de Eluana Englaro y la bancarrota de los principios básicos de libertad y laicidad del Estado, sacrificados a un pacto de poder con la jerarquía católica; el proyecto de instalación de centrales nucleares rechazadas hace 20 años por un referéndum popular; la agresión a los sindicatos, al derecho de huelga y a todas las formas de autotutela colectiva de los trabajadores; el control de la información y de los medios de comunicación, sobre todo de los televisivos, como instrumento de sometimiento de las conciencias y de degradación del sentido cívico. Todo esto está transformando a Italia en un país racista, envenenado por el miedo, por el odio al diferente y por el desprecio a los más débiles.

Frente a esta situación de emergencia, la respuesta de las fuerzas políticas a la izquierda del Partido democrático resulta de todo punto irracional e irresponsable. Las diferencias de fondo entre estas fuerzas en torno a las cuestiones básicas de la democracia, el trabajo o los derechos, resultan invisibles e incluso incomprensibles a nuestros ojos. Y, a pesar de ello, todas parecen paralizadas por sus polémicas y divisiones internas; por una suerte de tendencia autolesiva, autodestructiva, que se traduce en un clima generalizado de hostilidad y en las infinitas rivalidades, desconfianzas y maledicencias que han ido desgastando sus redes de conexión. Este clima envenado ha esparcido entre el electorado de izquierdas la desconfianza, o peor, el rechazo de la política, y la huida hacia el abstencionismo. Tan es así que, al menos en términos numéricos, el mayor partido de la izquierda seguramente es hoy el partido de la abstención.

2. Ahora bien, contra esta deriva, nuestro llamamiento ha querido expresar dos exigencias estrechamente ligadas entre sí. La primera es la necesidad de que se recupere la unidad entre las fuerzas de la izquierda: una unidad que ciertamente existe en su electorado, como demuestran las múltiples experiencias unitarias y de base, así como las numerosas adhesiones a nuestro llamamiento. Esto supone, en otros términos, poner fin a un vicio antiguo y autodestructivo que prolifera dentro de los partidos y en las relaciones entre sí: los recelos y la sospecha sectaria que lleva a ver un enemigo en el compañero más cercano y a descalificar las opiniones diferentes de la propia como si se tratara de signos de traición o de intereses inconfesables; la intolerancia frente al disenso incluso en cuestiones marginales, así como la pretensión sectaria de que todos se reconozcan en un pensamiento único y común; la incapacidad para convivir, en definitiva, con compañeros que tienen ideas sólo mínimamente diferentes ¿Cómo se entiende que en la izquierda se insista, con inflamada retórica, sobre el valor y el respeto por las diferencias, sobre el contacto con el «otro» como factor de enriquecimiento, y luego no se sea capaz de aceptar las divergencias fisiológicas que inevitablemente caracterizan toda comunidad de personas libres y maduras?

La segunda exigencia es que se envíe una señal de renovación en las formas de actuación política y, sobre todo, en las formas de representación. Es en este espíritu, precisamente, que hemos avanzado la propuesta de que los grupos dirigentes den un paso atrás y renuncien a presentarse como candidatos en las listas para las próximas elecciones. Con ello, no sólo se reducirían al máximo la competencia y las rivalidades entre ellos, sino que se fortalecería la relación entre representación y responsabilidad, recuperando una distinción entre partidos e instituciones que la práctica de las auto-candidaturas y de las cooptaciones ha disuelto hace tiempo.

Nuestro llamamiento apunta, en suma, a una refundación de la representación política. Y esta refundación sólo será posible si los partidos vuelven a ser órganos de la sociedad, antes que del Estado, si asumen, con ese propósito, reglas elementales de democracia interna y externa, comenzando por la de la incompatibilidad entre cargos de partido y cargos institucionales. Sólo así podrían los partidos volver a conquistar credibilidad y autoridad y motivar el compromiso político. Actuando como partidos sociales, y no sólo políticos, a los que incumbiría la elaboración de los programas y de las grandes líneas, pero no la gestión directa de unos poderes públicos que, por el contrario, responderían ante ellos. Es esto lo que el artículo 49 de la Constitución italiana les exige: ser instrumento de los ciudadanos y de su «derecho a concurrir mediante procedimientos democráticos a la determinación de la política nacional».

Estas dos exigencias, repito, están estrechamente imbricadas. Es la actual situación de emergencia la que da razones a la unidad, esto es, a la necesidad de defender la democracia y el trabajo, la constitución y los derechos fundamentales. Y todo ello exige, a su vez, dejar de lado los personalismos, las rivalidades y las divisiones de cúpula. Pero para hacer esto es preciso el paso atrás que demandamos a los partidos: la promoción y apoyo de una lista única de la izquierda, en la cual sus dirigentes no sean candidatos. Una lista única integrada por ciudadanos comunes, rigurosamente dispuestos en orden alfabético. Estas dos exigencias -la unidad de la izquierda y la refundación de la representación- van mucho más allá de la próxima elección. Son dos problemas vitales de cuya solución depende la supervivencia misma de una izquierda política en nuestro país.

Es por eso que hoy pedimos a los dirigentes de los partidos que antepongan a su legítimo interés de partido el interés por el futuro de la izquierda y de la democracia. Sabemos que existe en Italia un amplio abanico de personas de izquierdas -quizás el 10% del electorado- que no se reconocen en el Partido democrático, que están desilusionadas con sus infinitos compromisos y que no merecen que la fragmentación de la clase política y sus respectivos enroques dispersen el voto, favorezcan el abstencionismo y las priven de representación. Pero sabemos, sobre todo, que esta representación es más necesaria que nunca para defender la Constitución y la democracia, para salvaguardar los derechos y las condiciones de vida de millones de trabajadores y para construir una alternativa creíble al berlusconismo, hoy triunfante por la ausencia de una oposición seria. Precisamente, la falta de una fuerza política consistente a la izquierda del Partido democrático ha expuesto a este último a constantes tentaciones centristas y compromisorias, una situación que sólo podría encauzarse a través de la presión ejercida por la competencia de una fuerza creíble a su izquierda.

Esta responsabilidad, que a todos nos incumbe, es la que nos mueve hoy a convocar un debate racional entre los dirigentes de los partidos. Les agradecemos haber aceptado la invitación y asistido a esta asamblea. Lo que está en juego es una responsabilidad que no dudaría en calificar de histórica. Una enésima derrota resultaría imperdonable. Es más, no se perdonaría.

3. Queremos, debemos, con todo, ser optimistas. Acabo de decir que los dirigentes de los partidos deberían anteponer el interés por el futuro de la izquierda y de la democracia a sus intereses como partidos. Creo, no obstante, que la promoción de la lista única que realiza nuestro llamamiento también beneficiaría a sus partidos. Por eso decimos a los partidos y a sus dirigentes: piensen en el aumento de credibilidad y prestigio que obtendrían con este paso atrás; asuman por una vez el punto de vista externo de sus electores, tan conscientes de la gravedad de la actual emergencia como escasamente interesados en el mérito de sus divisiones. Más allá de la presente coyuntura electoral, este paso atrás, debidamente motivado, comportaría un seguro paso adelante en la refundación de la izquierda y de su representación política.

Obviamente -es oportuno insistir en ello- el nuestro es un llamamiento a una lista única, y no simplemente unitaria. Esto quiere decir que si no es aceptada por todos, si se presentan más listas -aunque sean sólo dos- querrá decir que la iniciativa ha fracasado, ya que no podrá reconocerse en ninguna de las listas en disputa entre sí, ni siquiera en la de quienes aseguren compartir nuestras razones.

Sin embargo, ni siquiera esta hipótesis cancelaría nuestro empeño. Seguiríamos exigiendo a los partidos dos cosas. La primera es que, a partir de esta campaña electoral, dejen de pelearse, que nos ahorren el penoso espectáculo de sus maledicencias y de los bizantinos debates sobre su identidad. La segunda es que tomen nota de dos problemas que he apuntado antes y de cuya solución depende, no sólo su futuro sino también el futuro de la izquierda y de la democracia: la unidad de la izquierda y la crisis de su representatividad política. Los grupos dirigentes de los diferentes partidos de izquierda deben, de hecho, ser conscientes de que representan, hoy más que nunca, poco más que a sí mismos. Que el electorado democrático de izquierdas podrá votarlos -y ciertamente nosotros deseamos que de todos modos los voten- pero que en su gran mayoría no comprende ni mucho menos se siente representado por sus divisiones y disputas.

Por todo esto, cualquiera sea el resultado de nuestra iniciativa así como de las elecciones en general, continuaremos proponiendo el sometimiento a debate político de los problemas de la unidad de la izquierda y de la disolución de la representación. Y para ello, continuaremos invitando a los partidos a confrontar sus ideas en encuentros públicos, sobre los temas ligados a la actual emergencia: la crisis de la democracia y los ataques al trabajo y a los derechos sociales.

Luigi Ferrajoli es catedrático de filosofía del derecho en la Universidad de Roma III, y uno de los principales exponentes de la tradición garantista ilustrada y de la izquierda moderna. Recientemente ha publicado en Italia Principia iuris. Una teoria del diritto e della democrazia, (Laterza, 2008), una obra que promete ser un clásico de la cultura jurídico-política de comienzos de siglo.

Traducción para www.sinpermiso.info de Gerardo Pisarello