En Refugiados, su nuevo libro, el politólogo francés analiza el «estallido» del sistema migratorio y de los valores europeos. El experto en el mundo árabe defiende la creación de un «pasaporte de tránsito» para solucionar los problemas legales de los desplazados. El nuevo libro del politólogo francés Sami Naïr (Tlemcen, Argelia, 1946) no nace, como […]
En Refugiados, su nuevo libro, el politólogo francés analiza el «estallido» del sistema migratorio y de los valores europeos. El experto en el mundo árabe defiende la creación de un «pasaporte de tránsito» para solucionar los problemas legales de los desplazados.
El nuevo libro del politólogo francés Sami Naïr (Tlemcen, Argelia, 1946) no nace, como suelen, de la reflexión reposada. Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria, una solución real (Crítica) está escrito desde la urgencia. La misma con la que 3,8 millones de sirios piden asilo en el extranjero (no solo en Europa) huyendo de la guerra; con la que 3,4 millones de personas (sirios, pero también afganos, iraquíes, eritreos…) llamaron a las puertas del continente solo en 2013.
En el volumen, que en sus 180 páginas reúne y aclara los principales aspectos y datos de la compleja crisis de los refugiados, desde su procedencia hasta el funcionamiento de las mafias que les transportan. En todas estas cuestiones está, de fondo, la voluntad de sonrojar a los gobiernos europeos, a quien el experto en el mundo árabe acusa, en un céntrico hotel de Madrid y sin alterar su tono de voz, de estar abandonando sus responsabilidades y contribuyendo activamente al desamparo de millones de personas.
Porque, aunque urgente, la reflexión de Naïr viene de lejos. Sus funciones en el Gobierno francés a finales de los noventa y como eurodiputado hasta 2004 le han hecho consciente de los fallos del sistema migratorio. Y, si hace años, hablaba de que la Unión estaba a punto de explotar, hoy considera que el modelo de fronteras ha estallado definitivamente. Él también habla de «la mayor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial», y no cree que Europa haya estado a la altura de sus propios principios. Pero no pierde la esperanza, y afirma de forma clara: «Hay solución. Hay medios».
Pregunta. Critica que Europa esté incumpliendo la Convención de la ONU de 1951, que reconoce una serie de derechos fundamentales a los refugiados. ¿Cómo lo está haciendo?
R. La Convención está integrada en los textos fundadores de la Unión Europea, y tiene consecuencias jurídicas: no es moral, sino vinculante, a diferencia de muchos otros textos. De la misma manera, la Unión Europea está incumpliendo varias Cartas vinculantes para los socios en las que la solidaridad y la obligación jurídica de socorrer a los refugiados es un elemento clave. Han violado y pisoteado esos textos. Por ejemplo, estos documentos impiden las expulsiones colectivas, una triste innovación de esta Unión Europea.
P. Denuncia, además, que en el tratado entre Alemania y Turquía se haya sustituido la palabra «refugiado» por «inmigrante». ¿Qué implicaciones tiene esto?
R. La diferencia es fundamental. Un inmigrante irregular puede ser expulsado -aunque desde el punto de vista esto es otro tema-, pero un refugiado pide socorro y existe la obligación legal de ayudarlo. Esto es una violación de al menos 10 documentos fundamentales.
P. Sitúa la crisis de los refugiados en un contexto de deriva moral de la Unión Europea. ¿Qué efecto tienen estas políticas sobre los valores europeos?
R. Supone un daño fundamental. Lo más desastroso es que los países de la Unión estén naturalizando ante sus poblaciones que violar los derechos es algo normal cuando la situación económica o política lo requiere. De ahí a que una parte de la población se comporte de manera peligrosa, que crezca la extrema derecha y la intolerancia, hay una línea directa. Objetivamente, la Unión Europea está legitimando el discurso del odio.
P. La crisis de los refugiados llega tras otras que han puesto a prueba las instituciones europeas, como los sucesivos rescates o el referéndum griego. ¿Cómo han influido en la situación actual?
R. Es un largo proceso, y se arrastra desde 1986, cuando se pone en marcha el Acta Única. En 1989 se derrumbó el Muro de Berlín, pero se construyó el Muro de Schengen, que es un sistema legal para impedir el acceso al empleo de los no-comunitarios y que, además, ha funcionado bastante mal: ha habido que cambiarlo tres veces con Dublín I, Dublín II y Dublín III, y estalló definitivamente en 2015 con la crisis de los refugiados.
P. ¿Qué filosofía ve detrás de esta política migratoria?
R. La idea era que podemos construir en Europa, protegidos por ese muro, un mundo rico y próspero. Cerrar un territorio, como quiere hacer ahora Trump, es una utopía negativa: no solo es malo, sino que es imposible. Además, aquí no se ha conseguido crear ese mundo rico, porque el desarrollo de Europa ha supuesto una destrucción de los acervos sociales. Sí se ha conseguido, en cambio, una polarización del continente: unos países que se aprovechan de esta situación, como Alemania, y otros que sufren enormemente.
P. Y defiende que ese muro no funcionó.
R. No. A partir del momento en que ponen en pie el Muro de Schengen, los flujos migratorios crecieron, y con ellos las mafias organizadas. El sistema europeo consiste en que los estados gestionen la legalidad dejando a las mafias la gestión de las ilegalidades. Claro, que esto no funciona así con los capitales, de los que se acepta que la circulación sea mundial. Los europeos han pensado que podían protegerse del sur, pero el sur está dentro de Europa.
P. En el libro, usted no se refiere solo a los desplazados sirios, que suponen el 51% de los refugiados que llegan a Europa, sino que habla de un «estallido del sistema migratorio europeo». ¿Por qué prefiere esa vía de análisis?
R. Hay refugiados por todas partes. Hay 12,2 millones de refugiados en el mundo, y una población migrante de en torno a 220 millones en total. La situación más dramática fue, primero, la de los iraquíes, después de la destrucción de Irak por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña, en la que participaron algunos países europeos, como España. Hay una obligación de solidaridad por la propia participación de estos países. Para los sirios es igual. Nuestro compromiso en esa batalla no puede ser solo militar, sino también legal y moral ayudando a las víctimas.
P. La respuesta de los distintos gobiernos europeos frente a la crisis de los refugiados ha sido, en el mejor de los casos, que no se puede hacer más de lo que se hace (Mariano Rajoy dijo: «No conseguimos que vengan más»). ¿Usted qué responde?
R. Es una idea falsa, por varias razones. Cuando ocurrió esta tragedia, hubo por toda Europa una explosión de solidaridad enorme por parte de la sociedad civil. Pero la respuesta de los Gobiernos fue: «No podemos hacer nada sin autorización de la UE, porque se trata de una política exterior de control de fronteras». Y desalentaron la voluntad de generosidad. Los refugiados son ahora casi 4 millones en Europa; los países de la zona euro tienen 300 millones de habitantes; los 27 tienen 512 millones. ¿Qué representan los refugiados en esa población tan amplia? Pero cuando llegó la hora de repartir, ningún Gobierno aceptó hacerlo de buena fe.
P. ¿Por qué?
R. Porque hay una contradicción fundamental en la Unión Europea, que no puede ser fiel a sus valores fundamentales con el sistema económico que ha adoptado. No podemos decir a los Gobiernos que respeten los criterios de Maastricht -menos del 3% de déficit, menos del 90% de deuda pública y menos del 2% de inflación; lo que significa recortes, recortes y recortes- y pregonar la importancia de los valores. El sistema económico destruye el sistema de valores, esa política ahoga la solidaridad.
P. Usted propone crear un «pasaporte de tránsito» para que los refugiados puedan moverse libremente por Europa. ¿Esa idea cabe dentro de las leyes europeas?
R. De hecho, legalmente no es una innovación. Existe. El Parlamento Europeo ha avanzado la idea de un visado humanitario, cosa que apoyo, aunque depende del primer país de acogida y de los países que quieran otorgarlo. Además no es vinculante, como todas las decisiones del Parlamento Europeo, el único del mundo que no hace leyes.
P. ¿Existe algún precedente de lo que usted propone?
R. Esta idea no me la he inventado yo, sino el explorador Fridtjof Nansen, Premio Nobel por su defensa de las víctimas de la I Guerra Mundial, que había cambiado las fronteras de los estados y provocado un gran número de desplazados. Él propuso otorgar a esa gente un documento que les permitiera viajar por todo el continente. Se llamó pasaporte Nansen y se nombra en Convención de la ONU de 1951. Mi idea tiene que ver con eso, y sería un documento adoptado por la Comunidad Europea y por la Unión.
P. ¿Qué acciones políticas se necesitarían para ponerlo en marcha?
R. La solución está, como siempre, en varios frentes. Primero, la toma de conciencia: que se mueva la opinión pública. Que se debata en los parlamentos nacionales esa posibilidad, así como en el Parlamento Europeo. Y, algo que tengo en mente para la segunda fase de la lucha, llevar una propuesta firmada por más de un millón de personas a la orden del día del Consejo Europeo.
P. Cierra el libro con un capítulo titulado «La esperanza siempre vuelve». ¿A qué se debe este optimismo?
P. Hay refugiados en Turquía, en Hungría, en República Checa. Miles y miles y miles de personas. ¿Van a quedarse encerrados ahí toda su vida? ¿Vamos a expulsar a todos a un país en conflicto? Va a llegar un momento, muy pronto, en que habrá que liberar a esa gente, no hay otra opción. Confío en la fuerza de la realidad.
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