La coyuntura actual por la que atraviesa nuestra América nos exige tener una posición clara y comprometida con las necesidades sociales del proletariado y los sectores populares.
A Valeria en su día
Se ha pretendido vaciar de ética a la palabra, se quiere exentarla de todo compromiso, en el discurso del pensamiento hegemónico occidental-capitalista, la palabra pierde su cualidad garante de responsabilidad social, haciendo del discurso un vacío que se diluye. Repensar el papel de los intelectuales en las sociedades actuales es una necesidad imperante, algunas voces conformes a los poderes imperiales, han divulgado la idea de que ante los avances tecnológicos en la comunicación, el lugar tradicional que han ocupado los intelectuales ha pasado a segundo plano, idea acorde a la dispersión del pensamiento crítico, trampa que en el fondo busca apoyar la creencia de que las nuevas formas de comunicación digital han “democratizado” la comunicación y, por tanto, aquellos seres dedicados al pensamiento pierden utilidad, pero en realidad, la implantación de la hegemonía cultural-capitalista, es elaborada por intelectuales al servicio del interés burgués. La respuesta ante el pretendido desplazamiento es el reforzamiento y reposicionamiento de los intelectuales comprometidos entre los explotados y desposeídos.
Comprender que la sociedad y la cultura están unidas de forma inseparable en una relación dialéctica de cambio-contradicción, determinada por la producción, el consumo y la distribución de bienes materiales, en cuyo proceso se encuentran las relaciones sociales como un producto de ellas, es un paso indispensable. La coyuntura actual por la que atraviesa nuestra América nos exige tener una posición clara y comprometida con las necesidades sociales del proletariado y los sectores populares, nos exige asumir la educación y la cultura como elementos generadores de pensamiento y conciencia crítica, sirviendo a la causa de la plena realización humana, derribando cadenas opresivas disfrazadas de “libertad”, el discurso cínico y simulado abunda en estos tiempos de álgida disputa contra la hegemonía y el imperialismo. La voz real de los pueblos ha de escucharse con el renacer de la utopía y la esperanza de un mundo mejor.
Concebir la historia como algo acabado, niega de principio el hecho dialéctico de toda sociedad, pues si bien es evidente que en términos materiales muchas cosas cambian, en términos estructurales de la economía, la sociedad y la cultura, no necesariamente es así, el llamado desarrollo en el capitalismo, ha ponderado manifestaciones materiales para hablar de bienestar social, cuando en realidad despoja como principio a la mayoría de las poblaciones del disfrute de esos mismos bienes materiales, y, desde luego, del real disfrute y desarrollo económico-social, la frase difundida desde tiempo atrás que define a la cultura como un bien de consumo, ejemplifica a la perfección la intensión de codificación y despojo que se hace sobre ella, en especial, de la cultura de los pueblos originarios de toda América Latina y de las tradiciones libertarias resumidas en la obra de nuestros grandes pensadores.
La explotación de la fuerza de trabajo y la riqueza natural, son el fundamento del racismo, discriminación y segregación que todavía padecemos, la lógica explicativa del mundo se puso al servicio del capital, generando así, el resabio lacerante que hasta la fecha padecemos, y es justamente, en este como en otros cuestionamientos, donde el papel del intelectual mantiene vigencia para el “mejoramiento humano”.