Luis Lacalle Pou es fruto de la capacidad de aprendizaje de los yerros y de pensar en el día después de mañana. Es hijo de un expresidente, pertenece a una de las 500 familias oligarcas del Uruguay. Hoy, siendo presidente y a través de su figura, gobierna teniendo en claro que vivimos en la era de la imagen, lo efímero y el espectáculo.
Es bisnieto del «Patriarca», apodo de Luis Alberto de Herrera, el último caudillo del Partido Nacional. El apellido Lacalle es sinónimo de poder en Uruguay. Su padre, Luis Alberto Lacalle Herrera, fue presidente de los años 90. Fiel gobernante de esa década, fue destronado por su propio hijo para ser líder del conservador Partido Nacional.
Arropado por su madre Julia Pou, fue diputado por el departamento de Canelones a pesar de que vivía en el departamento de Montevideo. Para no quedar en evidencia se mudó a Canelones, a un barrio privado muy selecto: La Tahona.
«Lacalle Pou. Un rebelde camino a la presidencia.» Es el título del libro donde lo quisieron retratar como un rebelde, contestatario y distinto. Toda acción se desarrolla en un contexto. ¿Rebelde con respecto a qué y a quién? ¿Rebelde en el seno de una familia oligarca que viene tallando la política nacional hace más de cien años? ¿Rebelde viviendo en la casa presidencial donde transitó su adolescencia? ¿Rebelde porque le gustaba pelearse porque era petiso (de estatura baja) y le tomaban el pelo en colegios privados, según cuenta de su propia boca?
La alcurnia por el barro
La cuestión es instalar una imagen y un concepto. Quitarle el acento de alta sociedad, mostrarlo como algo que no es: pueblo, a pesar de pertenecer a la otra parte del par antinómico: la oligarquía. Mostrarlo terrenal, común, vecinal. Por eso cada verano se lo veía vacacionar y comprando él mismo en verdulerías, comiendo churros, sacándose selfies con todo el mundo y él mismo tomando la foto.
Su primer campaña presidencial en el año 2014 tuvo como slogan «Por la positiva». Una especie de refrán new age que intentaba no confrontar con sus rivales y proponer más que criticar. La táctica zen duró poco y a medida que avanzaba la campaña empezó a resquebrajarse. En octubre del 2014 se trepó a una columna e hizo “la bandera” delante de las cámaras de televisión. Su intento de mostrarse en forma y juvenil frente al candidato frenteamplista, Tabaré Vázquez fue inútil y el tiro le salió por la culata.
El punto cúlmine de “la positiva” fue cuando Pedro Bordaberry, ex candidato a presidente por el Partido Colorado e hijo del dictador Juan María Bordaberry, se acercó al bunker de Luis Lacalle Pou y al oído le espetó “vine para que hagan mierda a Tabaré Vazquez”. La derrota en el balotaje fue contundente y a pesar de la coalición, la derecha volvió a perder.
En el horizonte estaba el 2019. El Frente Amplio quería conseguir su cuarto mandato consecutivo. La derecha no ganaba unas elecciones desde 1999 y los blancos -como le dicen a los del Partido Nacional- no triunfaban desde 1989.
El Partido Nacional cambió la táctica de campaña. Jugó con el viento a favor de una economía que estaba estancada, con el desgaste de tres lustros seguidos de gobierno del Frente Amplio y una Coalición de derechas orquestada por el máximo estratega de este arco político y quizá del Uruguay, Julio María Sanguinetti, dos veces presidente de la República por el otro partido tradicional, el Colorado.
Lacalle Pou supo medir en tiempo y forma la necesidad de abroquelar a las derechas bajo su candidatura porque era la única forma de poder ganarle al Frente Amplio. Así sucedió, cinco partidos políticos y apenas una diferencia de treinta mil votos en el balotaje sirvieron para que un hombre, blanco, abogado y de una de las familias patricias del país voviera a la casa de gobierno.
El líder nacionalista tuvo como espejo los errores y aciertos del expresidente neoliberal argentino Mauricio Macri. Lo ha dicho en entrevistas y Macri lo ha elogiado en medio de la pandemia, diciendo que si hubiera sido presidente “hubiera ido por la línea de Lacalle Pou”. La maquinaria mediática y comunicacional macrista ha tenido grandes logros, como no sucedió con los gobiernos progresistas; y qué mejor para un gobierno neoliberal que otro del mismo signo con experticia en ese rubro.
Es así que el slogan de campaña para el 2019 fue “Está bueno cambiar”. El cambio por el cambio. Porque hay que cambiar, porque hay que moverse, no importa hacia dónde ni a qué velocidad. La premisa es cambiar. Aunque ese cambio signifique retroceder en materia de derechos, en algunos casos, cincuenta años.
Pasó por Argentina y tuvo su raid televisivo y radial. Fue por un instante el líder de las derechas rioplatenses, pero no dio la talla. Se lo quiso mostrar como un presidente “distinto” y a la vez “común”. Fue utilizado por el círculo rojo de los medios de comunicación para hacerle críticas al mandatario argentino Alberto Fernández, con tiros por elevación.
Bienvenidos al show
Una imagen que retrata estos tiempos neoliberales, individualistas y de la política como un show, es la del presidente surfeando en el balneario La Paloma. Estas minivacaciones sucedieron apenas se decretó que la licencia de los trabajadores,acumulada para el 2020, los patrones podían postergarla para el 2021. Agregado a esto Uruguay, no contaba (ni cuenta) con un plan de vacunación, mientras los casos diarios rozan los mil y las muertes aumentan paulatinamente.
Cada movimiento del presidente es retratado en fotos o justo hay una cámara de televisión pronta para captarlo en el instante. En caso de que las primeras dos no funcionen, la cuenta oficial de presidencia está pronta y presta para, por ejemplo, hacer una toma del primer mandatario recogiendo un papel del piso, entregándoselo a un custodio y así automáticamente ser el paladín de la ecología en todas las redes. Luego justo pasó por un accidente en la ruta y socorrió a los accidentados.
Asistimos a una especie de The Truman Show pero donde el protagonista es consciente de que es el centro de la atención o de un gran hermano ambulante con un solo participante.
En esta semana almorzó en un bar cercano a la Torre Ejecutiva (sede de la Presidencia) con asesores y las cámaras también estaban listas. Se habla de su look, si se afeita o no. Se lo vio sin remera de vacaciones y tomándose una selfie con adolescentes. Se sacó otra selfie con alguien que entró luego en su propia camioneta.
Podríamos seguir enumerando este tipo de hechos. Parece un chusmerío, cosas sin sentido, pero no. Estamos asistiendo a una manera de comunicar que hasta el momento en Uruguay no se había desplegado y es efectiva. La atención desviada, los comentarios en redes donde los militantes y simpatizantes de las izquierdas muerden el anzuelo para debatir sobre nimiedades superficiales y banales.
Lacalle Pou aplica una de sus máximas diciendo en varias conferencias de prensa que “tiene la marcha atrás intacta”, refiriéndose a decisiones tomadas. En su libro “El arte de ganar”, el sociólogo ecuatoriano Jaime Durán Barba, asesor de imagen de Macri, expresa: “…en varios estudios de opinión que aplicamos, los ciudadanos apreciaban que el presidente reconociera cuando se equivocaba, ya que les parecía que ese era un síntoma de que no mentía.”
Las encuestas marcan que la imagen positiva del presidente en diciembre ha descendido levemente, pero sigue con altos números y se considera que ha sorteado de buena manera la pandemia. Aunque Uruguay encabeza la lista, junto con Paraguay, de países que no tienen siquiera un plan de vacunación.
La propaganda del gobierno se centra en dos aspectos: el primero en el presidente y luego cuando hay medidas antipopulares o casos que dañan la imagen del gobierno, allí se encienden las cortinas de humo y la máquina del tiempo yendo al pasado constantemente para achacar culpas al Frente Amplio de “la pesada herencia”.
La cuestión final que queda por puntualizar es: ¿las izquierdas que modos comunicacionales están desarrollando para contrarrestar el del gobierno que a su vez se monta sobre el sentido común neoliberal que nos permea a todos?
Mientras todo este show encandila con sus luces de neón, el ajuste y la represión avanza a paso firme.
Nicolás Centurión. Licenciado en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública (RICDP). Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)