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Estados Unidos y Musharraf cocinan juntos el futuro del país

Las elecciones generales en Pakistán inician su recta final sin ninguna garantía democrática

Fuentes: Mundo Obrero

El 18 de febrero se celebrarán en Pakistán las elecciones generales, aplazadas tras el asesinato de Benazir Bhutto, donde se elegirán los miembros de la Asamblea Nacional (Parlamento), del Senado y de las asambleas provinciales. Estos decidirán a través un complejo sistema quién es el próximo presidente (designado de forma indirecta) y el primer ministro […]

El 18 de febrero se celebrarán en Pakistán las elecciones generales, aplazadas tras el asesinato de Benazir Bhutto, donde se elegirán los miembros de la Asamblea Nacional (Parlamento), del Senado y de las asambleas provinciales. Estos decidirán a través un complejo sistema quién es el próximo presidente (designado de forma indirecta) y el primer ministro que conformará el gobierno. 

Después de los últimos acontecimientos y por la intensa actividad diplomática del actual presidente, el general Musharraf, es seguro que los comicios van a celebrarse, como era de esperar, con unas nulas garantías democráticas. Algunas fuerzas políticas islamistas y de izquierda, a pocos días de las mismas, piensan incluso que las elecciones pueden no celebrarse o volver a retrasarse con alguna excusa para ser manipuladas como ocurrió en las elecciones anteriores y en el referéndum fraudulento celebrado en el año 2002.
 

En cualquier caso, por un lado, la conflictiva situación internacional en el contexto de la «guerra global contra el terrorismo» parece dar ventaja al general Musharraf que pretende mantenerse como jefe del Estado y de las fuerzas armadas, pero, por otro, la presión de la administración estadounidense para revestir de apariencia democrática el régimen militar y la escasa popularidad del dictador, le obliga a hacer alianzas y pactos con las fuerzas políticas tradicionales dirigidas por la oligarquía empresarial y terrateniente del país, siempre que estas no cuestionen la alianza estratégica con los Estados Unidos.
 
La batalla se está librando, fuera de las urnas, entre las principales fuerzas políticas: la Liga Musulmana de Pakistán-Q (PML-Q) y otras fuerzas políticas afines a Musharraf; el Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) abiertamente vinculado a los Estados Unidos, que tras el asesinato de Benazir Bhutto dirige su esposo y su hijo; la coalición de fuerzas del APDM (All Parties Democratic Movement) liderada por el PML-N (Liga Musulmana de Pakistán-Nawaz) del ex primer ministro Nawaz Sharif; además de otras formaciones menores islamistas. La izquierda es prácticamente inexistente tras décadas de régimen militar y no acude a los comicios, salvo en agrupaciones provinciales con fuerza en el ámbito regional. El Partido Comunista de Pakistán (PCP) se dividió en 2002 en dos tendencias, una dirigida por Maula Bux Khaskheli y de la escisión del grupo liderado por Thaheem Khadim.
 
Musharraf había negociado con Benazir Bhutto un pacto para compartir el gobierno, bajo la mediación estadounidense, que le confirmaba en el cargo a cambio de ceder la jefatura de gobierno a la líder del Partido Popular de Pakistán (PPP) cuyo partido obtendría la mayoría de los votos. Sin embargo, la muerte de Benazir Bhutto, asesinada por este pacto y por su vinculación abierta con Estados Unidos, plantea un reto de distinta naturaleza para el presidente.
 
En las condiciones actuales, la Liga Musulmana de Pakistán-Nawaz (PML-N) del ex primer ministro Nawaz Sharif ha ganado fuerza, tanto para liderar la oposición a Musharraf como para participar incluso en un gobierno en cooperación con el ejército representando una nueva alianza entre las elites tradicionales para mantenerse en el poder. En este sentido, la presente situación apunta hacia la continuación de la cohabitación en el poder del ejército con unas fuerzas políticas débiles.
 
Musharraf saldrá reelegido como presidente y seguirá llevando las riendas del país, lo ha confirmado el vicesecretario de Estado norteamericano, John Negroponte, quien destacó el apoyo de Washington al general y presidente en su «lucha contra el terrorismo». Por su parte, el régimen pakistaní acepta una mayor presencia de Estados Unidos en el país y ayuda a la administración norteamericana en sus objetivos de política exterior, especialmente en la cuestión de Afganistán.

La inestabilidad política de Pakistán fruto de un régimen militar manejado por los Estados Unidos y de las impopulares alianzas globales establecidas con la potencia hegemónica, enfrenta ahora a la elite gobernante con serias decisiones, si tenemos en cuenta que la política estadounidense hacía ese país está diseñada en función de sus intereses regionales, no con objetivos positivos. En cualquier caso, una cosa es clara, la abrumadora mayoría del pueblo pakistaní desaprueba la dictadura y la política exterior del régimen militar de Musharraf. 

*David Arrabalí es miembro del Consejo de Redacción de la revista Mundo Obrero y analista político especialista en política internacional.