1200 refugiados viven en condiciones infrahumanas en el campo de refugiados de Katsikas, al norte de Grecia, mientras esperan que la Union Europea agilice los trámites de asilo para poder continuar con su viaje. Con sólo 30 días, Ahmad ya ha realizado el que puede que sea el viaje más peligroso de su vida. Nació […]
1200 refugiados viven en condiciones infrahumanas en el campo de refugiados de Katsikas, al norte de Grecia, mientras esperan que la Union Europea agilice los trámites de asilo para poder continuar con su viaje.
Con sólo 30 días, Ahmad ya ha realizado el que puede que sea el viaje más peligroso de su vida. Nació en la ciudad turca de Sanliurfa (al este del país) y con tan sólo 10 días ya estaba cruzando el Egeo con su madre, Rawan Adi, de 20 años, su abuela Najad, de 45 años, y su hermana Fatiah, de un año. Rawan abandonó Baba Amr, un distrito de la ciudad siria de Homs, casi al principio de la guerra. Este distrito fue uno de los epicentros de la lucha contra Bashar Al Assad y, por tanto, uno de los lugares mas castigados por las tropas afines al dictador.
La familia se trasladó a Turquía y tiempo después decidieron buscar en Europa la paz y el futuro que les fue robado con el inicio de la guerra. Soñaban con llegar a Alemania y reencontrarse con la familia del marido de Rawan, que prefiere no dar su nombre, pero el sueño se quedó atrapado en Katsikas, un campo de refugiados a escasos kilómetros de la ciudad de Ioannina, al norte de Grecia.
El campo de Katsikas es un lugar difícil de describir. Las lluvias, constantes durante todo el año en la zona, convierten el terreno en barro y, para evitarlo, los militares que gestionan el campo extendieron piedras sobre el suelo. El remedio contra el lodo es una pesadilla para los 1.200 refugiados sirios, afganos e iraquíes que viven en el campo y que no encuentran forma de poder dormir sobre ellas. Los días en los que no llueve, las condiciones del campo son malas; los días en los que lo hace, son terribles porque el agua entra en las tiendas y empapa las escasas pertenencias que conservan.
En el campo hay serpientes que, aunque no son venenosas, aumentan la sensación de inseguridad, principalmente en las familias que temen por la seguridad de sus hijos. La higiene es difícil teniendo en cuenta que no hay más de 30 baños en todo el campo, siempre sucios, y unas 15 duchas que, hasta el momento, sólo tienen agua fría. Y la comida se reduce a un cruasán y un zumo para el desayuno, un poco de arroz al mediodía, que siempre llega frío, y un trozo de pan, un sandwich de pollo con un zumo para la cena. Ésta es la comida que da el ejercito y que, además de insuficiente, es de malísima calidad. De momento, y hasta finales del mes de abril, la asociación alemana Soups and Socks, cocina para y con los refugiados una sopa caliente al día. Esta ONG llegó al campamento para intentar suplir las carencias alimentarias en el campo. Vinieron de la mano de la organización española Olvidados, con presencia en Katsikas desde el 23 de marzo, tres días después de que los primeros refugiados llegasen.
En principio, Olvidados venía a implementar su proyecto Milkyway, que trata de mejorar la nutrición entre los niños de 0 a 2 años. Sin embargo, según aseguran María y Berta, coordinadoras del proyecto en el campo, al ver las necesidades del resto de la población refugiada se vieron obligadas a ampliar el proyecto no sólo con la alimentación de los niños sino también atender necesidades básicas como ropa y calzado de los adultos, gestionar espacios comunes como el baby hamman (una tienda habilitada para que los niños puedan bañarse con agua caliente) y solucionar los distintos problemas de un sector de la población muy vulnerable. Además de todo lo anterior, los voluntarios de Olvidados dan algo tan simple como apoyo y comprensión a los refugiados. Personas que llevan cinco años de guerra a sus espaldas, un viaje en el que han negociado con mafias y arriesgado sus vidas, y que ahora se han visto atrapadas en Grecia, sin ningún tipo de información sobre cuál será su situación futura, por qué Macedonia ha cerrado sus fronteras y si algún día volverá a abrirlas y les dejará continuar con su viaje.
Eso es lo que se pregunta cada día Mohammed Al Ali. Sus 27 años le impiden tener paciencia y esperar, como todo el mundo le dice, en el campo. Está cansado de la falta de información y al leer noticias sobre los incidentes de los días anteriores en Idomeni se lamenta de haberse marchado de Damasco. Los días, que para él son copias unos de otros, van pasando y hacen que vaya perdiendo la ilusión de poder rehacer su vida. Sabe que nadie le devolverá los años que ha perdido y no quiere ni oír hablar de vivir en la situación actual por seis meses.
De todas las historias de Katsikas, la de Jamila Abdullah es una de las más tristes. A sus 62 años, y con muchos problemas de movilidad, abandonó Damasco porque, según dice, prefería arriesgarse a morir en el mar tratando de reunirse con sus hijas que viven en Alemania que morir sola en Siria. Se le llenan los ojos de lágrimas al recordar que pasó cuatro horas en el mar, que el bote en el que viajaba y por el que pago 1.000 dolares se hundió y que vio a mucha gente muerta. Para Jamila es difícil aceptar que un día lo tuvo todo, tres casas, una familia unida y un futuro, y que ahora su vida está reducida a una tienda de campaña y a la voluntad política de la Unión Europea. Sabe que las condiciones de Katsikas son malas, prueba de ello es un tobillo magullado tras una mala caída en el campo, pero ni se plantea volver a Siria hasta que la guerra no acabe. Desearía que fuese pronto pero sabe que no la hará. Hay muchos frentes con los que luchar y muy poca ayuda para hacerlo. «Si Europa hubiese parado la guerra nosotros no seríamos refugiados», se lamenta.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/global/30022-vidas-detenidas-katsikas.html