El golpe militar de junio del año pasado en Honduras reabrió una vieja historia que América Latina conoce bien, pero que parecía cosa del pasado. Los golpes se justifican siempre como un acto en favor de la democracia y el de Honduras no fue la excepción. Sus causas y consecuencias son todavía objeto de intenso […]
El golpe militar de junio del año pasado en Honduras reabrió una vieja historia que América Latina conoce bien, pero que parecía cosa del pasado. Los golpes se justifican siempre como un acto en favor de la democracia y el de Honduras no fue la excepción. Sus causas y consecuencias son todavía objeto de intenso debate.
Rafael Murillo, dramaturgo, autor y director de teatro, abogado, ensayista, subdirector de la UNESCO para América Latina y el Caribe entre 1983 y 1986, fue embajador de Honduras en Colombia y Ecuador durante el gobierno de Mel Zelaya, de quien era también asesor.
Murillo nos dio su versión de cómo se empezó a fraguar ese golpe, el papel de cada actor, pero también nos habló de sus consecuencias. Entre ellas, la formación de una nueva fuerza política en Honduras que, como lo cuenta, comenzó como algo efervescente, hasta transformarse en un poderoso movimiento popular.
Lo que sigue es una trascripción resumida de las declaraciones de Murillo.
Golpe anunciado
«El golpe se empezó a planear desde el primer año, cuando Zelaya entró en conflicto con trasnacionales del combustible que ejercían un monopolio y controlaban los precios. Ningún presidente se había atrevido a cuestionar eso.
Todas estas medidas fueron tomadas a partir del 2006. Allí se dieron cuenta de que ese presidente no era como los anteriores, que recibían órdenes de las transnacionales.
Zelaya llamó a una licitación internacional, que fue preparada por un empresario norteamericano. Se fijaron ciertas reglas para determinar el costo del combustible y las trasnacionales se opusieron. Ahí comenzó la primera fricción.
Al dueño de los periódicos La Prensa y El Heraldo, un importador de armas y medicinas, la familia Canahuati, también les quiso poner orden, sobre todo con las licitaciones, que ganaban siempre, para la compra de las medicinas del Seguro. El gobierno suscribió, además, un convenio con Cuba para importar medicinas genéricas, mucho más baratas.
Para complicar las cosas, se dejó de pagar a los periodistas que recibían dineros del estado y se agravó el conflicto.
Luego se empezaron a regular los intereses que cobraban los bancos. Jamás se había puesto orden en sus operaciones y muchos dueños de medios son accionistas de bancos, como el dueño de canal 5, canal 7, el señor Rafael Ferrari.
Otro asunto delicado surgió cuando el gobierno impidió la privatización de la empresa telefónica, de los puertos -sobre todo de Puerto Cortés-, de la energía eléctrica, que son empresas del Estado.
Zelaya trató a los empresarios como se debía tratar a todo el mundo, quiso poner orden con gente acostumbrada a manejar el capital del país a su antojo.
En el 2007 un publicista, vocero importante de la oligarquía nacional, con quien hemos tenido una amistad de larga data y cuyo nombre prefiero reservar, me confesó, en su oficina, que ese año el golpe estaba listo y que lo iban a dar en diciembre si el presidente no cambiaba su actitud. La oligarquía detestaba a Mel Zelaya, entre otras cosas porque lo consideraba un traidor a su propia clase.
Pero lo cierto es que la economía del país nunca mejoró tanto como en el gobierno de Mel.
Aumenta la presión
«Ese golpe se venía fraguando cuando entró la embajada de Estados Unidos en ese cuento, con el embajador Charles Ford, nombrado por Bush, que tomó partido a favor de las transnacionales petroleras y tuvo sus primeras fricciones con Mel.
Después enviaron a Hugo Llorens. La primera fricción que tuvo fue que llegó a presentar sus cartas credenciales y, en se momento, el presidente boliviano Evo Morales denunció una conspiración contra su gobierno por parte de Estados Unidos y Zelaya dijo que no lo iba a recibir hasta tanto Washington no explicara eso. De esas cosas casi no se habla, pero así fue.
Llorens comienza a intervenir en estos hechos a partir de la reunión de la OEA celebrada en San Pedro Sula, el 2 y 3 de junio del año pasado, cuando se acordó dejar sin efecto la suspensión de Cuba de la organización. Hillary Clinton llegó, pero se quedó solo medio día ante el rumbo que tomaban las cosas. Creo que, en ese momento, ya el Departamento de Estado había decidido intervenir directamente.
La presión de la extrema derecha iba en aumento. John Negroponte, jefe del Consejo de Inteligencia Nacional de Estados Unidos (DNI) durante la administración Bush y exembajador en Honduras, estuvo en el país una semana antes del golpe, así como el exsubsecretario del Departamento de Estados para asuntos Hemisféricos, Otto Reich. Luego llegaron las fuerzas opositoras de Cuba y Venezuela.
A eso se sumó también el cardenal Oscar Andrés Rodríguez. En el gobierno de Carlos Flores se le otorgó cinco mil dólares mensuales para sus gastos, y Mel se lo cortó, porque no se justificaba. Pero, además, creo que el discurso del presidente venezolano, Hugo Chávez en la reunión del ALBA, en Tegucigalpa, agosto del 2008, en un tono inoportuno, hizo que la iglesia tomara partido.
Se desata el golpe
«Lo que uno no se explica es por qué le dan golpe a un señor que había declarado que no tenía ningún interés en continuar en el poder, faltándole solo siete meses para terminar su período.
Yo creo que deciden dar el golpe por varias razones. La primera es el pánico que le tiene la derecha hondureña a una consulta popular. Según las encuestas, el pueblo iba a votar masivamente por la instalación de una «cuarta urna» el día de las elecciones, en la cual se votaba sobre la convocatoria a una Asamblea Constituyente. No se acostumbra consultar nada al pueblo en Honduras y eso provocó pánico.
La otra razón, creo yo, es que las transnacionales y la extrema derecha del mundo quisieron dar un ejemplo y el caso de Honduras se prestaba para enviar señales a Ecuador, Venezuela, Argentina, Paraguay y al resto de América Latina.
¿Por qué todo el poder político de Honduras se fue contra Zelaya? Porque, en el fondo, en Honduras no ha habido nunca democracia. La constitución del 82 lo que genera es una dictadura del mercado y de las cúpulas políticas coludidas.
¿Cómo funciona esa dictadura? El Congreso nombra a la Corte Suprema, al Fiscal General, al Tribunal de Cuentas, al Tribunal Superior Electoral. Todas las instituciones fiscalizadoras del Estado son nombradas por el Congreso. Y ese congreso está en manos de la oligarquía.
Luego viene el conflicto con las Fuerzas Armadas. El presidente me dijo, cinco o seis días antes del golpe: – Tenemos el poder, tenemos el pueblo y tenemos el ejército. ¿Qué más necesitamos?
Hubo entonces advertencias de gente más prudente, como el ministro de Seguridad, coronel Jorge Rodas, pidiendo no comprometer a las Fuerzas Armadas en la instalación de la cuarta urna. Me parece que estaba claro. La Corte Suprema había declarado que la consulta era anticonstitucional.
Error de cálculo
«Pero Mel quería demostrar su fuerza. Dos días antes del golpe yo estaba en casa presidencial. Hay una reunión con los comandantes y ahí es donde el general Romeo Vásquez le dice que no puede cumplir la orden del presidente porque hay otra orden de la Corte de Justicia que lo prohíbe. Ahí mismo Mel lo destituye. En esas 48 horas se desató el golpe.
Mel insiste en hacer la consulta, instigado por el entonces congresista por el partido Unificación Democrática Cesar Ham (hoy titular del Instituto Nacional Agrario (INA), con rango de ministro, en el gobierno de Porfirio Lobo) y por las organizaciones populares. Yo dije, en una reunión de ministros, en San Pedro Sula, que las cosas estaban confusas y que sería prudente posponer la consulta. El coronel Rodas se sumó y pidió nuevamente no comprometer a las fuerzas armadas.
Pero el pueblo sintió que, por primera vez, lo estaban tomando en cuenta y eso explica el ardor con que defendió la «cuarta urna». Era una ola que no se podía detener, un sentimiento casi primario de que ahí se estaba iniciando un proceso de transformación en el país con la tal «cuarta urna». A esto le tuvieron pánico los grupos conservadores y el Opus Dei, de quien no se habla tanto, pero que tuvo un papel fundamental en el golpe. Además, las transnacionales querían dar una lección.
¿Qué sigue?
«Como nunca antes en la historia de Honduras, las grandes mayorías aprendieron que sin formación, sin organización, no hay posibilidades de triunfo. Y lo que, en un inicio, se consideró una cosa efervescente, terminó por construir un movimiento popular muy sólido, dispuesto a lograr sus objetivos. El primero: una nueva constitución.
Se conformó el Frente de Resistencia Popular, cuyas cabezas más visibles son Rafael Alegría, dirigente campesino; Carlos Reyes, dirigente sindical; Juan Barahona, viejo sindicalista.
Hace pocos días hubo una reunión en La Esperanza. Llegaron 800 representantes de organizaciones populares para definir los primeros perfiles de lo que puede ser esa nueva constitución.
Y aunque que el presidente Zelaya sigue siendo un factor aglutinante en ese proceso, ya muchos sectores creen que no es tan indispensable para continuar.
En Honduras 135 personas fueron asesinadas después del golpe. Esto no se puede parar sino mediante una represión brutal. Y siento que no quieren llegar a estos extremos. Han obligado a Lobo a organizar una ‘Comisión de la Verdad’, a los medios a bajar su tono contra el pueblo, y a negar la existencia del Frente de Resistencia.
¿Qué pasa con esto, cuál ha sido la reacción? Me imagino que no estaba en los cálculos de la reacción que iba a haber un despertar tan contundente como el que se está viendo en todo el país».
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