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Francia

Lo que se ha ganado y lo que falta por ganar

Fuentes: Rebelión

Dos días después de anunciar un moratorio durante seis meses sobre el plan de aumentar el odiado impuesto al combustible, el gobierno de Emmanuel Macron decidió abandonar el impuesto para el año 2019. Con esta retirada táctica, el gobierno busca ‘comprar más tiempo’ y así evitar a toda costa una mayor radicalización de las masas. […]

Dos días después de anunciar un moratorio durante seis meses sobre el plan de aumentar el odiado impuesto al combustible, el gobierno de Emmanuel Macron decidió abandonar el impuesto para el año 2019. Con esta retirada táctica, el gobierno busca ‘comprar más tiempo’ y así evitar a toda costa una mayor radicalización de las masas.

Mientras que el gobierno está haciendo todo lo posible por limitar la cuestión a una discusión sobre política ambiental, crecientes sectores de las masas han llamado para la reimposición del impuesto sobre la riqueza (Impôt de Solidarité sur la Fortune, o ISF), algo que ha sido explícitamente rechazado por el gobierno. No obstante, esto demuestra que más allá de la desconfianza generalizada al gobierno, hay una innegable conciencia entre las masas de la necesidad de que sus demandas trasciendan la chispa inicial que condujo a las protestas a mediados de noviembre.

Reconociendo que la ira popular detrás de las protestas de los chalecos amarillos sigue fuerte, el gobierno de Macron está reforzando su aparato represivo. Este jueves, se anunciaron medidas de seguridad «excepcionales» que incluye la movilización de 89.000 efectivos en anticipación de manifestaciones pautadas para este fin de semana. Como presagio de la represión desnuda que el estado capitalista en Francia está preparando desatar, esta semana el mundo quedó horrorizado con las imágenes de estudiantes secundarios en el barrio obrero de Val Fourre del pueblo de Mantes-La-Jolie, quienes se han unido a las protestas con sus propias demandas de un cese a las ‘reformas educativas’ del gobierno y la plena financiación de la educación pública, puestos por agentes de policía armados de rodillas frente a paredones con las manos detrás de las cabezas.

Esta concesión que la masas rebeldes le impusieron al gobierno representa una victoria importante para ellas en general, y para la clase obrera en particular. De ninguna manera es una victoria final o permanente, pero resaltan varias lecciones sumamente importantes. Primero, la reciente serie de protestas masivas, a veces violentas, precedidas por meses de auto organización autónoma por las masas mismas, demuestran que aun para ganar concesiones mínimas, se requiere una movilización masiva y sostenida. La táctica de las huelgas limitadas y rotativas impuesta por los burócratas sindicales ha sido totalmente desacreditada. Ahora, en un intento desesperado por recuperar algo de credibilidad, el líder de la CGT, Philippe Martínez, ha convocado una huelga de 48 horas de los trabajadores de la industria energética el 13 de diciembre en apoyo de los gilets jaunes. Empero, la creciente desconfianza de las bases obreras hacia estos burócratas sindicales es innegable y la superación de su orientación táctica constituye un avance sumamente importante.

Segundo, los chalecos amarillos han hecho añicos el argumento de que las demandas de las masas en general, y las de la clase trabajadora en particular, deben permanecer restringidas dentro de los límites de la dominación política capitalista. Aunque es reconocido por todos que las demandas de los gilets jaunes generadas mediante una consulta popular no constituyen todavía un ‘programa socialista’, su contenido progresista radical se extiende más allá de las demandas programáticas de la ‘nueva izquierda’ en Francia, incluso aquellas de la Francia Insumisa de Mélenchon con la cual el viejo PCF se ha aliado. Por ejemplo, mientras los gilets jaunes han planteado la formación de asambleas de ciudadanos y la promulgación de leyes por la ciudadanía misma mediante referendos, el ‘héroe’ de la izquierda moderna en Francia, Mélenchon, busca restringir el radio de acción autónoma de las masas limitando sus demandas políticas a peticiones ante la Asamblea Nacional actual. Por ejemplo, la semana pasada Mélenchon se reveló otra vez como el defensor de la dominación capitalista que es cuando éste propuso la siguiente ‘joya’: Enfin, dans le cadre des discussions budgétaires, la réception d’une délégation de gilets jaunes à l’Assemblée Nationale pour que leurs propositions soient entendues par les députés. ¡Una delegación de chalecos amarillos ante la actual Asamblea Nacional para hacerle peticiones! No en balde a Mélenchon y todos que le siguen se les ve con gran escepticismo. Queda claro que todos los esfuerzos que está haciendo ese oportunista para destacar puntos de convergencia con las demandas de los chalecos amarillos tienen como motivo capear una ola electorera para ganarse el puesto de primer ministro. La muy criticada reafirmación del carácter apolítico de los chalecos amarillos, lejos de reflejar una indiferencia política, representa en realidad la forma particular en que este movimiento expresa su rechazo a la política convencional propia de las formaciones burguesas y pequeño burguesas. Tal rechazo de las formaciones políticas tradicionales es indudablemente positivo.

Pero si las protestas de las últimas tres semanas han ganado a las masas un respiro temporal de la imposición del odiado impuesto sobre el combustible, así como la experiencia práctica necesaria para avanzar en su comprensión colectiva de táctica y el contenido político de su programa, lo que queda por «ganar» es la formación de una auténtica dirección revolucionaria. Solo en la medida en que las masas sigan actuando con una iniciativa cada vez más radical, se dará la necesaria convergencia entre los elementos más resueltos desde dentro y los más genuinos desde fuera para el surgimiento de una renovada dirección revolucionaria. Ya todos los sectores políticas capitalistas están en bancarrota política y moral. La vieja izquierda, desde los sindicatos burocratizados hasta las formaciones pequeño burguesas radicales, queda desacreditada. Hasta ahora, las masas han librado su lucha sin un ‘estado mayor’ propio. Sin embargo, para todo lo que falta por ganar, es necesaria la organización de una verdadera dirección revolucionaria.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.