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Londres: cristal y acero a la carrera

Fuentes: Rebelión

No es difícil, para quién la conozca de atrás, apercibirse como en los últimos diez años la gran ciudad icono del mundo anglosajón europeo, Londres, ha ido cambiando a velocidad de vértigo. Cada llegada a esta urbe que en todo momento del día y la noche está siempre colmada de gente movida por un resorte […]

No es difícil, para quién la conozca de atrás, apercibirse como en los últimos diez años la gran ciudad icono del mundo anglosajón europeo, Londres, ha ido cambiando a velocidad de vértigo. Cada llegada a esta urbe que en todo momento del día y la noche está siempre colmada de gente movida por un resorte de moviola que dirige sus movimientos en rápido: delante, corriendo, atrás, parada, desaparecer…me susurra entre voces del inconsciente mi negatividad hacia esta carrera imparable entre la velocidad y el ruido, en el que la soledad del individuo está vallada de acero y vidrio sin dejar resquicio al roce que no sea fortuito por el lleno del transporte, como ya auguró el guión de la escarizada Crash.

Reinado del Sándwich y los cafés postmodernos de absoluto carácter cosmopolita: Prêt à Manger, starbucks, Café Nero, Subway…locales donde no ha lugar establecerse a meditar, porque prima el consumir-partir y donde el café es el rey supremo, desbancando al english te de los cafés más relajados y tertulianos. Pero tanto hablar en un negocio puede hacer peligrar el loco fluir de capital monetario londinense.

Su arquitectura se transmuta siguiendo las órdenes del mercado, en un relevo de piedra victoriana por el brillo del cristal y acero. Especialmente patente en La City, donde ciertos paisajes no cambian, hombres y mujeres blancos (ausencia de color en la zona) en trajeados azul y rallas y a un veloz paso sin permitirse miradas detenidas, sólo objetivos bursátiles. Pero roce se puede sentir, el de las ráfagas de viento que levanta la manada cuando permaneces a la espera en cualquier estación de tren concurrida, pongamos por caso Liverpool Station. Hermosura, no obstante, en su poder de metrópolis, y en sus cableados puentes colgantes .

Londres provee de cultura a todo aquel que disponga de un buen presupuesto, porque nada es gratis en esta ciudad, donde las necesidades básicas (léase evacuaciones obligatorias) requieren de calderilla, o te verás abocado a buscar como último recurso un McWater, lo que puede suponer toda una práctica de retención si no se localiza uno cercano. Olvídense de los cafés post, no incluyen ese servicio en el interior.

Si alguien tenía en mente que los museos londinenses son gratis, puede decir que ya sabe lo que es una utopía. Los precios de las entradas son desorbitados para exposiciones que merece disfrutar todo el que lo desee, por su calidad úúnica y extraordinaria. En parte puede ser la causa de no encontrar grupos de población marginales y pobres, en museos y exhibiciones o centros culturales como el South Bank Centre, en la rivera del Támesis, y más comprensible aún en los cines, donde las películas de estreno ofertan dos precios dependiendo de la hora, ninguno de los cuales es asequible: 17 Euros antes de la 17:00 pieme, y 20 Euros posteriormente. La facilidad de acceso a las artes es obvia, siendo uno de los atractivos del menú londinense junto a las finanzas. Complicación, esta del acceso a la cultura, a la que se añade el precio excesivamente elevado del transporte público, necesidad primaria con la que la ciudad está construyendo su postal para 2012. Sordo es el eco de que toda educación ayuda a vislumbrar una salida de la marginación.

El tercer mundo inmerso en el primero, invisible. Pero no lo es cuando paseas por Finsbury Park, y observas la miseria dibujada en la cara del vecindario, o las niñas madre cubiertas de negro, un sábado cualquiera por la avenida de los Dynasty, Beverly Hills, French Kiss, Christo & Co, Guycci…verdaderos imperios del saldo. Sí, hay algo que lo diferencia también del resto de la ciudad, el caminar es más pausado, no hay carreras por alcanzar ganar al tiempo porque de eso tienen de sobra, aunque no se les vaya en los museos ni teatros ni cines de estreno. Espacios, donde el color es el rey, perteneciente a la emigración de las antiguas colonias.

Había olvidado que incluso en el silencio más prometedor, el de la noche se oyen sobrevolar los aviones, música de fondo para acompañar el sueño. Caminar por Londres, ciudad de las cuatro estaciones cubierta por la cúpula gris humo, exige una meticulosa planificación de los instrumentos necesarios para llevar en la mochila, desde paraguas, a botellíín de agua, jersey para las ráfagas, zapatillas para posible cambio de calzado…la metrópolis de los cambios, también climáticos.

Londres te engulle en su vorágine de la prisa y del mercado sin escapatoria posible, porque todos los ojos señalan tu cartera y donde pagar es la única religión que se práctica. El que no compra no existe. Mááquinas de vending en los sitios más insospechados, para que todos los momentos de nuestra vida estén cubiertos por el ineludible impulso del consumismo. Cuantas cosas triviales hay que no necesito, diría Sócrates.

No sorprende que los novelistas y cineastas insisten en las ciudades apocalípticas avocadas a un futuro gris e infértil (Children of men es el úúltimo ejemplo, sin olvidar una Blade Runner que supone, a cada año que pasa, el reflejo de ese futuro).