La Comisión de la Verdad, creada por la presidenta Dilma Rousseff en 2011 para investigar los crímenes de la dictadura militar brasileña (1964-1985), decidió exhumar los restos de Joâo Goulart, el presidente derrocado por el golpe de estado del 31 de marzo de 1964 y que, tras 12 años de exilio en Uruguay y Argentina, […]
La Comisión de la Verdad, creada por la presidenta Dilma Rousseff en 2011 para investigar los crímenes de la dictadura militar brasileña (1964-1985), decidió exhumar los restos de Joâo Goulart, el presidente derrocado por el golpe de estado del 31 de marzo de 1964 y que, tras 12 años de exilio en Uruguay y Argentina, falleció en la provincia de Corrientes el 6 de diciembre de 1976. La familia de «Jango», en particular su hijo Joâo Vicente, viene formulando ese reclamo desde 2006, por estimar que existen razones para creer que el ex presidente fue envenenado. Esa presunción ha recibido un sólido respaldo, como veremos.
Al día siguiente de la muerte de Goulart, el dictador brasileño de turno, general Ernesto Geisel, autorizó que sus restos fuesen sepultados en Brasil (en el cementerio municipal de Sâo Borja, estado de Río Grande do Sul), a condición de que no se realizara ninguna autopsia, «algo que siempre nos resultó sospechoso», declara su hijo. El informe de los peritos argentinos sobre la muerte de Goulart era tan escueto como absurdo: «enfermedad», sin ninguna especificación. Argentina, tras el golpe de estado del 24 de marzo de ese año, estaba bajo la dictadura del general Jorge Rafael Videla.
Goulart era vigilado noche y día por los servicios de inteligencia argentinos (y uruguayos también), en connubio con los dictadores brasileños, todo ello en los marcos del Plan Cóndor, que reunía a las dictaduras de Chile, Argentina, Paraguay, Bolivia, Uruguay y Brasil.
Uno de los elementos que determinaron la decisión de la Comisión de la Verdad fueron las declaraciones formuladas en su seno por el ex agente de inteligencia uruguayo Mario Neira Barreiro, quien manifestó haber integrado el grupo responsable de seguir los pasos de Goulart en Uruguay y en Argentina, por orden de la dictadura uruguaya. Señaló que Goulart fue asesinado con pastillas letales disimuladas entre los medicamentos que ingería por recomendación médica debido a una antigua dolencia cardíaca. Joâo Vicente manifestó: «Nosotros sabemos que Neira Barreiro es un delincuente y estuvo al servicio de la dictadura uruguaya y el Plan Cóndor, que había ordenado el seguimiento del ex presidente; pero soy testigo de que su historia es creíble». Citó en ese sentido episodios en que él participó durante el exilio con su padre en Uruguay.
El año 1976 fue el de los asesinatos perpetrados por las dictaduras de América del Sur en el marco del Plan Cóndor, en una seguidilla impresionante. El 20 de mayo aparecieron asesinados en Buenos Aires los dirigentes políticos uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, por acción conjunta de las fuerzas represivas de los dos países. Michelini se alojaba en el Hotel Liberty, de Corrientes y Florida, y también lo hacía Goulart cuando se allegaba a la capital argentina. Yo los vi varias veces juntos en el lobby cuando iba a visitar a Zelmar. Al mes siguiente, junio de 1976, la dictadura boliviana del general Hugo Bánzer segó la vida, cerca de Buenos Aires, del general Juan José Torres, gobernante progresista que tras un breve mandato fue derrocado por el golpe de estado de Bánzer en agosto de 1971. En un dudoso accidente en la ruta Río-Sâo Paulo pereció en agosto de 1976 el ex presidente democrático Juscelino Kubitischek, bajo cuyo gobierno se creó Brasilia. En setiembre fue asesinado en Washington el ex canciller de Salvador Allende, Orlando Letelier, un crítico persistente de la dictadura de Pinochet. La trágica secuencia -que no puede ser obra de la casualidad concertado- culmina con el previsible asesinato de Goulart en diciembre.
Antecedente con el Che Guevara
Un nuevo hecho nos retrotrae a un antecedente más lejano en los planes para asesinar a Goulart. Ante la mencionada Comisión de la Verdad, que sesiona en Río de Janeiro, compareció el 4 de mayo pasado el coronel aviador retirado brasileño Roberto Baere, quien brindó todos los detalles del plan montado para impedir a toda costa que Goulart asumiera la presidencia ante la renuncia de Janio Quadros, efectivizada el 25 de agosto de 1961.
Cuando se produjo la imprevista renuncia de Quadros (que acabada de recibir y condecorar al Ché Guevara, después de la conferencia del CIES en Punta del Este) el vicepresidente Goulart estaba en China, de donde regresó con máxima celeridad, pasó por el aeropuerto de Carrasco y llegó al Palacio de Piratiní de Porto Alegre donde lo esperaba el gobernador de Río Grande do Sul, Leonel Brizola, y una enfervorizada multitud. A mí me tocó vivir estos episodios. Allí se organizó su ida a Brasilia para asumir la presidencia. A esta altura se sitúan las declaraciones del aviador Baere, quien narró que el jefe de su destacamento, coronel Paulo Costa, ya fallecido, le ordenó abatir el avión en el que Goulart iba a viajar a la recién inaugurada Brasilia. «Nos negamos porque dijimos que defendíamos la Constitución y no queríamos agredirla. Fui expulsado de forma sumaria, y sufrí 50 días de prisión, incomunicado», expresó.
Goulart asumió y realizó un gobierno con apoyo popular, pero el plan conspirativo siguió su marcha y culminó con el golpe de estado del 31 de marzo 1964, anunciado por el presidente Lyndon Johnson antes de que se produjera. Unos días después estaba en el balneario Solymar, donde lo entrevistamos, se mantuvo exiliado en nuestro país y, después del golpe de estado del 27 de junio de 1973, en Argentina. Ahora entra en una nueva fase la investigación sobre su probable asesinato, que desnuda la faz criminal del Plan Cóndor.