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Lo que pasa en la Iglesia

Los delitos, el futuro y el amigo del Papa

Fuentes: Revista Debate

No sabemos cómo habrá cambiado la Iglesia dentro de medio siglo. Pero podemos asegurar que no será igual que hoy. No estamos hablando de sus dogmas, de su teología, ya que lo más probable es que, más allá de los permanentes retoques que impone la interpretación de teólogos y exégetas bíblicos, la base quedará firme. […]

No sabemos cómo habrá cambiado la Iglesia dentro de medio siglo. Pero podemos asegurar que no será igual que hoy.

No estamos hablando de sus dogmas, de su teología, ya que lo más probable es que, más allá de los permanentes retoques que impone la interpretación de teólogos y exégetas bíblicos, la base quedará firme.

Pese a los tropiezos en otros terrenos, las tres religiones monoteístas no han cambiado, en milenios, las verdades esenciales de la fe que las mantiene vigentes.

Cuando nos atrevemos a asegurar que algo cambiará, en la Iglesia Católica, en un futuro no lejano, nos referimos a un corpus de prescripciones y conductas que, en su gran mayoría, no reconocen fundamentos bíblicos.

Una de estas disposiciones es el celibato sacerdotal que, con motivo de la catarata de denuncias de casos de pedofilia que afectan a la Iglesia en varios países del mundo, ha vuelto a la mesa de discusiones.

Como se sabe, el celibato es una ley inscripta en el derecho positivo eclesiástico. Casi todos los apóstoles, por dar un ejemplo contundente, eran casados, y hasta mediados del siglo XVI, gracias al Concilio de Trento, la prohibición estricta a los sacerdotes de contraer matrimonio no era ley imperante en la Iglesia.

Los casos de pedofilia en instituciones dependientes de la Iglesia, ¿son una consecuencia directa del celibato sacerdotal? Linealmente, no.

¿Habría muchos menos casos de pedofilia si los sacerdotes pudieran constituir una familia como los demás? Seguramente, sí.

El tema, no es original decirlo, es extremadamente complejo e inabordable en este espacio. Sería, por cierto, una irresponsabilidad. Pero lo que cambiará con el tiempo, además del celibato, es el estilo en el que la Iglesia Católica decida enfrentar los problemas. Particularmente, los propios.

En este momento, muchos católicos impedidos de acceder a los sacramentos por encontrarse en una situación de pareja que la Iglesia considera irregular, se hallan disgustados por la falta de una durísima autocrítica ante lo que está sucediendo. Por supuesto, el tema no es la comisión de las faltas, de los delitos, sino su encubrimiento.

¿Por qué esa tolerancia frente a autores de delitos repugnantes cuando algunos sacerdotes niegan la comunión a un hombre o a una mujer divorciados y vueltos a casar?

En un esclarecedor reportaje de Elisabetta Piqué, corresponsal de La Nación en Italia, publicado el miércoles 31, el senador Marcello Pera, liberal y amigo personal del papa Ratzinger, asegura que «el blanco al que apuntan (se refiere a una presunta campaña por el tema de la pedofilia) no es el Papa sino la Iglesia«.

Este académico liberal y neoconservador sostiene, también, que «hay en curso una guerra entre el cristianismo y (…) lo que se llama la ideología laicista».

Por supuesto, Pera abomina de los delitos de pedofilia pero, sorprendentemente, pone en segundo plano el drama de las víctimas y prioriza la defensa de las instituciones.

En un recuadro, La Nación señala, con perspicacia, que hace unos años Pera se declaraba «no creyente». Hoy dice «testimoniar el cristianismo». Claramente, se trata de la defensa del establishment por sobre la fe, un gravísimo atentado contra las creencias de mil millones de personas.

¡Y compara la actual situación con las campañas antirreligiosas, anticristianas y antisemitas del comunismo y del nazismo! Desde mediados del siglo XX, numerosos pensadores, eclesiásticos y laicos católicos han combatido con éxito diverso en pro de que el cristianismo vuelva a sus fuentes.

Por más profunda que sea la amistad del senador Pera con el actual Papa, su discurso es absolutamente a-cristiano.

Por eso, aunque es importante cambiar ciertas antiguas costumbres, ponerse del lado de las víctimas y evitar la repetición de estos hechos deplorables, lo más grave de todo es que hombres como este académico bloquean desde sus poltronas la voluntad o la decisión de dar vuelta estas historias.

Y no menos grave es que parece que es amigo del Papa.

Dado que practica un lenguaje culto, no lo ha dicho, pero hubiera faltado que dijera que, en realidad, siempre pasaron estas cosas.

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar/2010/03/31/2779.php