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Análisis de la ruptura del partido liberal con la alianza de gobierno en Paraguay

Los dilemas de Lugo

Fuentes: Programa de las Américas

A un año de su asunción, Fernando Lugo debe administrar al mismo tiempo varias crisis. Por un lado, su flamante paternidad que manchó su imagen pública tanto dentro como fuera del Paraguay. Pero al día de hoy ese escándalo no es lo que desvela al presidente paraguayo. Sucede que su estrategia de navegar sin barco propio sobre un conglomerado de fuerzas casi antagónicas está rozando el abismo. Así, los viejos liberales pelean espacio por espacio, tribuna por tribuna con la izquierda, que avanza en un proceso de unidad sectorial. A su vez, los liberales se desangran en eternas internas, pujando por una sucesión que deje a su línea interna lo mejor parada posible de cara a las presidenciales de 2013. La circunstancia es de tal tensión que hasta el mismísimo vicepresidente ya impulsó el juicio político para el presidente para luego romper la alianza gubernamental, que unía derecha e izquierda. Ahora, desde una posición ambigua, los liberales no terminan de ser gobierno ni oposición. Lo que ahora exigen, en boca del senador Blas Llano, es «cogobernar».

El 2 de abril de 2008 la «Alianza Patriótica para el Cambio» encabezada por Lugo sacó 40,83% de los votos que lo catapultaron a la presidencia. El debate ineludible giraba en torno a la conformación del frente gubernamental. Sucede que ya desde que su figura ganaba adeptos en oposición al tradicional Partido Colorado del por entonces presidente Nicanor Duarte Frutos, había un dilema. La izquierda, pequeña y dispersa, por sí sola no acumulaba lo suficiente como para quebrar la hegemonía de 61 años de los colorados. El Partido Liberal Radical Autentico (PLRA), los azules, sólo podían tener expectativas si se colaban detrás del fenómeno del outsider Lugo, quien prometía reforma agraria y renegociación con Brasil por el Tratado de la represa de Itaipú. Así fue como se conformó este nuevo frente, gelatinoso, inestable, en el que conviven derecha e izquierda.

Hoy, los liberales representan el 82% de la Alianza en las cámaras de senadores y de diputados. El 17% restante pertenece a representantes de izquierda. Es por esto que Lugo los necesita para la gestión, para el día a día. Y esto los liberales lo saben. Es por eso que lo utilizan como moneda de cambio negociando apoyos y presiones con su supuesto propio gobierno.

Sin ir más lejos, a menos de un año de haber asumido, el vicepresidente Federico Franco, del PLRA, ha impulsado sin éxito el juicio político en contra del presidente, amparado en la crisis por la paternidad del ex obispo. Ya en aquel entonces anunciaba sin eufemismos que estaba «listo para gobernar».

La novedad de los últimos días está dada en que el otrora aliado fiel a Lugo, el ahora senador y antes ministro de justicia y trabajo Blas Llano, se plantó y exigió cogobernar mientras anunciaba el retiro del partido de la alianza pero no del gobierno. Como explicó el titular del PLRA, Gustavo Cardozo, su partido no devolverá los tres ministerios que les dio Lugo: «Esos cargos nos pertenecen como mayoría absoluta, por ser nuestros electores los que votaron mayoritariamente por el presidente Lugo en las elecciones de 2008».

Los liberales hoy se debaten internamente sobre las medidas a tomar. Tres son las tendencias: una, encabezada por Efraín Alegre, Ministro de Obras Públicas, que por la envergadura del Ministerio que maneja ha ido convirtiéndose en un actor de peso. Su estrategia es acercarse a Lugo y esperar desde allí a las presidenciales del 2013. Otra ala, liderada por el senador Blas Llano, con un pie dentro y otro fuera, busca la mejor correlación de fuerzas posible para su sector, negociando y retaceando apoyos de acuerdo a la estricta coyuntura. Pero también existe una tercera línea, encabezada por el vicepresidente, abiertamente rupturista. Las dos últimas son las principales y antagónicas.

Perspectivas

Ya antes de asumir, en el fragor de la campaña el ex obispo señaló: «No creo en el estatismo ni en la desregulación total»; «Mbytetépe, poncho yurúicha» (estoy en el centro mismo, como la boca del poncho), o «en el nuevo Paraguay que hay que construir todos tienen algo que aportar, incluso los oviedistas y hasta los stronistas». El mapa tanto nacional como al interior de su frente era complicado, y Lugo debía moverse cual equilibrista. A un año de haber sumido el poder, las cosas siguen parecidas. O incluso peores.

«Hay una equivocación de fondo cuando se habla de Lugo. Se lo compara con Correa, Chávez, Evo. Y no, se lo debe comparar con lo que fueron Carlos Mesa en Bolivia, con Rafael Caldera en Venezuela, o en el peor de los casos con Lucio Gutiérrez en Ecuador. Toda gente que transita de un sistema a otro. Pero no crea que este vaya a ser un gobierno de izquierda. No lo fue, no lo es, ni lo será». La afirmación es del politólogo Marcelo Lacchi. Pero no sólo de él, es una sentencia que comparten amplios sectores de la izquierda paraguaya.

Al consultar a Sixto Pereira, al actual senador del Tekojoja, movimiento social de base campesina aliado a Lugo, por la tesis de máxima de su organización respecto del actual proceso, respondió: «Este gobierno es una oportunidad. No es revolucionario, ni socialista. Es apenas un gobierno democrático-burgués que aspira a recuperar la institucionalidad. Estos son momentos de acumulación política en los que hay que ir fortaleciendo a las organizaciones populares con miras al 2013».

Los partidos de izquierda que siguen apoyando a Lugo son el Partido Comunista Paraguayo, Partido Popular Tekojoja, Partido Convergencia Popular Socialista, Partido del Movimiento Patriótico y Popular y el Partido del Movimiento al socialismo. A modo de balance, podría afirmarse que las herramientas que las diferentes organizaciones pudieron acumular a lo largo de este lapso son relevantes, mucho más si se tiene en cuenta que antes de iniciarse este proceso su capacidad real de influir políticamente en la realidad nacional era lisa y llanamente marginal. Hoy gestionan desde algunos ministerios: Emergencia Nacional y Cancillería el P-MAS, Tekojoja maneja la Entidad Binacional Yacyretá y el Ministerio de Salud, mientras que la Secretaría de Acción Social quedó en manos de Pablino Cáceres, un cura amigo de Lugo y cercano a Tekojoja.

La Cancillería resulta estratégica. Sucede que fue en esos pasillos en donde se resolvió el eterno conflicto por la represa binacional de Itaipú, bandera insigne de la campaña luguista y emblema nacional por la larga disputa que implicó con el Brasil. Con un Estado casi famélico, una urgencia que tenía Lugo para concretar sus promesas sociales era recaudar más. Por un lado, planteó una reforma tributaria que fue duramente rechazado por las elites. La otra fuente era la represa compartida con el Brasil. Pero la situación era compleja.

Basado en la firma de 1973, Brasil alega que la mecánica debe seguir siendo como siempre fue: la producción total se divide en dos y cada cual consume lo que precise. Luego, de haber un excedente por parte de cualquiera de los dos países, este está obligado a vendérselo al otro a precio de producción. En términos concretos implica que la burguesía paulista, cual aspiradora, se lleva la gran mayoría de la producción total de Itaipú.

El nuevo acuerdo firmado el pasado 25 de julio consta de 31 puntos y establece pasar el coeficiente de compensación a pagar por el Brasil al Paraguay de 5,1 a 15,3, lo que implica un incremento del 200%. O sea, aumentar los ingresos para el fisco de US $120 a $360 millones anuales. El Estado brasileño también compensará al paraguayo con toda otra batería de inversiones en infraestructura como puentes, ferrocarriles y líneas transmisoras de alta tensión, lo que sólo en el último de los casos mencionados implica un gasto del orden de los US $450 millones. Todo esto, sin embargo, todavía deberá pasar por ambos parlamentos.

Pero lo cierto es que en términos políticos, para la izquierda es todo un capital que haya sido un exponente suyo-el canciller Héctor Lacognata, antes del conservador Patria Querida, hoy del P-MAS-quien haya gestionado el nuevo tratado.

En el campo de la oposición quedan los otrora todopoderoso colorados, hoy totalmente fragmentados y en crisis. José María Ibañez, quien fuera ministra de Duarte Frutos, hace un balance: «El Colorado es hoy un partido débil, dividido en porciones y pedazos con liderazgos egoístas y caprichosos que no logran establecer un diálogo que permita reconciliación interna». Sucede, como él mismo afirma, que «el coloradismo era un partido de gobierno», y que, sin él, se encuentran a la deriva. «La autoestima está disminuida, lastimada.» El dirigente y afiliado colorado siente el peso de estar fuera del poder porque es castigado socialmente. Entonces cuesta retomar esa autoestima y esa actitud que sostiene que el partido puede ser una herramienta de intermediación entre la sociedad civil y el Estado. Esto es así porque hoy el partido no tiene la fuerza del estado para resolver los problemas concretos». Y lo resume: «Hoy somos la lepra de la sociedad».

Así las cosas, la oposición orgánica hoy se encuentra en la Unión Nacional de Ciudadanos Éticos (UNACE), donde su líder es Lino Oviedo, ejerce un mando duro, vertical y nepotista. Es con esa cohesión interna y con su liderazgo carismático que el coloradísimo UNACE no tiene que aguardar agazapado el momento de avanzar e ir por todo.

La reforma agraria

Paraguay es hoy el cuarto productor mundial de soja. Entre 1995 y 2006, la extensión sembrada casi se cuadruplicó, pasando de 735.000 a 2.400.000 de hectáreas, equivalentes a casi el 25% de la superficie cultivable. Su producción-equivalente al 10% del PBI y al 40% de las exportaciones paraguayas1-es indisociable de lo que en tierras guaranies se denominan la «invasión brasileña». Según una estimación del investigador Sylvain Souchaud, el número de brasileños y sus descendientes-llamados popularmente «brasiguayos»-en Paraguay se acerca al medio millón. Ante esta realidad, unas de las principales promesas del por entonces candidato presidencial Fernando Lugo era la reforma agraria. A poco de la toma de posesión del ex obispo, los movimientos sociales campesinos iniciaron la toma de tierras de propietarios brasileños sin el aval explícito del gobierno. Fue entonces que Brasil movilizó tropas a las zonas fronterizas.

Pero la respuesta no sólo fue externa. Internamente también se vivió un sismo. Así lo demuestra una solicitada firmada por Mario Centurion en la página 13 del diario ABC Color del miércoles 20 de mayo: «Desde hace 7 años somos atacados sin piedad por supuestos campesinos sin tierra en la estancia ‘Toro Blanco’ (Caazapá), quienes ocupan las mejores tierras y nos impiden trabajar en la agricultura y la ganadería como la ley manda; cada vez que intento entrar en el lugar con los empleados recibo una lluvia de balas de su parte, por lo que no podemos hacer nada allí. (…) Como el gobierno no nos protege, pese a que soy un gran contribuyente sin recibir nada a cambio del maldito estado paraguayo: sólo perjuicio, pero como no voy a rendirme ante forajidos de esta calaña sin importar los millonarios perjuicios recibidos, busco e invito a por lo menos 20 hombres valientes que supongo deben existir aún en este país para trabajar 1000 ha. mecanizadas de nuestra propiedad. (…) Ofrezco compartir los beneficios que resultan. El objetivo es salvar la propiedad (…) Pienso que con 20 hombres corajudos, armados hasta los dientes, podemos repeler a los bandidos y trabajar tranquilos allí. Aclaro que hago esto porque el estado Paraguay administrado ahora por el cura guerrillero Lugo y su equipo de marxistas nos protegen y porque no me voy a rendir».

En este contexto, hasta la izquierda luguista comprende la parsimonia gubernamental: En términos políticos, ¿Cuánto puede esperar una reforma agraria?, le preguntó CIP Americas al senador Pereira de Tekojoja.

«Lo primero es hacer un catastro, o sea identificar las tierras públicas y recuperar al Estado. Eso va a implicar necesariamente confrontación, porque los latifundistas no se van a quedar de brazos cruzados.Lo cierto es que todavía no hay margen para plantear el tema agrario, cuando la fiscalía y el poder judicial siguen intactos. Esto, sumado a que gran parte del gobierno y junto a la oposición votan en bloque en el congreso contra cualquier intento. En resumen, dada la correlación de fuerzas, dudo que haya una política de Estado al respecto. Es por eso que los movimientos sociales y populares tienen que organizarse movilizándose activamente por el cambio.»

Lo que se le cuestiona desde ese campo es lo dubitativo de la gestión de Lugo. Así lo ve Lacchi: «Lugo no tiene espina dorsal, cambia de opinión cada soplo de viento y no tiene fuerzas para imponer una visión, que ciertamente no es socialista. Lugo es un liberal-democrático-progresista-moderado, más moderado que progresista.»

Sin embargo, más allá de los cuestionamientos, todos reconocen que algo ha cambiado en Paraguay con la asunción de Lugo. Y no se refieren sólo a algunas iniciativas progresistas, como las reformas en el campo de la salud que habilitan la atención gratuita en hospitales públicos. Se nota en la calle, dónde hay un resurgir del debate político, donde la filiación e identidad ya no está dada por la tradición y los colores (azules los liberales y colorados los colorados), sino que hay algo que se ha trastocado en el modo de hacer política.

Un ejemplo son los sindicatos y movimientos sociales, que a lo largo de los 61 años de coloradismo se han vinculado con el Estado a través de la represión o la prebenda. «En el Paraguay el vínculo entre el Estado y las diferentes organizaciones fue siempre personal, no como contrapartes. El trato era de cuate, de amigo, de correligionario. Ahora lo que está cambiando es la relación con la autoridad, se reconocen como actor político. Se dan cuenta de que ahora llegó el turno de exigir como sector, no de mendigar. Es por eso que el próximo gobierno no va a tener fácil la relación con los sindicatos. Ahora van a tener que negociar las cosas, no encontrarse con el diputado en su casa para charlar», agrega Lacchi. Y este tipo de cambios, más allá de lo que determine la estricta coyuntura y las falencias de gestión, son los que permanecen, perduran.

Nota:

1. Ver Fin de «Época en Paraguay» de Pablo Stefanoni. Edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique, julio 2007.

Diego González es periodista independiente en Buenos Aires y analista para el Programa de las Américas
[email protected]
http://www.diegofgonzalez.blogspot.com

Fuente: http://www.ircamericas.org/esp/6417