Pablo Semán (Buenos Aires, 1964) viene escribiendo hace años sobre el crecimiento de los grupos evangélicos y pentecostales.
Desde cuando para las capas medias urbanas argentinas este fenómeno se reducía a unos pastores que seguían un modelo “electrónico”, primero el del Club 700 y luego el de unos pastores con acento brasileño que, después de la medianoche, aparecerían en las pantallas de la televisión con sus programas de curación, mostrando iglesias llenas pero que parecían de otro país… Antropólogo dedicado a las religiones, Semán también vivió en Brasil, donde pudo ver de cerca el papel de la Iglesia Universal del Reino de Dios, la que logró mayor proyección política en toda América Latina.
Recientemente publicó Vivir la fe. Entre el catolicismo y el pentecostalismo, la religiosidad de los sectores populares en la Argentina (Siglo XXI) y habló con CTXT sobre evangelismo y política en América Latina. Él mismo progresista, al final interpela: “¿Qué piensa hacer el progresismo con todo esto?”
-¿Hasta qué punto el crecimiento evangélico desafía la imagen establecida de una América Latina católica?
En Centroamérica, por ejemplo, los evangélicos son una minoría muy considerable que a veces está por encima del 40% y en algún caso ya están por ser mayoría. La dinámica y el origen de la evangelización de los evangélicos en Centroamérica es diferente a América del Sur. Pero en América del Sur también hay países con porcentajes de evangélicos arriba del 25% y no veo un techo inmediato. Esto, sumado al hecho de que los evangélicos son mucho más practicantes que los católicos. Entonces, como militancia religiosa van a ser la mayoría. Pero además, sus proyectos de evangelización se centran en problemáticas y espacios importantes para el despliegue de la vida social donde el catolicismo se muestra ineficaz –enraizamiento entre los pobres, acciones frente a la violencia doméstica y las adicciones, despliegue en las cárceles, en grupos de pequeños empresarios e incluso, algo más lento, en las fuerzas de seguridad–. La imagen de una América Latina católica ya es insostenible. La quiebra de la imagen católica también se ve en la debilidad de la reivindicación de la imagen de la América Latina católica.
-Cuando hablamos de evangélicos estamos hablando básicamente de evangélicos pentecostales…
Sí. En el mundo evangélico, los pentecostales introdujeron dos grandes modificaciones en toda la demografía evangélica del planeta. Por un lado, un elemento cuantitativo: fueron el grupo que más creció. Y por el otro, a su propio peso cuantitativo hay que agregarle un elemento cualitativo: su predominio cultural. Antes, “evangélico” era un término analítico para analizar los grupos surgidos de la Reforma pero no era la identidad de cada uno de esos grupos (luteranos, metodistas, menonitas, etc.). Hoy “evangélico” funciona como término transdenominacional que abarca como mínimo al 80% de los descendientes de la Reforma protestante, que se han avenido más o menos a los parámetros de “avivamiento” religioso desplegados por los pentecostales. No es descabellado pensar un avance hacia una identidad post-denominacional en la que los evangélicos de diferentes denominaciones se asuman simplemente como “cristianos” en una zona de disputa con la mayoría católica.
-Muy esquemáticamente: ¿qué es ser evangélico/pentecostal y cuáles son sus atractivos respecto del catolicismo?
Hay dos rasgos que se complementan y crean un círculo virtuoso. Y los dos están inscriptos en una teología que también está disponible en el mundo católico y protestante, solo que los pentecostales la tomaron en serio y la desplegaron al máximo. El primero es la actualidad de los dones del espíritu santo, que reencanta a la religión porque permite activar genéricamente una noción de milagro y de posibilidad de milagro en la vida cotidiana. Y hay un segundo elemento que es la universalidad del sacerdocio. Que cualquier creyente no solo es, sino que debe ser, pastor. Y para ser pastor, ese creyente va a movilizar la actualidad de los dones del espíritu santo creando un dialecto a la medida de su metro cuadrado, de su propio entorno. Eso estira enormemente la presencia evangélica y al mismo tiempo la diversifica. Se puede dialectizar ese lenguaje para adaptarse al minuto a minuto de los cambios socioculturales, de manera mucho más eficiente que la lenta burocracia celestial del catolicismo.
-Durante años, el progresismo latinoamericano ignoró el crecimiento de los grupos evangélicos en el mundo popular (a excepción de sociólogos o antropólogos de la religión) y de pronto aparece como una especie de comodín analítico para explicar cualquier giro conservador o avance de la derecha… ¿Todos andan buscando evangélicos?
Los progresistas pusieron a los evangélicos en una agenda negativa o de los enemigos pero sin ver el tamaño potencial. Y, al mismo tiempo, eso se articuló con la teoría católica progre de las sectas, de la denuncia de las sectas, y con la separación de la verdadera fe y la fe inauténtica. Hay ateos que se ponen en el rol de religiones y objetivamente coinciden con el camino ya trazado por el catolicismo hace 40 años. Y como el progresismo tiene un contacto social débil con el mundo popular, no fue viendo paso a paso cómo crecía. Yo publiqué ahora el libro Vivir la fe pero los datos sobre el 20% de evangélicos en el mundo popular son de 1995, no de 2020. Eso ya estaba ahí. La segunda cosa es que por ese contacto débil, sumado a las teorías conspirativas sobre el avance evangélico, no pudieron ver qué tipo de presencia constituía. Se actuaba como si eso fuera a dejar de existir. Hoy no solo los evangélicos existen sino que existen cada vez más. Había muchos mecanismos renegatorios, en términos freudianos, de desconocimiento activo de la realidad para sostener certezas previas, para abordar este fenómeno.
Además hoy hay un enfrentamiento más agudo entre evangélicos y progresistas porque el progresismo latinoamericano puso en el centro una agenda de género que, por otro lado, es bastante reciente. La verdad es que el matrimonio igualitario, igualdad de género y el aborto son bastante recientes en las izquierdas de la región, que además son en muchos casos izquierdas populistas. No es que no existieran núcleos militantes de larga tradición, pero no dominaban la agenda del progresismo, ni la del peronismo progresista en el caso argentino, ni eran el marcador decisivo de la identidad. El aborto muy pocos lo tenían como prioritario, la igualdad de género estaba pero tampoco se la militaba mucho y la diversidad sexogenérica a muchos les parecía una agenda sueca que sobraba. En 2015 hubo una performance post-porno en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y la izquierda se opuso. Yo escribí para intervenir en esa polémica en favor de la performance pero mi posición era disruptiva.
Por otro lado, en el mundo evangélico hubo una deriva relativamente inversa: los evangélicos en Argentina y en algunos países de América Latina en los 90 estaban delante del catolicismo en la agenda de igualdad de la mujer. Estaban a favor del preservativo y la Iglesia católica no, contenían y les daban a las mujeres un papel mucho más activo y central en la liturgia. No había un planteo ideológico de igualdad pero había una práctica relativa de igualdad. Había incluso facciones neopentecostales que se abrían a los temas del hedonismo sexual. En Brasil había, por ejemplo, una exmodelo evangélica que tenía una tienda de productos eróticos y aparecía en televisión.
Respecto de la diversidad sexual, había una cosa muy interesante que era que evangélicos y disidentes sexuales tenían en común una experiencia que discutían que era la del rechazo. Incluso en la prensa evangélica salían entrevistas o diálogos entre un pastor y un disidente sexual. No era en un sentido de avanzar hacia la igualdad pero era darle un lugar bajo la premisa: “ellos son rechazados, nosotros también”. Todo eso, en estos últimos veinte años, fue desapareciendo. No tanto lo de la mujer, pero sí la apertura a elementos a la agenda de género que se intensificaron en la izquierda y desaparecieron en el mundo evangélico.
Esto demuestra que hay cuestiones históricamente constituidas e incluso contingentes. Hoy los evangélicos tienden a beneficiarse, y por eso hacen ese giro, de la reacción cristiana generalizada contra esa agenda progresista que incluye a los católicos. A veces la izquierda cree que el problema para la agenda de género son los evangélicos y no los cristianos en general, que capitalizan la imposibilidad de los católicos de poner la cara en estas cuestiones dada su trayectoria de abusos. Esta tensión se procesa de una manera diferente en los sectores populares.
-Cuando se piensa evangelismo y política se suele transferir el modelo brasileño a toda América Latina. Pero en verdad, en Brasil la iglesia exitosa fue la Iglesia Universal del Reino de Dios que para muchos evangélicos es la “menos evangélica” del subcontinente y si bien ahora es bolsonarista también fue muy pragmática en el pasado reciente. ¿Cómo pensar la articulación entre evangelismo y política?
En principio no hay un traslado inmediato de la identidad religiosa al campo político. En segundo lugar, cuando hay una activación política de una sensibilidad evangélica mayoritaria en favor de una opción política, eso ocurre siempre de una forma contingente, transitoria y variable. Mayoritariamente, los evangélicos votaron a Lula en Brasil y el Partido de los Trabajadores (PT) le dio dos veces las vicepresidencias de Lula a los evangélicos que también votaron a con Dilma Rousseff; en Perú hay un componente evangélico en la candidatura de Pedro Castillo (su mujer e hija son de la Iglesia del Nazareno y él se suma a menudo a las oraciones). En Centroamérica sí han apoyado más a la derecha pero esos proyectos conservadores se configuraron de manera tal que no todos los evangélicos los apoyan y hay católicos que los votan como reacción cristiana. Aparecen trasladando más “caudal religioso” del que en realidad trasladan. En el caso argentino, los evangélicos de sectores populares siguen votando al peronismo aunque viabilice agendas progresistas porque siguen dinámicas de voto de los sectores populares. Otros votan al macrismo por antiperonismo más que por conservadurismo o elementos religiosos. Y el crecimiento de una agenda de derecha es un fenómeno mucho más grande que el crecimiento evangélico. A la ultraderecha también se la vota contra “la catedral” (la religión, el atavismo y el estatismo) o con curiosos motivos neopaganos.
Por otro lado, la Iglesia Universal es en efecto un caso verdaderamente excepcional en Brasil. No hay un partido político evangélico con tanta eficacia electoral como el Partido Republicano (que fundaron los pastores de esa iglesia) ni siquiera en sociedades con muchos más evangélicos que en Brasil. Y eso tiene que ver con la particularidad de la situación brasileña: un sistema de identidades políticas bastante débil, donde pesan mucho las novedades anticorrupción y el propio sistema electoral uninominal que permite maximizar minorías movilizadas. Y en tercer lugar, un sistema parlamentario hiperfragmentado donde los pequeños bloques consiguen una eficacia política sobredimensionada.
Lo que hizo la Iglesia Universal fue, más que movilizar el voto evangélico, armar una fuerte superestructura política que le permite subordinar a todas las otras tentativas de politización evangélica. De esa forma, por ejemplo, la Unión de las Asambleas de Dios termina a remolque de la Iglesia Universal en política, lo que nadie admitiría en la Unión de las Asambleas de Dios de ningún país de América Latina. Esa superestructura política tiene eficacia política propia, pero tampoco tanta si tenemos en cuenta que la Iglesia Universal finalmente llamó a votar a Bolsonaro pero quince días antes estaba negociando con Marina Silva, una evangélica de izquierda (ex ministra de Lula). Votaron a Bolsonaro porque los fieles estaban llamando a votar a Bolsonaro. Y los fieles estaban votando a Bolsonaro porque una parte importante de los sectores populares que habían sido lulistas se habían transformado en antilulistas por el tema de la corrupción.
Es posible que los pastores de la Iglesia Universal se sientan más cómodos con ese rumbo ultraderechista, pero no lo trabajaron tanto como se podría pensar. Y ahora ocurre al revés. Están viendo que muchos de sus fieles se están distanciando de Bolsonaro mientras los jerarcas de la iglesia tienen que defender intereses creados en el Estado. La dirigencia de la Iglesia Universal seguramente no tendrá opciones al golpismo. Pero los fieles no necesariamente acompañarán.
-Antes se pensaban siempre las identidades católica y evangélica en competencia, ahora vemos personajes como el propio Bolsonaro, también Castillo y otros, que mantienen cierta ambigüedad entre catolicismo y evangelismo. Por ejemplo Bolsonaro se fue a bautizar al río Jordán con un pastor pero se identifica católico… ¿Hay cambio ahí?
Yo creo que los evangélicos están conscientes del rol que algunos de ellos llaman catalizador de una reacción cristiana antiprogresista. Esta involucra porcentualmente más a los evangélicos que a los católicos pero en números absolutos tal vez convoque a más católicos, pero bajo la centralidad evangélica. Esto ocurre por lo que pasa con los evangélicos pero también con los católicos. ¿Con qué cara los obispos católicos van a salir a defender a la familia, a los niños…? Entonces hay una suerte de pacto implícito en la cual el catolicismo le cede la iniciativa en eso y hay colaboración en la superestructura pero a la vez una convergencia de intereses en las bases católicas y evangélicas. Pero también hay que ver las prácticas. Hay mucha gente “en pecado” en las iglesias evangélicas y conviven con eso.
-¿Algo más que dejamos en el tintero?
Yo me pregunto qué piensa hacer el progresismo con todo esto. Los evangélicos se volvieron una parte importantísima del mundo popular al que el progresismo busca interpelar. ¿Va a haber zonas de cooperación? ¿Esas zonas de cooperación son posibles? En las organizaciones populares argentinas conviven evangélicos, católicos y progresistas. Incluso verdes (pro legalización del aborto) y celestes (“pro vida”) sin llamarse asesinas o antiderechos. Plantean sus agendas sin confrontar todo el tiempo. Hay mujeres evangélicas militando agendas progresistas en el plano económico y mujeres de sectores populares abrazando una agenda feminista a su modo, con un lenguaje propio. Ahora bien, por ejemplo, ¿no hay una convergencia cuando grupos de mujeres van a rezar en solidaridad con una mujer agredida por su pareja a su casa y rompen el círculo de agresiones, ¿qué se genera ahí?, ¿hay o no sororidad? Claramente intervienen sobre una situación de violencia para pararla. Y así. Hay que salir del círculo de reactividad y mala sociología. No es fácil, no es lo soñado para el progresismo, pero dividir a los sectores populares es peor.
Pablo Stefanoni, periodista e historiador. Coautor de ‘Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución rusa’ (Paidós, 2017) y autor de ‘¿La rebeldía se volvió de derecha?’ (Siglo Veintiuno, 2021).