El susto ha sido grande. Y aunque finalmente, el pasado 22 de mayo, en Austria, Norbert Hofer, el candidato de la extrema derecha, no fue elegido (por un pelín… [1]) presidente de la República, cabe preguntarse qué miedos están sintiendo los austríacos para que el 49,7% de ellos haya optado por votar a un neofascista. «En […]
El susto ha sido grande. Y aunque finalmente, el pasado 22 de mayo, en Austria, Norbert Hofer, el candidato de la extrema derecha, no fue elegido (por un pelín… [1]) presidente de la República, cabe preguntarse qué miedos están sintiendo los austríacos para que el 49,7% de ellos haya optado por votar a un neofascista.
«En la historia de las sociedades -explica el historiador francés Jean Delumeau-, los miedos van cambiando, pero el miedo permanece». Hasta el siglo XX, las grandes desgracias de los seres humanos eran causadas principalmente por la naturaleza, el hambre, el frío, los terremotos, las inundaciones, los incendios, la escasez de alimentos, y por pandemias epidémicas como la peste, el cólera, la tuberculosis, la sífilis, etc. Antaño, el ser humano vivía expuesto a un entorno siempre amenazante. Las desgracias le acechaban incesantemente…
La primera mitad del siglo XX estuvo marcada por el terror de las grandes guerras, las de 1914-1918, de 1936-1939 y de 1939-1945. La muerte a escala industrial, los éxodos bíblicos, las destrucciones masivas, las persecuciones, los campos de exterminio… Tras la Segunda Guerra Mundial y la destrucción atómica de Hirosima y Nagasaki en 1945, el mundo vivió bajo la preocupación constante por el apocalipsis nuclear. Pero este miedo fue extinguiéndose poco a poco con el final de la Guerra Fría en 1989 y tras la firma de tratados internacionales que prohíben y limitan la proliferación nuclear.
Sin embargo, la existencia de estos tratados no ha hecho desaparecer los riesgos. La explosión de la central nuclear de Chernóbil, en particular, reavivó el terror nuclear. Más recientemente también tuvo lugar el accidente de Fukushima, en Japón. La opinión pública, estupefacta, descubrió entonces que incluso en un país conocido por su alta tecnología como es Japón se trasgredían principios básicos relativos a la seguridad, poniendo así en peligro la salud y la vida de cientos de miles de personas.
Los historiadores de las mentalidades se preguntarán algún día por los miedos de nuestra década (2010-2020). Descubrirán que, a excepción del terrorismo yihadista que continúa golpeando a las sociedades occidentales, los nuevos miedos son más bien de carácter económico y social (desempleo, precariedades, despidos masivos, desahucios, nuevas pobrezas, inmigración, desastres bursátiles, deflación), así como de naturaleza sanitaria (virus del Ébola, fiebres hemorrágicas, gripe aviar, chikungunya, zika) o ecológica (desajustes climáticos, transformaciones profundas del medio ambiente, mega-incendios incontrolados, contaminaciones, poluciones del aire). Éstos conciernen de la misma manera tanto al ámbito colectivo como al ámbito privado.
En este contexto general, las sociedades europeas se encuentran especialmente conmocionadas, sometidas a seísmos y a traumatismos de gran violencia. La crisis financiera, el desempleo masivo, el final de la soberanía nacional, la desaparición de las fronteras, el multiculturalismo y el desmantelamiento del Estado de Bienestar provocan, en el espíritu de muchos europeos, una pérdida de referencias y de identidad.
Una encuesta reciente, llevada a cabo en los siete principales países de la Unión Europea por el Observatorio Europeo de Riesgos, constata que el 32% de los europeos tienen mucho más miedo hoy de atravesar dificultades financieras que hace cinco años; el 29% tienen más miedo de caer en la precariedad; y el 31%, de perder su empleo. En España, la pobreza ha aumentado de «manera alarmante» en los últimos años, con 13,4 millones de personas -esto es, el 28,6% de la población- en riesgo de exclusión y de recaída en la miseria… Porque estos temores hacen nacer un sentimiento de desclasamiento: el 50% de los europeos tienen la sensación de encontrarse en regresión social con respecto a sus padres.
Así pues, los nuevos miedos están muy presentes hoy en Europa. La crisis actual bien pudiera marcar el punto final del poderío europeo en el mundo. Tras la llegada masiva de cientos de miles de migrantes provenientes de Oriente Próximo (Siria, Irak) durante estos últimos meses, el miedo a la «invasión extranjera» ha aumentado. Se extiende la sensación de estar amenazado por fuerzas externas que los Gobiernos europeos ya no controlarían, como el auge del islam, la explosión demográfica del Sur y las transformaciones socioculturales que difuminarían su identidad. Y todo esto se produce en un contexto de crisis moral grave en el que se multiplican los casos de corrupción y en el que la mayoría de los que gobiernan, muy impopulares, ven cómo se desmorona su legitimidad. En toda Europa, estos miedos y esta «podredumbre» son explotados por la extrema derecha con fines electorales. Como lo demostró la victoria, el pasado 25 de abril, de la extrema derecha en la primera vuelta de las elecciones legislativas en Austria. En donde, además, se produjo el derrumbe histórico de los dos grandes partidos tradicionales (el SPÖ, socialdemócrata, y el ÖVP, democristiano) que habían gobernado el país desde 1945.
Ante la brutalidad y el carácter repentino de tantos cambios, las incertidumbres se acumulan para muchos ciudadanos. Les parece que el mundo se vuelve opaco y que la historia escapa a cualquier tipo de control. Numerosos europeos se sienten abandonados por sus gobernantes, tanto de derechas como de izquierdas, los cuales, además, son descritos sin cesar por los grandes medios de comunicación como especuladores, tramposos, mentirosos, cínicos, ladrones y corruptos. Perdidos en el centro de semejante torbellino, muchos ciudadanos comienzan entonces a entrar en pánico y les invade el sentimiento, tal y como decía Tocqueville, de que, «puesto que el pasado ha dejado de aclarar el futuro, la mente camina entre las tinieblas»…
En este caldo de cultivo social -compuesto por miedos, por amenazas sobre el empleo, por desarraigo identitario y por resentimiento- vuelven a aparecer los viejos demagogos. Aquellos que, sobre la base de argumentos nacionalistas, rechazan al extranjero, al musulmán, al judío, al romaní o al negro, y denuncian los nuevos desórdenes y las nuevas inseguridades. Los inmigrantes constituyen los chivos expiatorios ideales, y los objetivos más fáciles porque simbolizan las profundas transformaciones sociales y representan, a ojos de los europeos más modestos, una competencia indeseable en el mercado laboral.
La extrema derecha siempre ha sido xenófoba. Pretende paliar las crisis designando a un único culpable: el extranjero. Esta actitud se ve fomentada en la actualidad por las contorsiones de partidos democráticos reducidos a preguntarse por la importancia de la dosis de xenofobia que pueden incluir en su propio discurso.
Con la reciente ola de atentados odiosos en París y en Bruselas, el miedo al islam se ha reforzado aún más. Cabe recordar por ejemplo que hay entre 5 y 6 millones de musulmanes en Francia, el país que cuenta con la comunidad islámica más importante de Europa. Y alrededor de 4 millones de musulmanes en Alemania. Según una encuesta reciente del diario francés Le Monde, el 42% de los franceses considera a los musulmanes «más bien como una amenaza». El 40% de los alemanes piensan lo mismo. En estos dos países, una mayoría de la población considera que los musulmanes no están integrados en sus sociedades de acogida. El 75% de los alemanes estima que no están «en absoluto» integrados o que «apenas lo están»; y el 68% de los franceses piensan de la misma manera.
Hace unos meses, la canciller alemana Angela Merkel -que luego acogió en su país a más de 800.000 migrantes solicitantes de asilo en 2015- afirmaba que el modelo multicultural según el cual convivirían en armonía diferentes culturas había «fracasado por completo». Y un panfleto islamófobo escrito por un ex dirigente del Banco Central alemán, Thilo Sarrazin, que denunciaba la falta de voluntad de los inmigrantes musulmanes para integrarse, ha sido un éxito rotundo en las librerías alemanas, y se han vendido nada menos que 1,25 millones de ejemplares.
Un número cada vez mayor de europeos hablan del islam como de un «peligro verde», a la manera en la que antaño se imaginaban los avances de China hablando del «peligro amarillo». La xenofobia y el racismo están aumentando en toda Europa. A esto contribuye sin duda el hecho de que algunos musulmanes de Europa están lejos de ser irreprochables. Especialmente -en un momento en el que los medios de comunicación evocan la brutalidad de la Organización del Estado Islámico (OEI), o Daesh, en Irak y en Siria- los activistas islamistas, que aprovechan el clima de libertad que reina en los países europeos para desplegar un proselitismo salafista. Predican el adoctrinamiento de sus correligionarios o de jóvenes cristianos conversos. Los más extremistas han participado en la reciente ola terrorista en Francia y Bélgica.
En el ámbito político, son numerosos los discursos dramáticos que despiertan la preocupación y la angustia de los electores. Durante las campañas electorales, es común encontrar discursos que recurren al instinto de protección de los individuos. Se apela al miedo de forma habitual. Se trata de una manipulación. Y, en la utilización de este sentimiento, los populistas de derechas -en el contexto actual de crisis social- se han convertido en expertos. No solo en Austria. En Francia, por ejemplo, no hay ni un discurso del Frente Nacional y de su dirigente, Marine Le Pen, en el que no se mencione el miedo. Le Pen evoca de forma constante las «amenazas» que se cernerían sobre la seguridad física y sobre el bienestar de los ciudadanos. Y presenta a su partido, el Frente Nacional, como un «escudo protector» frente a estos «peligros».
En todos sus documentos, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ por sus siglas en alemán) y su líder Norbert Hofer insisten en la persistencia de un pasado idealizado y una identidad que hay que preservar. Promueven el miedo mencionando regularmente a un «enemigo exterior»: el islam, contra el cual la «nación austríaca» tiene que actuar como un bloque. Denuncian al Otro, al extranjero, como un peligro para la cohesión de la comunidad nacional. En todos los discursos populistas de derechas se encuentra este miedo al Otro que, obligatoriamente, es el enemigo. Se rechaza al Otro porque no comparte los valores de la «Patria eterna».
En sus discursos, los líderes de las nuevas extremas derechas también atacan a la Unión Europea (UE). La acusan de todos los males, sobre todo de «poner en peligro» a los Estados-nación y a sus pueblos. La UE se designa como culpable de la fragmentación de las naciones. Al mencionar «las tinieblas de Europa», Norbert Hofer sumerge a sus oyentes en la inquietud. Porque, en la cultura occidental y cristiana, las «tinieblas» designan por lo general la nada y la muerte. Así pues, el FPÖ se presenta como un partido «salvador», aquel que conseguirá llevar a la nación austríaca hacia la luz.
La mayoría de los populistas de derechas en Europa, actualmente, proceden a una amplificación de los peligros y a una dramatización de los peligros. Sus discursos sólo proponen ilusiones. Pero en un periodo de dudas, de crisis, de angustia y de nuevos miedos como el actual, sus palabras consiguen captar mejor a un electorado desconcertado y presa de pánico.
Nota
(1) Tras el recuento de 900.000 sufragios por correo, el candidato ecologista Alexander Van der Bellen, catedrático emérito de Economía, de 72 años, resultó elegido nuevo Presidente de Austria con un 50,3% de los votos frente al 49,7% del aspirante ultraderechista, Norbert Hofer, quien había resultado vencedor de la primera vuelta con el 35% de los sufragios.
Ignacio Ramonet, Periodista español. Presidente del Consejo de Administración y director de la redacción de «Le Monde Diplomatique» en español. Editorial Nº: 248 Junio 2016