Gabriele del Grande (Lucca, 1982) es un joven periodista italiano que, indignado por las miles de personas muertas mientras trataban de alcanzar Europa a través de su frontera sur, creó un observatorio sobre las víctimas de la inmigración, llamado Fortress Europe. A partir de todas las noticias publicadas en la prensa internacional, este observatorio trata […]
Gabriele del Grande (Lucca, 1982) es un joven periodista italiano que, indignado por las miles de personas muertas mientras trataban de alcanzar Europa a través de su frontera sur, creó un observatorio sobre las víctimas de la inmigración, llamado Fortress Europe. A partir de todas las noticias publicadas en la prensa internacional, este observatorio trata de ofrecer una perspectiva conjunta de las muertes y desapariciones en el Mediterráneo, en el Atlántico, en el desierto del Sáhara. Las cifras hablan por sí solas: desde 1988 al menos 13.352 personas han perdido la vida. Decimos «al menos» porque otras muchas muertes no han dejado rastro y jamás serán documentadas. El blog de Fortress Europe (http://fortresseurope.
Interesado por conocer los rostros de la gente ocultos detrás de estas estremecedoras estadísticas, Gabriele del Grande decidió realizar un viaje que, durante varios meses, le llevó por las rutas de la inmigración en países como Mali, Senegal, Mauritania, Sáhara Occidental, Marruecos, Argelia y Túnez. El resultado de este viaje es el libro Mamadú va a morir. El exterminio de inmigrantes en el Mediterráneo (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2008), traducido ya al castellano y al alemán. A través de sobrecogedoras historias narradas en primera persona, Gabriele aborda las políticas migratorias europeas y sus dramáticas consecuencias. En Oviedo, en el local de la asociación Cambalache, presentó su libro y narró sus experiencias.
¿Cuáles son los motivos que provocan la decisión de emigrar?
Son los mismos que hacían emigrar a nuestros abuelos italianos y españoles en busca de una vida mejor en América o para huir del fascismo en Italia o España. Razones similares provocan que miles de personas crucen en la actualidad el Mediterráneo. De las 67 mil personas que accedieron a la Unión Europea por la frontera sur en el 2008, al menos la mitad eran refugiados políticos, que tienen todo el derecho de cruzar una frontera ilegalmente para pedir asilo político. Saben que en Europa encontrarán los primeros países seguros. Son gentes que vienen de Somalia, de Eritrea, de Sudán, también de Iraq y Afganistán. Evidentemente, un kurdo que sale de Iraq no puede pedir asilo político en Turquía; o un sudanés que sale de Darfur no lo puede pedir en Libia.
La respuesta de Europa es una criminalización de la inmigración y una creciente militarización de la frontera, que ha provocado que las rutas de la inmigración sean cada vez más largas y peligrosas para evitar las patrullas. Si antes se cruzaba el estrecho de Gibraltar en varias horas, hoy se hacen viajes de dos semanas desde Guinea Conakry, desde Senegal, desde Mauritania, por rutas a 300 millas de la costa, donde no hay patrullas pero tampoco medios de salvamento. El primer capítulo de Mamadú va a morir relata las historias de muchas familias africanas, de padres y madres que no saben qué ha pasado a sus hijos en el mar. Les han avisado desde Libia o desde Mauritania: «todo está listo mamá, te llamo mañana desde Europa». Y nunca más llamaron.
En el libro hablas de los centros de detención de inmigrantes en África y relatas el abandono de miles de personas en el desierto por parte de las policías y ejércitos norteafricanos. Destacas el papel de Libia en estas políticas represivas.
La política de la UE consiste en pedir a los países de África que trabajen como nuestros gendarmes, bloqueando a los inmigrantes y haciendo el trabajo sucio que no se puede hacer aquí. En Libia o en Marruecos las violaciones de derechos humanos no se investigan. El caso de Libia es especialmente grave: existe numerosos informes de detenciones brutales y testimonios de abusos y torturas en campos de internamiento -tres de ellos financiados por Italia-. Tenemos contacto telefónico con una cárcel Libia en la que permanecen desde hace tres años más de 600 refugiados eritreos. La UE no sólo guarda silencio, sino que está pidiendo a Libia que evite que la gente salga hacia Europa, cerrando los ojos a los crímenes, entre los que se incluye la deportación y abandono de inmigrantes en el desierto por parte de la policía libia, argelina o marroquí. Miles y miles de personas son abandonadas en condiciones extremas, sin dinero para continuar ni para volverse a casa, en la frontera de Argelia y Mali, la frontera de Libia con Níger o entre Libia y Sudán.
En el libro se incluye la historia de dos cameruneses, futbolistas, que fueron detenidos por el ejército marroquí cuando estaban cerca de Ceuta, tratando de saltar la valla. Les expulsaron a la frontera con Argelia; allí fueron arrestados por la policía argelina y trasladados en un convoy militar, junto a otras 500 personas, a un pequeño oasis del desierto, llamado Tinzauatin, «la ciudad por la que nunca ha pasado dios». Para salir de allí, Romeo y Patrice, junto a otros once deportados, caminarán durante diez días por el desierto hasta llegar a la ciudad de Kidal y, de ahí, a Bamako (Mali).
Hay denuncias de que la legislación migratoria europea está poniendo por encima el objetivo del control sobre la obligación de socorrer a los náufragos y, así, personas que han ayudado a inmigrantes a salvar la vida se han visto criminalizadas. Tú hablas de algunos casos en el libro.
Siete pescadores tunecinos salvaron la vida -el 8 de agosto de 2007- a 44 inmigrantes que se estaban hundiendo cerca de la isla de Lampedusa. Entre ellos había una mujer embarazada de nueve meses y dos niños. Los pescadores avisaron a la guardia costera italiana y tunecina y llevaron a los náufragos a Lampedusa. Cuando llegaron al puerto fueron arrestados por favorecer la inmigración clandestina. Es un caso ejemplar de cómo las convenciones internacionales, en este caso sobre la obligación de socorro en el mar, son contradictorias con las leyes de inmigración. Asimismo, todos los inmigrantes que conducen los barcos hacia Sicilia o Canarias son detenidos como miembros de la red clandestina de inmigración ilegal. Sin embargo, la mayoría de las veces quien conduce la embarcación es uno más de los inmigrantes, el que se ha atrevido a coger el timón a la hora de salir, bien porque se trata de un viaje autogestionado por un grupo de inmigrantes o porque las redes que lo organizan no se exponen a incluir a alguien de la organización en la embarcación.
¿Cuál es el análisis que realizas de la política migratoria italiana?
La política migratoria sigue una dinámica europea, no italiana. Con una mano se bloquea la inmigración y con otra se piden emigrantes para el mercado de trabajo: en el mismo año que entraron 67 mil en todo el Mediterráneo, solamente Italia pidió la entrada de 150 mil inmigrantes extranjeros por las necesidades del mercado de trabajo. No hay ningún derecho de movilidad, el único derecho es el de los empresarios de escoger inmigrantes y devolverlos a su país cuando ya no son necesarios. Para entrar legalmente en Italia, necesitas un contrato de trabajo. ¿Cómo, si nadie te conoce? Lo que pasa es que los contratos de trabajo se venden: en Marruecos puedes conseguir un contrato en Europa por 3.500 euros. La decisión de emigrar es finalmente una decisión individual que salta todas las barreras: dependiendo de los recursos de la persona, entrará como turista o comprando un contrato de trabajo o en patera… La propia Comisión Europea reconoce la existencia de diez millones de inmigrantes sin papeles en la UE.
La política italiana se centra en buscar acuerdos con Libia. Ya se han firmado varios acuerdos para hacer patrullas conjuntas y para devolver a Libia a todos los interceptados en el mar. Es lo mismo que hace España con Mauritania o Senegal. Antes Italia llevaba a cabo deportaciones colectivas, que están prohibidas, desde Lampedusa a Libia. Ahora se hace lo mismo pero los inmigrantes son bloqueados en las aguas libias, antes de llegar a aguas europeas (por lo que, técnicamente, no es una deportación).
En el parlamento italiano se está discutiendo un proyecto de ley para aplicar los 18 meses de detención que figuran en la Directiva de Retorno de la UE, más conocida como Directiva de la Vergüenza. Contra estos proyectos hay muchas respuestas a nivel social pero falta una movilización política a nivel del parlamento italiano. Sólo hay el discurso duro del gobierno por un lado y, por el otro, el silencio.
El gobierno socialista español y los medios de comunicación tienden a extremar las críticas hacia la política migratoria del gobierno italiano para presentar la nuestra como más «progresista». ¿Qué opinión tienes del papel jugado por España en la frontera sur?
Lo que sucede en Ceuta y Melilla es ejemplo de la brutalidad de la política española: la doble alambrada y los disparos y muertes de personas que intentaban saltarla. Qué importa si ha sido la policía marroquí o la española la que ha disparado: las fuerzas de seguridad marroquíes hacen lo que hacen cooperando con España. Tenemos los testimonios de los supervivientes de una zodiac hundida por los militares marroquíes, que la pincharon para evitar que continuase su ruta. Antes de que llegara el barco de «salvamento», ya se habían ahogado 28 personas. A nivel político hay una responsabilidad de Europa y, concretamente, de España, ya que son los acuerdos firmados los que impulsan estas actuaciones.
A pesar de la militarización, la inmigración no se ha bloqueado, porque para eso deben mejorar las condiciones de vida en los países de origen. Lo que han provocado es el endurecimiento y la transformación de las rutas. Ahora en Italia se dice que hay que copiar al gobierno español, que ha logrado reducir las llegadas mediante enormes dispositivos militares y policiales. Pero si en 2008 disminuye el número de las llegadas a España, aumenta el 80 por ciento en Italia y también aumenta en Grecia. Es un problema europeo: si se cierra aquí se abre allá, porque hay una presión objetiva que provoca la salida.